Hoy me estreno como testigo teatral. Este es el término que usaré a partir de ahora para definir mi labor en Pop Up Teatro, porque siento la necesidad de dejar claro que en ningún momento pretendo hacer crítica de nada de lo que aquí comente. Como creador, me resulta imposible hablar de un espectáculo con la objetividad que se le exige a un periodista especializado. Por tanto, me limitaré a reflexionar sobre mis experiencias teatrales a través de preguntas y divagaciones. Nada más, y nada menos.
Durante la semana del Orgullo LGTBI+ se representó en varias salas alternativas de Madrid una buena cantidad de obras repletas de personajes y conflictos ligados a dicho colectivo. No me gusta usar la expresión “de temática LGTBI+”, puesto que considero que no existen temas propios LGTBI+, sino enfoques y tratamientos. Y entre otras muchas propuestas, se pudo ver #Autotune en DT Espacio Escénico, un show unipersonal escrito y dirigido por Álvaro Prados.
Desde que leí la sinopsis tuve una agradable sensación de curiosidad y entusiasmo. #Autotune prometía mamarrachadas y brilli-brilli, y esto siempre es positivo. Además, todo apuntaba a que me encontraría ante una propuesta vinculada a la performance y al teatro posdramático, dos conceptos que en los últimos meses me han hecho vivir experiencias muy reveladoras, quizá porque estoy aprendiendo a ser su espectador. Y esto también es positivo.
Nada más empezar la función, Álvaro saludó al público con una forzada entereza que permitía entrever una fragilidad de lo más enternecedora. Sentí que el recurso dramático de mostrar la vulnerabilidad del personaje bajo una firmeza impostada funcionó. Mediante su presentación al más puro estilo de Gran Hermano (permitidme que para hablar de esta obra incluya alguna referencia a la cultura trash), acompañada de algunos poemas propios que recitó, mi mente comenzó a trazar un retrato de quién podría ser ese chaval que había venido a contarnos algo.
Quizá lo que más extraño me hizo sentir durante el espectáculo fuese que todo el público parecía conocer a Álvaro de una manera cercana. Especialmente lo pensé cuando varios amigos suyos salieron a leer algunos de sus poemas. De pronto, me sentía el protagonista de la canción Me colé en una fiesta de Mecano. Un completo voyeur en una reunión de antiguas pero buenas amigas. Incluso estaba allí su tía, a la cual aprovechó para saludar en mitad de la función. Y, una vez construida esa atmósfera tan violentamente familiar, en la pantalla comenzaron a proyectarse interesantes citas sobre la Teoría Queer intercaladas con vídeos de series de anime y de programas de "telebasura" con cierta fijación hacia Tamara, Yurena o Ámbar, como cada cual quiera llamarla. Todo esto, combinado con interludios de música pop que el actor y creador del espectáculo interpretaba de forma gratuita e incluso, se podría decir, caprichosa.
Esta mezcla aparentemente inconexa de zapping, karaoke y aforismos sesudos se tenía que tratar a todas luces de una provocación. O incluso de una jugarreta. Nada más sentarme en mi butaca ya intuí que me encontraría con algo de esta guisa. Ya me han generado esta sensación de desconcierto otros espectáculos como este. Sensación que, lo confieso, termino por valorar, agradecer e incluso admirar. En el transcurso de #Autotune mi extrañeza no paraba de ir en aumento. No lograba entender absolutamente nada. Y esa sensación de caos mental alcanzó su culmen cuando, de repente, Álvaro se quedó en un vestido corto de lentejuelas —que, por cierto, le sentaba fabulosamente— para seguir bailando y canturreando canciones archiconocidas por asociarse al universo LGTBI+. Entre ellas Like a virgin, de Madonna. Sin una razón aparente, Álvaro había convertido su show en una velada tras la cena de Nochebuena en la que un sobrino canta sus canciones preferidas mientras al resto de la familia se le cae la baba. “¿Pero por qué?”, me preguntaba yo continuamente. Ahora sospecho que la formulación de esta pregunta era su intención desde el principio.
Y entonces lo entendí todo. Insisto en que, a pesar de lo desconcertantes que me resultan estas experiencias, casi siempre me han obligado a reflexionar. Porque solo reflexionamos cuando las emociones se alteran. El teatro debe despertar emociones, y la rabia es una emoción. Y fue esa rabia la que me hizo plantearme: “¿Pero qué estoy haciendo aquí?”. Entonces recordé que el teatro tiene esta cosa milagrosa de someter al espectador, ya sea con una historia de fantasmas o con un desconocido bailando Mi gran noche de Rafael fuera de contexto alguno. Y resulta inaudito que esto suceda en pleno 2019, cuando somos incapaces de mantener nuestra atención en una sola cosa. Menos aún en una cosa que no nos interesa. Es casi heroico que el teatro logre sortear esta costumbre adquirida recientemente por culpa de la sobreestimulación. Lo que estaba viendo tendría un sentido o no, pero qué hermoso me pareció que el teatro fuese soberano y no me diera a elegir lo que realmente me gustaría ver. Me obligaba a ver algo que, en otras circunstancias, no me hubiese ni detenido a mirar. ¿No defiende precisamente eso la Teoría Queer? Visibilizar lo que no nos apetece ver. Lo que no interesa. Lo que algunos aún dan por hecho que no existe, porque una vez nos dijeron que no debería existir.
Lo reconozco, jamás me hubiera sentado a ver a este joven artista cantar con autotune una canción que, según dijo él, siempre había querido interpretar frente a un público que agitase sus móviles encendidos para sentirse una superestrella. “¿Y a mí qué me importa?”, pensé yo. Hasta que Álvaro, con mucho acierto, me dio una lección de sororidad al pronunciar un potente discurso sobre los cuidados entre los colectivos oprimidos. Quizá desde una ñoñería que no encajaba demasiado después de haber bailado y cantado como un virtuoso y fantástico mamarracho, pero con un mensaje demoledor: "Cuidémonos". Y cuidarnos, en muchas ocasiones, es también mirarnos, escucharnos, aguantarnos, sin la intención de obtener algo que nos interese, lejos de contemplar a las personas y las relaciones como objeto de consumo. #Autotune es el paradigma de lo íntimo, lo burdo, lo que debería pasar desapercibido, lo que deberíamos considerar vulgar, o incluso irrelevante. Es esa parte de lo teatral y de lo humano que no interesa. Y ahora no dejo de preguntarme por qué no interesa. No dejo de preguntarme por qué lo invisible es invisible, o por qué una parte del mundo prescindiría de la otra si pudiera; solo por eso, porque no interesa.
Desde entonces, creo que lo insignificante me ha empezado a interesar.
Creación e interpretación: Álvaro Prados
Audiovisuales: Celia R. Revert, Álvaro Prados
Iluminación: José W Paredes
Asesoramiento vocal: Davis Rodríguez
Gráficos: Davis Rodríguez
Agradecimientos: Alberto Cortés Ruiz, Noemí Luz, Iris Dekker, Carina La Debla
DT Espacio Escénico, Madrid Visto el 29 de junio de 2019
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