top of page
  • Foto del escritorRedacción

Juan Jiménez: "Me gustaría evitar la contradicción"



Juan Jiménez

Como no podía ser de otra manera con alguien tan inagotable e inagotado quedaron más que tantas cosas en el tintero. Contradicciones y (des)equilibrios le han servido para afilar su criterio y encontrar un camino que, por ahora, le ha llevado hasta los Teatros Luchana y del que nos (re)cuenta sus vaivenes, vericuetos y cunetas.

Viene del mundo de la filosofía.

Sí, estudié Filosofía y después continué investigando en las universidades de Lausanne, Soborna y Montreal. En cierto sentido, la filosofía es mi patria o, al menos, lo era. Ahora estoy desterrado.

Y no como un diletante precisamente.

He tenido siempre curiosidad por los misterios de la vida y, en esa época, me dediqué en cuerpo y alma a la filosofía. En aquellos tiempos de austeridad, siempre tenía a mano el consejo de Hölderlin a su hermano: "deberías estudiar Filosofía aunque no tuvieras más dinero que el que hace falta para comprar una lámpara y aceite, ni más tiempo que el que va de la media noche hasta el canto del gallo".

Nunca ha estado con los dos pies en el mismo sitio.

Sí, la verdad es que he tenido una vida anfibia. Incluso cuando estaba tan involucrado en la vida universitaria -la vida académica siempre me interesó menos- ya participaba en proyectos de gestión cultural sin faltar a un compromiso político híbrido, en absoluto constreñido a los contextos institucionales. Creo que en este sentido tuve la vocación de parecerme, de alguna manera, al que recuerdo con mucho cariño como mi maestro de la Universidad, el profesor de Metafísica Gabilondo, con el que compartía ese genuino compromiso por lo social.

Es decir, que no acepta etiquetas.

No, intento mantener una mirada poliédrica de las cosas y de las personas con las que trato y que recíprocamente la realidad no trate de encorsetarme. La moral y el arte nos enseñan que las categorías con las que etiquetamos la realidad nunca pueden estar a la altura de una realidad que es continua, infinitamente cambiante y difícil de nombrar.

Con esa actitud se habrá sentido muy solo en un país que tiene aversión a la independencia.

Sí, efectivamente he tenido y sigo teniendo grandes momentos de soledad. Pero bueno… Estar en los dos lados es aún más complicado en el sector de la cultura, que es muy reivindicativo, y yo me siento identificado con muchas de las luchas de un sector que es precario de toda la vida.

Por una parte, en el mundo de la gestión cultural es difícil sentirse sólo. Tengo la inmensa fortuna de trabajar rodeado de actores, productores o gestores culturales a los que admiro mucho y de los que aprendo cada día. Me siento muy identificado con las reivindicaciones del sector de la cultura. A pesar de lo que ha costado en España construir una estructuración política del sistema cultural, llegando incluso a crearse un Ministerio de Cultura, las políticas de recortes dilapidan por momentos esta herencia tan valiosa que parte de la comprensión y reconocimiento del acceso a la cultura como un derecho fundamental.

Usted se confiesa kantiano.

En cierto sentido sí.

¿Muy kantiano?

(Risas) Bueno, si recordamos las afirmaciones que hacía de las mujeres, su particular defensa de la pena de muerte o su aburrida vida cortesana como profesor en Königsberg, desde luego que no.

Pero si entendemos ser kantiano como ser cosmopolita, defender la paz entre los pueblos o una cierta doctrina de la virtud, o ser dualista, en el sentido de reconocer que hay dos mundos o dos principios de comprensión del mundo y que, junto al tráfago de cálculos utilitarios en los que la vida nos obliga a movernos, existe algo así como un mundo de ideas, o del deber ser, o de principios morales que resisten la prueba del tiempo, sin duda sí.

Eso revela a una persona que busca un modelo de excelencia. Y en ese modelo encajará, o hará porque encaje, la vida.

