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Aquel tipo, aquel Mihura



Yo no sé lo que soy. Unos días soy poeta; y otros gracioso; y otros cínico y otros no soy nada. Y los días que no soy nada respiro más feliz. Miguel Mihura (1953)

Sepultado por el surtido de fastos, cachondeos y juerguecillas varias organizadas al socaire de la Obra Inmortal (ya saben cual), ni siquiera su centenario obtuvo la menor mirada. Quedó, claro, desportillado en las cunetas del Reconocimiento Público y recibió la sonora conmemoración del silencio e indiferencia.

Extraño tipo aquel Mihura (si, con "h"); escritor y dramaturgo , leyenda del teatro, causa sin rebelde, de la eternidad a aquí, no deja de estar presente, como las golondrinas, como las bicicletas cada verano, en las corralas del foro.

Gran tipo aquel Mihura. Criado en ambientes teatrales y faranduleros y, sin ceremonia ni predestinación, no se le ocurrió jamás que su vida pudiera transcurrir por otros lares que los erráticos y desordenados vericuetos artísticos.

Además, como tenía talento para el humor que utilizó para meter en vereda sus tempranas melancolía y cinismo. No confundir con hipocresía. El cinismo implica lucidez y solo está al alcance de unos pocos elegidos. La hipocresía está a mano de cualquiera. De hecho es prerrogativa y patrimonio de mediocres. Si no me creen, comprueben, miren sino a su alrededor.

Bajo la hégira de los enormes Gómez de la Serna y Jardiel Poncela supo convocar a su vera a un puñado de personas afines con su sentido del humor (López Rubio, K-Hito, Tono, Neville). A todos ellos, los que saben (los que dicen que saben) tuvieron a bien etiquetar (imaginativamente) como la "Otra generación del 27".

Ejercieron un humor -sagaz, sutil, abarrotado de inteligencia, engañosamente inofensivo y limpio de estridencias- no apto para todos los públicos. Mediante el manoseo y manipulación de situaciones, estereotipos y convenciones socialmente aceptadas (es decir, lo que hoy en día se llama, con aséptico eufemismo, "corrección política") revelaban el tedio y hastío que anidaba y germinaba en sus corazones.

Publicaron allá donde y como pudieron. Crearon un linaje de revistas de humor (Muchas gracias, Gutiérrez, La ametralladora y, especialmente, La codorniz), cuya estirpe llega hasta hoy: El papus, Hermano lobo, El jueves, Mongolia.

Raro tipo aquel Mihura. Durante una larga convalecencia, acribillado de soledad, tristeza y lucidez, escribió en 1932 Tres sombreros de copa. Como quien no quiere la cosa, a partir de la premisa de un personaje irremisiblemente condenado a la mediocridad que, a pesar de quedar deslumbrado, no sabe aprovechar un inesperado fogonazo de felicidad, aquel Mihura crea una obra maestra, acribillada de disparate y melancolía, amargor y ternura (no el sucedáneo sensiblero, superficial y cursi que, como tal, se consume habitualmente).

Queda dicho que la obra es maestra y, como tal, sufrió el destino reservado a los clásicos: fracaso e incomprensión en su época. Reconocimiento tardío, pasto de eruditos, minorías y doctorandos, lectura obligatoria en COU (entra en Selectividad) e indiferencia del público lector.

Aún así, aquel Mihura no se rindió, siguió escribiendo para el cine como guionista (cabe destacar su aportación a Bienvenido, Mister Marshall del gran Berlanga) y adaptador del cine de filiación marxista (facción Groucho, no Karl, no se me asusten). Don Miguel bordaba, en particular, la españolización de los diálogos de Hermano Harpo).

Escéptico tipo aquel Mihura. Poco le afectó el fracaso e, indiferente y sensato, acertó a embridar su humor para ahormarlo al paladar del público, encadenando, en los años 50 y 60 del siglo pasado, una ristra de veinte estrenos teatrales de éxito abrumador, entre los que cabe destacar Sublime decisión, Maribel y la extraña familia (que escandalizó a bienpensantes por ser prostituta la protagonista), Melocotón en almíbar (que escandalizó aún más por ser monja la protagonista) y Ninette y un señor de Murcia.

El éxito, claro, ni mejoró la opinión que se tenía de Mihura ni le ganó la aprobación social.

A aquel tipo, a aquel Mihura, se le acusó de misógino, cuando solo fue un misántropo (respetuoso y comprensivo, eso sí, con miserias y ruindades propias y ajenas); de descreído por desencantado; de extravagante por no salirle de las narices (disculpen la inexactitud pero las Normas de Estilo de la Política Corrección me obligan a ubicar en la pituitaria el apéndice corporal que completa la expresión) customizarse (como con horrible neologismo anglosajón se llama ahora al aborregamiento).

Quizás, aquel tipo, aquel Mihura siempre supo que la sociedad que le tocó vivir (como la nuestra, como todas) no era más que un circo, y que a él, que quiso ser acróbata, le tocó en suerte ser un payaso.

Y solo los payasos poseen la suficiente lucidez, para apreciar el valor y la impostura que supone maquillarse a diario. Tengo para mí, que, quizá por eso, por su enorme sinceridad no consigan contagiar alegría, sino un poso inabarcable de soledad y tristeza.

Como aquel tipo, como aquel Mihura.

Es mi opinión y yo la comparto.


Luis de Luis Otero

Periodista corporativo en su otra vida; en ésta, zascandilea allá donde puede y le dejan. Crítico de la escena en Pop Up Teatro. Editor de libros sobre Ramón Gómez de la Serna (Ramón dibujante, Postales y El arquitecto fantasmagórico para el Centro de Arte Moderno. Socio fundador de la semiclandestina Compañía Larramoniana, dedicada a la memoria de Mariano José de Larra y del citado Ramón. Miembro del Círculo Holmes, participa en sus boletines y anuarios así como en la edición de monográficos y antologías sobre la creación de Sir Arthur Conan Doyle. Crítico de literatura para la revista Prótesis. Tertuliano en los Sábados Negros de la librería Traficantes de Sueños. Crítico literario y gastronómico de la revista CSIF - Correos y entusiasta participante del periódico El Eco de la Costa, sobre el ficticio país Santa Luz, del que es embajador. Ha realizado, además, prólogos y presentaciones, siempre para amigos que, no por ello, han dejado de serlo.

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