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"El arte, cuando es bueno, es siempre entretenimiento". Bertol Brecht (1898-1956)


Cada uno de los ochenta o noventa minutos de los que consta una función de teatro es el resumen de muchas horas de trabajo. Cada intervalo de sesenta segundos representa una exquisita selección natural de todo el tiempo dedicado a dotar a ese efímero lapso de tiempo de ritmo, energía, presencia, emoción y sentimiento. Horas de trabajo mental, de trabajo físico, de trabajo en grupo, de reflexiones onanistas, de satisfacción y de fracaso, de ensayo y error, de certidumbres y dudas que amenazan con echar por tierra el proyecto en cualquier momento de su desarrollo, a veces el día antes del estreno.

El teatro en particular y las artes en general parten de la necesidad humana de comunicarse, la necesidad irrefrenable de transmitir nuestras sensaciones para ser comprendidos, de fabricar un lenguaje común para entendernos mejor. Y de esa necesidad parte una primera elección: Cuál de las numerosas ideas que habitan nuestros pensamientos es la que queremos compartir con el resto de la humanidad. Y se elije una, con la duda eterna de si las ideas sacrificadas en esa elección hubiesen sido mejores o hubieran acabado en mejor puerto. Esa idea ganadora todavía se tiene que enfrentar al escrutinio y competición de las percepciones, ideas o necesidades de las otras personas que participan en el proceso creativo. Se someten todas ellas a un examen mental colectivo no exento de complicaciones del que saldrá la idea principal de la obra, el "tema" del que queremos hablar.

Después hay que ponerse a escribir ochocientos folios de los que poco más de sesenta llegarán a las manos de las actrices y actores en forma de libreto. Actores y actrices que han hecho sus respectivos viajes, también harto complicados, de audiciones y entrevistas, de consulta de agendas y de elección ciega de ese proyecto que le pague el alquiler un mes más. Al mismo tiempo que vamos escribiendo escenas y diálogos hay que urdir una trama, construir unos personajes, un tipo de lenguaje y una dramaturgia que le dé al conjunto solidez y coherencia. Este camino principal está lleno de desvíos y ramificaciones que aportan mucho si uno los toma en su justa medida pero, como las recurrentes sirenas de Ulises, pueden desviarte del camino y, de forma sorprendentemente fácil acabas transmitiendo algo que no pretendías.

Todo ello eligiendo una forma de contar ese tema que lo haga comprensible y, a poder ser, entretenido.... ¿Entretenido? Sí, porque hay otras miles de maneras de dar la misma información que pretendemos transmitir (conferencias, literatura, ensayos, estudios, viajes, vivencias personales, etc.) pero que, o no están al alcance de cualquiera o requieren de una formación y/o predisposición al aprendizaje que lamentablemente no es mayoritario en nuestras sociedades de velocidad punta. Si una conferencia o un ensayo sobre un tema en particular te puede aportar mucha información al respecto, una obra de teatro tiene la misión de resumir y extraer la esencia de toda esa información intelectual y traducirla al complicado lenguaje emocional del arte dramático para conseguir el mismo objetivo que la conferencia, pero utilizando un vehículo de comunicación diferente. Además el público espera entretenerse. Si quisiera formarse iría a una conferencia o leería un ensayo, algo totalmente recomendable si se quiere extraer el mayor partido a cualquier obra de teatro. Pero si elige sentarse en una butaca frente al escenario donde se representará nuestra obra es porque quiere que le cuenten algo de una forma agradable, bella, distinta, estética, que le llegue a emocionar, que le fabrique una lágrima o le estire los labios en una carcajada. Quiere identificarse con alguno de los personajes que pisan el escenario y que están sufriendo o disfrutando situaciones que probablemente jamás vivirá. Se pondrá del lado del justo y se alegrará de la derrota del villano. Aplaudirá el desenlace feliz de la obra o se quedará pensando horas o quizás días en la reflexión que le plantea la obra. Cambiará algo en su interior o simplemente archivará la información y las emociones recibidas en una carpeta que tal vez necesite abrir en algún momento de su vida.


¿Significa eso que el teatro es entonces entretenimiento? En absoluto. El entretenimiento no puede ser el fin, debe ser la herramienta, el adorno, el complemento necesario para que nuestro mensaje llegue al corazón del espectador de manera más verdadera, más cercana a la sensación que siente el dramaturgo cuando escribe la obra. Es la forma en la que acompañamos el fondo de la cuestión. No se puede o no se debe dedicar tantas horas y esfuerzos de tanta gente para "Hacer pasar el tiempo de una manera agradable" o para "Hacer perder el tiempo de una persona ocupando su atención e impidiendo la realización o continuación de una acción", dos de las definiciones del verbo "Entretener". Claro que esta última definición explica perfectamente el interés de algunos sectores en tratar de identificar arte con entretenimiento. Hay otra de las definiciones que se adapta mejor a lo que el teatro debe transmitir: "Hacer menos molesta o más llevadera una cosa". Porque efectivamente las verdades molestan y las tablas de un escenario están llenas de verdades que se aceptan mejor si se acompañan de risas, de música, de movimiento, de arte. Porque a veces, aceptar lo que nos plantea una obra significa poner en tela de juicio nuestras propias convicciones construidas durante años, cuestionar nuestras formas de vida, tener que cambiar de parecer sobre algún tema o incluso aceptar que tenemos al menos parte de responsabilidad en alguna de las injusticias existentes.


Si el teatro cumple su función de denuncia, de fomento del pensamiento y la cultura, de contrapeso de los poderes existentes, de información y formación de la ciudadanía, etc. debe entretener al espectador pero únicamente para hacerle más digestible el mensaje social, político, filosófico o humano que queremos transmitir.


Daniel Reyes

Daniel Reyes

Escritor, director y actor de teatro y cine. Autor de tres obras de teatro de larga duración: Mal entendidos junto a Sergio Azañedo, Hoy no ha existido y No son molinos con Diego Jimeno como coautor. También ha escrito el guión de dos cortometrajes y ha dirigido tres obras de teatro, un cortometraje y una unidad de un largometraje.

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