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'Hemos venido a darlo todo', un viaje estelar de VOADORA


Últimamente el tema de “el poder” sobrevuela mi mente muy a menudo. Me interesa su origen y desarrollo en todas las parcelas de la cotidianidad, en todas sus facetas. No puedo parar de analizar los roles dominantes que detecto incluso en las situaciones más banales. Por supuesto, también en el teatro. Porque no deja de sorprenderme el poder que llegamos a tener los creadores sobre nuestro público, aunque siempre lo observemos desde la perspectiva contraria, como si este fuese soberano. Como si de él dependiera la supervivencia del arte. Qué mentira. De ser así, el teatro nos habría conducido ya a un consumismo sin escrúpulos; y, por suerte, diría yo, aún no hemos traspasado esa barrera dentro de este perverso oficio.


Sin embargo, me planteo si los creadores no estaremos cometiendo un abuso de poder, ese término tan controvertido que asignamos a personajes como Agamenón. Es posible que el teatro sea uno de los inventos que menos ha evolucionado a lo largo de su longeva historia. Los que trabajamos en él nos obsesionamos con ir en busca de la modernidad cuales alquimistas desesperados, pero el teatro siempre será una cosa antiquísima, y parece que esto nos avergüence. En cualquier caso, “lo del teatrillo” sigue constando de varias personitas que se quedan mirando a otras personitas que hacen lo que a ellas les parece. Y está bien que así sea. ¿En cuántos lugares públicos se puede secuestrar durante una o cuatro horas a un grupo de gente sin que este pueda marcharse, claro está, libre de sufrir las consecuencias? Yo diría que esto ya solo ocurre en el teatro y en misa. Quizás también en las aulas, pero este no llega a ser un símil perfecto. Lo cierto es que no se me ocurren otros espacios donde el feligrés que abandona sea perseguido por las miradas acusadoras del público. Teatro y misa. Ambos nacieron del mismo rito. ¡Y está bien que sigan compartiendo esta característica! El teatro y la misa son de esos pocos lugares en los que nos queda algo de conciencia colectiva, de respeto a la comunidad. Los creadores lo sabemos. Y, quién sabe, quizá los creadores abusemos de ello.


Piensen por un momento en una persona encendiendo Netflix, entrando en la sección de películas y encontrándose el concierto de año nuevo de 1997. Mejor aún, piensen por un momento en una misa en la que el sacerdote, en vez de dar el sermón, organiza un taller de origami. Sería, desde luego, interesante. Transgresor. Normalmente, aunque durante el sermón el sacerdote no siempre diga lo que uno quiere escuchar, se sabe que va a haber un sermón. Sin embargo no lo hubo cuando acudí a Hemos venido a darlo todo en el Teatro La Abadía. Lo firma la compañía gallega VOADORA, la cual está cosechando grandes éxitos con sus trabajos y, desde luego, con toda la razón.


Suelo disfrutar de un espectáculo cuando no paro de hacerme preguntas durante el mismo. Esta vez me ocurrió. Eso significa que yo, como espectador, me doy por satisfecho. Suelo acudir al teatro a crecer intelectual y emocionalmente, no a que me den lo que quiero. Este objetivo siempre supone cierto esfuerzo e incluso sacrificio. Y la pregunta que todo el rato resonaba en mi cabeza era: ¿Puede un concierto de música electrónica considerarse un espectáculo teatral?


Hemos venido a darlo todo

No soy un fanático de la música electrónica, sin embargo sí he ido a fiestas de este tipo. La última fue este verano, en las ferias de mi pueblo. Ahí estuve yo, con mi traje de peña, mi botellón, mi gorra e incluso mis gafas de sol. Sin drogas, a pesar del tópico. Bailando y saltando como un loco. Alcanzando el éxtasis. Me lo pasé en grande, lo reconozco. Y lo que vi en La Abadía se me antojó muy parecido, sin embargo no pude disfrutarlo al mismo nivel. “¿Por qué?”. Las ruedas dentadas de mi mente todavía siguen girando.


