
No me atreví porque, aunque no se lo crea, impone. Pero me hubiera gustado pedirle si, como el afortunado Buenafuente, puedo ser su amigo, para que me siga contando, para que me siga diciendo, para que sea Miguel, para que sea Rellán, para aprender y aprehenderle, para echarme unas risas y, si se tercia, algún llanto. Para que me siga contando, para que me siga diciendo, para que me responda de la mejor manera posible: la suya.
Ha sido todo un honor. Con todos ustedes, don Miguel Rellán.
Todo empezó en la Facultad de Medicina de Sevilla.
Bueno, no exactamente, ya antes tenía el corazón partío entre la interpretación y la medicina, de la que siempre he sabido mucho ya que mi padre era médico y desde pequeño sabía, le acompañaba al hospital.
En el Protectorado, donde pasó su infancia…
Sí, sí, mi infancia. ¡Hasta los veinte años!
Infancia eterna (risas).
La infancia larga, sí. Y, bueno, la vez que estaba en clase de disección en la facultad preguntaba dónde estaba el TEU y, claro, a mitad de la carrera ya estaba más metido en los grupos independientes y en política que en los estudios. El caso es que acabé a trancas y barrancas, a base de centramina y con el correspondiente disgusto de mi padre, claro.
No llegó a operar.
¡Sí! Estuve dos años como ayudante de Durán Sacristán quien, por cierto, no sé si se habrá muerto. En Urgencias y en Traumatología. Así que he cosido bastante.
El ambiente del TEU tenía que ser muy especial, muy, por así decirlo, vigoroso.
Pues sí. A mí me tocó la penúltima fase de una universidad, no sé si muy deseable o no, pero que ya no existe. Verás, yo no tengo hijos pero sí sobrinos y primos jóvenes con quienes hago mi análisis sociológico. Y, desde luego, no tiene nada que ver la universidad de ahora con la de entonces. Hay una frase que no se quien decía, pero que yo puedo aplicar, lamentablemente, en mi familia. Y es que ellos han pasado por la universidad pero la universidad no ha pasado por ellos. Entonces la universidad se tenía en cuenta, era un punto de inflexión, un hecho fundamental en la vida de las personas.
¿Y ahora?
Ahora no, incluso a nivel docente... ¿Los catedráticos? ¿Dónde están ahora los equivalentes al Viejo Profesor, Aranguren, García Calvo, Durán Sacristán? Antes eran referentes, la universidad era un referente cultural, había un enorme interés político. De allí salieron Alfonso Guerra, Amparo Rubiales, Felipe, Yáñez, toda aquella gente. La universidad era estimulante. Estaba en ebullición. Era la época de leer, aprovechando hasta el último minuto del día y de la noche para acumular conocimientos. Era algo terrible pero para bien. Y yo noto que ahora, estos jóvenes de ahora, al menos los de mi familia, son "súper especialistas", eso sí, pero no saben ni quien es su catedrático, ni les importa. Y nosotros teníamos… ¿cómo te diría? Siempre ha habido un profesor "hueso", que no había quien aprobase con él. Bueno, pues ahora no saben ni qué significa la expresión…
Eso es muy revelador: la ausencia de carisma en la Universidad.
Cierto. Antes los catedráticos creaban escuela, eran maestros en el más amplio sentido de la palabra y se les respetaba por eso. Fíjate, nosotros nos levantábamos cuando entraba el doctor Viñas pero no porque fuese obligado sino porque era una autoridad y así lo reconocíamos… y no te ponías con reclinatorio porque estaba feo… (risas). ¡Pero te ponías de pie! ¡Coño!
Y la etapa del TEU continuó en Esperpento. Juan Margallo me comentó que en su etapa de teatro "rebelde" se lo pasó, aparte de la lucha contra la dictadura, muy bien. Como nunca, ya que fue una época única e irrepetible.
(Risas) Tiene razón. Estoy de acuerdo con mi amigo Juan. Y eso fue así por dos razones. En primer lugar porque se cumple aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Y, en segundo lugar, porque teníamos la inconsciencia de la juventud. Objetivamente no lo podíamos pasar bien. Estábamos fastidiando a la familia. En lugar de estudiar estábamos haciendo teatro, te han vuelto a detener, etc. Por un lado nosotros sabíamos que no cumplíamos con nuestra obligación. Por otro, estábamos sin un duro…
Lo mismo me contó Juan.
¡Pues claro! ¡Pero nuestra inconsciencia era tan enorme! En mi caso yo empecé en el TEU de Medicina. Cuando se me quedó pequeño pasé a otro grupo más serio y, como uno siempre ha sido políticamente incorrecto, unos cuantos disidentes formamos un grupo más a la izquierda para librarnos de la sombra del sindicato vertical del SEU. Un grupo en el que estaban Alfonso Guerra y Amparo Rubiales, el mítico Esperpento, en plena eclosión de grupos independientes como Los Goliardos y tantos otros, en los que estaban Santiago Paredes, Alicia Sánchez, Margallo… un montón de gente salió de aquellos grupos…
Que, por otra parte, llenabais allá donde ibais, teníais fans y groupies.
