Y después de una hora se hace el silencio. Ni un susurro. Ni el más leve chasquido de la madera de una butaca. Ni una respiración. Ni una mirada despistada que no apunte al centro del escenario. Y en el vacío sonoro, se alza una voz, mientras un violín desgarra una cruda nota. El alma en vilo. Los vellos de punta. Cinco minutos antes, las risas invadían las butacas. Ahora solo hay silencio, un silencio que se puede sentir, masticar, paladear. No es sencillo pasar con esa facilidad brutal de la risa al llanto sin que el espectador apenas se dé cuenta. Es la magia del teatro. Del teatro bien hecho. Es Germen.
El texto de Germen, es para degustar y reflexionar. Desde una estructura muy original, las tramas de cada unos de los tres protagonistas se alternan y solapan sin apenas un respiro entre ellas, con constantes salidas y entradas de lo teatral a lo real, en un juego metateatral permanente en el que se difuminan los límites entre los personajes y los actores, entre los diferentes planos de ficción planteados, que aportan ritmo, fluidez, y provocan una sensación de alerta permanente en el público. En cuanto a temática, Germen habla de muchas cosas, y a muy diversos niveles. Por supuesto, nos cuenta la historia de los tres caracteres principales, de su búsqueda del amor en sus diferentes formas, y de cómo su devenir existencial les golpea, modifica y transforma, hasta cruzarse unos en el camino de los otros, encontrándose en una trayectoria vital que converge al final. Pero Germen, sobre todo, nos habla de la identidad. Del ser y el querer ser. De lo que da sentido a la vida. De cómo cada uno de nosotros tratamos a nuestra manera de encontrar la felicidad, o simplemente nuestro lugar en el mundo. Trascender, o simplemente ser uno y nada más.
Todo esto a través de cuatro voces. La de los tres personajes, que claman por ser escuchados, y la de la autora, Laura Garmo, que no deja escapar la ocasión para alzar su propia voz, ya sea a través de los actores con reflexiones y mensajes contundentes, o bien a través de esa especie de diccionario que el técnico/actor presente en escena va desgranando por medio de la reinterpretación que hace la dramaturga de ciertos conceptos tan universales como el amor, la felicidad, el dolor, la vida o la muerte. La autora, aborda con crudeza pero también con mucha sensibilidad temas como la pederastia, el abuso a menores, la violación, la maternidad, los prejuicios sociales, la enfermedad, la sexualidad no binaria, o las relaciones paterno filiales, y todo esto salpicado de potentes invectivas de carácter político o social. Es un texto rico, profundo, duro, con una carga de contenido importante, pero a la vez ágil y con mucho ritmo. Y sobre todo, con un sentido del humor que lo impregna todo, a veces ácido, a veces amable, y a veces negro, que conducen inevitablemente a la risa, unas veces nerviosa, otras explosiva, en ocasiones de descarga, y a veces culpable. Qué falta hacen dramaturgias así en la escena contemporánea.
Y si el texto ya es sugerente, la dirección no le va a la zaga, en manos de la propia dramaturga Laura Garmo. La directora, sabe conjugar a la perfección todos los elementos escénicos de que dispone, cuajando un espectáculo redondo donde cada elemento expresivo cobra la relevancia justa en el momento preciso. De la misma forma, el ritmo de la obra funciona como un tiro, no dando al espectador la posibilidad ni de acomodarse, ni de aburrirse, con constantes rompimientos de la cuarta pared, juegos visuales, alternancia en los tempos de la acción dramática, y una inteligente utilización de los pocos elementos de utilería propuestos, a los que se les saca un enorme partido. Además, el movimiento escénico resulta muy dinámico, en consonancia con el resto de la propuesta, con un uso del espacio brillante, espacio que los intérpretes hacen suyo hasta el último rincón, a lo largo, ancho y alto del escenario. La gran variedad de recursos escénicos empleados, aun partiendo de la sencillez, como la inclusión del técnico de sonido en escena, las coreografías, los micrófonos, o la interpretación de música en directo entre otros, hacen de Germen un montaje completísimo, sugestivo, y teatral hasta la médula.
