Una cárcel es un no-lugar. Según Marc-Augé, creador del concepto, define los no-lugares como espacios intercambiables donde el ser humano permanece anónimo. Como los medios de transporte, cadenas hoteleras, supermercados… pero también campos de refugiados. O cárceles. Solo hay que fijarse en el proceso de entrada a una prisión cualquiera para comprender que se está entrando en otro mundo. En un no-mundo. Un control tras otro, el despojarse de teléfonos, carnés de identidad, objetos de todo tipo. Rejas. Más controles. Esperas. Vigilancia absoluta, ningún cabo suelto. Y dentro… Otra realidad.
Y sin embargo, en esta realidad paralela a la que vivimos el resto, hay cabida para muchas historias. Historias de ida y vuelta. Pasajeras, que no arraigan entre sus paredes y barrotes, pero cuya transitoriedad puede alargarse durante muchos años. Cinco, diez, veinte… Las historias del pasado se funden con su eterno presente, un presente estático, como anclado en el tiempo, en el que a pesar de todo… hay sitio para la poesía y la esperanza.
El cuaderno de Pitágoras con dramaturgia y dirección de Carolina África, nace de su experiencia real en la cárcel de Valdemoro como profesora voluntaria de teatro, y su investigación y profundización sobre el entorno que rodea a los presos, y los diferentes colectivos implicados en la maquinaria penitenciaria. A pesar de la aparente dureza a la que nos encaminaría este tema, la dramaturga es capaz de sacar el lado esperanzador, vitalista, la comedia desenfadada, sin renunciar a la cara amarga, enfangándose en claras reflexiones en torno a la reinserción social y los estigmas asociados a las personas que pasan por la prisión, tanto durante como después de su estancia.
Por ello, y gracias a una sensibilidad exquisita por parte de la dramaturga, el resultado es una comedia dramática fresca, ligera pero contundente. Un canto a la libertad entre rejas. A la capacidad del arte para transformar a las personas. Una reflexión sobre las decisiones y sus consecuencias, y sobre cómo la sociedad decide volver la espalda a una realidad, a la que prefiere confinar a un recóndito no-lugar, en el que sepultar sus miserias.
Este precioso trabajo dramatúrgico, viene acompañado de una labor de dirección notable, donde el texto fluye con naturalidad, la creación de espacios y el movimiento escénico son un gusto, con un ritmo teatral envidiable, y un empastado de todos los elementos de la puesta en escena, que conforman un espectáculo que funciona como un reloj, sin un altibajo, limpio, cerrado y redondo.
El elenco está fantástico al completo. A pesar de tener que realizar una serie de funciones con un intérprete menos a causa del covid, el trabajo de equipo es espectacular. Todos resultan verosímiles, cómicos y emocionantes. Su capacidad para pasar de unos a otros personajes, su sensibilidad, su vis cómica, su ternura y viveza para interpretar caracteres en situaciones tan especiales como son los presos de una cárcel, con sus vicisitudes y sus avatares, hacen del espectáculo un disfrute constante. El espectador no puede sino identificarse con los personajes, abrazarles, acompañarles en sus historias, y compartir sus estados de ánimo. El reparto se mete al público en el bolsillo desde el primer hasta el último minuto, gracias a su buen hacer, y a un innegable trabajo de elenco por parte de la dirección.
La escenografía es magnífica. Con una representación esquemática de una cárcel, pero desde el colorido, las diferentes piezas móviles aportan juego escénico, y un dinamismo en la generación de espacios y atmósferas, que imprimen al espectáculo un gran ritmo visual. El acabado escenográfico, asimismo, es de una gran belleza estética, además de funcional y sugestivo. Y qué decir de los audiovisuales, que son un apoyo fundamental, cuidado al milímetro, fusionado con la escenografía y la historia como si fueran una sola. A veces con detalles sutiles, a veces con efectos espectaculares (ay, esa playa…), su presencia constante suma matices impagables, combinados con un diseño de iluminación detallista que potencia un espacio escénico ya de por sí sugerente y hermoso.
Carolina África nos regala una vez más una historia llena de sensibilidad, alegría, regusto amargo y espíritu de lucha y resistencia. Su teatro es limpio y claro, fresco, sencillo y a la vez rico. Vitalista, positivo, sin renunciar a la denuncia y a lo amargo, pero con el acento en la esperanza y el futuro. El cuaderno de Pitágoras es un paso más allá, tanto en la dirección como en la dramaturgia, de una de nuestras creadoras más importantes del panorama escénico contemporáneo.
EL CUADERNO DE PITÁGORAS
Texto y dirección: Carolina África
Reparto: Manolo Caro, Emmanuel Cea, Gledys Ibarra, Helena Lanza, Ascen López, Jorge Mayor, Nuria Mencía, Pepe Sevilla y Victoria Teijeiro.
Escenografía: Ikerne Giménez
Iluminación: Sergio Torres (AAI)
Espacio sonoro: Nacho Bilbao y Pilar Calvo
Movimiento escénico: Elena López Nieto
Vídeoescena: Davitxun (AAI) y Néstor L. Arauzo
Ayudante de dirección: Juanma Romero
Ayudante de iluminación: Gustavo Segovia
Ayudante de vestuario: Tania Tajadura
Alumnas en prácticas: Lucía Mira-Marceli (URJC) y Ana Torres (ESAD de Castilla)
Fotografía: Luz Soria
Tráiler: Bárbara Sánchez Palomero
Diseño de cartel: Equipo SOPA
Realizaciones: Mambo Decorados (Escenografía), Sfumato Pintura escénica SL (Acabados), Taller Sol Curiel (Taller de arreglos y confección) y Maria Calderón (Taller de tinte y ambientación)
Producción: Centro Dramático Nacional
TEATRO VALLE-INCLÁN. MADRID
Visto el 3 de febrero de 2022
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