Sí, la verdad es que algo de eso hay. Curiosamente el otro día me dijeron algo similar, que era un modelo de gestor "germánico". Supongo que se referían a mi relación con el orden. No me gusta dejar cabos sueltos y sí es cierto que proyecto estructuras muy fijas a la hora de construir y planear mi trabajo, trato de asumir que la realidad toma sus propios caminos y que en cierto modo se nos impone.

Empecé a leer a Kant porque me interesaba mucho el concepto de belleza en filosofía y porque Kant está en constante diálogo con Baumgarten, el padre de la estética. De mi interés por esa disciplina filosófica surgió también mi interés por Hegel y después por el arte y el espacio escénico en el mundo contemporáneo.

Y apareció Hegel.

Sí, realmente Hegel ocupó el centro de la escena en mi etapa de doctorado en la universidad. Seguí seminarios sobre la Fenomenología del Espíritu o La Ciencia de la Lógica y orienté mi investigación a la estética hegeliana.

Vivir, por así decirlo, el espíritu de contradicción con plenitud.

Sí, eso me llevó, una vez que acabé la carrera y estaba con el doctorado en la Sorbona, a meterme en estudios de investigación más pragmáticos en la Universidad de Deusto sobre la cultura en museos, como utilizar ciertos recursos culturales para dinamizar el turismo en una ciudad como San Sebastián, donde estuve trabajando en proyectos enfocados a las artes plásticas y visuales.

No dejó de lado la investigación social.

Efectivamente me interesan los problemas sociales. Viví muy de cerca los levantamientos en la abadía parisina. No fueron casuales o accidentales.

¿Los vio venir?

Sí. París era una olla a presión que iba a estallar en cualquier momento. Siempre se dice que los españoles somos racistas pero los parisinos son mucho más educados a la hora de enfrentar al otro, y, sin embargo, hay algo velado y de carácter complejo que tiene que ver con el discurso del laicismo y con la dificultad de sostener un modelo social integrador en tiempos de crisis.

España no es ajena a esos enfrentamientos.

Sí. Al volver a España después de haber vivido en Montreal, donde todo el mundo era un ciudadano viniera de donde viniera, encontré muchos casos que me herían como extranjero que he sido al vivir en otros países.

De ahí su interés por la interculturalidad.

He escrito pequeños trabajos de investigación sobre interculturalidad. En la mayoría de los casos fueron planteados como trabajos de campo, como los que hice en algunos museos. Pero en algunas ocasiones, parten de una profunda inquietud teórica. Cuando estuve en la Universidad de Deusto y me confronté con ciertos discursos que fundamentan la autopercepción de los ciudadanos vascos, la filosofía y sus herramientas conceptuales me ayudaron mucho a entender aspectos como los límites del concepto de identidad como falacia cosificadora, la construcción de la identidad por mera negación y la corrosión de la ilusión marco de la comunidad, de la nación o del grupo religioso como generadores de identidades estables y duraderas en el tiempo. Y sí, eso sí, creo que no pierdo esa especie de armazón o armatoste (risas) filosófico para enfrentarme a la realidad que piso.

Se mueve en un mundo de símbolos culturales.

El ser es cultural, si no, no seriamos seres humanos. El ser humano habita un mundo de símbolos, signos y significaciones. Por ejemplo, un semáforo para un ser de otro planeta, para un animal, no significa nada. Nosotros conocemos signos que no tienen que ver con el correlato real. El ser humano está rodeado de signos, su imagen es simbólica, el mundo lo es… pero si es cierto que hay ciertas producciones y dispositivos culturales que son diferentes, son distintos a los significados comunes, donde residen el arte y sus manifestaciones artísticas.

El mundo humano es –otra vez me vuelve a la cabeza el nombre de un filósofo- fundamentalmente simbólico. Precisamente Cassirer reconoció que la definición del hombre más apropiada no era la archiconocida fórmula del hombre como ser racional. Hay algo más específico en el hombre que la razón y es precisamente su capacidad cultural y simbólica. Pensamos el mundo a través de imágenes y representaciones. Ese lenguaje musical, escénico, plástico es lo que nos une y separa con el mundo. Cada época histórica tiene una determinada cosmovisión o imagen del mundo, incluso, Heidegger dirá –algo que tiene un enorme significado en nuestra llamada sociedad de la transparencia- que la época moderna es la época en la que el mundo no puede ya ser comprendido sino como imagen.

