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En apariencia, un perfecto vodevil



La estupidez

Antes de comenzar, una aclaración. El título de este espectáculo es una mera provocación. La estupidez es un rompecabezas brillante, donde cada pieza encastra a la perfección, donde se entrelazan tramas y personajes, en un exigente trabajo actoral de más de tres horas de duración, en una puesta en la que el ritmo se acelera cada vez más a medida que se acerca el vertiginoso final. El caudal de información con el que se bombardea al espectador es inmenso. Las primeras escenas pueden dejarlo perplejo, pero luego, una vez que se suba a ese engranaje magistral, que conozca el bastidor donde confluyen las líneas argumentales que antes parecían solo aunadas por un espacio físico –un hotel a la vera de una carretera en Las Vegas, la ciudad del pecado y el emporio de los casinos- saboreará cada palabra y cada gesto. Nada está librado al azar en esta obra del dramaturgo, director y actor argentino Rafael Spregelburd, quien la estrenó en 2004 con un rol reservado para él mismo. Desde entonces, la obra se ha montado en distintas capitales.

La estupidez es, solo en apariencia, un perfecto vodevil, con innumerables ingresos y salidas de las criaturas del espacio escénico, pero, a la vez explora diversos géneros, y lo curioso y original es que lo hace en simultáneo: el melodrama, el policial, el grotesco, la comedia blanca, el drama, el suspenso. Cinco actores interpretan a una veintena de personajes y el vestuario que utilizan para cada criatura no es meramente distintivo, sino que detrás del escenario ha habido una transformación (traje, peinado, maquillaje, etc.) efectuada en varias ocasiones en apenas segundos. Ainhoa Santamaría compone a una solterona con incontinencia verbal, a una embarazada infeliz, a una periodista ambiciosa y a una joven en silla de ruedas. Su versatilidad con los aplausos. Toni Acosta también realiza un notable arco que va desde una sensual timadora hasta una infantil dama que nada sabe de ruletas, pero que viajó a “la ciudad del pecado”, dispuesta a enriquecerse. Su dicción es correctísima y nunca titubea. Fran Perea (quizá el policía, con su ternura y humanidad, sea el más logrado de los personajes que interpreta), Javi Coll y Javier Márquez (ambos divierten con su delicioso dúo de mafiosos italianos) prestan todos sus recursos físicos e histriónicos a esta montaña rusa escénica. Esta versión de Fernando Soto merece ser vista por la agudeza coreográfica que le imprime a este universo y por acercar esos personajes al espectador, quien se marcha del teatro con ganas de ver la puesta nuevamente, ya como cómplice de las columnas de ese mundo decadente, construido con tanta agudeza.

Como sustantivo y como adjetivo –estúpidos y estupideces– este rasgo definirá a los personajes y a las acciones que se desarrollan. Si se presta atención, esta voz y raíz recorre constantemente, casi a modo de muletilla, el libreto. El motor es siempre el vil metal y aquello que hace un ser racional para adquirirlo (ninguna de estas alternativas, de modo honesto, sino a través de un abanico de estrategias como la herencia, el robo, la extorsión, el juego y las apuestas, la falsificación, etc.). La estupidez no tiene ínfulas ni vicios de caer en un planteo intelectual, donde se cita a autores para mostrar la erudición del dramaturgo. La originalidad de este texto reside en que no se acude a otras mentes o ideas para que refuercen el contenido de la acción, sino que es tan estrambótico y delirante lo que allí ocurre que el autor no puede valerse de ninguna autoridad previa, y, por lo tanto, las crea. La ficción sirve a la ficción. La ficción crea más ficción. Así, se mencionan a inexistentes científicos, fórmulas (el guiño que hoy a la distancia se comprende mejor cuando se menciona a un tal “Patrón Vázquez”, el nombre de la compañía que realizó la primera versión de la obra en Buenos Aires), artistas plásticos e incluso movimientos pictóricos, etc.

En escena aparece un lienzo que será visto desde distintas perspectivas, y esta situación oficia como espejo y eco de la propuesta de Spregelburd: el ejercicio que realiza el espectador que consiste en construir una realidad, de dotarla de significado desde diversas miradas. La estupidez comienza con una obra de arte en escena y, a su vez, habrá un cuadro sobre la cama que corona el pequeño escenario de las distintas habitaciones de hotel, todas con el mismo mobiliario cutre, pero con un cuadro diferente sobre el lecho, que, a su vez, reverbera sobre el tono y acción que allí ocurre. La estupidez es una de los espectáculos más inteligentes de las últimas temporadas.

Autor: Rafael Spregelburd

Dirección: Fernando Soto

Intérpretes: Toni Acosta, Ainhoa Santamaría, Fran Perea, Javi Coll y Javier

Márquez

Compañía Feelgood Teatro

NAVES DEL MATADERO. MADRID

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