Los y la artista de VOADORA fueron un vibrante torbellino. Puedo asegurar que el título les hace justicia. Hacía tiempo que no veía tanto derroche de adrenalina sobre un escenario, ni en un teatro ni en un concierto. Jose Díaz, Fernando Epelde, Marta Pazos y Hugo Torres son el paradigma de la generosidad. El espectáculo, a nivel estético, se trata de una auténtica delicia. Las imágenes sugerían con una electrizante sensualidad la inmensidad del cosmos. La dramaturgia, sin embargo, se atrancó en lo anecdótico, sospecho que de manera intencionada. Recuerdo con vaguedad que el argumento abordaba un viaje espacial de la NASA. Ellos parecieron no darle mucha importancia, por eso yo tampoco se la doy. Pero desde el primer momento la música me hipnotizó. Durante determinadas partes del concierto me acordé de artistas a los que sigo como Fangoria, La casa azul, La prohibida, Las Bistec, Ojete Calor, Carmen la Hierbabuena… Desde mi butaca podía imaginarme a mí mismo dando saltos en el Baila Cariño, como lo he hecho tantas veces. Por último, Marta Pazos interpretó con mucha dulzura una intimista y sencilla canción "de mierda que a nadie le importa" (en palabras de ella) que me recordó mucho a Solo soy una persona, de Mecano, otro grupo ochentero al que idolatro. Este fue el matiz que me hizo convencerme de que necesito a VOADORA en Eurovisión 2020.


Hemos venido a darlo todo

El espectáculo contaba con todos los ingredientes para que yo gozara de este show fantásticamente mamarracho, y durante algunos fugaces instantes así sucedió. Sin embargo, se produjo tal descontextualización que la frustración se apoderó de mí. Porque yo no acudo al teatro con la misma energía con la que voy a un concierto. Me parece maravilloso que el teatro pretenda derribar la convención esperada, pero, por otro lado, yo no puedo autoexigirme el mismo fervor para un evento que para el otro. Supongo que esto varía en función de cada personalidad, puesto que hubo quienes sí lo dieron todo. Los envidié. También hubo gente que observaba con perplejidad aquel psicodélico show en mitad de la antigua iglesia de la Sagrada Familia. ¿Acaso la intención de Hemos venido a darlo todo era provocar? ¿Querían hacernos ver que el teatro es lo que los creadores queremos que sea? ¿O simplemente pensaban en montar un concierto out of context? ¿En forzar a que el público disfrutara de la cultura rave en un punto del espacio-tiempo tan poco apropiado? Cuántas preguntas… Supongo que habéis cumplido vuestro cometido, VOADORA.


Volveré a sus siguientes espectáculos con gran curiosidad, a pesar de las trampas. Porque del Baila Cariño puedo marcharme si no tengo el cuerpo para fiestas, pero abandonar la Abadía o cualquier otro teatro tiene un precio. No obstante, insisto, regresaré porque la sensación de impotencia aún no me ha abandonado, y nada me complace más que, tras el oscuro final, irme a mi casa con cualquier sentimiento o resentimiento. Lo único que no perdono es la indiferencia. Quizá el éxito de esta compañía –Hemos venido a darlo todo es lo primero que he podido ver de ellos, desgraciadamente me perdí Garage– radique en la valentía de montar un fiestón cuando gran parte del público, por lo que percibí, tenía ganas de que se produjera una eucaristía. HEMOS VENIDO A DARLO TODO

Dirección: Marta Pazos Dramaturgia: Jose Díaz, Fernando Epelde, Marta Pazos & Hugo Torres Música: Jose Díaz, Fernando Epelde & Hugo Torres Iluminación: Nuno Meira Escenografía: Carmen Triñanes Vestuario: Fany Bello Sonido: David Rodríguez Ayudante de dirección: Carmen Triñanes Asistencia de producción: Liza G. Suárez Productor: Jose Díaz Foto: Rosiña Rojo Producción: VOADORA

TEATRO DE LA ABADÍA. MADRID


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