top of page

Arantxa de Juan: "Yo soy una mujer peligrosa en el sentido en que Anna Magnani era peligrosa"

  • Foto del escritor: Redacción
    Redacción
  • 12 dic 2017
  • 12 Min. de lectura

Actualizado: 9 sept 2019



Arantxa de Juan

Tal vez Magnani aperta sea, tan solo, un excepcional vehículo con el que Arantxa de Juan ha soltado un apasionado puñetazo en la barbilla de cada espectador que acuda a ver cómo, deslumbrantemente oficia, en cada función, una catarsis de sentimientos con los que se cuenta, explica, entiende y, a quemarropa, hace estallar emocional a Anna Magnani, a ella misma, a todos nosotros.

Como no podía ser de otra manera, al fIn y al cabo, Arantxa de Juan es, llana y sencillamente, teatro puro, puro teatro.

Oigo de fondo, en su página web, They Can't Take That Away from Me (Eso no me lo pueden arrebatar) de los hermanos Gershwin. Es una canción muy reveladora que no dice más que: "yo tengo algo de ti que es solo mío".

Me encanta esa canción y sÍ, viene a decir, "esto lo he vivido yo y que me quiten lo bailao" (risas).

Es una manera castiza de decirlo pero ¿ha valido la pena lo vivido?

Sí, claro que sí. Y esa canción, aparentemente ligera, muestra la alegría y naturalidad con la que hay que asumir las vivencias.

Esa canción es también la clave de la historia que cuenta en Magnani aperta.

Sí, de eso va la obra, del momento final, cuando Anna Magnani hace el recuento de su vida y se encuentra con que ha merecido la pena haberla vivido. Magnani llega a una gran aceptación. Ya lo dice el personaje: "Lo siento por mí pero no se puede tener todo".

Pero ¿Anna Magnani fue feliz o no?

Hombre, tuvo muchas desgracias pero hizo muchas cosas interesantísimas. Y ella sabía el valor de su vida. "Yo sé lo que me pasa, yo soy quien decido".

"Y mi vida ha merecido la pena". Esa última llamada de Roberto (Rosellini) es el mensaje que, también, yo quiero transmitir en primer lugar. Y en segundo, como autora del texto, yo quería darle ese final para decir que después de todo lo pasado importa el amor e importa haber vivido.

Esa llamada contiene muchas cosas.

¡Claro! Él llama y deducimos todos que esa historia fue real, que las emociones existieron, que ese amor enorme no fue una invención de Anna Magnani, que fue real y…

¿Y?

Ella se atreve a pedir ayuda por primera vez en la vida.

Es que hasta el último segundo Magnani desafía.

Sí, porque ella se acostumbró a ser una superviviente sola, solitaria… entonces, la única vez que confió en alguien, con la excepción de su abuela ya fallecida, es en Roberto, que se va con Ingrid Bergman. Y, a partir de ahí, ya no confía en nadie… Salvo, quizás, en Tennesse Williams, quien también la traiciona. Nunca pidió ayuda.

Es que eso es lo más difícil que hace todo ser humano. Ver a alguien hacerlo es, en cierto sentido, impúdico.

Por eso esta función se sale de los cánones. Es una obra para vivirla más que para solamente verla. Siempre digo que es una experiencia teatral porque la gente sale muy conmovida, muy tocada. Han reído, han llorado… es teatro que mueve corazones.

Sí, pero para que eso ocurra hay que haber vivido en plenitud lo que se cuenta en escena. Tanto los espectadores como la actriz que lo narra.

(Risas) Bueno, mi marido no se ha ido con Ingrid Bergman, no he ganado un Oscar (más risas).

¡Qué más da eso para contar su historia!

Cuento la historia de cualquier mujer valiente, de la soledad de una mujer valiente.

¿De usted?

