Hace unos días, de tertulia teatral con una compañera actriz, definí un espectáculo como “honesto”. —¿A qué te refieres con “honesto”? — preguntó. Y no supe bien qué contestar. Tras darle unas vueltas, llegué a la conclusión de que el teatro honesto, en mi propia jerga, es aquel que cumple lo que promete. Que habla de lo que quiere hablar. Que no es presuntuoso, ni pomposo, ni juega a ser profundo cuando su fondo es banal o superfluo. Es un teatro limpio, y que a la vez se ensucia en el lodo, que se abre las carnes y da lo que tiene desde el respeto a este arte y a esta profesión. Es el teatro sincero y necesario. Pues Ancestras, es teatro honesto con todas las letras.
Ancestras habla de nuestras predecesoras. De las madres, abuelas, bisabuelas… De sus vivencias, de sus triunfos y sus derrotas. De su huella en nosotros. De los vínculos entre vejez y niñez. De su tiempo, su espacio y su palabra. De sentarse a escuchar, ver y sentir. Ancestras es una obra de autoficción, firmada en dramaturgia y dirección por Mireia Salazar Campoy, en la que es imposible no verse reflejado en algún momento. Todos tenemos ancestras, todas hemos vivido en una forma u otra las imágenes que la obra nos presenta. Es un espejo al que mirarnos, con ternura, y también con crudeza.
Porque el montaje no se anda con medias tintas. Refleja a nuestras predecesoras con delicadeza, cariño y amor inmenso, pero también con dureza, violencia y desgarro. Es retorcernos las entrañas con una caricia de abuela. Es estirarnos el cachete hasta llorar, y no siempre de dolor. Las imágenes que propone la directora son muy potentes, directas y generosas. Es un trabajo fino en lo estético, y entregado en el fondo. Es un tiovivo sin pausa que transita entre la añoranza y el dolor, la alegría y el abismo. La dirección, desde una estructura dramática original, realiza un uso inteligente del ritmo escénico, introduciéndonos en el mundo del recuerdo, del pasado, de la vejez, con un tempo lento propio de las últimas etapas de la vida, pero tan cargado de emoción y sentimiento, que hace que el ritmo no decaiga en ningún momento, sino al contrario, que vaya a más a lo largo de la obra.
Y en buena medida, el espectáculo termina de ser redondo gracias al enorme trabajo de las actrices. Eli Zapata, Fátima Cué y Esperanza García-Maroto, despliegan todos sus recursos escénicos, desde un trabajo muy físico, construyendo unos personajes cercanos, tiernos, por momentos cargados de comicidad, y en otros instantes desgarrados, desde la contención. Es imposible no estar con ellas de principio a fin.
Todo ello apoyado por un espacio escénico minimalista, pero que funciona a la perfección. Con muy pocos elementos, que además aprovechan sobremanera un espacio tan singular como es el Umbral de Primavera, las imágenes planteadas en el montaje cobran aún más fuerza, con una estética sencilla pero sugerente, cuidada y evocadora. Asimismo, los espacios lumínico y sonoro aportan en todo momento, sumando calidades, y ayudando a crear otro de los puntos fuertes del espectáculo, que es la atmósfera que se respira desde que se entra a la sala, y que acompaña, evoluciona, y se transforma a lo largo de la pieza.
Cuando me senté en la sala, se apagaron las luces y comenzó la obra, no pude evitar pensar que no tenía el cuerpo para una obra de este género. Mi cerebro, agitado por un día movido, necesitaba acción, y se resistía a la templanza, el sosiego, la experiencia y la emoción que el montaje planteaba. Pero sucumbí. Y acabé entregado. Porque ante un espectáculo tan bien trabajado, tan especial, tan respetuoso, y sí, tan honesto, no queda sino rendirse, sumergirse y abrazar a nuestras Ancestras.
ANCESTRAS.
Dirección: Mireia Salazar
Ayudante de dirección: Paula Cueto
Actrices: Fátima Cué; Eli Zapata y Esperanza García-Maroto
Escenografía: Valeria Fieschi
Diseño sonoro: Raquel Martínez
Iluminación: Jaione Azkona
Poemas de: Marta Mar
doproducción: Calatea y La Praga
EL UMBRAL DE PRIMAVERA. MADRID
Visto el 08 de junio de 2021
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