2019, más conocido como el Año Lorca en la Comunidad de Madrid. ¿A cuántos montajes del celebérrimo autor granadino hemos podido asistir desde enero? Si bien ya habíamos colocado a nuestro dramaturgo y poeta más internacional en un pedestal intocable, durante los últimos años —y durante este en concreto— hemos decidido ascenderle a la categoría de semidiós con un colosal homenaje.
Extraigo esta rebatible conclusión desde mi profunda veneración a Federico. Porque, al igual que la mayoría de amantes del teatro y la poesía, yo también caí en sus cálidas y delicadas garras al devorarlo por primera vez. El sumergimiento en su universo es, tratando de dar alguna pincelada, como un sueño lento, inducido por lo explosivo de su imaginario y el grácil mecer de su lirismo. Cada texto de Lorca está relleno de un ácido licor que, en lo personal, a mí me hipnotiza a la vez que me lleva de vuelta a un lugar de mi niñez que creía haber olvidado.
Siempre es un placer leer a Federico García Lorca. Me encantaría decir que siempre es un placer verlo representado, pero esto no es así del todo. Quizá la razón provenga de la sobrecarga de “productos lorquianos” con los que nos han atiborrado. Y es que este licor, de tan intenso, puede resultar pesado e incluso indigesto.
Hemos acudido a numerosos espectáculos inspirados en cualquier trivialidad relativa al que nació en Fuente Vaqueros. Cualquier excusa parecía un punto de partida idóneo para generar un nuevo espectáculo sobre su legado. ¿Ha sido esto fruto de un desmesurado amor o tan solo una cuestión de marketing? Esta es una pregunta que no me atrevo a responderme. En cualquier caso, muchos y muchas podemos afirmar que nos encontramos al borde del hastío por las innumerables reconstrucciones y deconstrucciones de su obra. Quizás todos necesitemos, incluido él, que le demos un respiro.
De forma contradictoria, me alegra mucho que en el Espacio Guindalera hayan forzando la maquinaria lorquiana y apuesten por un nuevo montaje a partir de Yerma, una de sus obras más conocidas que aborda los tintes sociales y culturales del llamado por el hombre “instinto maternal”. Antes de asistir a la propuesta de Juan Pastor, me incliné a revisar el texto original. Reconozco que es uno de los que menos me emocionan del autor, por cuestiones absolutamente subjetivas, aunque disfruto igualmente de ese universo poético al que nos tiene acostumbrados. Todos sus textos, de un modo u otro, logran que experimente el latigazo de sus imágenes sobre mis recuerdos.
Al volver a revisitarlo, me pregunté cómo harían los de la Guindalera para que la fábula resultara interesante justo ahora, a punto de cerrar esta década. Doy por sentado que el feminismo ha ido logrando poco a poco importantes objetivos, entre ellos el de que las mujeres se libren de la carga social de ser madre o del trauma de no serlo. El texto no aporta nada nuevo a este asunto, pensaba yo poniendo en orden a solas todas mis ideas. Tras el oscuro final, fueron varias las mujeres que me confesaron que seguían identificándose con el conflicto interno de la protagonista. Qué ingenuidad la mía y qué despacio se desvanecen las barreras.
Era evidente que esta Yerma venía con intenciones de morir matando. Y esto lo recalco porque antes de comenzar el espectáculo nos recordaron desde la sala que sus puertas cerrarían tras este montaje, después de quince años de sembrar teatro en nuestra ciudad. Aquello, tal y como era preciso, prometía ser una despedida con el mejor de los cavas.
A modo de eslogan para referirme a esta Yerma 2019 me gustaría dejar por escrito: Gracias por un análisis de un texto de Lorca que profundice en su contenido y no tanto en su forma. Y esto puede parecer una obviedad, pero hacía tiempo que no veía un trabajo en el que se desgranase con tanta precisión en sus matices los sentimientos y contradicciones de los personajes. Porque, sí, estoy de acuerdo en que el universo estético de Lorca daría lugar a un sinfín de artefactos visuales; pero, de verdad, qué gusto ver a un director y a unos actores y actrices que han dejado de lado ciertos aspectos visuales para enterrarse en las vísceras de su efervescencia dramatúrgica.