(Risas) Pues sí, había "popes" que nos protegían, como Pepe Moleón, pero es que, además, el teatro tenía entonces un carácter de tribuna política que, en cierto sentido, ha perdido. El mero hecho de levantar un telón, sobre todo en nuestro caso que no hacíamos precisamente Anacleto se divorcia sino Bertold Brecht, Valle Inclán, se convertía, independientemente de la calidad de lo que se fuese a ofrecer, en un acto político y, a la mínima, ya estaba la policía allí, se montaba un follón con la gente. No era siempre así, cierto. Otras veces llevábamos a cabo montajes muy valiosos. Recuerdo una Antígona de Sófocles estupenda que hicimos con un grupo de entonces, Smash.
¡Los de El Garrotín! ¡Sí! ¡Así que imagina Antígona con ese grupo! ¡Los cimientos de Lope de Vega temblaron!
Y daría lugar a todo tipo de interpretaciones.
Bueno, es que esa era otra a la que contribuían la censura y las autoridades. El doble sentido estaba a la orden del día. Hay anécdotas estupendas. Cuando venían al ensayo general los señores de la censura nosotros hacíamos una cosa para engañarles y era trufar todo aquello de tacos, de manera que en lugar de decir "Pues no ha venido la condesa" decíamos "me cago en la hostia, no ha venido la condesa" y, claro, se ponían como motos. "¡Eso no se puede decir! ¡De ninguna manera!". Y solo se fijaban en eso. Y así siempre. Metíamos muchos "cojones", "coños" y "joderes", se cabreaban y lo otro, lo importante, colaba.
¿Y siempre picaban?
Siempre. Aquellos señores eran medio idiotas. ¡Que le vamos a hacer!
En cualquier caso, el doble lenguaje daría lugar a más de una confusión.
¡Claro! Recuerdo un entremés de Cervantes bastante inocente en que salía un mayordomo con un banquete: un faisán, un pollo y un cerdo con una manzana en la boca. Y los censores pararon el ensayo para preguntar "Un momento, ¿el cerdo, que significa?". Y nos miramos y no sabíamos que decir ya que no significaba nada en especial…
Era la cena, que no es poco.
(Risas) ¡Claro que era la cena! (risas) Pero, en cualquier caso, decidieron que el cerdo fuera. Así que la maldad la ponían ellos… debieron pensar que el gorrino era Franco.
Y la manzana, la del pecado original.
(Risas) Sí, sí. Ya puestos, la verdad es que a veces la censura era una estupidez estupenda.
Fue una vida con días de veinticinco horas sintonizado "en teatro".
Sí, sí. Así era. Y de lecturas. Y de charlas. Y de la vida. Aquella universidad era un hervidero. Fueron unos tiempos maravillosos, maravillosos.
La época en que cada lectura deslumbra.
Claro. Yo siempre he sido, desde pequeño, un lector muy voraz. Pero en aquella época estaba muy influido por los franceses: Sartre, Camus, eran lecturas habituales…
El existencialismo, claro. Y en el 68 tocaría La sociedad del espectáculo de Guy Debord.
Sí, ese era un libro de cabecera. Pero leíamos absolutamente de todo, como la Sociología del Arte de Arnold Hauser, que nos influyó mucho… En fin, que éramos una pandilla que leíamos absolutamente de todo, leíamos como si se fuera a acabar el mundo.
Eran lecturas literalmente vitales.
Sí, sí. Y además había una especie de estímulo. Por ejemplo, la mujer de Alfonso Guerra tenía una librería…
La “Antonio Machado”. Esa, donde nos pasábamos media vida. Y continuamente ocurría un estímulo tras otro: "Oye, acabo de leer esto", "Pues pásamelo", etc. Estábamos en constante ebullición.
Esa es la manera de vivir.
Quizás fuera demasiado intenso, como decías, veinticinco horas al día.
Cualquiera se paraba a leer un tebeo. ¡Te daban una paliza por contrarrevolucionario!
(Risas) Sí, sí. Demasiado intenso todo (risas).

A cambio, hoy en día, si se cita a Bertold Brecht se identificaría con un jugador del Bayern de Munich.
No creas, no estoy de acuerdo. Tendemos a mitificar el tiempo pasado y en aquella época solo teníamos inquietudes culturales una minoría. Y esa minoría, hoy en día, es mayor. Lo que pasa es que lo banal hace mucho ruido, por ejemplo, las televisiones generalistas lo invaden todo con sus Sálvame de Luxe pero se lee más que nunca. Siempre hay que tener en cuenta una cosa, creo yo, a no ser que usted me contradiga don Luis.