¿Y en la capacidad de usar esos símbolos, por así decirlo, a su favor radica el éxito de una gestión cultural?

Es curioso que me dedique a la gestión cultural, siendo un apasionado de los filósofos de la escuela de Frankfurt que, precisamente, construyen la gran crítica al uso de bienes culturales con fines instrumentales. Mi tesis doctoral iba en esa línea, en la búsqueda de la autonomía del arte frente a instancias de heteronomía como pueden ser la propia gestión o la publicidad que utiliza el arte con determinados fines comerciales. Así que, al final, me encuentro en una especie de esquizofrenia porque aunque trates de trabajar con esos símbolos al servicio de la cultura, el lecho de procusto de la gestión siempre será una forma de constricción.

Antes hizo "la mili" en La Escalera de Jacob.

Sí, La Escalera tiene mucho que ver con lo que hablamos de los símbolos. En aquel entonces yo estaba trabajando en Deusto después de padecer algunos desengaños. Tenía ganas de pasar a la acción, así que no dudé en dar un sí a una llamada de Jorge de las Heras en la que me proponía participar en un proyecto cultural que en principio me permitía continuar con mi trabajo en Deusto e impartir clases de Sociología del Arte.


La Escalera de Jacob

La Escalera de Jacob

Por cierto, el nombre es fabuloso.

Lo es. Ahí sí suena toda una teoría de los símbolos. Surgió en un viaje a Italia, en la galería San Rocco en Venecia. Jorge y yo íbamos con el Diccionario de símbolos de Cirlot a todas partes. En un momento, cayó el libro al suelo, abierto, con un grabado de La escalera de Jacob y cuando levantamos la vista, ¡ahí estaba el fresco de Tintoretto con la Escalera!

Y esa escalera fue su bautismo.

¡Vaya que sí! La Escalera de Jacob lo fue. Fue una gran escuela de gestión cultural porque no sabíamos hacer nada y aprendí de todo: a hacer taquilla, a trabajar con canales de venta online, a hacer programación y comunicación, a liderar equipos…

Y su caída del caballo.

Sí, como le dije yo estaba recién llegado del mundo de lo que conocemos, por un lado, como la cultura más institucional. En París mi vida giraba entre la teoría de las artes en la Sorbona y la aproximación a la práctica artística contemporánea irradiada por ese gran y polémico dispositivo cultural que es Beaubourg -polémico por ser tildado por filósofos como Baudrillard de perpetrador de la cultura del simulacro- pero en cualquier caso, siempre relacionado directa o indirectamente por lo que denominamos “alta cultura”. Por otro lado, yo estaba muy implicado desde mi etapa universitaria con movimientos artísticos que vinculaban la práctica cultural con la transformación social. En la Escalera de Jacob hubo una primera época, que pocos recordarán, en la que se programaban actividades de música contemporánea, o ciclos como “miradas del mundo” en los que trabajábamos codo a codo con agentes sociales y culturales de otros países. Pero descubrí que un dispositivo cultural privado y de esas características no era el lugar para desarrollar esas prácticas. Y lejos de buscar en otra parte, mi vida laboral ha discurrido por los senderos de la gestión privada y de la cultura que podemos llamar de consumo.

Vamos, que no le motivaba lo que vendía.

No, y eso lo vi muy claro en un momento dado. Cuando La Escalera de Jacob empieza a funcionar económicamente me di cuenta de que el público buscaba otra cosa. Y para mí eso fue una revelación y me hizo comprender que la cultura que siempre me había interesado era un patrimonio de pocos y, desde luego, siempre pendiente de apoyos institucionales. El teatro privado es otra cosa. Fue una buena cura de humildad.

Aunque es verdad que con La Escalera encontraron un modelo que ha sido muy seguido.

