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'Cómo ser Woody Allen': Guiones metidos en una coctelera



Cómo ser Woody Allen

Debe ser una simple coincidencia, no lo sé, o que los programadores de espectáculos andan locos por encontrar material que les garantice rentabilidad. El caso es que el pasado fin de semana me he tropezado no una, sino tres veces, con el nombre del famoso director neoyorkino en varios teatros de Madrid.

Voy a ver El Plan de Ignasi Vidal a la Pensión de las Pulgas y en el afiche se compara a los protagonistas con tres personajes de Woody Allen (algo según mi criterio más que discutible), paseo por la calle Alcalá y me encuentro un póster gigante con un rótulo que me suena familiar, Si la cosa funciona, versión teatral de la película Whatever Works de 2009. Por cierto, un póster calcado del original con la única diferencia del tipo que lo ocupa, en este caso un José Luis Gil –buena elección a primera vista- travestido del cómico americano Larry David.

Y yo espero, sinceramente, que la cosa del Teatro Alcázar (me niego a llamarlo Cofidis) de verdad funcione, aunque tengo mis serias dudas. ¿Que por qué? Por todos esos pequeños, sutiles detalles que nutren los agudos textos del autor y que pueden perderse en la adaptación. Que la cosa funcione o deje de funcionar a veces solo depende de una simple coma, pero ay, qué jodidamente importante puede ser esa maldita coma.

Habrá que verlo, eso seguro, aunque los amantes del hipocondríaco personaje acabemos sufriendo por cómo han resuelto esta o aquella escena, culpa nuestra, ¿quién nos manda sabernos de memorieta los diálogos de sus tropocientas películas en vez de aprendernos los textos de Lope o Calderón?

Y esa noche en una pequeña sala de Delicias –Estudio Teatro Madrid- otro encuentro con el chico de las gafas de pasta. Cómo ser Woody Allen, un collage con ocho personajes atrapados en situaciones woodyallenescas que vienen de varios guiones metidos en una coctelera y ensamblados por el autor Alejandro Feijoo, que no reproduce con exactitud las frases pero sí las recrea en un contexto polivalente.

¿Cómo ser Woody Allen?… imposible, Woody Allen no hay más que uno y a ti te encontré en la calle. Dejando claro que para serlo hay que haber nacido en Brooklyn exactamente cuando él nació, ser judío perplejo, ser perplejo en general, metódico, cobardica, feúcho, ingenioso hasta la extenuación, tocar el clarinete como y donde él lo toca cada lunes llueva o ventee… y, en fin, cumplir a rajatabla todos y cada uno de los clichés que han creado y criado al mito en los últimos 79 años y en las últimas casi cincuenta películas que ha escrito y dirigido. Tal vez puedas aproximarte, pero él jamás te dejaría acercarte demasiado. No olvidemos su hipocondría.

Afortunadamente esta no es la pretensión de la obra coral dirigida por el argentino Diego Bergier, quizás un título algo fallido, fácil nos ponen acabar la frasecita: “y no morir en el intento”. No, ni esta es la idea ni llegan a morir en el intento, aunque en algunos momentos nos lo pueda parecer.

Con un grupo de actores esforzados de talla irregular -algo que suele suceder en las empresas corales- la sala se convierte en la consulta del psicoanalista que disecciona los traumas de sus pacientes. Un planteamiento sólido y seguro, respetuoso con el espíritu del cineasta y sus cuatro o cinco lugares comunes, pero arropado por una escenografía que de lo “minimal” pasa a lo mísero en un segundo. El teatro puede ser austero, pero nunca pobre, y si lo llega a ser porque todos sabemos lo que cuesta abrir las puertas de una sala por muy “micro” que sea, hay que suplirlo siempre con gracia e imaginación.

Pero dejando aparte lo accesorio, aunque no lo sea tanto, la idea funciona entreteniendo a ratos, divirtiendo a otros, arrancando carcajadas al respetable que se lo pasa en grande -todo hay que decirlo- a pesar de que algunos sketches resulten más afortunados que otros. El robo en la joyería o la cita a ciegas –con una neurótica, desatada Lucina Gil, de lo mejorcito del reparto- o cualquiera de los diálogos de besugo con título del loquero –el también director Diego Bergier, otro de los mejores intérpretes- son algunos de los momentos más agradecidos por el público y por quien escribe, próximos a los originales de las películas pero sabiendo desatarse a tiempo del guión para llegar a tener vida propia.

Y no vamos a pedir mucho más, como tampoco lo pediremos a "Si la cosa funciona" ni lo hicimos con otras adaptaciones que en la capital –no del Hudson sino del Manzanares- ya se han hecho antes ("Tócala otra vez, Sam", con Luis Merlo o "Misterioso asesinato en Manhattan" con Enrique San Francisco). Curiosamente este pasado año también se llevó otra de sus geniales cintas al teatro, en este caso en formato de musical, "Bullets over Broadway", en una espléndida producción de Broadway -perdón por la redundancia- que no fue precisamente el éxito que se esperaba. Y es que no hay ninguna fórmula que asegure que “la cosa” va a funcionar siempre, ni en un pequeño local madrileño ni en plena calle 42. Gracias a dios, de lo contrario asistiríamos a la muerte definitiva del teatro.

Ya nos lo avisan en el programa que nos dan al entrar, la fórmula para alejarnos de la pesadilla que es la vida contiene un consejo infalible, “tomar cualquier camino que nos lleve a un poquito de diversión”. Y en eso estriba el valor de un montaje que se ríe de la estupidez ilimitada de las personas, de sus frustraciones, sus deseos, sus miedos o su fragilidad. Las claves que definen la trayectoria de uno de los pocos seres que han puesto un poco de luz en este oscuro valle de lágrimas en que nos ha tocado vivir.

¿CÓMO SER WOODY ALLEN?

Autor: Alejandro Feijóo

Director: Diego Bergier

Intérpretes: Lucina Gil, Chemi López, Begoña Mencía, Sandra Rex, Sergio Mendez, Sonia García, Jesús Bolaño y Diego Bergier

TEATRO ALCÁZAR. MADRID


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