top of page
  • Foto del escritorRedacción

La historia atrapa



Rosana, a paso despreocupado y lento, sale del instituto. Toda la belleza e ingenuidad de la juventud la iluminan. Suena Hurt en la voz del ínclito Johnny Cash a través de los auriculares de la adolescente (no podía haber mejor elección para esta historia). Y las manillas del reloj vuelven a moverse para el protagonista, del cual solo llegaremos a conocer su nombre postizo: Jaime. El momento no puede ser más excitante para este antiguo estudiante de filosofía convertido en banquero: la observa, embelesado y perturbado, desde una esquina.

Jaime, conservemos este nombre, representa ese personaje también encarnado por Kevin Spacey en American Beauty o incluso, salvando las distancias, por Toni Servillo en La grande belleza: sobrepasa con creces los cincuenta, está hastiado y vacío; un misántropo que no recuerda el sentido de la pasión más allá de esos pequeños guilty pleasures que se permite los lunes por la mañana, cuando escucha música macarra de camino a la oficina, o los viernes por la noche, alternando en locales para almas solitarias. Es un yupi, un canalla dotado de altas cargas de cinismo e inserto en un sistema capitalista que detesta profundamente. Eso sí, mantiene el humor.

Dos acertadas anécdotas construyen el mecanismo ficcional de esta pieza teatral, (que en muchos de sus 80 minutos supone un monólogo del protagonista), antes novela y luego película: el encuentro con Sonsoles, la hermana mayor de Rosana, la pija irritable a la que el protagonista decide hacer la vida imposible tras un inocente choque automovilístico; y la insólita fotografía que éste guarda en su cartera: la joven duquesa Olga, hija de Nicolás II (el último zar de Rusia) y asesinada por los bolcheviques. No es este un elemento al azar, su historia transportará por sendos caminos paralelos a los dos personajes, y a los espectadores con ellos.

Y es que la historia atrapa, funciona: Adolfo Fernández hace gala de su veteranía, con una naturalidad palpable, y Susana Abaitua, que derrocha sensualidad, adopta de forma más que solvente su nabokoviano personaje. Los actores están muy bien apoyados por una estupenda dirección, un ritmo ágil y una escenografía muy funcional. Lástima que el “chimpún” justo después del final cauterice, solo en parte, el efecto conseguido tras el desenlace de la historia de este bolchevique español, que encuentra su flaqueza en el amor (u obsesión, que diría en términos de bachata Aventura), un arrebato a destiempo con trágica conclusión y el nombre y los ojos de Rosana: I hurt myself today, to see if I still feel…

LA FLAQUEZA DEL BOLCHEVIQUE

Dirección: Adolfo Fernández y David Álvarez.

Adaptación teatral: David Álvarez

Novela: Lorenzo Silva

Intérpretes: Susana Abaitua y Adolfo Fernández.

TEATRO LARA. SALA OFF. MADRID

11 visualizaciones
bottom of page