Sí, es verdad, es un modelo de negocio que funcionó muy bien. Por ejemplo, cuando casi no se hacía teatro infantil en Madrid nosotros lo hacíamos. Es curioso que estando en contra de lo cuantitativo lleve toda la vida trabajando en multiprogramación donde, en La Escalera, encontramos una oferta que funcionó. Y en 2012 el público la refrendó haciendo que la cifra de negocio subiera exponencialmente. Y también descubrí otra cosa, hay algo en el teatro enfocado a la exhibición que también es muy rico e interesante. Y que es muy bueno que exista: la búsqueda constante de conexión con el público, incluso la obsesión por la venta no deja de ser, entre otras cosas, hacer en hincapié en algo que nunca podemos olvidar, que la exhibición teatral es un acto de comunicación y que, tradicionalmente, es una forma de experiencia colectiva. Cuando aún no se hablaba de cultura de masas, el teatro era una vivencia comunitaria, social. Nunca renunciaré al arte de los límites, de la endoconsistencia, de la fractura con el orden establecido, pero, como ser social disfruto muchísimo de la alegría y el dolor, por qué no, vividos en común cuando un teatro está lleno de personas emocionadas.

Y de ahí al teatro más combativo, el Off La Latina.

Sí, en un momento dado hubo una especie de escisión y de diferencias entre modelos de negocio y Cayetano Lucena me dio la oportunidad de desarrollar otro proyecto. En el Off La Latina intenté encontrar un equilibrio entre mi ideal y la realidad de un equipo de gestión y la necesidad ineludible de pagar unos sueldos a final de mes, entre ellos el mío, y creo el resultado tuvo un carácter por así decir más mixto. La sala adquirió cierta personalidad propia.

Y después un kantiano va a buscar lo bello y lo sublime en un Festival de Jazz y lo encuentra.

La música, el jazz, me han salvado. Decía Nietzsche que la vida sin música sería un error. La música frente al teatro tiene una gran inmediatez. En la Analítica de lo bello Kant apelaba también a esa inmediatez del arte bello del libre juego de las sensaciones, como define en algún momento a la música. Frente a otras artes, como la poesía, que libran un juego adecuado a los fines del entendimiento, la música es un lenguaje más directo de los afectos. Lo sublime, también en la interpretación que de este concepto ha dado la estética contemporánea, tiene más que ver con la presentación de lo impresentable, y es ahí donde para mí entra en juego el jazz frente a otros estilos de lo que podemos llamar música popular.


Off de La Latina

Eso es muy shopenhaureriano. Como un solo de John Coltrane.

Bueno, Kant había definido lo sublime como el sentimiento que se produce ante la imposibilidad del entendimiento y la imaginación para aprehender ciertas cosas que desbordan la capacidad de representación del sujeto. En el caso de lo sublime kantiano este límite de la representación produce finalmente una elevación, incluso moral, del sujeto hacia lo suprasensible, que al fin y al cabo contempla esa dimensión amenazante de la naturaleza desde lugar seguro. Este elemento burgués no está presente en el caso del jazz, que siempre parece apuntar a algo genuinamente refractario al entendimiento que se desplaza infinitamente.

¿Como por ejemplo?

A ver, cuando vas a una obra de teatro o escuchas una melodía que tiene cierta previsibilidad lo que de alguna manera estás haciendo, y ésta es la crítica política, estás reproduciendo un sistema de realidad. Es decir, llegas a la obra y reconoces y te reconoces en lo que estás viendo y sales un poquito más feliz. Y, sin embargo, hay ciertos fenómenos musicales e incluso teatrales que lo que hacen es distorsionar esa comodidad, transitar los márgenes, y a mí eso me interesa mucho.

Cada concierto de jazz consagra el poder y la gloria de lo efímero como el buen teatro, como, si me permite la comparación, el sexo.

Tiene toda la razón. La comparación con el acto sexual es interesante y eso que comenta es traspasable al duende, al swing en el jazz, hay ciertos sensaciones que ocurren en un momento determinado y solo se viven o encarnan en ese momento exacto y después, aunque se la recuerde, se diluyen.

