
Como si tal cosa, como Pedro por si casa, van y vienen de lo real a lo imaginado, de la creación a la realidad, tienen los pies en las nubes y la cabeza en el cielo. Por separado se llaman Àlex Cantó, Joan Collado, Jesús Muñoz y Pau Pons.
Son únicos porque se empeñan en serlo pero prefieren ser, cada uno, la esquina al rojo vivo de un cuadrado que se llama El Pont Flotant, que contiene unas creaciones de su exclusiva propiedad y que solo comparten con todo aquel que se acerque a verlos.
Y Pau Pons nos lo cuenta.
A El Pont Flotant le va lo inesperado, la temporada pasada cocinasteis una paella durante Ejercicios de amor.
¡Y en La Abadía! ¡No te esperas que eso pase aquí!
Desde luego que no y eso que La Abadía se especializa en lo inesperado.
¡Y nos encontraron a nosotros! En Ejercicios de amor procuramos ser muy rompedores y buscamos la incursión de la realidad en la ficción que es una línea de investigación constante en la compañía. En este caso, una amiga de Valencia nos hizo el acto de amor de cocinar una paella para cien personas, así que la realidad de esa persona, su personalidad, su modo de hacer entra directamente en la ficción. ¡Cuando estrenamos la obra la paella ¡para trescientas personas! Fue un problemón. Pero esa realidad la dramatizamos y la incorporamos a la obra. En El hijo que quiero tener pasa igual, participan como ellos mismos –el primo, el hijo de tu amigo, de tu prima– y son quienes introducen la vida mediante un trabajo de dramaturgia, de interpretación muy delicado en el sentido de que la línea que separa la realidad de la ficción es tan fina que si te pasas por un lado o te quedas corto el mensaje no llega igual.
Y puede desvirtuar la obra.
¡Claro!
Aún así, no es la primera vez que vais y venís de la realidad a la ficción.
¡No! ¡Que va! La función Como piedras fue el punto de inflexión en la historia de la compañía. Durante el proceso de trabajo, en el que tratábamos de la infancia, nos encallábamos. Recuerdo el momento perfectamente.
¿Me lo cuentas?
Claro, verás, imagínate estábamos trabajando una escena como si fuéramos niños –a pesar de nuestras arrugas, nuestras carnes y nuestros pelos- dentro de una piscina de esas hinchables y, en un momento dado, no sabíamos salir de la piscina y nos empezamos a preguntar cómo lo haríamos en nuestra vida normal, cuando éramos pequeños, y llegamos a la conclusión de que llamaríamos a nuestros padres para que nos sacaran de la oreja. Así que la madre de Jesús, el padre de Joan y mi padre improvisaron cómo nos sacarían de la dichosa piscina.
¿Y a partir de ahí?
Empezaron a contar cosas de nuestra vida y, poco a poco, tras trabajarlo con ellos lo convertimos en una escena de forma tal que nuestros padres salían en la función; sin quererlo a priori rompimos la cuarta pared ya que ellos salían del público y contaban y actuaban. También rompimos por primera vez la línea entre realidad y ficción. Nuestros padres no representan a nuestros padres. ¡Es que lo son!
Y una vez rotas la realidad y la ficción...
Hemos seguido investigando y hemos comprobado que involucrar la realidad en la ficción le da una capa de veracidad y de conexión con el espectador que es muy potente ya que lo que cuentan las personas que no son actores. En realidad te cuentan un pasaje de sus vidas con la que se empatiza más rápida o fácilmente.
Con El hijo que quiero tener llenáis el escenario de niños y les tratáis de tú a tú sin parecer condescendientes o retardados.
(risas) Sí, esa es la idea. No sonar como adultos haciendo de niños es súper importante para nosotros. La infancia tiene unos códigos, una manera de decir y hacer. El niño no explica lo que está haciendo, no le hace falta, se tiene que hacer y ya está. Nosotros partimos mucho de la atención que requiere el momento y cómo lo vive el personaje en esa situación. No hace falta, como decías, hacer de “retardado” para tratar con la infancia. Es como muy básico, y no, no es necesario, ni tampoco hace faltar buscar una voz especial ni nada por el estilo, es que partiendo de tu interior vivas lo que ocurre como un niño.
¿Y cómo lo viven?
(risas) Pues no paran de moverse, se interrumpen, gritan mucho. El otro día, en el taller que estamos haciendo con El hijo que quiero tener, un niño me preguntó: “¿Y yo qué cara pongo aquí?”.
¿Qué contestaste?
La cara que te aparezca haciendo lo que estás haciendo. “¿Qué estás haciendo?”, le pregunté. “Comer”, me contestó. “Pues pon la cara que te aparezca cuando haces eso”, repliqué. Esa es, en resumen, nuestra premisa: no hacer de más. Normalmente nuestros personajes son muy cercanos a nosotros, con lo cual no hace falta hacer mucho más para representarlos. Pero justo ahí está lo delicado.

El hijo que quiero tener
No caer en la parodia, ni en la exageración. En Ejercicios de amor os complicasteis la vida haciendo de adolescentes.
Eso es más difícil aún (risas).
Hacéis un juego de las prendas muy, por así decirlo, llamativo.
(risas) Para conseguir esa escena empezamos jugando en nuestro espacio a las prendas y nos fuimos poniendo pruebas. Una de ellas era entrar en el Mercadona que tenemos enfrente, bajarse los pantalones y preguntar: “¿Dónde están los huevos?”.
¿Y?
Y vivirlo todo: el susto que te entra, la risa que te sale, el nervio que te invade.