¡Hombre! ¡A mí me gustaría ser así de valiente! Yo creo que Anna Magnani me ha armado de valor y me ha dicho "Mira, cuenta mi historia". Fíjate cómo será que intenté colaborar con dos guionistas y tuve que renunciar porque me di cuenta de que la función la tenía que escribir yo.

¿Por?

Eran hombres y no podían entender la esencia o la delicadeza de la mujer valiente.

¿Delicadeza?

Sí, porque una mujer valiente también es delicada… tiene un lado delicado que el hombre no sabe ver. Cuando Magnani en la función grita de isla a isla a Ingrid Bergman y Roberto Rossellini, lo que dice, lo que en verdad está diciendo es: "Yo lo único que quería era que alguien me abrazara y me dijera que todo iba a ir bien y yo creérmelo".


Arantxa de Juan

¿Cuál era entonces su visión de Magnani aperta?

Contar la historia de una persona que grita desesperada por ese abrazo que necesita y no tiene quien se lo dé.

¿No sabe perder en el amor?

Sí sabe. De hecho en la función, cuando cuenta que Goffredo se enamoró de Regina, "¿Y yo qué podía hacer?" dice. Y es que ante eso ¿qué vas a hacer? Eso sí, lo que Anna sabe es defenderse.

Como cuando la dejó Rossellini.

Estaba rabiosa por la forma que tuvo Roberto de hacer las cosas. Un día sacó a pasear a los perros… ¡Y nunca más volvió!

¿Y eso para Anna?

No era forma de acabar una relación que tantas cosas bellas, tantas películas bellas había dado. Una relación en que se habían comunicado y reído tanto.

Ya pero…

Otra cosa es que Rossellini pensase "¡Yo no le puedo soltar esto de Ingrid a la Magnani que me mata!". (Risas)

Sí pero ¿cómo se es justo cuando hay un abandono? Es decir, ¿cómo se maneja uno con ecuanimidad en las cosas de la vida, las cosas del querer?

Es cierto que se hace lo mejor que uno puede. Y a veces no sale bien, te equivocas.

¿Roberto Rossellini fue su Pigmalión?

Yo creo que aunque fuera exactamente su Pigmalión, Rossellini no crea a la Magnani. Paradójicamente, ese es el problema de la mujer poderosa: encontrar un hombre que esté a su altura.

No era una maggiorata al uso.

¡No! Era muy exquisita, leía todo lo relevante de su época, se empapaba de las noticias del día, se relacionaba con todos los mayores intelectuales.

Sí, tenía una gran lucidez para entender la época.

¡Claro! Fíjate en las revistas y las entrevistas. Hacía política, no vivía al margen de la realidad social.

Y Rossellini fue el par…

… al que aportas y que te aporta. Y la Magnani encontró a su igual y lo perdió en manos de la Bergman.

A Anna no le impone el mito de Ingrid Bergman.

(Risas) ¡Sí! ¡Sí! En décimas de segundo destroza al iceberg sueco, una pija impresentable (risas) que está por encima del bien y del mal y todo le resulta fácil.

Es curioso que ese "enganche" de Anna y Roberto perviviera, en ambos, por encima de todo, hasta el último momento.

Es que eso es el amor.

Y por eso a través de Anna Magnani cuenta la vida de todos. Por eso esta función es tan real y todo espectador se da por aludido.

Sí, es cierto. Siempre he entendido este espectáculo como un canto a la vida, en todos sus aspectos. Siempre.


Arantxa de Juan

Y esta mujer tan poderosa es, a la vez, tan dependiente de su hijo. Esa relación la refleja en la función con una llamada de teléfono en la que se desarma.

Sí. Es que no tiene a nadie con quien compartir nada. Anna se rompe cuando dice a su hijo: "Si no te tengo a ti no tengo nada". Es lo único que tiene. Y a la vez no le tiene, con lo cual su fragilidad es extrema.

Y eso le lleva a sublimar a su hijo.