Sin embargo aquí, en los Teatros Luchana, vive en una identidad muy formada.Cuando llegué estaba emocionado. Los Luchana me daban la oportunidad de trabajar con las compañías que siempre me habían interesado, mayor capacidad de negociación con proveedores de publicidad,etc.. Por hablar en términos de mercado, es mucho mayor que en salas alternativas. Es verdad que no pude poner en marcha la segmentación de programación por salas que pretendíamos, porque hay limitaciones comprensibles de horarios, entradas de público, condiciones técnicas, etc. que suponen tratar la multiexhibición como un aparato complejo que tiene que funcionar como una maquinaria de relojería. Y también es verdad que me llevé algunos disgustos en obras que programé pensando que con el aparato de comunicación que tienen los Luchana íbamos a llegar a públicos más grandes y diversos. Pero no es fácil. Es verdad que el riesgo que tomé fue muy pequeño pero me sirvió para darme cuenta que los Luchana van tejiendo su propia personalidad.

Que no tiene que ver con que haya que programar teatro comercial.

¿Qué es teatro comercial? Es una noción muy vaga. No todo lo que pretende ser comercial lo es, ni todo lo que nace como alternativo no puede llegar a ser comercial. De hecho el teatro alternativo si es interesante o relevante artísticamente puede ser comercial.

Prima la comedia en los Luchana.

Sí, aunque también hay drama. Lo que si estoy encontrando es que hay parecidos de familia entre muchas de las obras que exhibimos. Poco a poco voy encontrando tanto lo que queremos como con lo que nuestro público se siente concernido y que tiene que ver con lo que antes aludíamos del teatro entendido como acto de comunicación y experiencia colectiva, arraigados en unas formas temporales de vivir y representar.

Usted lo ha dicho. Los Luchana tienen su público, un público de, entiéndame, clase media o burgués que trae a los niños el sábado por la tarde y de madrugada vienen a disfrutar de la oferta erótica capitaneada por la gran Pilar Ordoñez.

Sí que es muy grande. Y sí, es verdad que tenemos un público muy definido.

Y amplio y de clase media, que pide comedia con la que sintonizar como Gente estúpida por poner un ejemplo reciente.

A mí me parece una comedia estupenda tanto por contenido como por tratamiento, factura y calidad interpretativa. Pero también por lo que comentábamos sobre que la manera de decir ha de ser acorde con la manera de recibir por parte de los espectadores. Mira, yo me voy a otros teatros y hay un tipo de comedia que tiene poco que ver con la sensibilidad de los públicos contemporáneos, no solo en los contenidos sino en la manera de interpretar, en la que se perciben ciertos ademanes, rasgos de escuela que hoy resultan artificiosos e incluso diría empalagosos para los nuevos públicos. Y no me refiero en absoluto al teatro clásico.


Teatros Luchana

Teatros Luchana

Sí, tics y amaneramiento propios de comedias afectadas de peterpanismo, en las que no acaban de salir de clase.

Sí, en ocasiones hay un exceso de lo que usted denomina peterpanismo y hay un público que busca eso. Cada vez que me llega un dossier de ese tipo de obra, lo detecto en un primer vistazo. Otra cosa es que por necesidades de programación las proponga en un momento dado. También hay un tipo de teatro tanto culto como comercial que parte de unas premisas expresivas, de unos ademanes absolutamente alejados de nuestro tiempo. Sin verosimilitud expresiva no hay experiencia "de verdad" posible. Aquí estamos encontrando algo que conecta mucho más con… a ver, se habla mucho de arte como espejo del mundo o como arte refractario a una forma social concreta. Yo creo que vamos encontrando en nuestras obras un espejo de la sociedad contemporánea, no solo en sus contenidos, sino también en sus modos de sentir y en las formas expresivas. Pero eso no quiere decir que sean una imagen fiel de la realidad, siempre que hay proceso artístico, hay transformación, condensación de la experiencia. Lo que buscamos es que ese modo de vivir algo juntos que es el teatro no sea una experiencia ni mortal (como diría Peter Brook) ni aburrida, sino algo vivo o brillante, en definitiva, algo mejor que lo que percibimos en la vida cotidiana, pero que, en ningún caso puede ser ajeno a ella.

Un espejo de comedia como estándar del teatro.

