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'Gertrude Stein no es el nombre de un piano' de Francisco Javier Suárez Lema


Gertrude Stein no es el nombre de un piano

Decía Gertrude Stein que en la mañana hay significado y en la noche sentimiento. Lo decía en una época demasiado grande para definir a una persona, demasiado convulsa para simplificar un gran personaje literario. Admiradora del mariscal Petáin, apoyó públicamente a Franco y dejó constancia de un tímido racismo, mientras impulsaba decisivas tertulias, aumentaba su colección de arte y decidía los comienzos de la literatura modernista. Hija de judíos adinerados durante la victoria nazi, amó a Alice Toklas y fue reconocida como dramaturga, poeta y novelista de vital importancia. En definitiva, un sinfín de luces y sombras a las que muchos han llegado desde la complejidad de su mañana, pero a la que pocos han conocido desde la inmensidad de sus noches.

Dice Selma en Gertrude Stein no es el nombre de un piano: “Está sobre la mesa el tema del supremo compromiso moral de los escritores”. Se trata ésta de una obra que estudia de forma severa nuestro compromiso frente a la sociedad, ese otro yo borgiano con el que se ve obligado a convivir el autor tan a menudo, su parcela externa y su sentido íntimo, un encuentro por el que todos han derramado tinta y del que muy pocos han salido sin su cosecha de cinismo.

En Gertrude Stein no es el nombre de un piano asistimos a la lucha de una escritora contra sí misma, una “intelectual comprometida y de izquierdas” que habla sola mientras ve cómo un hombre quiere acabar con su vida en el edificio de enfrente; la gran novelista que aguarda el resultado del premio Nobel en un hotel de Estocolmo, ganadora en todas las apuestas y cuyo editor sólo busca convertirla en viral para lograr su ansiado puesto político; la mujer que cree recibir información telepática y ve visiones, mientras sus libros se venden por millares tras haber sido fotografiada junto a la tumba de Gertrude Stein mientras presentaba su obra Los impostores, en la que arremete contra el Ramadán; la excusa utilizada con cauces políticos, que ve cómo la ultraderecha de media Europa la defiende mientras un grupo terrorista ansía su cabeza. Una obra sobre la educación, la naturaleza del artista y los fundamentalismos religiosos, crítica con ciertos pilares de una sociedad basada en el miedo.

En Gertrude Stein no es el nombre de un piano existen dos partes bien diferenciadas: en la primera de ellas conversamos con el germen de sus conflictos, con Selma y su editor, con su madre, el ataque de sus lectores o la relación entre Hombre y Mujer, evocados al tema del suicidio como máscara con la que evitar una realidad mayor: la de la supervivencia. Toda la obra es una inteligente preparación para la segunda de sus partes (más concretamente para los impresionantes cuadros 9 y10), donde saltan sobre la mesa las cuestiones que liviana e inteligentemente se han sugerido, materia para el debate de las dos grandes protagonistas de nuestra historia: Gertrude Stein y Selma, espejo y reflejo, respectivamente.

En Suárez Lema vemos cómo la calma domina cada una de sus piezas, la paciencia, un exacto control para imbuirnos en un mundo descontrolado del que no salimos ilesos, porque es aquel que hemos construido. Todo transcurre sin celeridad, con la atención plena al decoro conversacional, para asestarnos más tarde y de forma inesperada el golpe definitivo. Así lo demostró en Caballo negro sobre fondo negro (I Premio Lanau de Nueva Dramaturgia, Luhu ediciones, 2015), donde atendía a la cínica conversación de una pareja con el trasfondo platónico del bien y del mal. Así ocurrió en Lejos de cualquier arponero (Ediciones Invasoras, 2016), donde otra pareja podía sentarse durante un falso picnic para ver cómo despegaban misiles, como quien acude a un entorno idílico a media tarde. Siempre la locura aparece en boca de sus personajes, pero sólo en el plano de la apariencia, engaño con el que todos convivimos. Será el personaje de Hombre quien dicte de forma más clara su tesis en la pieza: “¿Nos encontramos ante un nuevo tipo de intelectual: el que tira la piedra y esconde la mano?”

Gertrude Stein no es el nombre de un piano se alza a comienzos del presente año con el Premio Internacional Iberescena “Memoria de los caminos”, un texto ambicioso que analiza concienzudamente el valor de nuestra memoria, el del compromiso real y los motivos que llevan a un creador a ser fiel consigo mismo. Una obra que exclama el mundo que hemos conseguido a nuestro pesar, que parte de la fantasmagoría para adivinar la veracidad de nuestros actos.

GERTRUDE STEIN NO ES EL NOMBRE DE UN PIANO

Autor: Francisco Javier Suárez Lema

Premio Iberescena 2016

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