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'Las heridas del viento': Descalzos sobre el escenario


Las heridas del viento

Sobre las marcas invisibles del amor, el deseo, el olvido o el rencor. Sobre las pasiones imposibles que se lleva el viento de los días, de las tardes solitarias esperando en un café a que nadie llegue de una vez. Sobre cartas escritas sin tinta por culpa del miedo… Sobre eso va esta pequeña obra de cámara que el viernes pasado vino a caer sobre el escenario del Teatro Quintero de Sevilla.

Más que avalada por la crítica y el público -que han aplaudido esta pieza en locales a ambos lados del Atlántico- y un año después de que se presentara en nuestro teatro Lope de Vega, el texto de Juan Carlos Rubio vuelve a decirse en esta ciudad hambrienta de buen espectáculo, para goce de los que tuvimos la suerte de pillar una entrada de la única función programada.

Las heridas del viento, precioso título que hace honor a la honda poesía que nada entre sus líneas.

Un solo pase para presenciar una vez más a un par de hombres desnudándose sobre la tarima con el pudor y el dolor que eso cuesta, despojándose literalmente de chaquetas, camisas, pantalones, maquillaje, peluca… De todo aquello que cubre lo que nos da vergüenza enseñar.

Y es que el drama de este genial y prolífico autor cordobés (responsable, entre otras muchas cosas, del guión de la película de Chus Gutiérrez Retorno a Hansala), cargado de amargura, de ironía, de mala y buena leche, obliga a sus intérpretes a librarse de toda impostura y a tirar de entrañas para poder soltar cada palabra que sale de sus bocas, por mucho que éstas puedan escocer.

Partiendo de un lugar que puede resultarnos común -el repentino deceso que genera una serie de descubrimientos inesperados- nos vamos metiendo sin darnos cuenta en los bolsillos vacíos de estas pobres víctimas de tantos y tan bien guardados secretos. Bien podría haberse titulado Las heridas del silencio, ya que en este descarnado poema en prosa las palabras parecen querer curar las cicatrices mal cerradas de la incomunicación. No sabemos si lo logran, pero lo intentan a la desesperada, deseando encontrar la llave que abra la hermética caja negral del corazón y la memoria.

No puedo pensar en este texto dicho por otras voces que no sean las de los dos actores que aquí hemos visto –los mismos que la acaban de representar en el Instituto Cervantes de Nueva York-, Kiti Manver y David Tortosa. Los habrá mejores, no lo dudo, pero tampoco me importa, porque me he ido tragando cada una de las palabras que han salido de sus labios y he creído cada uno de sus gestos y sus giros, y no hace falta que explique lo valioso que eso resulta tratándose además de un material tan complejo, tan áspero como éste.

Querer descubrir a estas alturas el valor de una actriz como la Manver no se me ocurre ni a mí, y mira que se me ocurren cosas. La anchura y largura de su registro -desde la comedia más frívola hasta el drama más seco- empieza con la encabronada vecina Juani de ¿Que he hecho yo para merecer esto? y acaba, por el momento, con la maquiavélica Doña Dolores de la exitosa Seis Hermanas. Y entre medio lo que quieras, mayormente mujeres fuertes y desgarradas, damas con muchos cojones.

Hay actrices que ganan con los años, y ésta es una de ellas. Su voz medio quebrada por tanto silencio, su mirada enredada en el pasado y los recuerdos llegan a estremecer como no muchas podrían haberlo hecho, dejando a un lado el reto que supone hacer de hombre -y de uno como éste- sin echar mano de recursos fáciles y manidos. Por cierto, bien por la decisión de optar por una mujer para este personaje, un reto para la actriz y para la obra, que logra así rizar un poco más el rizo y hacer aún más oscuro y ambiguo este tremendo personaje.

Sentado frente a ella –que hay que tener valor para atreverse- un intérprete joven y guapo, de esos que das una patada y salen cien, pero éste encima bueno, muy bueno. David Tortosa lleva demostrando desde hace tiempo su versatilidad como actor dramático, cómico, de cine, cortos, televisión y musicales (acaba de protagonizar Excítame, una interesantísima propuesta del compositor Stephen Dolginoff), y desde luego no defrauda al tomar el relevo del por otra parte excelente Daniel Muriel, que estrenó esta obra en 2013.

En un papel menos lucido que el de su oponente, y precisamente por ello, David Tortosa (quédense con el nombre, que les va a sonar y mucho) va creciendo en intensidad y dramatismo conforme avanza la historia, consiguiendo conmover al más frío de los espectadores metiéndonos en los incómodos zapatos que calza su atormentado personaje. Que como aquí decimos: ¡menuda papeleta! La de descubrir tanto de quién tanto quieres cuando ya es tan tarde, la de querer preguntar y no atreverse, la de no querer reconocer la debilidad del otro por miedo, terror, a darte de bruces con la tuya propia.

Ambos derrochan química, electricidad y tensión en esas miradas que se cruzan como balas perdidas por el desnudo escenario (solo un par de sillas, una percha y mucho frío alrededor) con el único fondo de la voz –gastada, herida por el viento- de Mina. Los dos solos, frente a frente, con los pies descalzos, y también el alma.

Autor y director: Juan Carlos Rubio

Intérpretes: Kiti Mánver y David Tortosa

Ayudante de dirección: Chus Martínez

Diseño de luces: José Manuel Guerra

Vestuario: Félix Ramiro

Producción: Bernabé Rico Distribución: Sandra Avella

TEATRO QUINTERO. SEVILLA


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