Sí, en cierto sentido. Pero buscando que aquello que es reconocible para el espectador, aquello que le permite entrar en el “pacto de ficción” sea condición necesaria pero no suficiente. Sin cierta expresividad o ritmo no entramos en materia, ni siquiera en la comedia en la que hay ligereza y frescura y dónde es aparentemente más fácil generar conmoción y aceleración de la temporalidad, pero si nos quedamos atrapados en esas formas y, sobre todo, en ciertas fórmulas de lo cotidiano, hablaremos de otra cosa, pero no de teatro.

Como las varietés del siglo XXI, que son otra de la señas de identidad de este teatro.

Es que aquí se pueden hacer cosas que no se pueden hacer en otros teatros.

Como que vengan The Funamviolistas, tan chaplinescas y greguerescas.

Y maravillosas. Como Las XL.

De quienes me enamoré. Pero me temo que no tengo nada que hacer.

¡Ni yo! (risas) Llevo algunos años trabajando con las XL en sala alternativa. Un día, cuando ya estaba en Luchana, hablamos y pensé ¿cómo funcionaría algo tan punki en pleno Chamberí? Arrasaron y encontraron una comunicación muy especial con la gente. Siempre es un placer trabajar con ellas. Creo que propuestas así, que aparentemente se aproximan a un concierto, o simplemente responden a la búsqueda de pasar un buen rato en grupo, tienen un mensaje que cala en la sociedad más que muchos ensayos. Las XL están haciendo de una manera muy divertida mucho por los objetivos planteados por el feminismo contemporáneo en este país.

Es muy curioso que hay gente "normal" que viene a los Luchana sin un plan determinado. Y como se fían de vosotros prueban lo alternativo, como con Victoria Siedlecki que lee un capítulo de Rayuela y salen emocionados.

Claro, claro. Es que eso es lo que consigue Victoria. Cuando estaba en La Escalera llegó Victoria con la propuesta de los Relatos eróticos, que nos pareció maravillosa para La Cueva. Es un espectáculo elegante, divertido que no solo se soporta sobre los textos de Cortázar, Las mil y una noches, etc. Sino que los revitaliza, enriquece y acerca al gran público.


Teatros Luchana

Teatros Luchana

La verdad es que han hecho de la necesidad virtud. Al no estar en un circuito o zona determinada, los Luchana son su propio circuito.

Sí, la verdad es que lo que sí es muy importante cuando tienes muchos espectáculos a la vez es cuidar que el público sepa identificar antes de comprar. Hace tiempo cometí el fallo de identificar obras como comedia y hacer el marketing en ese sentido y luego, para un público en general, resulta ser otra cosa, se siente decepcionado y no vuelve por aquí. El equilibrio entre los distintos tipos de comedia y los distintos públicos es fundamental.

¿Ese tipo de comedia al que se refiere lo representa, por ejemplo, Gente estúpida?

Sí, yo creo que este es un producto exportable. Es el modelo al que debería tender la comedia que hacemos, que ofrecemos. Se lo he dicho a ellos.

Que, por cierto, están fantásticos.

Tengo, desde el primer pase que vi, predilección por Silvia Nieva, pero cuando he visto la obra terminada no he podido dejar de admirar a su compañero de reparto, Antonio Sansano, a quien no conocía de antemano. Y tratar con Daniela es una inmensa fortuna. Aunque no la conocía personalmente, siento una conexión muy fuerte con ella, es como si viniera de mi mundo anterior.

Clava en el papel de tío "quejica" manipulador. Y borda su función de punching ball.

Sí. Y es uno de los papeles más difíciles e importantes de la función. Cuando el sparring no funciona, la función está muerta.

Hay escenas espectaculares.

Como la escena final.

Entre Crash y La guerra de los Rose.

Sí (risas). Pero lo principal es su buena factura. La trama está bien construida, los cambios de signo en la acción son perfectos. Además es perfecta por temática para un cuarentón como yo, me siento muy concernido y removido por lo que pasa en la obra. Y eso que cuando me la propusieron me asustó.

¿Y eso?

