top of page
  • Foto del escritorRedacción

Crónica del 07 de julio de 2017, cuarto día de la 34ª Feria de Teatro en el Sur

Una feria es un lugar al que se va a mostrar y vender, esto es algo en lo que he venido insistiendo todos los días, incidiendo en uno u otro aspecto. Más abajo contaré la anécdota completa pero valga como adelanto esto que me sucedió por la noche, cuando la feria estaba terminada y le dábamos el remate tomando una copa. Se me acercó un borracho que jugaba a hacer de entrevistador y me preguntó: "¿Qué tal la feria?". "Bien…" respondí educadamente para aburrir al tipo sin ser desagradable; "Ya, ¿pero cuántos contratos has firmado?", me preguntó. Ése es, finalmente, el indicador más objetivo de lo bien o mal que te puede ir la feria. Desde luego hay indicadores menores: que le guste tu espectáculo a los compañeros del gremio, que algún programador te sonría o que un director te comente que sería estupendísimo colaborar en algún proyecto… pero el único indicador de primera categoría es ése: el cierre de contratos. No estaría de más que se desarrollara algún mecanismo para que a lo largo del año se pueda controlar cuántos contratos se cierran a partir de la feria; cuántos de los espectáculos mostrados son contratados por los programadores invitados: esto es algo controlable, no daría como resultado una imagen absoluta de los beneficios de una feria teatral pero sí desde luego aportaría datos de interés.


Flamenclown

Flamenclown

El día comenzó con Flamenclown, de la compañía Laura Vital, una juerga flamenca y pedagógica que puso al público en pie para bailar. Si en un teatro a las once de la mañana nos entusiasmó, apuesto a que en una velada en la plaza del pueblo este espectáculo tiene que ser una gozada absoluta.

Seguidamente, en la Sala Juventud acudimos a la representación de El teatro más pequeño del mundo, de la Compañía Ana Santa Cruz, una suerte de sketches protagonizados por títeres compuestos a partir de las manos de la titiritera. El espectáculo apuntó buenas maneras pero, al menos en este pase, no se culminó con buena fortuna.

Antes de irnos a comer nos tomamos el aperitivo en la clausura de la exposición de títeres de Búho Teatro, compañía sevillana con más de treinta años a sus espaldas. Fue un acto feliz: se trata de una compañía querida y admirada, y acompañarlos en un homenaje en que su trayectoria se lucía con títeres de distinta factura, resultó excelente para abrir boca ante lo que la tarde nos tenía preparado.


Souvenir

Souvenir

Los espectáculos vespertinos fueron dos excelencias:

La factoría Echegaray es uno de las iniciativas de producción públicas más prometedoras del panorama. Miguel Gallego, director del teatro malagueño, y su equipo están impulsando el teatro de su ciudad y por ende de toda la comunidad con un concurso de producciones que ojalá imiten pronto teatros municipales de todo el país. El primer espectáculo de la tarde, Souvenir, es una pieza preciosa que nace de esa factoría y camina de la mano de Feelgood Teatro, la compañía de Fran Perea, veterano actor y director novato que se estrena exitosamente con esta obra. Souvenir es un canto a la singularidad, a la amistad y el amor a través de un caso real de hipermnesia. El texto de Pablo Díaz es de un lirismo medido, salpicado de buen humor y justo drama: un caramelo que, como ya decíamos, Fran Perea explota con inteligencia y sensibilidad. La escenografía de Dita Segura y Juan Heras (Dinamita Producciones) es un viaje retrofuturista al interior de la mente: cualquier fotografía del espectáculo da cuenta del acierto de esos grandes artistas.


Ahora todo es noche

Ahora todo es noche

En el Teatro Coliseo, a eso de las 21:00 se abrió la tierra con un terremoto emocional y antiguo: La Zaranda, con su espectáculo Ahora todo es noche, removió los cimientos, todos los cimientos: desde los que nos componen como sociedad hasta los que nos sostienen como personas. Aquello fue una maravilla brutal, un grito luminoso, inteligente y sensible que debe escucharse todo el rato en todas partes.


Lope que te parió

Lope que te parió

Después de picotear algo apresuradamente, deshaciendo la insólita maraña emocional que La Zaranda nos había instalado detrás del pecho, corrimos a ver Donde mueren las olas, un espectáculo de corte circense con algunos magníficos aciertos que no están, a mis ojos, adecuadamente ensamblados ni potenciados. La última representación de la feria fue Lope que te parió, de Malaje Sólo. El cansancio que arrastrábamos era el imaginable: no había espectador que no estuviera saturado de tanto teatro, y acudir a la una de la mañana a la Casa de la Cultura a ver otra obra daba un poquito de pereza, francamente. Y sin embargo, eso estaba que no cabía un alfiler: en Palma del Río ya se conoce el bien hacer de esta compañía. Yo no los había visto nunca. A lo largo del primer minuto pensé "¿pero qué está haciendo esta gente?", los aproximadamente sesenta y nueve minutos siguientes no paré de reír mientras me soltaban píldoras didácticas sobre el Siglo de Oro. Es un espectáculo que debería recorrerse todos los festivales de teatro clásico porque tratan a nuestros autores áureos con tan poca vergüenza que mucho erudito estirado aprendería que el teatro no es académico sino popular, que el teatro no es arqueología sino actualidad, y los dos gamberros que destrozan respetuosamente una obra de Lope y otra de Calderón ofrecen una lección de saber hacer que debe ser atendida.