Dios me libre, don Miguel.
Pues ya que te tengo su venia, creo que esto que genéricamente, a pesar de que la palabreja ya me empieza a fastidiar, se llama para entendernos cultura, de siempre y para siempre va a interesar a una minoría, por una razón muy sencilla, que salvo que usted me lleve la contraria don Luis, me dispongo a contarle.
Dispóngase, dispóngase.
Y esa razón es que el género humano tiende a acatar la ley del mínimo esfuerzo, así que entonces todo lo que signifique un trabajo para alcanzarlo se rechaza de entrada. Es decir que entra mejor La Macarena que las Variaciones Goldberg de Juan Sebastian Bach. Todo lo que necesita un aprendizaje no entra a la primera y la reacción es "¡Ufff...! Yo me quedo con La Macarena, vengo a ver quién es el chico que se va a casar con la chica y que no me metan en líos que yo no vengo al cine para pensar". "¡Pues bueno! ¡Allá usted!". En fin, que siempre ha ocurrido, en el Renacimiento, en el Quattrocento solo había cuatro ilustrados y el resto, salvo el Buonarroti y tres más, eran profundamente analfabetos que solo iban a ver si se cepillaban a la moza garrida aquella. En fin, que siempre ha sido así y creo que siempre lo será.
Hombre, quizás hoy en día la diferencia consiste en que hay una ostentación de la ignorancia. Todo el mundo se considera culto, aunque se "alimente" de cuatro lugares comunes y haya delegado el pensamiento en las soflamas de cuatro bocazas mientras denigra con la etiqueta de gafapastas, frikis o cultuteras a quienes ve con un libro porque se siente agredido.
Sí, eso sí que es cierto. Antes alguien bajaba la cabeza avergonzado de no ser culto o no leer lo suficiente. Has sacado dos palabras que me fastidian mucho, aunque no tendrían por qué, que se utilizan despectivamente. Una es la que has dicho, cultureta. Y otra buenismo. ¿Cómo que buenismo? ¿De qué van los que dicen buenismo?
Además son palabras que liberan al que lo dice. Quiero decir, piensan "Puedo seguir siendo el gañán mezquino de siempre porque éste no es más que un cultureta buenista".
Claro. Ya lo decía Machado: “Castilla miserable, ayer dominadora, envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora”.
Y, además, hoy en día, como decía un prócer de la patria, de una manera "ostentórea".
SÍ, sí. Para que se note y mucho. Pero, de todas maneras, uno que es por decreto optimista pero pesimista no lo ve tan negro. El otro día, sin ir más lejos, iba a estrenar en el auditorio y me asaltaron un montón de personas preguntándome si me sobraba una entrada. ¡Y fíjate que se iba a tocar el Evangelio según san Juan!
Ya, que no es más conocido y tarareable que el Evangelio de san Mateo.
Cierto. Bueno, pues el Auditorio lleno, con reventa y plagado de gente joven mendigando una entrada. ¡Y de pronto te reconcilias con el género humano! Y no solo ahí. ¡Vete a sacar una entrada para una ópera o una sesión de jazz o una función de teatro!
Doy fe. Los teatros off, para entendernos, que arriesgan, llenan.
Eso está muy bien. Y también llenan Incendios y Arte. Y hay muchas cosas donde escoger. Fíjate, casi me pierdo La ternura porque no había entradas. Al final Sanzol me llevó con él el último día.
Lo es. Es fantástica.
Pues eso, que hay una inmensa minoría que me reconcilia con el género humano. Lo que me pasa, y no sé si te pasará a ti, es que mi optimismo depende mucho del día y de cómo coloque el tiro de cámara. Hay días en que ves lo del Orgullo y, a pesar de todo, de cómo se quedó Madrid de mierda, dices "¡Esto es fantástico! ¡Qué bien resultó! ¡La demostración de tolerancia!".
Y hay otros días… En que me levanto y digo "¡Bufff! Y ahora empiezan las fiestas populares en las que no sabemos divertirnos si no es haciendo añicos a un pobre becerro. O qué animales somos en el fútbol. O ¡cómo abandonamos animales!".
Eso lo hacen los españoles del cuadro de Goya que, en mitad de la nada, están a punto de darse una leche y no saben ni por qué.
Sí, es verdad. Por eso te digo que a veces el nuestro me parece un pueblo lleno de gente buena, trabajadora, abnegada y otras veces pienso que esto es un establo de cerdos. Depende de cómo me pille. Y seguramente las cosas sean ciertas.

