El lado oscuro es escalofriante y sin embargo atractivo a la vez. Nos seduce con su misterio, pero nos horroriza mirarlo cara a cara. Nos tienta y nos repugna. Nos sopla y nos hiela. Es inevitable sentir curiosidad hacia esa parte de la sociedad, que en el fondo es una parte de nosotros mismos, que yace aletargada esperando su momento para despertar y devorarnos por dentro. El monstruo aguarda en las sombras.
La patética historia de Niño Piña es un reflejo crudo y a la vez poético de esa cara b, de ese lado espeluznante de la humanidad. La obra es oscura, nos ataca al estómago, pone a prueba nuestras vísceras con un retrato seco, descarnado y sin dulzor, de las miserias del ser humano, de su lado más tenebroso, de los límites de la maldad humana enfocado desde el prisma de la deformidad, partiendo de la malformación física para adentrarse en la deformación del alma y la mente.
Jose Andrés López se adentra en el fango rebuscando en los pozos más profundos de la inmundicia humana, encuentra las fisuras y hurga en las heridas. Es un bofetón sin mano del que nadie se escapa, pues ninguno estamos libres de encontrarnos con nosotros mismos, que no hay buenos ni malos, sino que lo sombrío habita en cierta forma en lo más oculto de cada uno... hasta que sale a pasear.
El autor firma asimismo la dirección de un espectáculo que está planteado desde lo físico, sin renunciar a pasajes textuales de fuerte contenido, de ritmo pausado y con ciertos aires performáticos, como el uso de las repeticiones hasta la extenuación y la aparente disolución por momentos de la frontera entre artista y personaje. La patética historia de Niño Piña huye de los lenguajes convencionales, buscando su propio medio de expresión, estructurándose a través de potentes monólogos que presiden cada acto, a los que rodean un buen número de imágenes coreografiadas de un gran impacto visual y un profundo calado significativo. La compañía nos brinda un espectáculo original, difícil de ver en otros teatros, arriesgado y valiente; se agradece.
La potencia poética de las imágenes propuestas es impactante. Con poco más que las luces, los cuerpos, y contados elementos de utilería y vestuario, la compañía es capaz de provocar un sinfín de emociones desde un lenguaje plástico directo, crudo, pero al mismo tiempo de gran belleza visual. Diversas estampas de ciertos pasajes de la obra se nos quedan grabados a fuego en la mente gracias a un trabajo de composición de luz/color/cuerpo/energía que sorprende, conmueve, sacude y golpea.
El elenco está a un nivel muy alto, defiende la propuesta con uñas y dientes, la hace suya, se funde con ella, y nos inunda con su energía, su limpieza de movimientos, su capacidad de emocionar y su entrega absoluta. Dentro de un trabajo coral impecable, destacan pequeños detalles, como la brutalidad del monólogo protagonizado por Mikel Arostegui, la impactante cercanía de Elena Esparcia, y la enorme presencia y contención de María Pizarro.
Niño Piña no es un plato de buen gusto, ni de fácil asimilación. Es de paladeo amargo y digestión pesada. Es densa en su contenido y dura en su continente. Es golpear nuestras vísceras, y llevarnos a casa los cardenales... con gusto. Es necesaria. Imprescindible.
LA PATÉTICA HISTORIA DE NIÑO PIÑA EN CINCO ACTOS
Autoría y dirección: Jose Andrés López
Ayudante de dirección: Olga Magaña
Intérpretes: Román Méndez de Hevia, Elena Esparcia, María Pizarro, Jose Andrés López y Mikel Arostegui
Espacio sonoro y música original: Carlos Gorbe
Plástica: Antiel Jiménez
Fotografía: Virginia Rota
Comunicación: Amanda H C – Proyecto Duas
Producción: Viviseccionados y Carme Teatre
NAVE 73. MADRID
Visto el jueves 9 de enero de 2020
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