¿Cuánto puede cambiar la vida de una persona en un día? ¿Y en unas horas? Decía Víctor Jara, “La vida es eterna en cinco minutos”… ¿y en tres segundos? ¿Cuánto puede cambiarte la vida en tres segundos? Manuela, el vuelo infinito, con autoría y dirección de Emilio del Valle, cuenta la historia real de una mujer, Manuela Vos, cuya vida se transforma radicalmente en tres segundos: el tiempo exacto que tardó su cuerpo en recorrer los 30 metros en caída libre que lo separaban, escalando una montaña, del suelo. Y, lo más impactante de todo, es que es ella misma quien nos lo cuenta desde el escenario.
La fuerza de la presencia en escena de la propia Manuela es indudable. No es actriz, pero es la protagonista real de la historia, la heroína de carne y hueso que nos cuenta en primera persona sus vivencias, su proceso, con mucho desparpajo, potencia y sentido del humor. Ella encarna la lucha por la superación, y permite al espectador empatizar con su historia, animando a acompañarla en este viaje con una sonrisa en la cara, y sombras en el pensamiento. El resto de intérpretes arropa a Manuela a través de diversos personajes, con un trabajo interesante en las escenas poéticas, pero que pierden fuerza en las secuencias más cotidianas, un poco forzadas, con las que el espectador, al menos en mi caso, no llega a congeniar, generando un cierto distanciamiento. Eso, a pesar de ser un elenco de muy buena calidad, con mucha energía, con intérpretes con una trayectoria más que solvente.
Una sensación general en la pieza, fue el no tener claro la tesis del espectáculo. Desde la dramaturgia, no acabé de percibir si la intención del autor era contarnos una historia de superación, una denuncia social sobre las barreras a la accesibilidad, o la historia de un desgraciado accidente. Mi impresión es que se decanta por la segunda, reforzado por el texto de presentación del espectáculo, que nos dice que el montaje está concebido “para indagar y reflexionar sobre la realidad de las personas con discapacidad, su inclusión real o no en la “normalidad” de la vida cotidiana.” Si es este el caso, se queda corto. O, al menos, poco concreto. Además, de estar salpicado de referencias a otros conflictos, como el de Palestina, o lo relacionado con Lady Macbeth, quizás metidos con calzador, y que despistan sobre la línea general del espectáculo, que aparece como algo difuso.
Y, sobre esta base, la dirección tampoco se decanta, navegando entre los diferentes lenguajes, con cierta riqueza de medios, alternando lo asociativo, con el audiovisual en directo, el documento, o la interpelación directa al público, que hacen de la obra un producto digerible y disfrutable, pero del que no acabamos de ver una forma compacta, una línea clara, un núcleo narrativo sólido. Además, la música en directo, elemento siempre interesante y sugestivo, está infrautilizado, con momentos corales de todo el elenco que apuntan hacia la emotividad, pero que se quedan a medias, tímidos. A pesar de esto, el espectáculo tiene cierta potencia visual, creando imágenes de gran belleza plástica y sugestiva, que dotan de empaque a la propuesta.
Es, pues, Manuela, el vuelo infinito, un montaje con buenas intenciones, buenos intérpretes, una historia potente y conmovedora, y la imponente presencia de Manuela. Es decir, buenos mimbres en general, que no terminan de encajar del todo en una propuesta dramatúrgica que divaga, pero que aun así, resulta interesante y emocionante para el espectador.
MANUELA, EL VUELO INFINITO
Autoría y dirección: Emilio del Valle
Asistencia a la dirección artística: Noelia Fernández
Interpretación: Elena de Lucas, Luna Mayo, Jorge Múñoz y Manuela Vos
Diseño de iluminación: José Manuel Guerra
Diseño de escenografía: Emilio del Valle
Creación audiovisual: Jorge Múñoz
Música original: Montse Múñoz
Fotografía compañía: María Alperi
CUARTA PARED. MADRID
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