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'Federico en carne viva': el drama inconcluso de José Moreno Arenas


'Federico en carne viva' de José Moreno Arenas

Antes de entrar en materia, quizá fuese bueno o cuanto menos oportuno hacer algunas consideraciones previas que nos permitan contextualizar la magna obra que hoy vamos a tratar y que Estreno. Cuadernos del Teatro Español Contemporáneo nos regala en su número de Primavera: Federico, en carne viva. ¡Enhorabuena a la editorial norteamericana por acercarnos textos como este, que paso a comentar!


Convendría dejar claro la ruptura que la dramaturgia de Lorca supuso, frente a los moldes inmovilistas de aquel otro teatro, tan del gusto del público burgués de la época, al que poco o nada le interesaban los problemas sociales. Ese mismo “inmovilismo” llevó al teatro español de principios del siglo XX a un empobrecimiento que dio la espalda a los autores más “rompedores”. Valga como ejemplo de esa realidad fuera de su tiempo por sus planteamientos originales, su estilo brillante, la audacia y riqueza de su lenguaje, Valle-Inclán, frente a un Benavente adaptado a un público al que había que agradar, un Arniches con sus sainetes costumbristas o las comedias y entremeses de los Álvarez Quintero.


El teatro lorquiano es eminentemente poético, frente a un lenguaje un tanto anti-realista de Max Aub o Alejandro Casona.


Me pareció oportuno decir esto para poder afirmar que Federico en carne viva es también un teatro rompedor en muchos aspectos y en cuya obra se dan muchos de los elementos lorquianos: la muerte, el amor, el deseo, la libertad y ese regusto en la risa amarga, el drama lírico y cierto surrealismo que Moreno Arenas logra intercalar con el personaje de Buster Keaton.


Este “drama inconcluso” nos recuerda la inacabada Comedia sin título, en la que se interpela al público para proponerle su disolución. Elementos como la ambientación andaluza, la mujer y ese desenlace inacabado, cuando no trágico, son rasgos claramente lorquianos en busca de la verdadera esencia dramática, que resuelve con su exuberancia expresiva, su alto lirismo poético. De esa exuberancia expresionista de Federico, da buena cuenta en Así que pasen cinco años, en donde insufla a los personajes su propia personalidad múltiple; la de un espíritu que tantas cosas fue, en uno solo. Tuve la suerte de conocer en su casa de Puerto Rico a Victoria Espinosa, quien dirigió y estrenó esta obra, tan enigmática como premonitoria, con escenografía de Luis A. Maisonet.


José (Pepe) Moreno tiene, como Lorca, una vocación decisiva para el teatro, “médula de dramaturgo”, pero ahora nos manifiesta también su “médula poética”, su teatro “bajo la alcantarilla”, como aquel otro “bajo la arena” que pugnaba contra el arcaísmo convencional, fuera de la realidad, como ya comentamos al principio. “Hay que escarbar en el cálido y mullido jardín de los sentires” (2), nos dirá el autor en voz de Federico. Hay muchos e inevitables paralelismos entre esta obra nueva y distinta de Pepe, y gran parte de la de García Lorca: renovación, invectiva, compromiso… Una obra necesaria que no dejará indiferente al público ni a la crítica.


El teatro que conocemos de Moreno Arenas hasta ahora, ampliamente estudiado, difiere sin embargo de lo que ahora presentamos. Es posible incluso que haya un antes y un después tras este Federico, en carne viva. Se abre para el autor un horizonte de posibilidades nuevas y apasionantes que avivará, sin duda, el interés por su creación. El autor retoma de Lorca su “comedia inconclusa”, donde interviene el público, o la comedia andaluza de la Vega granadina, que aquí se refiere a Los sueños de mi prima Aurelia, en donde hay “cantaores” y, como en la obra que nos ocupa, aparece una reflexión sobre su Granada, las crónicas de su tierra natal, de la que formarían parte Doña Rosita la soltera o La casa de Bernarda Alba, cuya acción discurre en la Vega, en Valderrubio. Esta obra penetra en el ser pegado a la tierra, en el hombre que fue Federico, no en el mito al que encumbraron muchos de sus falsos deudos. Un ser de agua, de terrón, de pueblo, íntimo, cotidiano, con ese fondo de Vega, de rebaños y relinchos, de labradores que regresan del campo al caer la tarde, de viejas que van o vienen del rosario o mocitas que sueñan con sus príncipes y leen historias románticas para aliviar sus horas, romper el gris cielo de la monotonía para construir un mundo nuevo con escenarios distintos; otro teatro posible sobre el que transformar la realidad para ahuyentar el dolor de la soledad o del silencio. “Tengo una lluvia de risas de campesino para mi uso particular” (1).