Y luego, como cada noche, fuimos a brindar al pub de la hospedería, esa noche atestado de jóvenes lugareños y protegido por guardias de seguridad hormonados y groseros. Allí, como avanzaba al comienzo, un borracho empezó a hacerme una entrevista que él encontraba divertidísima y para mí era una lata: estaba charlando con mis amigos y me molestaba un poquillo interrumpirme por las chorradas de alguien que se había tomado una copa de más. Le di coba con amabilidad y moderación, deseando que se aburriera y me dejara en paz. Me salió más o menos bien: se hartó de hablar conmigo pero pasó a entrevistar a una chica que estaba en mi grupo. En esto, que se me acerca una amiga para despedirse y le dice al borracho: "Adiós, Gaspar". Me acerco a esta amiga y le pregunto: "¿Quién es éste que me ha dado la grande hace un momento". "¡Gaspar!", respondió mi amiga como si yo hubiera preguntado una obviedad. "¿Qué Gaspar"” insistí. Incrédula, ella respondió: "¡Gaspar, de La Zaranda!". Y él, que había pegado la oreja, añadió: "es que con sombrero no se me reconoce" y al quitarse fugazmente el gorro mostró una calva luminosa e inconfundible. El grupi que llevo dentro emergió como un géiser y él, sonriente, se despidió con un "así es como verdaderamente se conecta" y se fue a seguir simulando con magistral interpretación que era un borracho que entrevistaba. ¡Ay, madre! ¡Qué tonto me sentí!


Lorca, la correspondencia perdida

Lorca, la correspondencia perdida

A la mañana siguiente, el sábado, se hizo público el fallo del jurado. Mucha gente no sabía que había jurado pero sí: en la feria se da un premio al mejor espectáculo. Este año ha recaído en Lorca, la correspondencia perdida, de Histrión Teatro. El jurado ha dado además una mención especial a Ahora todo es noche, de La Zaranda –donde actúa un amigo mío, íntimo- y un premio especial ex aequo para Wake App! de Zen del Sur y Hay cuerpos que se olvidan, de Dos Proposiciones Danza. Estos premios son meros reconocimientos: no conllevan aporte económico y ni siquiera una estatuilla o pisapapeles, pero son como muelles para la carrera de los espectáculos galardonados, que reciben un impulso que puede traducirse en bolos.

Al dar un último repaso a la programación de la feria no se puede sino señalar el acierto en la selección: he visto casi todos los espectáculos y la mayoría me han parecido muy buenos. No obstante, me surge una duda: ¿todos los espectáculos que he visto necesitan venir a una feria para vender? Supongo que sí… pero no negaré que al pensar en compañías gloriosas y glorificadas como Atalaya o La Zaranda me surge la duda. Como espectador he agradecido mucho su presencia, ¡muchísimo!, pero no sé, y verdaderamente no lo sé, si esas compañías se benefician notablemente de su paso por las ferias teatrales o si bien son invitadas para dar caché, como quien dice, a la propia feria. Si se benefician claramente de su paso por estos escenarios, bienvenidos sean y que pasen muchos más. Si apenas se benefician pero su presencia se requiere para dar notoriedad a la feria, personalmente tuerzo el gesto: una feria no es un festival. Soy espectador habitual de los escenarios andaluces y conozco espectáculos de gran calidad –Valdelomar sin fin, de Licaón Teatro; Felicidad, de Tenemos Gato….- que se han quedado fuera (doy por hecho que solicitaron participar en la feria; en cualquier caso, los ejemplos citados son solo eso: ejemplos). Si no han podido entrar por el sencillo hecho de que no hay sitio para todos los que lo solicitan, no hay más que hablar por mi parte porque, como ya he insistido, la programación me ha parecido loable; pero si se han quedado fuera porque algunos de los preciados huecos estaban siendo ocupados por espectáculos premium a los que el cometido de la feria ni les va ni les viene… ya digo, en ese caso tuerzo el gesto.

De cualquier modo, el sábado salí de Palma del Río más feliz que cansado, y mira que iba hecho polvo. Han sido cuatro días de buen teatro en los que me he reencontrado con grandes amigos, he conocido a gente que ya quiero volver a ver y he evitado con facilidad a los tóxicos que hay en este mundillo. Quede constancia de mi gratitud y felicitación a la organización y, como dije en alguna crónica anterior, esperemos que la feria crezca hasta alcanzar los niveles que tuvo, y aun los supere. Dios lo quiera pero, sobre todo, que la Junta de Andalucía lo quiera y lo propicie con bendito presupuesto. Así sea.

74 visualizaciones
bottom of page