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  • Foto del escritorNacho León

'El Rey Lear y yo': Grandeza del teatro textual



El rey Lear y yo

La Sala Arapiles 16, es un magnífico espacio para ver teatro. La antigua sala El Sol de York, ahora gestionada por la UNIR, tiene la comodidad de una sala de cine, que se conjuga con una sobriedad que nos introduce en un ambiente de respeto profundo al hecho teatral. Y este respeto se traduce también en su programación, consistente principalmente en producciones propias de gran calidad, con una apuesta firme por el Teatro de Texto, en mayúsculas. Si en La sesión final de Freud, la palabra y la interpretación de los actores tomaba el protagonismo absoluto, en El Rey Lear y yo se continúa este camino, eliminando lo superfluo, yendo directamente a lo esencial del arte teatral (al menos en un sentido general): el actor y el texto.

El Rey Lear y yo nos presenta a un actor con una deuda pendiente con la obra El Rey Lear, que con ayuda de su compañera, se propone solventar. Esta deuda no es solo artística, sino vital; un reflejo y homenaje al trabajo del actor, que hace de su profesión su forma de vida. La obra, discurre entre dos acciones paralelas y simultáneas; la de la obra de Shakespeare, y la de la vida de los actores. Ambas se entrecruzan, se superponen, y se retroalimentan la una a la otra, acercando la obra del autor inglés a nuestros tiempos. Con pocos elementos escenográficos, los justos, y una iluminación sencilla, que apoya la acción, todo el peso del espectáculo recae sobre los actores, y el texto, tanto el de Shakespeare como el de Manuel Calzada, que genera un contraste en el lenguaje, pero una cercanía en la sensibilidad mostrada por el autor para reflejar las emociones y los sucesos de los personajes en esta historia.

Los actores, siendo el núcleo fundamental de este montaje, están enormes, con mención especial a Helio Pedregal, que si interpretando a Freud hacía gala de una tremenda energía contenida y dosificada en pequeñas porciones de parlamentos envenenados, en Lear esta energía se desborda de forma impresionante, como un caudal inagotable de la naturaleza, llenando todo el escenario con su presencia y su profunda voz. Dicen que un actor, si se mantiene en activo durante toda su vida, conforme envejece se hace mejor intérprete, por la acumulación de experiencias de los años vividos, y las tablas adquiridas. Es por esto, justamente, que ver El Rey Lear y yo es una auténtica delicia, pues asistimos a un trabajo actoral impecable y conmovedor, cargado de sentimiento, intensidad y pasión por este arte.

Es pues este montaje un derroche de buen gusto, a pesar de sus referencias escatológicas, en todos los aspectos del montaje teatral. Sin ningún tipo de parafernalia, la obra se nos presenta clara, sin retorcimientos innecesarios, y directa, con un ritmo que alterna lo frenético con pequeños silencios cargados de significado, llegando a tocarnos en lo profundo, especialmente a los que nos dedicamos a este bello arte de la interpretación. Con un buen texto, unos grandes actores, una inteligente dirección, y un gran respeto y pasión por el teatro, no es necesario nada más para completar una función redonda de principio a fin.

EL REY LEAR Y YO

Autor y director: Manuel Calzada

Intérpretes: Helio Pedregal y Begoña Valle

ARAPILES 16. MADRID

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