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Arder



Windsor

¿Qué estaban haciendo la noche en que el Windsor salió ardiendo? Corría el año 2005, y yo, como la protagonista de Windsor (o el fuego), Sara, una becaria a punto de licenciarse en periodismo, iba camino de los 14 años: era sábado, así que probablemente estaría regresando a mi casa después de una noche de divertimentos pre-adolescentes. Recuerdo vívidamente las imágenes del día siguiente en el telediario, esa masa de hormigón negruzca completamente calcinada. Son muchas las incógnitas que el incendio del Windsor, ya parte de nuestra cultura pop, encierra: ¿quién no ha visto el famoso vídeo? ¿Quién no ha dudado aunque sea un segundo de que esas dos figuras no sean producto de efectos lumínicos? Que son dos personas reales, que qué estaban haciendo aquella medianoche allí.

Sobre estos mimbres, Antonio Rojano firma una historia que enfrenta a Sara, la becaria, que está preparando un artículo aparentemente esclarecedor sobre los misterios del Windsor sin autorización, y Eduardo, su jefe, el director de Tribuna Digital, que naufraga entre los códigos periodísticos, la necesidad de anunciantes y su vida familiar; un thriller periodístico al estilo de Primera Plana, de Billy Wilder, o la más reciente y oscarizada Spotlight: no en vano, Rojano se formó como periodista. Así, con el bagaje de sus conocimientos sobre el campo, se pregunta sobre el propio periodismo y su lugar, su ética, sus contradicciones y limitaciones… Su valor intrínseco, a fin de cuentas, en un momento en que el periodismo se halla tan denostado. Y en ello Rojano acierta holgadamente, no da puntada sin hilo.

Así pues, Sara Mata y Aníbal Soto llevan a cabo un tour de force en el que Mata aporta frescura a un personaje provisto de varias capas, recóndito, ambicioso e insolente, mientras Soto, con una potente voz, dibuja un personaje cínico, pagado de sí mismo y agotado, que se revitaliza con el hallazgo de Sara (a la que primeramente reprende en pos de los códigos jerárquicos) y la posibilidad de que su artículo sobre el incendio del Windsor impulse a su Tribuna Digital. Es Windsor, no obstante, un montaje recién estrenado, que necesita respirar; y ello probablemente influyó en la, en ocasiones, falta de química entre los actores, en su escasez de miradas y una agilidad insuficiente para un texto de estas características.

Toda la acción se desarrolla, por otro lado, en el despacho de Eduardo: la escenografía transporta a uno de esos despachos con cristaleras, de ésos que te hacen pensar que el mundo está a tus pies. Sus tonos blancos aportan una gran belleza y elegancia estética, y derivan, de igual forma, a la idea del fuego como purificador de las acciones de los personajes; concepto éste que cruza diametralmente toda la obra y que, sin lugar a dudas, conforma un simbolismo muy sugestivo y el aspecto más cautivador del montaje.

Asimismo, Max Lemcke realiza un delicado trabajo dirigiendo a Sara Mata y Aníbal Soto, moviéndolos con soltura y dando alas a la historia. Sin embargo, la excesiva duración de las transiciones (y el descentramiento que provocan algunas informaciones innecesarias) lastra sobremanera la acción, contribuyendo a que la interesante premisa vaya perdiendo fuelle. Aun así, la historia nos lleva, apelando de forma inteligente a la curiosidad del espectador, hasta su desenlace; un final que supone una sorpresiva vuelta de tuerca a la historia… Pero que acaba resultando efectista e incluso previsible. A pesar de ello, la escena es representada con un nivel notable por Sara Mata y Aníbal Soto, logrando que, más allá de las imperfecciones, todos ardamos con el Windsor, como aquel 2005.

WINDSOR

Dramaturgia: Antonio Rojano

Dirección: Max Lemcke

Intérpretes: Aníbal Soto y Sara Mata

Escenografía: Sonia Rubio

Iluminiación: Guadalupe Jiménez

Producción: Nacho Bauzano

Prensa: Gran Vía Comunicación

Fotografía: Shey Núñez

NAVE 73. MADRID

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