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  • Foto del escritorAntonio Sánchez Trigueros

'El silencio', de José Moreno Arenas: Un abanico de posibilidades


Antonio Sánchez Trigueros

Catedrático de Teoría de la Literatura

Universidad de Granada


“El silencio, de José Moreno Arenas”, en La paradoja del dramaturgo, 2016.

Esperpento Ediciones Teatrales, Colección Teatro Español, n.º 12.

Madrid.


Los excelentes libros no están sometidos al rigor del paso del tiempo; las buenas ediciones desconocen las telarañas del olvido, el polvo de la intranscendencia. Por eso, años más tarde de que La paradoja del dramaturgo adornara por primera vez los escaparates de las librerías, aún brilla entre los anaqueles de mi biblioteca; y me he sentido tentado a reflexionar acerca de una de las obras que dan lustre a sus páginas: El silencio, de José Moreno Arenas, dramaturgo granadino al que sigo desde siempre.


Esperpento Ediciones Teatrales ha acertado con La paradoja del dramaturgo, ha acertado incluyendo en esta antología dedicada al creador y al personaje una pieza como El silencio, que regala a los teóricos del teatro todo un abanico de posibilidades para el estudio. Me fascina comprobar cómo José Moreno Arenas es capaz de ofrecer a los investigadores tal amalgama de opciones en solo un puñado de folios. Nos permite, desde una originalidad que asombra, resucitar el viejo contencioso que don Miguel de Unamuno ya utilizara en su inmortal Niebla. Pepe Moreno nos deja mudos y boquiabiertos ante una propuesta escénica de tanto peso específico, dando un paso más, como ya ha quedado argumentado, gracias a Federico, en carne viva, pero sin renunciar a la línea dramatúrgica por la que se ha hecho con un lugar de privilegio en el panorama escénico de hoy.


Nos permite, desde una exposición aparentemente sin pretensiones de gran calado, introducirnos en el apasionante mundo de las relaciones entre Dios y el ser humano. Muchas preguntas podemos hacernos ante el planteamiento del dramaturgo: ¿Se equivocó Dios al crear libre al hombre? ¿Puede seguir el hombre a Dios desde la sociedad del bienestar? ¿Puede arrepentirse Dios, tras experimentar él mismo los arrebatos del hombre, de haberlo creado con dichas pasiones?


Nos permite, desde una lógica sencilla y con una habilidad casi insultante, recapacitar sobre aspectos teóricos del teatro, lanzando un reto a los estudiosos, un ejercicio de rigor (que no de mera opinión) para intentar dar luz a la controversia diálogo/acotación, conocida también por texto principal/texto secundario.


Nos permite, haciendo gala de una inspiración inagotable, seguir disfrutando de finales de increíble fuerza teatral, guiñando el ojo por enésima vez a los expertos del metateatro con unos requiebros de difícil catalogación. La metateatralidad del último suspiro de El silencio es digna de un estudio: podríamos definirla como de metateatro infinito. Ahí queda.


Nos permite, por fin, desarrollar nuestra capacidad pensante como seres humanos, así como reflexionar sobre la soledad del creador, la soledad de Dios… Pero esto lo voy a dejar sobre la mesa, para una ocasión que no tardará en llegar: justo cuando se den a conocer El olvido y La soledad.


Desconozco si estamos ante los primeros acordes de una nueva etapa en la actividad artística de José Moreno Arenas. Desde luego, ruido de escritura hay. Aunque más que la apertura de una novedosa singladura, yo me atrevería a pronosticar que no, que el autor de Albolote se encuentra en un período de madurez absoluta y es capaz de integrar en su estilo, en sus formas por todos conocidas, cualquier sugerencia que su musa le inspire.


Mientras se deslía la madeja, disfrutemos de El silencio, que, paradójicamente, es un grito lastimero que no pudo dar nuestro autor antes de la caída del telón de Federico, en carne viva. Moreno Arenas no ha tenido más remedio que desprenderse de esos residuos anímicos de los que no pudo sacudirse entonces. ¿Por qué llego a esa conclusión? Dice el poeta de Fuente Vaqueros en un momento de Federico, en carne viva: «Qué precio tan alto he de pagar por escribir un drama: tener que beber el cáliz de mi propia angustia sentimental, tener que vivir los entresijos de mi propio derrumbe emocional». Y concluye El silencio con este lamento del Creador: «¡Que yo tenga que pasar este cáliz, Pepe…!». Sobran más comentarios.


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