
Hay un pecho abierto, y un corazón latiendo, mientras hurgan en sus costados con instrumentos quirúrgicos. Su presencia permanece en la escena desde que te sientas hasta que te levantas. Los personajes, que se van transformando a lo largo de la obra, tienen como vestimenta una bata azul muy fina, como aquellas que se utilizan para operar, excepto el único hombre, que va de negro.
Con un ritmo lento y constante, como el de una tortuga de tierra que nunca cesa de caminar, vamos cohabitando con los personajes por sus vidas a través de breves escenas que tienen como hilo conductor la historia de una mujer cuya muerte para el estado fue una enfermedad, pero que para todos nosotros fue la precariedad y la miseria.
Historias crudas, narradas desde la crudeza y desde la honestidad, son transmitidas a través de textos que varían en estilo y que en todo momento tienen en cuenta al público, quien rodea la escena. Los intérpretes incluyen al espectador, tanto por la cercanía como con la mirada, que está en gran parte dirigida a nosotros. Esta historia que nos cuentan forma parte de nosotros… y de nuestra propia historia.
La propuesta visual referente a la escena tiene tanto de bello como de descarnado. Un jarrón blanco hecho trizas adorna, esparcido, el centro de la escena con un ramo de flores al frente, también blancas, que bien parecen honrar el luto de la herida abierta que representan los fragmentos de ese jarrón. Tenemos otro jarrón, exactamente igual, entero. Tal vez este sea la esperanza. La promesa de que, al final, no importa cuánto sufras, vas a estar bien. Tienes que estar bien. Porque si no… ¿Qué sentido tiene todo esto?
Voces entrelazadas, caóticas, con el mismo discurso, pero con diferente locutor se mezclan e inundan una escena quieta, vacía de acción, enredándonos en la angustia. La misma que atenaza a los personajes.
Una hija le explica a su madre el daño infligido.
Un caso abierto. La investigadora y la víctima.
Una mesa de operaciones…
Las intérpretes se van moviendo por las escenas y por el espacio junto con los objetos, dejando aflorar las emociones de los personajes con cierta cautela, mostrando más comodidad en la narración directa y desapegada, la cual se muestra fresca, como si fuera improvisado, que dejando embargar su piel del sentimiento que atraviesa al personaje. Se advierte una necesidad de control, sobre lo que se muestra y cómo, que da lugar a una interpretación que resulta forzada en los momentos en los que hay una carga emocional fuerte o una exposición muy explícita.
Esta propuesta es una operación a corazón abierto, donde sus personajes nos van hablando desde la herida y nos cuentan las miserias, lo sufrido, el ardor de la infección de aquello que no sanó aún… Es un relato lento, como el tiempo que pasa cuando la incertidumbre atenaza. Es, frente a nosotros, el silencio de la justicia. Una obra capaz de despertarnos a aquellos que acabamos de saltar a la vida del adulto y su sistema, y un recordatorio a los que ya fueron lastimados por ella de que no están solos.
LA PIEL DÓCIL
Dirección Escénica: Javier Aranzadi Ayarra
Autoría: Javier Aranzadi y Vanessa Ruiz
Elenco: Vanessa Ruiz, Cristina Pineda, Itziar Ortega, Laura Jabois
Voces: Celia Medrano y Javier Tamayo
Escenografía: Teatro Desembarco
Iluminación: Suh-Güein (Susana Romero)
Edición de sonido: Bruno Borbolla
Realización de vestuario: Henar Gordillo
Producción: Teatro Desembarco – Vanessa Ruiz
Realización Audiovisual y edición: Helena de Assas y Catalina Garcés
Diseño Gráfico: Hugo Álvarez Gómez
TEATRO EL UMBRAL DE PRIMAVERA. MADRID
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