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Seguiremos llorando a los muertos que vendrán



Tierra de fuego

Desconfío de las historias basadas en hechos reales; desconfío de los textos que con "atrevimiento" -eso suelen decir los autores- tratan temas nobles y sensibles tomados de la prensa: acaban concluyendo, en el mejor de los casos, en una especie de consenso biempensante que deja satisfechos a creadores y espectadores o lectores, reafirmados en lo que ya pensaban. Y en el peor, se convierten en una especie de engrudo doctrinario.

Tierra del fuego está basada en hechos reales.

En 1978 la tripulación de una compañía aérea israelí sufre un atentado terrorista en Londres. Una de las azafatas resulta muerta y otra herida. Hay decenas de víctimas, uno de los terrorista es abatido y el otro detenido. Veintidós años después, la azafata que resultó herida visita al terrorista palestino en la cárcel de Londres donde cumple cadena perpetua. Una quiere saber y el otro, explicarse. La historia dio origen a un documental, y tiempo después el documental inspiró a Mario Diament la obra de teatro. El tema, con variantes, ha sido tratado en muchas ocasiones: la necesidad de saber, la reconciliación casi imposible, el perdón, la construcción de un relato en el que se acomoden todos los protagonistas. Y el olvido.

Claudio Tolcachir vuelve a Madrid con esta obra, tan alejada de sus temas recurrentes o de ese experimento onírico maravilloso que es Dinamo. La dirección de Tolcachir es lo que hizo que el pasado viernes, 22 de abril, fuera al Matadero de

Madrid, aun con las expectativas menguadas: sabía vagamente de qué trataba la obra y no me apetecía dedicarle un par de horas al "conflicto árabe–israelí". En todo caso, como en otras salidas teatrales, siempre podría cerrar los ojos y pensar en mis cosas.

La letra

El texto es impecable. Dentro del género. Tiene una estructura ágil y las argumentaciones de los personajes son creíbles. Expresa con convencimiento qué pudieron sentir o qué pueden sentir y decir unos seres humanos sometidos a tales circunstancias. Se hacen entre sí las preguntas ineludibles, se justifican, buscan el encuentro, se reavivan los odios, vuelven a tenderse la mano, miran alrededor, buscan comprensión.

Solo tiene una pega: el horror cotidiano de ahí fuera es infinitamente superior. El relato tiene que enfrentarse a la insensibilización en la conciencia de los espectadores. Y ese reto no lo supera. Todos, del primero al último de los asistentes, sabemos que en ese mismo momento en el que escuchamos a Alicia Borrachero en algún lugar en el mundo se estará masacrando poblaciones, se estará torturando a alguien, se estará condenando a la miseria y la humillación a alguien. Y nos hemos hecho a vivir con ello.

Afortunadamente, no se nos exige tomar partido, ni se concluye con una receta acerca de cómo solucionar el estado de las cosas. O sí. Sí se apunta a una salida: el olvido, que he citado antes. El olvido que se produce en torno a un juguete de esos de mercadillo que dejan caer nieve cuando se los agita, y que tiene grabada la palabra souvenir mal escrita en la base. Pero el olvido no tiene buena prensa. Por cierto, la "subtrama" de la infidelidad y el divorcio podría eliminarse.

La música

Esto es otra cosa. Lo que te mantiene en vilo durante la apenas hora y media que dura la representación es la música. Es decir, el ritmo de la escena, la dinámica de las acciones, el color de los cambios de plano, los acentos minimalistas en los gestos y las miradas. Admiro cómo Tolcachir mueve a los actores, cómo crea tensiones sin recurrir a efectos especiales, cómo compone en espacios casi vacíos. Por cierto, no sé si es azar, lo dudo: todos los personajes visten de gris, en distintos matices, salvo Alicia Borrachero, que lleva un larga rebeca de azul intenso que da a cada cuadro una sobria belleza plástica. Y elucubrando, quizá un significado simbólico. Es el personaje luminoso. La esperanza.

Voyeur irredento como soy, quisiera asistir a ese momento en el que, durante la primera lectura del texto, se van formando imágenes, se van definiendo acciones, se perfilan expresiones en la mente de Claudio Tolcachir.

El resultado ha sido un montaje naturalista, perfectamente asumible en la narración por todo tipo de público, pero con sutiles énfasis que delatan que estamos ante un creador de una poderosa imaginación y ante un creador de lenguaje escénico.

Qué decir de los actores. De su desempeño. Puede resultar tan ingrata una opinión. Si este texto quiere mantenerse en el terreno del "me gusta-no me gusta" subjetivo, es más necesario que sea así explícitamente en el caso de la actuación. Alicia Borrachero, sobre la que recae gran parte del peso de la obra, está comedida, algo fría para mi gusto. Pero mejor así que caer en la gesticulación desgarrada a la que se podría prestar el personaje. Estupendo en la rabia contenida, en el reafirmarse, de Abdelatif Hwidar. Trasmite convencimiento y verdad. Su primer trabajo teatral, según parece. Lo mismo ocurre con Malena Gutiérrez, que sufre un dolor del que no puede desprenderse y que la mina.

Oscuro

El publico estalló en aplausos y bravos. Y se puso en pie casi unánimemente.

TIERRA DE NADIE

Autor: Mario Diament

Versión española: David Serrano

Dirección: Claudio Tolcachir

Intérpretes: Alicia Borrachero, Tristán Ulloa, Abdelatif Hwidar, Juan Calot, Malena Gutierrez y Hamid Krim

Escenografía y vestuario: Elisa Sanz

Iluminación: Juan Gómez Cornejo

Producción ejecutiva: Olvido Orovio

Dirección de producción: Ana Jelin

Distribución: Producciones Teatrales Contemporáneas

NAVES DEL MATADERO. MADRID

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