El diccionario de la RAE define la palabra elegía como: “Composición poética del género lírico, en que se lamenta la muerte de una persona o cualquier otro caso o acontecimiento digno de ser llorado (…)”.
Con Danzad Malditos parece claro que Alberto Velasco y todo su equipo han construido una elegía por la derrota y los derrotados, pues alejándose del triunfalismo que impera en cada concurso de cualquier género y medio, lo que aquí importa, con una honestidad que es como un bofetón en la cara, NO es participar. Y la espiral simbólica, sensorial y emocional que es esta competición real de cuerpos, almas, y aspiraciones, pone foco en aquellos que pierden, en la desolación de darse cuenta de que la ambición fácilmente se convierte en derrota, de que para que alguien salga victorioso, otros muchos tienen que fracasar, de que los sueños son el alimento de maquinarias mucho más grandes en las que la individualidad poco o nada importa. Danzad Malditos es pues un espectáculo con unas tesis e hipótesis desoladoras por la escasa esperanza que dejan para sus componentes, pero también por la incómoda sensación de identificación que produce. Es difícil, para cualquiera que asista a Danzad Malditos, no sentirse identificado con algo de lo que se ve u ocurre en la escena, más allá de las poéticas y hermosas abstracciones de que se compone.
Pero alguien sí que triunfa allí donde impera el fracaso y la decepción. Y ese es cualquier espectador que se suba al viaje que supone Danzad Malditos. Es difícil ver en un teatro (público, citemos a su texto), semejante rareza, una apuesta tan inventiva como original , tan imprevisible como emocionante, tan aleatoria como bien forjada. Más allá de lo doloroso de su forma y fondo, Danzad Malditos es tan grande como es porque todo lo que hay en ella es como un electrodo para las emociones: desde la compleja y a priori imposible adaptación de Félix Estaire, a la sublime selección musical y la original de Mariano Marín, la penumbra y la plástica de las luces de David Picazo, ese vestuario de Sara Sánchez que transita por ser una segunda piel rasgada de los competidores, a una metáfora en sí mismo en el caso de los personajes de Verónica Ronda (que hace de cuerpo y voz ese caballo del lejano original literario, deconstrucción de la belleza en una sola mujer, y se convierte en algo así como una aprendiz de la crueldad; y también una madre de los desolados; y también una persona como cualquiera de nosotros…); y Rulo Pardo (conductor impoluto, palabra de sabio, de prístina crueldad, de cinismo tan desbocado como su caballo imaginario); la desoladora escenografía viva de Alessio Meloni, un salón que se hunde, una esperanza tan ciega que es incapaz de ver el barro; y su reparto (y tengo que nombrarles a todos ellos, para que en una hipotética búsqueda en Google, aparezcan sus nombres junto a la palabra EXTRAORDINARIO: Guillermo Barrientos, Carmen del Conde, Karmen Garay, José Luis Ferrer, Rubén Frías, Ignacio Mateos, Nuria López, Sara Parbole, Txabi Pérez, Sam Slade, Ana Telenti. y Ronda y Pardo –Rubén Frías sustituye a Ronda en algunas funciones-), un reparto capaz de enterrar su individualidad y a la vez brillar sin mesura. Lo que estos intérpretes hacen, no sólo es un trabajo agotador desde lo físico, sino algo tan honesto, tan compacto, que es difícil no envidiar arrastrarse por ese barro, ser parte de esa rueda de radios perfectos.
En Danzad Malditos, Alberto Velasco deja claro, de una forma mucho menos cruel y más hermosa que su maestro de ceremonias, que cada una de los hermosos movimientos con los que ha bailado anteriormente, los ha aprehendido para llevarlos a la escena y convertirlos en algo de una belleza sublime. También deja claro el luminoso sentido del humor de su persona, pues no es fácil perpetrar semejante tragedia y poder arrancar carcajadas de su público (y lo hace). Y deja clara una humanidad capaz de dirigir tantos talentos eclécticos y convertirlos en una sola pieza que yo, personalmente, desearía detener en el tiempo, mi tiempo, para siempre. Pero Danzad Malditos, como un hermoso movimiento en la danza, o como una palabra bien dicha en el teatro, es un instante fugaz, imposible de asir, irrepetible.
DANZAD MALDITOS
Dirección y coreografía: Alberto Velasco
Versión: Felix Estaire
Intérpretes: Guillermo Barrientos, Carmen del Conde, Karmen Garay, José Luis Ferrer, Rubén Frías, Ignacio Mateos, Nuria López, Sara Parbole, Txabi Pérez, Rulo Pardo, Sam Slade, Ana Telenti, Verónica Ronda y Alberto Frías
Voz en off: Carlos Hipólito
Ayudante de dirección: Luis Ulzurrún
Escenografía: Alessio Meloni
Asistente de escenografía: David Cubells
Vestuario: Sara Sánchez de la Morena
Iluminación: David Picazo
Música original: Mariano Marín
Fotografía: Pablo Rodrigo
TEATRO ESPAÑOL. NAVES DEL ESPAÑOL. MADRID