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La Volá



Desde aquí veo sucia la plaza

Todavía hoy, si se teclea en Google “tirar cabra desde campanario”, puede encontrarse el vídeo de YouTube, grabado en 1992, al que, con total certeza, se hace alusión en Desde aquí veo sucia la plaza. Y es que la trama de la función, centrada en el ficticio pueblo de Villanueva de la Faca, no es más que un trasunto de lo que ocurría en Manganeses de la Polvorosa, donde, hasta el año 2002, se mantuvo esta tradición salvaje: los quintos del pueblo lanzaban una cabra desde el campanario, tratando de que ésta cayera en una lona que sujetaban otros mozos del pueblo, situados bajo el campanario. Tal cual. ¡Ay, España!

Partiendo de esta inspiración, la compañía Club Caníbal nos regala una crónica negra de la España más profunda desde la acidez y la picaresca, que también es algo puramente español: en la mencionada Villanueva de la Faca, donde cada año se celebra la fiesta de “La Volá” del chivo, reciben la noticia de que la Unión Europea ha exigido a España que ésta se prohíba; inicia entonces su alcalde, Agustín Paniagua, una cruzada en pos del derecho de sus conciudadanos a lanzar la cabra, que lo llevará a los despachos de Madrid donde todo se mueve y, en una alocada espiral, al Parlamento Europeo en Bruselas. Nos acompañan durante todo el espectáculo toda clase de personajes bufonescos, que harían las delicias de Luis García Berlanga y beben tanto de él como de la trilogía absurda de José Luis Cuerda, especialmente de Amanece, que no es poco: cabras humanizadas, tricornios azules, un cacique rural, el líder de un partido de izquierda-centro-derecha (¿de qué nos suena?), las señoras cotillas del pueblo y también sus entusiasmados jóvenes, un actor frustrado (primo del alcalde) que vuelve al pueblo desde Madrid… Y un largo etcétera, a cada cual más delirante.

En el escenario, hay que agradecer la enorme labor de los tres actores: Font García, Vito Sanz y Juan Vinuesa, que, en un registro muy cercano al clown, ofrecen una enérgica e hilarante interpretación; ellos son los cimientos del espectáculo, hasta tal punto, que pareciera que, con otros actores, el resultado no sería el mismo. Esto, que puede resultar un problema, se olvida con facilidad entre carcajada y carcajada. La agilidad y dinamismo con que Chiqui Carabante mueve a sus actores es tal, que consiguen que la atención del espectador no se evada en ningún momento. Son los actores los que sacan petróleo de la escasa escenografía y elementos de utilería existentes en escena, para crear el Parlamento Europeo, un despacho institucional, el campanario de Villanueva de la Faca, un autobús, las calles del pueblo… Y mención aparte, por supuesto, para la música en directo de Pablo Peña; sobre todo, para la sensual melodía que suena en los encuentros de la enamoradiza cabra Clarita y su cabrero. No diré más.

Así, asistimos a una función en la que prima su calidad, pero que, sin embargo, no es redonda por causa de su final (el final, final, no lo que ocurre justo antes, que es verdaderamente desternillante). ¿Significa esto que su final no funcione? En absoluto. Significa que podría haberse cerrado de mejor forma. O justo antes. En cualquier caso, Desde aquí veo sucia la plaza nos muestra de frente a la España más castiza, más cainita y retrógrada. Una España de la que nos reímos y que forma parte indefectible de nuestra idiosincrasia, pero sobre la que hay que seguir trabajando: véase el Toro de la Vega, por poner un ejemplo.

DESDE AQUÍ VEO SUCIA LA PLAZA

Dirección: Chiqui Carabante

Intérpretes: Font García, Vito Sanz y Juan Vinuesa

Espacio escénico y figurines: Salvador Carabante

Música: Pablo Peña

Diseño de luces: Nerea Castresana Yarza

TEATRO DEL BARRIO. MADRID

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