“Es todo tan estúpido, tan vergonzoso” dice en un momento dado Amanda, la señora, la dama que hace suya en toda su plenitud y en toda su decadencia Socorro Anadón. Y bien pudieran esas palabras ser el lema que preside esta versión del clásico entre los clásicos chejovianos.
Así, Jaroslaw Bielski estiliza el texto, se queda con la nuez y saca al frente las corrientes subterráneas que siempre recorren la obra del maestro ruso.
Así, Bielski empuja a los personajes a enfrentarse, cara a cara, con el pasado que se extingue, inexorable, durante la función. Inexorable cuenta atrás…
Así, los personajes, cada uno a su manera, acribillados de contradicciones, certezas y soledades entablarán combates con el mundo de ayer. Recurrirán a ocultarse en los juguetes de la infancia, revivirán los juegos de antaño, se tergiversarán con resabios (“la bola 7 al rincón”), con risas e intentarán limpiar las imposibles telarañas y residuos que lo aliñan, le darán la espalda y mirarán de frente, se quedarán atrapados como moscas en ámbar o preferirán ignorarlo o, tal vez, comprarlo.
Así, mientras el pasado -noble, burgués e inocuo- se escurre, Manuel Tiedra hace suyo –sin una mueca, ni un aspaviento- al dificilísimo personaje de Serafín, el atolondrado, débil, iluso (e ilusionado) hermano de la Señora que -ya se ha dicho- borda Socorro Anadón, dejando que la melancolía y la soledad de quien sabe –sin saber cómo o porqué– que no tiene a dónde ir impregnen, con suavidad y firmeza a su personaje. Por su parte, Antonio Duque insuflará temblor, miedo y decisión a Firs, el leal criado quien opta –tal vez con sabiduría- por permanecer, con candor y cabezonería, en el ayer.
Por otra parte, Raúl Chacón sabrá ofrecer la mirada hacia el futuro como el enérgico financiero, el emprendedor del nuevo mundo que surgirá cuando se tale el último cerezo y sabe impregnar a su personaje de su duda interior, de su cobardía (o tal vez debilidad)… en este sentido es memorable la escena que comparte con una Socorro Anadón consumida por el silencio y la melancolía mientras Chacón la acorrala en la danza grotesca del éxito. Rebeca Vecino dota a Bárbara –quizás lo más trágico– cuando no sabe decidirse de toda la inseguridad y bondad que necesita. Javier Abad, con el punto exacto de frialdad y aprecio, servirá de contrapunto, conciencia o, tal vez espejo de Callejón del Gato, ofreciéndoles una salida al laberinto, una mirada al futuro, que solo aceptará Antonella Chiarini, quien acribilla de dulzura e inocencia a su personaje, una joven de ojos abiertos y deslumbrados.
Bielski mueve con mano maestra esta pavana en que cada uno de los bailarines saca a bailar al recuerdo, al pasado, al paso del tiempo, a lo que ya no será, a lo que ya no volverá… mientras, con precisión de cronómetro la sierra tala, cerezo a cerezo, oficiando un ritual, implacable y certero, sensato y enorme, vacuo y sincero. Y, en última instancia, tan estúpido y vergonzoso que es capaz de toda migaja y rastro del recuerdo, la memoria, el ayer y el entonces.
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS
Autor: Anton Chéjov
Versión: Mikolaj Bielski y Jaroslaw Bielski
Dirección, traducción, iluminación y escenografía: Jaroslaw Bielski
Intérpretes: Antonio Duque, Socorro Anadón, Manuel Tiedra, Raúl Chacón, Rebeca Vecino/Ángela de la Fuente, Javier Abad y Antonella Chiarini
Producción ejecutiva: Socorro Anadón Ayudante de dirección, comunicación y diseño: Mikolaj Bielski Figurines: Rosa García Andújar Diseño del cartel: Jaime Nieto Sastrería: Silvia Ramos Fotografía: Mikolaj Bielski y Antonio R. Barrera Compañía: Réplika Teatro
RÉPLIKA TEATRO. MADRID