Es que cada vez que alguien me dice que va a traer una obra formada por diferentes piezas… ¡Uf! Es que a mí el micro teatro, en general, no me entusiasma.

Va a contracorriente.

No digo que no haya cosas interesantes. Pero del mismo modo que con un cortometraje puedes decir muchas cosas o por supuesto con una poesía, que ya es por definición un ejercicio de condensación, en teatro es difícil en tan poco tiempo decir cosas y decirlas bien.

Así que si viene una compañía y le propone una obra micro…

Pues ahí soy muy filosófico. Y como no hay una especie de, como dirían los románticos, bello vinculo espiritual o cierta organicidad entre las partes, no me interesa.

Porque no genera empatía.

Efectivamente. La mera yuxtaposición de obras puede ser entretenida, a veces interesante pero no es suficiente. Gente estúpida, por el contrario, genera una constelación de sentimientos. Y cuando vinieron a hacerme la representación, tuve esa suerte, me di cuenta en la segunda escena que si de algo puedo jactarme un poco es de detectar cuando algo va a funcionar. Me pasó igual con Karim.

Que arrasa.

¡Vaya que sí! El día que llegó me dije "va a ser el gran pelotazo de público de los teatros porque representa la perfecta identificación con el ciudadano medio español". Desde luego el público está muy sintonizado con él. ¡Y eso que el stand up no es mi fórmula escénica predilecta!

¿Tampoco?

Tampoco. Otra cosa es que por diversos motivos lo programe. Pero por regla general, aquí en los Luchana, la gente no quiere Club de la Comedia, va buscando ciertos maridajes como, en este caso, entre humor y magia.

Es que su público no es el espectador de, para entendernos, comedias de sal gorda. Pero tampoco correrá el riesgo de irse a lo "alternativo puro".

Sí, es cierto. Y en los Luchana estamos rompiendo esas barreras. La gente se expone a teatro que no ha visto nunca y empieza a no sentir esa frontera, esa escisión entre su estadio cotidiano y la incomodidad por lo que va a ver. Y a una distancia prudente acepta una exposición a lo desconocido con la que se siente cómoda, con la garantía de que los Luchana son un espacio de seguridad.

Esa confianza que el público otorga a los Luchana a usted le permite sacarle de su zona de confort programando obras como Ophelia o Un obús en el corazón, por poner los dos ejemplos que me vienen a la cabeza.

Es cierto. Son funciones que parte de nuestro público no hubiera ido a ver a otra sala o que van construyendo otro tipo de público que también nos interesa que forme parte de Luchana.

Aun así, hay un tipo de público joven y con inquietudes que se le resiste, al que representaría una obra como El eremita.

Sí, esa obra funcionó. Tanto es así que me planteo reponerla en sábado. De hecho, uno de los proyectos que encaramos con gran ilusión es La vida privada de Oliverio Funes, también de Teatro en Serie, que se estrenará en febrero. Pero, en cualquier caso, es un público muy difícil con el que estás expuesto a darte batacazos, como ocurrió con una obra que me parecía fabulosa y que por prudencia no voy a nombrar, por mucho y bien que comuniques. Tengo muchas esperanzas con Souvenir que, a pesar de estar ambientado en la Rusia soviética, su mensaje es universal. Es la historia, basada en hechos reales, de un hombre que no puede olvidar y recuerda todo lo que le ha ocurrido, hasta el más mínimo detalle.

Como Funes el memorioso, el del cuento de Borges.

Exacto. Esta obra es una reflexión sobre los límites de la memoria. Además el protagonista tenía episodios sinestésicos. Recordaba olores, texturas. Su mente era muy diferente a la nuestra, que necesita la memoria con ciertos límites. La vida si no sería espantosa. La obra tiene una enorme frescura, como la tiene Lo posible de Neil Labute, una historia que parte del argumento clásico de la venganza de una mujer a su novio. Y a partir de ahí surgen una serie de situaciones disparatadas e inesperadas. Esas son las novedades más destacables del principio de temporada.

Santi Senso también anduvo por aquí.