Sí, esa es la palabra. Sublima una relación que en realidad no existe porque su hijo se ha educado en Suiza, donde tiene una familia que le acoge y cuida. Y éuando viene a Italia, algo que hasta los quince años solo hace de vacaciones, se encontraba con esa explosiva mamma italiana a la que saludaba todo el mundo por la calle, a quien todo el mundo conocía. Y él, claro, con complejo de tullido, de cojo, pues era poliomielítico, y con otro tipo de educación. Pues claro, la relación le superaba por todos lados.

La primera escena, en un dormitorio en penumbra, los espectadores ven desperezarse y salir de la cama a Anna Magnani. Es desconcertante y, en el mejor sentido de la palabra, incómodo.

Sí, bueno, es verdad que es una escena incómoda pero es que tiene que serlo y pone al público en una actitud de apertura. En realidad, en esa escena-prólogo se descubre la verdadera intimidad de la Magnani. Es una mujer que sufre y ante el sufrimiento nos sentimos incómodos. Y te remueve hasta el punto de estar abierto y estar receptivo ante lo que va a venir después.

Esa escena destroza la distancia y la barrera con los espectadores que te ven desperezarte, estirarte, dar vueltas en la cama, abrir la ventana, encender un pitillo…

Es muy blanco y negro, muy cinematográfico. Lo que se está viendo es verdad, tanto que mucha gente me recomendó que la quitara.

¡Si es clave!

Claro, entras en la obra de otra manera y, además, a partir de ahí, el resto te parece jauja (risas).

La escenografía está muy cuidada y es muy narrativa. Los cuadros son desgarradores, turbulentos, están vivos, están en movimiento, no están quietos, no pintan una serenidad.

Bueno, es que he tenido unos colaboradores en esta función increíbles Con todos los cuadros hemos dado una unidad pictórica a la casa.

Evocando el presente, el alma de la Magnani.

Sí, Darío Álvarez Basso ha hecho un prodigio. Para que te hagas una idea, el cuadro fundamental, el que está encima del sofá, lo pintamos en Marruecos. El día anterior posé para él como Anna Magnani. Y.. Darío me preguntaba: "¿Qué piensas cuando me miras? Porque tienes los ojos inyectados en sangre".

La mirada de la Magnani: poderosa, desafiante y desvalida.

Sí, la que muestra la fragilidad de la mujer valiente, la vulnerabilidad de la mujer poderosa. Al día siguiente Darío pintó el cuadro mientras yo le leía el guion.

No fue mala vivencia.

¡Fue tan bonito! Yo explicándole y él pintando con sus manos en la playa de Asilah de Marruecos.

They Can't Take That Away From Me.

Sí, sí, eso es (risas).


Arantxa de Juan

Las fotos, en contraste, son el tiempo detenido.

Yo creo que la casa es un personaje más. Es una máquina del tiempo porque de pronto estas en 1973 y te lo crees. Y te crees que estás en Roma y no en la Gran Vía. Y pienso que los cuadros son fundamentales para ese viaje en el tiempo porque llegas y, claro, está todo teñido de vida pasada.

La iluminación...

La puso David Omedes, que es director de cine. Le traje a casa, le conté la historia y creó una iluminación muy envolvente y narrativa. ¡Y son solo luces de casa estratégica y extraordinariamente colocadas!

Cuando abre las ventanas no se ve la Gran Vía, se ve Roma, que es un personaje más.

Lo es, y es un personaje conmovedor que tenía que estar en la obra. Magnani es Roma. De hecho, lo último que hizo en cine fue un cameo en la Roma de Fellini. Roma es, para ella, la madre, la abuela, la que le acoge, alimenta y ve crecer. En última instancia Roma es, también, su refugio.

Vamos, que usted no ha hecho nada en el espectáculo.

(Risas) Eso es lo que comento siempre (risas).

Se deja llevar.

Me dejo llevar por ella.

Anna Magnani la abduce, por así decirlo.