De eso no le quepa la menor duda, Don Miguel. Además, usted lo ha vivido profesionalmente, que ha pasado de hacer Niebla en televisión, algo que hoy en día sería imposible, a hacer La que se avecina que, por otra parte, es mejor de lo que parece. ¡Ah! ¡Pero ya entremos en otro tema! Yo, querido, me vine de Sevilla a Madrid a ganarme la vida como actor profesional porque ya estaba bien de hacer la revolución por amor al arte. Y me vine, además, con ínfulas: cine con Carlos Saura y Manuel Gutiérrez Aragón. Y de ahí para arriba. Teatro con Nuria Espert y Adolfo Marsillach para empezar y…
¿Y? Pasé más hambre que un maestro de escuela. Hasta que me di cuenta, observando a los sabios como Fernando Fernán Gómez, que había que hacer de todo, de to–do, porque si no, no comes. Fíjate Fernán Gómez que le decía a su representante "Oye, que necesito trabajar". Y el representante le contestaba "Hay una película pero es muy mala". YFernando contestaba, "Pues otra". "Es que no hay otra”. "Pues adelante con la mala". Y no se le caían los anillos. Mira en televisión o cine, como decía mi antiguo representante, solo hay dos cosas, gloria artística o gloria económica. Y, normalmente, no hay ninguna de la dos, eso lo añado yo. Ocasionalmente hay veces que ves un guion estupendo y dices "¡Venga! Vamos a hacerlo". Y las otras es una mierda que te pagan maravillosamente. Así que como dice Antonio Gala: “Puta pero carisísima”.
(Risas) Yo he hecho películas con Fernando Fernán Gómez y, cuando acabábamos, preguntaba al director -pone voz de Fernán Gómez- "¿Está a tu gusto? ¿Dónde hay que ir a cobrar?". Y se volvía a mí y me decía -vuelve a poner voz de Fernán Gómez- "¡Menuda gilipollez acabamos de hacer, Rellán!".
(Risas) Luego, cuando le preguntaban si había visto la película, se cabreaba y decía -voz de Fernán Gómez de nuevo- "¿Qué pasa? ¿Que además de hacerla la tengo que ver?". Pues eso, que yo tampoco he visto películas mías.
(Risas)
Pues su filmografía es, como poco, muy digna. Hombre, en la medida que he podido, como decía el otro día en una entrevista con Buenafuente citando a Melina Mercouri o Simone Signoret, "Yo hago de fascista en una película revolucionaria pero no de revolucionario en una película fascista". No sé hasta qué punto es denigrante o no.
Bueno, Alfredo Landa a la semana de recibir el Oso de Oro de Berlín por Los santos inocentes estrenaba Homo Eroticus y no se le caían los palos del sombrajo. (Risas) Buen ejemplo. En cualquier caso revisa la filmografía de muchos compañeros y verás que está llena de películas malas y no solo en nuestras pobres biografías de españolitos de a pie. Incluso un gran actor como Lawrence Olivier ha hecho de jeque árabe en cada película infumable. El único actor que tiene una filmografía que se salva casi entera es Paul Newman. Todo lo que ha he hecho tiene calidad, a pesar de que la primera que hizo, El cáliz de plata, la detestaba.
Porque salía con faldita de romano. (Risas) Es que nadie se libra de hacer horrores. En mi caso, desde luego, si solo hubiera hecho lo que me gustaba de verdad hubiera hecho dos cosas. Y con un añadido, que solo sabes si lo que has hecho está bien o vale a la pena a posteriori. Mira a Humphrey Bogart e Ingrid Bergman, ¿cómo iban a saber que estaban filmando una obra maestra? ¡Si el rodaje, como sabes, fue un desastre!
Sí, no era más que una película de propaganda bélica, de ínfimo presupuesto, con un actor a la baja y una actriz novata. Claro. ¡Y mira en qué se convirtió con el tiempo! En mi caso no te puedes imaginar mi extrañeza con, por ejemplo, Amanece que no es poco.
Una película tan relevante que, hoy en día, hay una industria a su alrededor con rutas turísticas y todo. ¡Date cuenta! Y, claro, la gente me dice "¡Qué suerte haber estado en Amanece que no es poco!". Y siempre contesto lo mismo: "¿Te querrías venir a esa época? ¿Te cuento los actores que no quisieron participar? ¿Y que los que participaron, como Saza y Rafael Alonso, no paraban de decir que si les iban a pagar y se iba a estrenar esa tontería?".
Y con el tiempo se ha hecho mítica. Aun así, en general, el cine mejora con el tiempo y se vuelve documental. Quiero decir, si quieres conocer la Transición, además de Mamá cumple 100 años, tienes que ver Los bingueros. Estoy total y absolutamente de acuerdo.