Federico en carne viva es, sin lugar a dudas, una gran obra de teatro, una obra de autoridad, que –estoy convencido– bien podría haber escrito el mismo Federico García Lorca. “El teatro se debe imponer al público y no el público al teatro. Para eso autores y actores deben revestirse a costa de sangre, de gran autoridad…” (1). Este teatro “bajo la arena”, que aquí representa magníficamente José Moreno con una tapadera de alcantarilla, también personifica los amores perdidos, la turbiedad del amor, la homosexualidad en el teatro de Federico. Es un teatro verdadero, que busca lo íntimo en el espectador, su verdad comprometida, frente al convencionalismo o la hipocresía, por no decir el fingimiento. Es curioso cómo esta obra también nos habla de un amor imposible, el de Juan, al que Federico sabe que no volverá a ver, y que le llevará a la tumba. Un amor sublime que, como fuerza fatal, le arrastra hacia su trágico final. Moreno incluye este personaje de carne y hueso, que fue el último gran amor de Federico y a quien –ahora se sabe– esperaba (tenía solo diecinueve años, y por tanto era menor de edad) para marcharse con él de España. En este sentido, las palabras de Lorca son sumamente reveladoras: “Yo pienso mucho en ti y esto lo sabes tú sin necesidad de decírtelo, pero con silencio y entre líneas tú debes leer todo el cariño que te tengo y toda la ternura que almacena mi corazón” (1), como lo son, en parte, los Sonetos del amor oscuro, alguno de los cuales se cree dedicado al elegantemente discreto Juan Ramírez de Lucas; pero no faltan opiniones contrarias, que señalan a Rafael Rodríguez Rapún como diana de la dedicatoria. “No me dejes perder lo que he ganado y decora las aguas de tu río con hojas de mi otoño enajenado” (1). El rubio de Albacete es, en palabras de Moreno, la comedia imposibley pone en boca de Federico: “¡Dios…! Si no puedo acariciarlo, haz que mi alma deje de quererlo; si no puedo tener sus caricias, haz que su alma deje de atormentarme” (2).


La herida de amor de Federico permanece aún en Juan, su amor puro y ardiente, que sabiamente recupera José Moreno en esta obra y en la que entrecomilla algunos pasajes de la carta, que posiblemente fuera una de las últimas que escribiera el poeta, fechada el 18 de julio de 1936, “impregnada del olor que había dejado una flor de jazmín de la Huerta de San Vicente” (2). ¡El pobre Juan, quien se sintiera culpable de que Federico no se hubiera marchado de España, por esperarlo! Dice Federico a Juan: “Habla con tu padre y, una vez convencido, nos vemos en Madrid y nos vamos” (2). Y le dedica el famoso romance: “Aquel rubio de Albacete vino, madre, y me miró. ¡No lo puedo mirar yo!” (1). Recordemos que Margarita Xirgu llegó a cursar invitación a Lorca para que abandonara España, destino a México. “Juan es la Vega que habrá de dar cobijo a mi libertad plena… ¿Comprendes ahora, Margarita, por qué México tendrá que esperar…?” (2).


Pero volvamos a Federico en carne viva. Esta obra lo mismo puede ceñirse a un escenario de teatro cerrado que a un escenario natural, donde a buen seguro se adaptaría y donde yo particularmente la veo, como antítesis del teatro convencional, “bajo la alcantarilla” (ligeramente entreabierta), de la que sale Federico con una carpeta debajo del brazo y mirando en todas direcciones… o “bajo la arena”. Una obra riquísima en símbolos, que mezcla personajes de ficción con personajes reales, y que a todas luces es una obra claramente de inspiración, de esas que surgen en el sobresalto de la noche. “Su” Federico arremete contra el Federico-mito, que no deja de encorsetar al Federico-autor. Por eso surge este teatro, como necesidad vital; teatro para la vida y para la libertad: “Este es el verdadero teatro, el que está por llegar” (1). José Moreno está convencido de que la mejor manera de respetar al público es darle elementos para que reflexione: “Me voy y dejaré a este público sin final. Todos ellos se merecen que la obra no tenga final; han de aprender a pensar, a no dejarse arrastrar por lo que piensen otros” (2). Esta obra bien pudiera encuadrarse dentro del teatro surrealista, pero también en comedia imposible o ser musa para un nuevo escenario.