Sí, al trabajar mi personaje con Susan Batson, que es una persona muy muy peculiar en cuanto a metodología, llegas a conocer hasta las mismísimas tripas del personaje. Y entonces ya no puedes, ni debes, intentar repetir lo del día anterior. Y en cada función aparece un aspecto del personaje. Un día estoy un poco más sarcástica. otro día más triste, otro más enérgica y otro más cansada. No puedes ir en contra de tu naturaleza a la hora de interpretar y mucho menos un monólogo y a esa distancia del espectador que no permite ni una mentira. Yo ya sé quién es Anna y le dejo que funcione.

Es decir, que Arantxa de Juan desaparece.

De alguna manera sí, me fundo con ella. Eso sí, cuando por ejemplo el personaje habla de mujeres peligrosas me siento identificada.

¿Y qué es una mujer peligrosa?

Yo, por ejemplo. Yo soy una mujer peligrosa en el sentido en que Anna Magnani era peligrosa.

¿Y qué sentido es ese?

Mira, en un momento del espectáculo se dice :"La mujer que gruñe no es peligrosa, quien es peligrosa es una mujer que siempre dice la verdad". Y yo soy peligrosa porque afrontar los problemas de cara es muy incómodo en la sociedad en que vivimos.

Y muy poco habitual.

Sí, llegamos a esconder, a mentir, a manipular y a generar actitudes sibilinas donde realmente no te muestras. Y tanto la Magnani como yo somos, en la mayoría de los casos, mujeres muy a "la pata la llana": esto siento y esto te lo digo.

Hay una enorme sinceridad en la obra, como cuando está sentada en el sofá, tan descarada y desafiante y, con perdón, sexual. Es algo muy poderoso que sale de dentro y cada espectador piensa que le está interpelando.

Bueno, es que así es el personaje y sí, yo he buscado esa sinceridad en mí misma. Por eso no me han servido los guionistas, por eso lo tenía que escribir yo sola y buscar, aunque yo no haya tenido un hijo con polio, ni a una Ingrid Bergman que ha mandado un telegrama a mi pareja, allá donde esas emociones me tocaban directamente. Porque, como todo hijo de vecino, yo me he sentido traicionada, me he sentido criticada, me he sentido vigilada y me he sentido sola. Y también me he sentido alegre y orgullosa de mí misma.


Arantxa de Juan

Usa los recursos con sobriedad para transmitir al máximo.

Sí, no hay grandilocuencia que valga para subrayar o "hacer importantes" determinados momentos. Lo importante es importante, valga la redundancia, y se cuenta y se narra.

La función tiene mucho humor, a veces agrio, pero siempre lucido y certero.

Sí, eso es algo que tengo en común con la Magnani. Y es que sin sentido del humor no podemos vivir.

La función es muy plástica, muy física.

Los cambios de vestuario, las entradas y las salidas, los movimientos escénicos están medidísimos para que aporten fluidez y narración a la función y sean integrales a cada escena. Es el resultado de mucho trabajo.

¿Y mucha prueba y error?

¡Desde luego! Y mucha inseguridad por no saber a dónde ir. Y mucha incertidumbre, dudas y miedo e ¡insomnio!. Montar y crear la obra... crear fue la travesía del desierto y, además, sola.

¡Como la Magnani!

(Risas) Hasta que hice una llamada de socorro.

¡Como la Magnani!

(Risas) ¡Cierto! Y grité a Ana Torrent, Elvira Mínguez y José Troncoso: "¡No sé si estoy loca y lo que me estoy inventado es bueno o malo!".

¿Qué hicieron?

Vinieron al rescate y me hicieron de espejo y contraste para que pudiera tomar las decisiones finales. Por ejemplo, en la escena del niño, en la que inicialmente yo sacaba a alguien del público, vino Elvira y me dijo: "Mira, el público está o no está". Y esa fue una decisión clave. Tanto que la obra no funcionaría si el público sube y baja. José Troncoso, por su parte, dirigió mucho a la enfermera que me miraba todo el rato con cara de mucho pavor como si me estuviese volviendo loca o la fuese a despedir (risas). Y Ana Torrent… ¡eliminó la cena! (risas). La ayuda de estas tres personas fue un regalo impagable.