Desde ese punto de vista, usted ha hecho películas atemporales como El bosque animado. ¡Esto es muy gracioso! ¡A toro pasado, también lo explico yo todo! Ese es otro buen ejemplo. Tampoco las teníamos todas con nosotros, empezando por Alfredo Landa y el propio Cuerda. De entrada, era un encargo y Cuerda se lo tomó en plan “Vamos a hacer este cuentecito” y bueno, Azcona adaptó magistralmente la novela y quitó a los animalitos parlantes pero, aun así, no teníamos ninguna seguridad en la película.
Por lo que veo, esa sensación es de lo más habitual. Es que cuando te metes nunca sabes lo que va a ocurrir y, además, casi siempre viene Paco con las rebajas. Inicialmente, con muchos proyectos dices "¡Estupendo! ¡Qué bien va a salir esto!". Y luego vienen las preguntas y las respuestas: "¿Quién va a dirigir?". "Menganito”". "¡Bufff". "¿Y quién va a ser la primera actriz?". "Zutanita". "Bueeeeno". Y, por último, la pregunta, nunca mejor dicho, del millón: "¿Hay dinero?" (risas)
¿Y la respuesta? Silencio sepulcral (risas).
Otro cuento para mayores fue Tata mía. Y, mira, el rodaje fue un infierno. ¡Que esa es otra! El ambiente estaba enrarecido. Lo pasamos muy mal por Imperio Argentina, que era bastante insoportable, y por Teo Escamilla, que era muy especial. Y, a pesar de ello, funcionó la magia del cine. Pero pregunta a la que hacÍa de mi hermana, ¿cómo se llama? ¡Por Dios que no me sale!
Carmen Maura. Eso, que no me salía. O, si fuera posible, a Alfredo Landa. Ellos sí que lo pasaron mal.
En cualquier caso, su filmografía es un muy amplia y completa. Mucha gente me lo dice y eso es porque tengo una carrera muy larga, trabajo mucho y tengo muchísimas ofertas. Y, es verdad, no me puedo quejar. Al menos los amigos que me quieren me lo dicen. Charlando sobre esto con Jesús Castejón, Luis Bermejo y Ginés García Millán llegamos a la conclusión de que en toda carrera lo más importante es tener suerte pero para ser actor, perito agrónomo o guardia de la porra. Sin suerte no hay nada. Y yo, modestamente, creo que tengo suerte. He hecho muchas películas, muchas muy malas, pero cuando haces mucho salta la liebre.
¿O sea que suerte y ya? Después, hombre, hace falta ser un buen profesional. Que no digan "¡Este tío es un informal!".
De eso tiene fama, de profesional fiable y todoterreno. Hombre, yo creo que he tenido una cierta ventaja. Tengo un físico, patético por otra parte, pero que vale para un roto y un descosido, para el cura tridentino y para el Moro de El crack. Nunca he sido guapo, no he podido ser "el chico de la película" pero sí he podido ser el banquero, el médico, el asesino. Y eso cuenta para trabajar mucho.
En sus películas con Garci, como diría un cultureta, conectasteis con el zeitgeist de la época. Con el personaje de Cárdenas, el Moro, el contrapunto de Germán Areta, el personaje de Landa, se llevó la película de calle. Es una película para estar orgulloso de ella. Pero, como te decía antes, estos reconocimientos siempre son a posteriori. Cuando la haces, te preguntan "¿Qué tal ha quedado?". Y contestas "¡Y yo qué sé!". El propio Garci no estaba nada contento.
Y ahora va a hacer El crack tres. Sí señor. Pero, en mi opinión, no debía de hacerlo, debía dejar El crack tal como está. No tendría que tocarlo. Además, va a ser una precuela, que poco puede aportar.

Se dice que usted es el eterno descontento, que solo le valen una o dos de cada diez interpretaciones.
Hombre, a ver, por partes. Por un lado, yo siempre he sido una persona que se va conformando con lo que le llega ya que nunca he tenido ese deseo insaciable de hacer un Hamlet o un Macbeth. Pero por otro, bien es cierto que una de las cosas maravillosas que tiene cualquier trabajo creativo es que nunca alcanza, que nunca se llega. Por eso, aunque ya esté grabada, se sigue haciendo la Quinta de Beethoven, porque nunca va a salir del todo. O, por ejemplo, Ricardo III no solo nunca sale, sino que nunca va a salir porque, como decía Italo Calvino, los clásicos nunca terminan de decir lo que llevan dentro. Yo estoy convencido de que Velázquez se murió diciendo "Sí, bueno, Las Meninas no están mal pero a ver si me da tiempo de pintar uno cojonudo, coño". Y que Gabriel García Márquez pensaba que Cien años de soledad estaba bien pero que querría escribir la novela definitiva. Así que no es que sea un descontento, es que, para mí, como decimos en el teatro, la mejor representación siempre es la siguiente.