Qué decir de las interpretaciones. El elenco encaja a la perfección en su diversidad, pues partiendo desde perfiles físicos y energéticos muy diferentes, empastan de forma sólida, trabajando como un auténtico equipo durante toda la función, pero a su vez permitiendo puntos de brillo individuales de cada intérprete en los diversos compases de la obra. Es una delicia verlos entregarse al cien por cien, dejándose la piel, la voz, la energía y la emoción en cada escena, dando lo mejor de sí mismos como artistas, jugando hasta el extremo, dejándose llevar, pero desde la absoluta limpieza de movimientos, con pulcritud y rigurosidad técnica. El elenco, se mete al público en el bolsillo desde el principio, hasta el punto que resulta imposible no estar con ellos, empatizar, identificarnos, reír, llorar, y al fin y al cabo, vivir sus historias como si fueran las nuestras. Adrián Justel nos sorprende con su presencia escénica, su fuerza y su vis cómica, contrastando con la ternura de la que es capaz en varios pasajes; Coral Ros, deslumbra con su versatilidad, pasando de la comedia al drama con una facilidad apabullante, con una amplia variedad de recursos interpretativos llenando el escenario con su sola presencia; y Lidia Guillem, todo un descubrimiento, con un perfil muy interesante, que aun siendo muy joven, goza de un raro magnetismo, y que desde la naturalidad y la frescura aúna dureza y fragilidad, carácter y una peculiar e inesperada dulzura. Además, el cuarto personaje, que es el técnico de sonido desde su mesa al fondo del escenario, resulta un contrapunto cómico y a la vez una presencia sugerente y enigmática, que da juego en muchos instantes de la obra.
En el plano estético, las imágenes que genera el montaje son sensacionales, con muchos momentos de una enorme belleza plástica, pues a la calidad interpretativa y al gran trabajo de dirección, se suma un espectacular diseño de iluminación, en el que Pilar Valdevira nos propone un constante diálogo con los actores, convirtiendo las luces en un personaje más, cobrando protagonismo en muchos momentos, ayudando a construir la dramaturgia, siendo generadoras de significado, y de una gran riqueza visual. Es además muy interesante en este diseño la presencia de puntos de luz dentro de la propia escena, en convivencia y relación permanente con los personajes, como linternas, fluorescentes, o unos flexos que, además de aportar calidez expresiva, cobran vida en determinados momentos, convirtiéndose en elementos que hablan, que transmiten, suman y comunican.
El trabajo del color está presente en todo el montaje, también en el vestuario, sencillo pero cuidado, y unos pocos componentes de utilería, que unidos a la presencia de objetos relacionados con el sonido y la tecnología (altavoces, micrófonos, cableado,...), completan un acabado estético cerrado y compacto, jugando permanentemente con los contrastes, pues Germen es oscura y a la vez colorida, sombría pero también alegre. Redonda. Y para terminar de redondear, el montaje se completa con un esmerado trabajo de sonido, en el que Benigno Moreno, además de sus pequeñas intervenciones como personaje omnipresente, hila fino en la creación de atmósferas, a la hora de potenciar la acción, bien con música original en base a una especie de melodía leit motiv (modificada en base a las circunstancias dramáticas), bien desde efectos sonoros creados in situ, que suman dinamismo al desarrollo escénico y contribuyen a hacer de esta obra un montaje absolutamente conmovedor.
Germen es una espectáculo para disfrutar del Teatro en un sentido puro. Es todo lo que esperamos de una pieza dramática del siglo XXI, y un poco más. Es innovación, juego, riesgo, crítica, estética, reflexión, comunión, catarsis y expiación. Es salir de la sala movido y conmovido. Es una puerta abierta a la esperanza en nuestro arte, y en el ser humano. Es un fin, y a la vez un principio. El germen.
GERMEN
Texto y dirección: Laura Garmo Reparto: Lidia Guillem, Adrián Justel y Coral Ros Espacio sonoro y música original: Benigno Moreno Diseño de iluminación: Pilar Valdelvira Asesora de movimiento: Natalia Fernandes Escenografía y vestuario: Colectivo Germen Fotografía: Íñigo Sola Vídeo: Zero9 Producciones
Compañía: Colectivo Germen
TEATRO LAGRADA. MADRID
Visto el 9 de octubre de 2020
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