En primer lugar, porque Yerma es un personaje fascinante, y esto es casi más mérito de María Pastor que de Lorca. Por eso quiero detenerme un instante en su interpretación. Al releer el texto, se me antojaba complicadísimo imaginarme a una Yerma actual, creíble y emotiva sin emplear los recursos del melodrama. Sin embargo, Pastor, con una sobriedad y una naturalidad que el público premió con sonoros aplausos y vítores, nos regaló una de las mejores interpretaciones que, estoy seguro, se podrán ver de este personaje. En mi caso, confieso que es la primera vez que veo esta obra sobre el escenario, pero no necesito hacerlo más veces para saberlo. El trabajo actoral y el talento de la protagonista es, me atrevo a decirlo, el mayor triunfo y atractivo de esta propuesta.
También Alicia Gonzalez, Raquel Pardos y Marina Andina realizan notables trabajos. Se pudo apreciar un concienzudo interés en remar a favor de la atmósfera y, a la vez, aportando ese ápice de ternura e incluso del sentido del humor necesario con el que ellas mismas engrasaron un complicadísimo mecanismo dramatúrgico. La mezcla de perfiles actorales está perfectamente pensada para darnos a probar un ceviche de lo más refrescante.
Los personajes masculinos, pese a que en el texto cuentan con menor relevancia, sí brillaron debido al contrapunto de las diversas masculinidades que ofrece la propuesta. Por un lado, José Carrasco interpreta a un Juan tóxico aunque frágil; mientras que Raúl Fernández conquista al público encarnando al hombre sensible y bueno que cualquier espectador querría para Yerma. Por supuesto, con todos los claroscuros que subyacen bajo esta burda descripción. No se fíen de mis palabras; el abanico de contrastes entre ambos actores es otro de sus ganchos más disfrutables.
Debo mencionar también la importancia de la música tan exquisita de Pedro Ojesto, a pesar de que su inclusión no me convenció en todo momento. Hubo números musicales espléndidos que me remitieron a ese universo rural del autor, imprescindible para comprender el porqué de esta historia. No obstante, también me encontré con otras piezas igual de interesantes pero que ralentizaron la acción, especialmente poco antes de llegar al clímax. A pesar de todo, la fusión de estilos y registros enriquece todo lo construido mediante las coreografías y la interpretación.
Este maravilloso trabajo, construido a manos del gran Juan Pastor, es su mejor carta de despedida para Guindalera y su mejor declaración de intenciones para el futuro: hacer un verdadero teatro de personajes, de historias y de verdades. Desde aquí, un humilde espectador y dramaturgo en ciernes te abraza y te da las gracias por enseñarle cómo y por qué se debe seguir montando al eterno poeta. Aunque no sea todos los años.
Háganme caso. Vayan al Espacio Guindalera y vean su última Yerma 2019. Despídanse de ellos. Entristézcanse con ellos.
YERMA 2010
Yerma: María Pastor Juan: José Carrasco Víctor: Raúl Fernández/José Bustos Vieja/Dolores: Marina Andina María: Alicia González Muchacha: Raquel Pardos
Música original/Canciones: Pedro Ojesto Escenografía y coreografías: Juan Pastor Diseño de iluminación: Sergio Balsera Vestuario: Teresa Valentín-Gamazo Diseño de cartel: María De Alba Vídeo: Susana Martín Fotografía: Manuel Martínez y Susana Martín Producción ejecutiva: Mariano Rochman Ayudante de producción: Sara García Regiduría: Paula Gutiérrez Ayudante de dirección: José Bustos Versión y dirección: Juan Pastor
Visto el 29 de noviembre de 2019
Commentaires