Pablo Remón a través de su alter ego Francesco Carril en La pira (trilogía dramática del CDN que se emitió en streaming durante el confinamiento, desde los teatros Valle Inclán y María Guerrero), nos habla de lo raro que es ver una escenografía en un teatro vacío, durante una conversación ficticia (o no) con Israel Elejalde en plena pandemia. Éste, observa con nostalgia el decorado perteneciente a la puesta en escena de la obra que con tanto esfuerzo ha dirigido. Quién sabe si esta estructura escénica esperó horas, días, meses, justo en el mismo lugar, sin moverse ni un milímetro, aguardando a que llegase su momento. Su ansiado debut. Su puesta de largo. Remón no hablaba en abstracto. Se refería a una obra concreta, real. A una obra cuyo estreno hubo de cancelarse por motivos de sobra conocidos a escasas horas de su arranque. Sí, hablaba de la ansiada Traición, cuyo estreno, por fin, celebramos en la vuelta a la actividad del maravilloso Pavón Teatro Kamikaze.
Y es que es da tanto gusto volver al teatro y más en los tiempos que corren. Qué difícil se hace la labor escénica con tantos condicionantes en contra. Dan ganas de paladear cada instante, cada momento, desde la entrada al patio de butacas, tomar asiento, sentir la madera, respirar el silencio, abrazar el aplauso. Saborear mientras podamos. Y todo esto, nada menos que con Traición, de Harold Pinter, adaptada por Pablo Remón, y dirigida por Israel Elejalde. Ahí es nada.
Es Traición una apología del subtexto, de lo que no se dice, de lo que subyace detrás de cada frase cotidiana, del motor que genera cada conversación aparentemente banal y superflua. La obra de Pinter y su triángulo amoroso central, tiene la singularidad de estar contada de atrás hacia delante, lo cual no es caprichoso, porque permite al espectador saber desde el principio el meollo final del asunto, y por ello, la trama en sí deja de tomar importancia, para dar paso a cómo vive el proceso cada personaje. Es por ello que la obra se desarrolla en un 80% en diálogos rutinarios o pretendidamente insustanciales, al más puro estilo chejoviano, pero rompiendo en determinados momentos en los que la verdad a las claras sale a la luz. El resto del tiempo, el mundo interior de cada personaje, el verdadero trasfondo de las palabras, y su forma de encarar los diálogos desde lo que cada uno sabe pero no quiere o no se atreve a confesar, cobra el protagonismo absoluto de la obra.
Y es en este contexto y en este lenguaje en el que Raúl Arévalo se desenvuelve como pez en el agua. Si bien Irene Arcos y Miki Esparbé cumplen en sus personajes a un buen nivel, Raúl Arévalo nos deslumbra en cada intervención. Resulta una delicia verlo trabajar, verlo cargar de sentido cada texto que pronuncia, dejando entrever lo justo y necesario todo el fuego interior del personaje desde la sutileza y el humor fino para firmar la interpretación más redonda del elenco.
En una escenografía a priori estática, resulta interesante la creación de espacios, que conviven a ojos del espectador, pero que se diferencian claramente a través de ciertos detalles, como los ambientes lumínicos, los pocos elementos de utilería y atrezo, y la relación de los actores con el espacio. La convivencia de varios planos de realidad, del presente y el pasado, el juego de las puertas (abiertas o cerradas según la escena), los personajes ausentes pero presentes, o los juegos con los carteles, aportan dinamismo y ritmo a una escenografía aparentemente inmutable (con excepciones como la escena del bar), pero que resulta una opción voluntariamente eficaz para contar la historia. Muy interesante resulta el uso del color en el vestuario, además de en la escenografía, con el uso del blanco y negro para los flashbacks y colores más vivos para el presente.
Destaca también el diseño de iluminación de Paloma Parra, que colabora decisivamente en la generación de espacios y ambientes, además de reforzar determinados momentos poéticos puntuales de gran belleza plástica, llegando a colaborar en la dramaturgia de la puesta en escena dotando de sentido y cargando de significado la propia acción de los personajes. El espacio sonoro mezcla efectos de sonido grabados con música en directo del piano, fusión que en muchos casos puede chirriar, pero que en esta propuesta están perfectamente engarzados, suponiendo tanto piano como pianista una presencia permanente generadora de significado y atmósferas, además de la propia incursión de Lucía Rey como personajes presentes y ausentes a lo largo de la obra.
La dirección de Israel Elejalde resulta inteligente y efectiva, con un trabajo de ritmo medido y preciso que aporta a la obra el tempo necesario para digerir con calma cada nuevo flashback que se sucede al anterior. La elección de la estética y el uso de ciertos recursos dramáticos acentúan y enriquecen la puesta en escena, si bien es cierto que se echa en falta un mayor recorrido de ciertos elementos escénicos, como el uso de los carteles, el espacio latente tras las puertas y ventanas, o la presencia inquietante de Lucía Rey, elementos sugerentes a los que quizás se les podría haber sacado más partido. En cualquier caso, nos encontramos ante un trabajo de dirección compacto, que suma y aporta a la creación de una puesta en escena consistente, configurando Traición como un espectáculo notable con una propuesta seria, sólida, cerrada, perfecta para disfrutar el buen teatro. Asimismo, en la dramaturgia se nota la mano de Pablo Remón, que nos da su visión personal del texto del dramaturgo inglés, y en la que podemos atisbar algo del sentido del humor propio del autor de Los Mariachis, o su concepto del ritmo escénico.
Vivimos tiempos difíciles para las artes escénicas. El teatro está en crisis.
Nos suena, ¿verdad? Esta afirmación podría haberse hecho en el siglo XIX, en los años 60 del siglo XX, o en plena pandemia en agosto de 2020. Cambia el contexto, la historia, la política, los aforos, las distancias sociales. Pero lo que no cambia es la sensación, el estado de ánimo general entre los teatreros, de que el presente y futuro de las tablas baila sobre el alambre. Y sin embargo, aquí seguimos. Contra viento y marea. Contra el olvido de las instituciones y el miedo del público. Contra virus y mascarillas. El teatro nunca muere. Ni morirá.
TRAICIÓN
Texto: Harold Pinter
Versión y traducción: Pablo Remón
Dirección: Israel Elejalde
Intérpretes: Irene Arcos, Raúl Arévalo y Miki Esparbé
Pianista: Lucía Rey
Dirección de producción: Jordi Buxó y Aitor Tejada
Producción ejecutiva: Pablo Ramos Escola
Producción: Víctor Hernández
Iluminación: Paloma Parra
Escenografía: Monica Boromello
Diseño de sonido: Sandra Vicente
Técnicos de sonido en gira: Pablo de la Huerga e Iñaki Ruiz
Técnico de maquinaria en gira: Víctor Sánchez
Diseño de vestuario: Sandra Espinosa
Realización de vestuario: Ángel Domingo
Gerente / regidor en gira: Aitor Presa
Maquillaje y peluquería: Álvaro Sanper y Estela Serrano para The Lab Make Up Studio x I.C.O.N Spain by Mön Team
Fotografía: Vanessa Rábade
Vídeo: Pedro Chamizo
Diseño Gráfico: Patricia Portela
Ayudante de dirección: Pilar Valenciano
Distribución: Caterina Muñoz Luceño
Comunicación: Pablo Giraldo
Estudiantes en prácticas: Esther Sanz y Antonio Villalba
EL PAVÓN TEATRO KAMIKAZE. MADRID
Visto el 26 de agosto de 2020
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