Ahora que has mencionado a Italo Calvino me viene a la cabeza Novecento de Alessandro Baricco en el que cuenta la historia de un pianista en un tono de fantasía, deslumbramiento y admiración como el que usaba Calvino en El barón rampante o El vizconde demediado. Esa función, por cierto, tampoco está muy mal del todo... Sí, sí, ese el tono que creo que hay que darle a esa historia. Y no debe estar muy mal del todo (risas) porque llevo cuatro años haciéndola y la gente acaba emocionada dando bravos y eso. A este paso voy a acabar como Lola Herrera haciendo Cinco horas con Mario hasta la eternidad. Le debo mucho a Raúl Fuertes que es un director estupendo y que me trajo por la calle de la amargura.
¿Cómo se le lleva por la calle de la amargura? ¿Le "marcó" mucho? No, no me marcó mucho porque a estas alturas del partido la dirección de actores consiste en ponerse de acuerdo, es decir, "Yo sé tocar el violín, no hace falta que me pongas los dedos, solo dime si es Re menor y allegro ma non troppo y ya es suficiente".
¿Entonces? Pues mira, nada más empezar Raúl me dijo una cosa que yo sigo teniendo en cuenta para mis demás personajes: "Miguel, no quiero ni una frase sin opinión. Todo lo que digas tiene que ser por y tener un sentido".
Es decir que buscaba la narración pura. Claro, claro. Así que, sin prisa y sin pausa, pasé dos meses muy duros diciendo, una y otra vez, ese monólogo, destinado a un público general, a un señor que se lo sabía de memoria. Fue durísimo pero salió, salió. Dos meses en la sala pequeña del Español, agotadas las localidades, varios premios. Sigo haciéndolo y, lo más importante, me parece una historia fantástica.
El teatro siempre le ha dado muchas satisfacciones. Sí. Por solo citar los últimos tiempos he hecho cosas buenas como El viaje a ninguna parte, que salió muy bien, Luces de bohemia con Lluis Homar, Celebración de Pinter…
Jugadores, en la que se implicó mucho. Es que en el teatro hay que implicarse. En primer lugar, tienes que defenderlo en el escenario a diario. En segundo lugar, defenderlo con entrevistas y, en este caso, que soy coproductor y pongo mi dinero, más. Y, en tercer lugar, hay que buscar buenos compañeros. Esa es una de las claves de una buena función.

… Mira, si en televisión o cine tienes un compañero que es un imbécil, antes de que te des cuenta del todo se acaba el rodaje y ya no lo vuelves a ver. Pero en el teatro, desde la primera lectura, se pone en juego todo lo mejor y lo peor del ser humano: la generosidad, la tolerancia, la capacidad de sacrificio. ¡Todo eso ya está ahí! Por eso, para hacer teatro, hace falta gente buena, en el pleno y mejor sentido de la palabra, tolerante, tranquila, sin estupideces, sin divismos.
Que jueguen para el equipo. Sí, que remen en la misma dirección. Hombre, a esta regla le hago excepciones. Si, por ejemplo, me llama Lluis Homar para Luces de bohemia no le voy a decir "Oye, dame la lista de los treinta de la obra para ver qué clase de gente son" (risas).
Y en Jugadores, por otra parte, la regla la puso en práctica. Cierto. Fíjate, en principio la íbamos a hacer Alex Ángulo, Carlos Hipólito, Ginés García Millán y yo. Y Alex, pobrecito mío, mira lo que le pasó. Carlos nos pidió permiso para hacerse millonario con El crédito (risas) así que, en vista de lo cual, Ginés y yo dijimos a Ana Gelín, la productora, que es muy amiga, "Mira Ana, así las cosas elegimos nosotros a nuestros compañeros". Y nos contestó -pone acento porteño- "Por supuesto Miguel, si van a estar con ellos en el escenario". Así que escogimos a Luis Bermejo y a Jesús Castejón y dio como resultado la gira más divertida y maravillosa que he hecho. Y eso que la función no era del todo…
¿? Es que la dirigió el propio Pau Miró. Y, por ley, debería estar prohibido que el autor dirigiese sus obras. Aunque, a pesar de todo, Pau nos hacía caso. Y como no somos idiotas del todo… pues salió muy bien aquella historia de cuatro desgraciados interpretada en el escenario por cuatro actores con rigor estajanovista. Y fuera del escenario disfrutada por cuatro gamberros.
Tiene un Chéjov en la mochila.
Sí, La gaviota, con Veronese, un tipo estupendo. Y no sabes lo que lamento no estar en su próximo Tío Vania. Pero es que no puede estar uno en todas partes. Fíjate, Veronese, que me parece un sabio, siempre dice "Yo prefiero trabajar con un actor mediocre y buena persona que con un genio que sea un hijo de puta. Por una razón muy sencilla, porque con el hijo de puta no puedo trabajar siempre".