Varios personajes transitan la obra, además del propio Federico: Margarita Xirgu (que tiene entidad propia; no es para nada un personaje títere), Bernarda Alba, Yerma, Don Perlimplín, María Josefa, Pepe “el Romano” (fugaz intervención), Buster Keaton: “¡Federico, Federico…! Espérame… ¡Voy contigo!” (2). Bernarda es, desde luego, el personaje por antonomasia de las piezas costumbristas, y se enfrenta a Buster, que lidera el teatro surrealista; ambos protagonizan el choque inevitable de los dos teatros. El final, antológico, escenifica la metáfora del agua amarga que beben los personajes clásicos: “¡No! ¡Agua de este pozo, no!” (2). Bernarda acaricia el manillar de la bicicleta de Keaton y, pedaleando, se pierde por el fondo del patio de butacas. En otro momento de la obra, Margarita, en un intento desesperado por convencer a Federico de qué teatro ha de crear, comienza a representar el papel de Bernarda; y se encuentra con la respuesta de la Bernarda-personaje: “¡Impostora!” (2). Pero no tardará en dar cumplida cuenta la Xirgu: “Usted no es un personaje, usted es de carne y hueso” (2).


Con Federico, en carne viva, José Moreno Arenas pretende desmitificar a Lorca; al menos, esa parte que no es Federico, el que está encumbrado y cuya poderosa luz nos impide ver al genio, al humilde poeta o dramaturgo, el lado humano del hombre que alguna vez transitó por estos parajes, donde habitaba su musa; una musa que presiente debe abandonar en busca de otras regiones; y se marcha a Nueva York a buscar nuevas metáforas, donde empieza de un modo definitivo su surrealismo desde el inframundo, “bajo la arena”: “Bueno, su verdadero público es su verdadera obra…” (2).


Moreno desnuda al mito y lo hace de carne y hueso; nos muestra sus miedos, sus pasiones, sus deseos carnales: “Busco la comunión total…” (2); y en otro fragmento apostillará: “Soy poeta y dramaturgo, pero no confundamos… soy un ser humano, con las heridas a flor de piel, en carne viva” (2). Son muchos los párrafos en los que el autor hace hincapié en esta tesitura; por poner solo un ejemplo más: “Al encumbrar a alguien a la categoría de mito, se pierde su dimensión humana” (2).


Federico, como artista en el amplio sentido de la palabra, trata de cambiar el mundo, hacer que el mundo y los seres que lo habitan sean mejores.


A la tierra regresa Moreno a Federico, a la tierra madre que dio vida a sus personajes con ese tapiz de nieve que refleja el rojizo sol de la tarde, como un velo de novia manchado de sangre. Y en esa fertilidad de siempre, el poeta se encuentra consigo mismo en las calles de Valderrubio, entre las alamedas con cuchillos plateados, o en la fuente de la Teja, en un recodo del río Cubillas. Aquí encontró Federico sus emociones, dio rienda suelta a sus anhelos, a sus sueños y conflictos más íntimos, al genio que habitaba su interior. Esa misma Vega de Yermas, Bernardas y tantos otros personajes, de la que se despide: “Ya siento en mis carnes el frío acerado de la brisa de la sierra…” (2).


Hay, como ya se ha comentado, algunos aspectos que el autor quiere dejar muy claros. Yo quisiera también dejar los míos: tenemos una gran obra entre las manos, una obra poderosa, aunque como Moreno Arenas dice en voz del poeta: “¡Qué precio tan alto he de pagar por escribir un drama: tener que beber el cáliz de mi propia angustia sentimental, tener que vivir los entresijos de mi propio derrumbe emocional!” (2), un derrumbe que al final es angustia: “fluye por mi pena como un potrillo gozoso corta el viento” (2).


Esta obra, que firma “otro dramaturgo de la Vega”, me ha apasionado. “No sé por qué, pero he vuelto a la Vega” (2) con la luz del otoño a releer entre los chopos este texto y aquí he podido percibir toda su poesía entre el leve murmullo de las hojas de los árboles que repiten sin cesar un nombre: ¡Federico, Federico, Federicooooo…!


Notas:

(1) Texto de Federico García Lorca.

(2) Texto de José Moreno Arenas.


Federico, en carne viva, de José Moreno Arenas, en Estreno. Cuadernos del Teatro Español Contemporáneo, Vol. XLV, N.º 1 (Primavera 2019). Austin College (Sherman, Texas, U.S.A.).


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