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'Cliff/Acantilado': Sobre el ojo del huracán de tantas cosas hermosas


Cliff/Acantilado prorroga en Nave 73 , y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, es decir, más como capricho que como encargo u obligación, quiero exponer, si es que puedo, las razones personales por las que pienso que ningún espectador debiera perderse este soberbio montaje dirigido por Alberto Velasco, escrito por Alberto Conejero e interpretado por Carlos Lorenzo.

Ya pude ver la puesta en escena de Cliff/Acantilado la temporada pasada en La Pensión de las Pulgas, y antes incluso de asistir a la representación, suponía que era el lugar perfecto para este texto, principalmente por coherencia temporal del espacio y la historia. Además, gracias a la sala de los espejos de La Pensión, asistimos muchos a una de las más hermosas escenas que recuerdo del teatro off.

Así que su regreso, esta vez a Nave 73, me parecía arriesgado principalmente por el suelo que ahora tendrían que pisar estos mocasines. Pero ahí estaba un nuevo recluta en el equipo, Alessio Meloni, que ha construido para aquí una escenografía que es poesía en si misma: cristal, cristal y más cristal rodean el ring de Monty durante su simbólico descenso a los infiernos, y el juego de luces, sombras y reflejos en esos vidrios, es tan hermoso, tan significativo de lo que Conejero escribió y de lo que Velasco puso en escena, que al poco de comenzar ya había vuelto sin problemas a esa nebulosa malsana en la que Cliff/Acantilado ya me envolvió anteriormente.

No hablo primero de la escenografía porque sea más o menos importante que el resto de elementos del montaje, si no porque es sintomática de la gran virtud de este mismo: todo el equipo sabe la historia que tiene que contar, y sabe comunicarla con una serie de códigos tan bien atados que es muy difícil no rendirse (y por ende, emocionarse) ante ellos.

De los –todos ellos grandes- textos que he podido leer de Conejero (Ushuaia, La piedra oscura, Todas las noches de un día, su versión del monólogo de Alcibíades en El Banquete), Cliff me parece el más complejo ya desde el papel, una surtida amalgama de sucesos, voces, personajes, psicosis, datos (reales e imaginarios), que van estrangulando a un protagonista en caída libre, apegado sólo a lo que dice y a lo que él sólo ve. Y además con un tenaz vuelo poético que impregna cada frase y cada silencio. Hay en este texto un férreo nudo entre el carácter mitómano de Conejero, el estudio formal de un personaje, y la libertad poética de su forma y estructura.

En su puesta en escena, Alberto Velasco sabe dar aire a la tragedia de este juguete roto, plasmar el carácter cíclico del hermético infierno de su protagonista, y como ocurre en Danzad Malditos (de la que nos ocuparemos en su inminente retorno a las Naves del Matadero), combina un sano sentido del humor, con un poder evocador para jugar con la situación del cuerpo en la escena. Hay infinidad de momentos en Cliff (la elección de todo el espacio sonoro de la función, la presentación del personaje, la noche de los Oscar, el juego con los elementos de la escena, el desolador final), en los que Velasco escribe en imagen lo que Conejero había hecho en palabra, y eso sólo se puede definir como maestría.

Y sobre el ojo del huracán de tantas cosas hermosas, es decir, sobre Carlos Lorenzo, basta decir que supera la máscara de Cliff para ser capaz de situarse en ella y de romperla delante de nosotros. Puede parecer un actor anti tipo para semejante personaje (por una cuestión exclusivamente física: gran parte del recuerdo emocional de Montgomery era su fragilidad, física y emocional), pero Carlos Lorenzo se muestra tan voluble, tan vulnerable, tan honesto en el choque, cascada, y acantilado, sobre el que precipita a su Cliff; que pasar esa hora y poco delante de sus fantasmas se convierte en un viaje en el tiempo hacia muchas cosas: hacia la destrucción de la belleza y la juventud, hacia la triste existencia de un solitario, hacia el brillo del cine de una época, hacia una sexualidad tan dolorosa como un aguijón, hacia el poder de una amistad con la que pudo la muerte, hacia la envidia, la adicción, la ambición y la pasión de un actor por su oficio, más allá de la máscara. Y Carlos Lorenzo nos lleva de la mano en este viaje por el alma de Montgomery Cliff. Y nosotros salimos con la sensación de haberle conocido mejor (al actor y a la estrella), y con ganas de que nuestra pasión encuentre un lugar más sereno del que encontró Cliff.

Y para acabar, también como capricho, os dejo un ejemplo de la poesía de este Cliff/Acantilado:

"He estado tantas veces aquí, asomado,

calculando la trayectoria, la dirección del vuelo, la fuerza del impacto.

Imaginando el segundo, el instante preciso en que mi nombre, ya sin mi, lo fuera todo.

He estado tantas veces aquí, asomado,

sentado en el último banco de la iglesia con mis zapatos nuevos de 1930,

imaginando vagones, habitaciones de hotel, Babilonias de autopista en que los hombres, lejos de Dios y sus fantasmas, se perdonan sus pecados entre gemidos.

He estado tantas veces aquí, asomado,

con el uniforme del soldado que nunca fue a la guerra;

sobre el maquillaje bailan ángeles perdidos, jóvenes leones, carne de cañón del porvenir..."

Autor: Alberto Conejero

Dirección: Alberto Velasco

Intérprete: Carlos Lorenzo

Ayudantía de dirección: Pablo Martínez Bravo

Atmósfera sonora: Mariano Marín

Escenografía: Alessio Meloni

Iluminación: Luis Perdiguero

Producción: Sara Luesma

Taller escenográfico: Escénica Integral S.L.

Audiovisuales: Adriá Giralt

Actor en audiovisuales: Aarón Lobato

Voces en off Radio: Kiti Manver, Luis Luque y Chevi Muraday

Voz en off Oscars: Irene Escolar

NAVE 73. MADRID


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