Eso sí que es, valga el juego de palabras, desdramatizar el teatro. Es que en el teatro cada vez se lleva más que el sistema expulse a la gente complicada. Y con eso no quiero decir que no se deba protestar si algo no gusta. Si hay que hacerlo, se hace pero bien, en el despacho y civilizadamente. Ya no queda sitio para abandonar los ensayos entre ofensas y aspavientos y dirigir a gritos.
También ha hecho la Ninnete de Mihura. Siiiii. Y me lo he pasado muy bien. Que ya estaba un poco harto, como dice Carlos Hipólito, de tres años saliendo al escenario "transido de puro gozo stanivlaskiano". ¿Tú sabes lo que es estar ahí arriba y esperar a que la gente deje de reírse para hablar? ¡Eso es maravilloso!
Y eso que es una comedia más endiablada y difícil de hacer de lo que parece. Lo es. Es muy difícil, como todo lo de Jardiel y Mihura. Son muy difíciles.
Y muchas veces se resuelven recurriendo al aspaviento, al manotazo y al berrido. Hombre, yo eso lo comprendo muy bien. Si a determinado público le dices "Me va a manchar la alfombra" se queda frío. Y si le dices "’¡Meee vaaa a manchá la alfooombra!" le arrancas la carcajada. Hay un tipo de espectadores que prefiere el manotazo, el humor a lo Lina Morgan. Y eso lo notas cuando vas de gira. Lo digo con todos el respeto del mundo. Pero la verdad es la verdad. Fíjate, hay una cosa que me sacaba de quicio de gira, la gente. En la gira que hice junto a Verónica Forqué con el drama La abeja reina me sacaba de quicio que cuando mi personaje, un desgraciado borracho, meaba en un cactus la gente se muriese de risa.
En Ninette no hubo cabida para manotazos.
Es que Cesar Oliva lo dejó claro desde el principio, que la gracia consiste en hacerlo en serio, que Ninnette es un drama como las películas de Billy Wilder. En Con faldas y la loco está la huida de la matanza de San Valentín. Y El apartamento narra un conflicto moral. Es decir, con Ninnette no fuimos a hacer gracia, la gracia está en la situación y funcionó.
También escribe cartas. Con y para doña Julia. ¿Qué te parece?
Que nada más empezar ponen un nudo en la garganta que no se deshace en toda la representación. Pues fíjate qué función tan sencilla. Salimos, leemos y ya está.
¡Y qué recorrido ha tenido y tiene! Hemos hecho una gira enorme que ha acabado en El Ejido. Nos quedan unas fechas en Bilbao y volvemos a Madrid.
¿Dónde? Pues hemos tenido muchos novios, entre ellos el Canal y el Bellas Artes, pero entre que nos daban pocas fechas y horarios discontinuos hemos preferido la estabilidad y continuidad y estaremos durante cuatro meses, llevamos desde el 14 de septiembre en el Teatro Maravillas. Y, después, el año que viene, volvemos de gira.
¿Notan el agradecimiento de la gente? Sí, lo notamos. Y también su emoción. Que es, como pasa en Novecento, una demostración de la maravilla del teatro que es contar con la inestimable colaboración de la imaginación del espectador. Que es donde transcurre todo. Llevamos ya muchísimas funciones y ya, al rato de empezar, a los cinco minutos, hay gente que se vuelve al marido y le dice "Oye Pepe, ¿ésto va a ser siempre así?". Esto no es teatro. El teatro consiste en que se abra una puerta en un lateral y aparezca una chacha que diga con retintín "Don Mariano, que tiene usted visita" (risas).
Porque les embaucáis. Hubo mucho trabajo en casa de David Serrano pero matizando cada carta. Porque esto es como el circo, hay que ensayar mucho para que cuando sales a la pista parezca que te sale a la primera.
¿Las cartas están memorizadas? Sí, ya están en la cabeza. Y está estudiado al milímetro lo que se dice y cómo en cada una de ellas. Porque es una función en la que como el espectador desconecte, ¡adiós muy buenas!
Las cartas llevan la acción, la narrativa. Claro, y nos cuentan, implícita y sutilmente, el paso del tiempo y la relación de estos personajes. Las cartas ponen la mitad de la belleza del paisaje. La otra mitad la pone el que mira, el espectador.

Asumiendo la convención. Cierto. Es que el teatro es una pura convención. Si yo, espectador, no me olvido que usted, actor, es un tío normal que está delante de mi soltando peroratas, la cosa no arranca.
Se rompe la suspensión de la incredulidad. ¡Y se acabó! En el teatro no hay punto medio. Eso sí, cuando está bien hecho te lo crees todo. Yo salgo y digo que estaba en Utrera y doy un paso al lado y continuó diciendo que me fui a Nueva York y, si lo hago bien, la gente no solo no protesta sino que queda convencida que estoy en mitad de Manhattan.