Ha sorteado muchos obstáculos.

¡No te puedes imaginar! Hasta me levanté de madrugada a recolocar los asientos ya que no se veía bien desde la última fila. Y eso la noche antes del ensayo general que hice con treinta personas de confianza para ver si funcionaba todo lo que me había inventado o no.

¿Y funcionaba?

Funcionó. Y los amigos me dijeron la joya que tenía entre manos. Pero hasta entonces no lo supe.


Nerea Portela y Arantxa de Juan

¿La decisión de hacerlo en su casa fue un riesgo?

Fue una broma (risas). Estaba con una amiga. Yo ya había escrito el guion y me habían ofrecido un par de salas. Y le comentaba a mi amiga cómo llevar una casa de empaque antiguo y señorial de Roma a un teatro sin que parezca cutre. Porque yo odio lo cutre, no lo puedo soportar. Y de broma le dije que lo tendría que hacer en mi casa y entonces… Se hizo la luz y me dije: "Estoy perdida, no lo veo en otro lado". Y entonces, a partir de ahí, todo empezó a fluir. Entramos en el camino correcto. Estamos en el camino correcto. Y como si fuera magia, una cosa que iba a "torones" durante dos años y medio, primero un guionista, luego otro… Acabé de escribir un 15 de agosto y la estaba ensayando en mi casa un 15 de septiembre. Ahora lo difícil es sacar la función de la casa.

¿No la ve en otro escenario?

(Risas) Pues habrá que verlo. Mira, el otro día me fui a ver la Familia Coleman que también empezó en un piso y ha recorrido todo tipo de escenarios. Así que habrá que empezar a desestructurar y abrir posibilidades. Estamos en la calle Desengaño hasta el 16 de diciembre, con posibilidad de prórroga. Y hay una gira preciosa en proyecto, así que a partir de Semana Santa vamos a sacar al niño del útero.

Nerea Portela hace un trabajo ingrato e importante. Es escolta y sparring que acepta y comprende a Anna. Y, sobre todo, la acompaña a través de sus cambios de humor y de estado de ánimo.

Mira, sin ella, sin su aportación este espectáculo no sería lo mismo. Es fundamental. Con ella el espectáculo es, cada día, diferente. Cuando termina la función hablamos y me dice "Hoy ha estado Anna más vacilona", "hoy más triste", "hoy más inquieta". La función nunca es igual, aunque últimamente estoy muy vacilona (risas). Y Nerea siempre, siempre está al quite porque, aunque diga la frase en un sitio, si me da la gana decirlo en otro la digo. En otra parte de la función puede haber marcas naturales pero si ese día no me va bien no lo hago. Y Nerea aguanta el tirón, y me mira sonriente o triste, o me quiere un poco más o le gusto un poco menos o me teme más. Y todas esas reacciones influyen en Anna y en el desarrollo de cada función. Cada día es un salto del trampolín, sabemos cómo darlo. Pero en cada función es diferente como lo damos.

No ha creado este espectáculo para hacer lo mismo a diario.

¡Es que sería imposible! ¿Te imaginas? ¡Me da algo! ¡Sería una condena! (risas)

Es emocionante la escena en que Anna se viste, pausada y tranquilamente, para ir al hospital. Transmite una enorme aceptación y serenidad.

Si, ahí se rinde, claro. Pero no es una derrota. Nunca perdió la dignidad. Nunca bajó la guardia.

Ha aguantado todo lo que le echó encima la vida. Ella gana.

¡Que bien que lo hayas visto así! Para mi esa es la clave: ella gana.

Fotografías cedidas por Arantxa de Juan de su página web Magnani Aperta

تعليقات


bottom of page