Nada que objetar
- Redacción
- 31 ene 2017
- 3 Min. de lectura

Ya las muchas puertas del escenario anticipan que ésta será una comedia clásica, de las de entradas y salidas, de las de encuentros y (des)encuentros, de las de mucho aquí te pillo y poco aquí te mato, de las de hacer algo – parafraseando a Alaska - superficial y vulgar.
Va a ser una comedia previsible y fabulosa. Y no, no es malo. Ni mucho menos
Ya el título, La madre que me parió, permite deducir que no estamos ante Ibsen y Chejov; y ni ganas, que no hace ni falta. Ana Rivas y Helena Morales saben muy bien el tipo de comedia que han escrito, la más difícil de escribir, la comedia realmente popular, esa que arranca a la gente de la contemplación ensimismada de Cristiano Ronaldo y Belén Esteban. Por si fuera poco, el director , Gabriel Olivares (Burundaga, El nombre) ha demostrado con creces que sabe exprimir el zumo y hacer brillar con ritmo, estructura, silencios y descaros a estos textos y sazonarlos de dimes y diretes, disparates y tópicos, desplantes y retruécanos, guiños y complicidades.

Solo un mal reparto podría desequilibrar fatalmente éste (dificilísima de escribir, repito) relato de madres e hijas que se buscan y encuentran y, mucho me temo, que no es, irremediablemente, el caso. El elenco, cuajado de caras populares, es poco menos que invencible.
Esperanza Pedreño y Marisol Ayuso, son, cada una en su estilo, auténticos todoterrenos, capaces de todo y más, como (de)muestran en sus deliciosos papeles de madre cabreada e hija ilusa; por su parte Juana Cordero se da un homenaje dejando suelta su vis cómica de madre enrrollada de hija “sueltecita”, una Natalia Hernández que entrega una interpretación exacta sin recursos fáciles; Ana Villa ofrece una novia con el grado justo de desconcierto, inocencia y determinación que pide el personaje; Paula Prendes concede encanto y dureza que toca dar a su ejecutiva desubicada tanto por la situación como por su propia madre, una señora de toda la vida desopilante bordada por Aurora Sánchez y, solo frente a todas, Diego París les ofrece un inmejorable contrapunto clownesco llevando a cabo, con la gracia contenida de un sexto hermano Marx, la imposible conversación con un teleoperador de una compañía telefónica.

Convenciones sociales puestas en duda, humor cercano, risas y resbalones, lugares comunes reutilizados, tipos y personajes reconocibles y reconocidos. Ritmo, oportunidad y precisión en la puesta en escena y, por si fuera poco, canciones nada sospechosas (Boys, boys, boys, Ave María, Mi gran noche, Estoy bailando, la omnipresente Rafaella Carrá) y bailes alborotados cuajan esta magnífica fiesta.
A la salida un grupo de espectadores bajamos hasta Sol, cerré el pico y puse la oreja. Los comentarios no podían ser más reveladores, unos recreaban aquella escena, este diálogo, aquel desplante; otros emitían juicios y sentencias: "Ha merecido la pena", "Así, sí"; "Luego dicen que la gente no va al teatro, si todas las obras fuesen como ésta…"; "¡Cómo he desconectado!"; "Esto es lo que hace falta: echarse una risas que para penas ya está el Telediario"; "Te vuelves a casa feliz"; "¡Que buena idea hemos tenido!"...
Y, a la madre que me parió pongo por testigo, que nada hay que objetar.
LA MADRE QUE ME PARIÓ
Idea original: Ana Rivas
Autoras: Ana Rivas y Helena Morales
Dirección: Gabriel Olivares
Intérpretes: Marisol Ayuso, Juana Cordero, Natalia Hernández, Diego París, Esperanza Pedreño, Paula Prendes, Aurora Sánchez y Ana Villa
Producción: Órbitamedia
Producción ejecutiva: Antonio Tejero
Ayudante de dirección: Venci Kostov
Escenografía: Anna Tusell
Ilumunación: Carlos Alzueta
Diseño de sonido: Tuti Ferández
Vestuario: Tvist
Gerencia y regiduría: Carmen Herrero
Consultoría: Nadia Corral
Diseño de animaciones: Lalivingston
Técnico de iluminación y sonido: Félix Gontan
Fotografía: Paula Lupiañez
TEATRO FÍGARO ADOLFO MARSILLACH. MADRID
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