Esa frase mal dicha y fuera… Claro. Es que todo es mentira desde antes de entrar. Empieza a las siete de la tarde, te anuncian que va empezar, una voz dice "Señoras, señores, apaguen los móviles", que no los apagan, dicho sea de paso, "la representación va a comenza". Yaparece una casa muy absurda, que llamamos escenario, con unas butacas colocadas donde sea y va a salir un señor que se llama Miguel Rellán que va a representar una cosa que todos saben que es mentira y entonces…
… Salgo y empiezo a contar unas cosas muy divertidas y la gente se ríe. Y de pronto empiezo a contar unas cosas no tan divertidas y, de repente, Luis, me pongo de rodillas y empiezo a llorar y tienes a un ser humano a cinco metros llorando de verdad … y ahora te pregunto, ¿no hemos quedado en que todo era mentira?
… Y con eso no hay quien pueda. Y no hay quien pueda porque es verdad. Si los besos, si el odio, si el amor es de verdad no hay quien pueda con el teatro. Ni han podido, ni podrán. Como decía no se quien, el teatro es el arte del futuro.
No pueden con él ni los móviles, contra los que ha hecho un monólogo. (Risas) Es curioso lo de la suerte. Como te he dicho, soy un melómano y voy mucho al Auditorio. Y como los de Ibermúsica están hartos de los dichosos aparatitos y me ven por allí me dijeron, "Miguel, ¿por qué no te preparas algo sobre los móviles y lo dices antes del concierto?". Bueno, el caso es que se me ocurrió un pequeño monólogo para hacer con la orquesta Suisse Romande de Basilea. Ya conoces el rito, sale la orquesta, la gente aplaude, se sienta, se afina con el primer violín… Por cierto, es mentira, ya está todo afinado… se sientan y sale el director.
¿Y? Bueno pues que en vez de salir el director ¡salí yo! Estaba concertado claro, pero, a pesar de eso, para un melómano como yo entrar en el escenario del Auditorio con toda la orquesta sentada y que a mi paso se levanten los noventa y dos profesores…
Es el nirvana. ¡Y más allá! (risas) Me dieron ganas de coger la batuta y decir "Ya que estamos sigo yo" (risas). El caso es que, tras el monólogo, ¡no sonó ni un móvil! ¡Ni un móvil! Y claro, en los intermedios los vecinos de butaca, etc., estupendo, felicitándome. Ya era hora. Hay que ver cómo es la gente. Y siempre los maleducados eran los demás, nunca ellos. El malo siempre es el otro. Eso va en el género humano. En fin, que no fue para tanto. Lo que pasa es que el ABC puso un titular muy llamativo que decía “El actor Miguel Rellán silencia los móviles en el Auditorio” junto a una foto mía de Novecento en la que parece que estoy increpando a Dios con una cara deformada por la ira.
¿Y después? Me llamó todo el mundo la mar de preocupado preguntando “¿Qué has hecho? ¡Qué has hecho!”. Y, encima, estaba presente la Reina, la emérita claro, no la actual.
Que es más pop. Eso, eso. En fin, que estaba toda organizado. Y a partir de aquello me llamó Buenafuente para que se lo explicara y le dije "Andreu, que no es verdad". Y me contestó "Da igual, tú vente. Y, bueno, antes del programa nos tiramos hablando en el camerino como una hora o así y de repente se me quedó mirando y me dijo, "Miguel, esto no se lo he dicho a ningún invitado, pero ¿puedo ser tu amigo?". En fin, que a mí se me pusieron de corbata.
¿Y en que consiste ser amigo de Buenafuente? Bueno, pues me escribió y me propuso que como éramos amigos se le había ocurrido hacer un mini espacio dentro del programa y llamarlo Mi amigo Miguel. Y yo le dije "¿Y qué haremos?". Y Andreu me contesta "Pues nada especial, lo que hacen todos los amigos, charlar de todo y de nada. Por cierto, me han dicho que tienes una casa bonita con un jardín que tiene bancos, ¿puedo ir?". "Pues claro" dije yo.
¿Y qué hizo? Se planta aquí con todo el equipo y estuvimos tres horas hablando de los pajaritos, de Dios, del tiempo, de las cosas que van, de las cosas que vienen… Y ha ido troceando la conversación y la emite por entregas. Y tiene un éxito enorme porque la gente dice que es un programa tranquilo (risas). En fin, que en septiembre volvemos. Y todo surge de lo de Ibermusic. Y cómo corrió por ahí de forma tal que hay gente que sigue pensando que yo he dirigido la Quinta de Mahler como un espontáneo que se tira al ruedo (risas).
Se non è vero, è ben trovato. Esa es la magia del teatro. ¡Pero es que no es verdad!
¿En qué quedamos?
Imágenes cedidas por Miguel Rellán de su página web