¡Si! Con Actos íntimos. Hay que ir a verle para liberarse de los malos espíritus (risas). Es todo un fenómeno del off que sin embargo ha cuajado, es asequible para nuestro público, que está cómodo con él. ¡Hasta parejas!

Supongo que del resto de la temporada no me contará nada.

Claro que no (risas). Prefiero no adelantar nada, perdería capacidad de negociación y podría crear falsas expectativas. Son temas muy delicados. Sí es verdad que cuesta gestionar todas las propuestas que llegan y equilibrar una programación que sea, en un sesenta por ciento estructural. Sabemos qué cosas y en qué épocas del año funcionan. Y un cuarenta por ciento abierta.

Una curiosidad, ¿le quedan ganas de ver teatro?

Estoy en la oficina a las nueve de la mañana, paso aquí todo el día y muchas noches me quedo para ir al teatro y, a veces…

Está atorado.

Sí, estoy embotado. Y si la obra es, como usted dice, una peterpanería, que se repiten demasiado…

Ya empacha.

Cierto. Necesito scouts que hayan comprendido nuestra idea y miren con ojos frescos. Ahora bien, el año pasado en el Fringe vi cosas maravillosas.

¿Por ejemplo?

La obra que más disfrute fue una brasileña en la que en determinado momento te tapaban los ojos, te privan de la mirada y olvidándote de todo dejas que la obra fluya a tu alrededor. Fue una experiencia casi sinestésica y participativa ya que todo el público acabó bailando.

¿Hasta dónde quiere llegar con los Luchana?

Bueno, una cosa es como programador y otra como gestor cultural. Los teatros han de ser sostenibles, muy sostenibles y quiero que conecten con las maneras de entender la cultura de los tiempos que corren. Sin caer en lo banal y en lo zafio estar conectados con la vida.

¿Dónde está el punto de equilibrio?

¡Eso quisiera yo saber!

Soy yo quien pregunta.

(Risas) Lo que de verdad me gustaría es que con toda la multi rogramación que ofrecemos nadie que viniera se sintiera defraudado, para que siguieran viniendo y encontrando una oferta atractiva. Y que no nos estallase la burbuja por la diferencia entre la oferta y la demanda.

(Risas). Lo que de verdad me gustaría es que con toda la multiprogramación que ofrecemos nadie que viniera se sintiera defraudado, para que siguieran viniendo y encontrando una oferta atractiva. Y que no nos estallase la burbuja por la diferencia entre la oferta y la demanda.

Lo que no sería de extrañar.

Pasa con la danza. Solo había cuatro o cinco compañías y, de repente, hubo una eclosión y aparecieron cincuenta mil compañías que causan un desfase muy fuerte entre la oferta y la demanda. Un economista radical te diría que la mano invisible o la mano "negra" del mercado no puede corregir esto.

¿Eso sigue pasando?

Porque a la gente que hacemos cultura nos disgusta la situación pero nos encanta lo que hacemos. A los gestores, críticos, actores… somos de los sectores productivos que más dispuestos estamos a la autoexplotación que casa muy bien con esta sociedad del cansancio. Es una necesidad muy complicada de solucionar.

Hay un gran voluntarismo que convive con mucha ilusión.

Es verdad. A este respecto me gustaría hacer un taller sobre gestión cultural con todos los sectores del teatro, incluidos la crítica y los creadores de opinión, para analizar y profundizar en la situación.

¿Y a dónde quiere llegar Juan Jiménez?

A mí me gustaría sortear la contradicción. No digo negarla, sino asumir su tensión radical y hacer algo interesante con ella. Tengo mi vida cotidiana, tengo que comer, tengo unos hijos y muchas veces… he confrontado esta situación más de vez y me he planteado volver al mundo de la filosofía, donde no tienes que enfrentarte con la realidad, o dónde te enfrentas a la realidad pero desde un horizonte y con unas consecuencias difíciles de conectar con lo que llamamos vida. En cualquier caso, me he dado cuenta de que soy un hombre de acción, un hombre de praxis. Y, de momento, aquí me quedo.

Fotografías: Facebook de Juan Jiménez y Teatros Luchana

87 visualizaciones
bottom of page