¿Entonces?
Después, en el trabajo colectivo se hace un análisis de estos elementos procurando no ser excesivamente analíticos y encontrar la esencia de la sensación; por ejemplo, del susto y de exponerte delante de todos. El cuerpo y la cara vienen dados si tú estás, si habitas esa sensación. Todo consiste en no olvidar esta experiencia.
Hay más técnica de lo que parece.
Claro. La técnica es muy importante para nosotros, todo en el proceso de ensayos lo es. Como te decía, tras vivir las cosas por primera vez, conservamos esa experiencia de la primera vez y ya ensayas, mejoras y retocas, cambias cosas sin perderla nunca de vista.
El trabajo colectivo es muy especial para El Pont Flotant.
Sí, no es aquello de "leemos un texto, ya tenemos la escena, este personaje es así o asá. Analizamos el personaje y en función de eso interpretamos". No, todo lo contrario, lo que hacemos es “esta sensación es así, vamos a ver cómo nos enfrentamos a ella” y después ya le le vamos dando la dramaturgia, lo vamos unificando todo.
¿Es obligado que esa manera de trabajar sea muy dinámica?
Es fundamental que lo sea y hacemos todo por lo posible por mantener el trabajo vivo. Muchas veces, cuando estamos trabajando sobre un tema, y llevamos a nuestra sala algún material y no lo contamos a los demás y, a modo de director o a modo de intérprete, lo vamos guiando a los demás para que jueguen. Hay un desconocimiento de lo que va a pasar para todos.
Liais a los demás.
Claro. "¿Cómo les voy a engañar para que entren en tal situación?". Los demás saben que se van a sentir engañados porque es el teatro.
En una de vuestras fotos promocionales vais por una playa en bici, de blanco, sin cabeza y con el cielo lleno de nubes. Todo es muy Magritte y os define muy bien, estáis entre lo real y lo imposible. Ese es, creo, y a falta de mejor palabra para definirlo, vuestro truco.
No, si la palabra es buena, me gusta mucho. Nuestro truco es que tú sepas que es mentira pero que está tan bien "mentida" que parece que es de verdad, que es verdad y hay un punto en que llegas a decirte: "Voy a dejarme engañar, voy a dejar de preguntarme cómo lo hacen para disfrutar del hecho, de la acción".
Que es vuestro propósito desde el principio.
Claro, eso es lo que intentamos que el espectador deje de cuestionarse para que se abandonen y aparezca la emoción para eso hay que hablarle en su mismo lenguaje.
Ejercicios de amor
Bueno, en este sentido, El Pont Flotant es un nombre muy revelador: el puente que une, que sirve para cruzar y acercar opuestos y que, a la vez, flota, se adapta, cambia de lugar si es necesario y no obliga a pasar por un sitio fijo.
¡Me gusta que digas eso! Nos llamamos "flotant" por Eugenio Barba, de La Farola de Papel; habla de las islas flotantes, que están sumergidas pero que no acaban de desaparecer del todo y durante una época del año se ven y luego desparecen y vuelven a aparecer. Pero, a la vista o no, siempre están ahí. Lo de "pont" viene de los lazos entre las personas, que son muy importantes para nosotros. Es muy importante ir de un lado a otro, dándonos como personas para crear y mantener una relación que sea ese lazo.
Y eso que empezasteis brechtianos perdidos.
(risas) Sí, sí, empezamos como un grupo de entrenamiento, que nació a partir de conocernos en tercero de la Escuela de Arte Dramático de Valencia, y nuestra primera propuesta fue What a wonderful world!, un Madre Coraje muy físico, pero mucho.
¿?
(risas) Una versión muy libre, muy libre, muy libre.
Muy libre tenía que ser.
(más risas) Muy libre, mucho. ¡Era sin palabras! Y, además, vino Isabel Úbeda a vernos y nos dijo que le gustaba la propuesta pero que la madre… ¡tenía que ser Jesús!
(risas)
No nos dio más explicaciones pero le hicimos caso. Y Jesús, desde su fisicidad masculina, interpretó a una madre protectora que coge a sus hijos con toda su fuerza y tiraba del carro. Y nunca le explicamos nada al espectador, lo dimos por sentado. Ese fue el primer punto de ruptura que hicimos, allá por el 2000, con Jesús hecho madre, con su pelo largo, su masculinidad y su voz.
Muy Tom Waits.
(risas) ¡Eso!
Es que vi su interpretación en Ejercicios de amor como Tom Waits desde una ducha hitchcockiana.
(muchas risas) ¡A mí me encanta! ¡En Ejercicios de amor mi gran sueño era que Tom Waits cantase en mi boda!
Eso es algo muy Pont Flotant y tiene que ver con la inocencia.
Sí, es lo que hablábamos antes, permitirnos ser lo suficientemente inocentes para disfrutar.
Aunque antes vivisteis otro rito de paso.
Sí, sí, con una obra en que el tema era la manipulación y la política y en la que intentamos abarcar muchas cosas y temas muy lejanos a nosotros. Nos hizo darnos cuentas de muchas cosas. Fue, a su manera, otro punto de inflexión.

A Wonderful War!
"Porque sé que nada tengo que perder y puedo hacer lo que me dé la gana" se dice en El hijo que quiero tener. Es el grito de guerra de El Pont Flotant.
(risas) Bueno, ahora que lo dices resume la línea que queremos seguir; como la compañía no es el único proyecto artístico y económico de los cuatro miembros nos permite no producir cada cierto tiempo, crear cierto tipo de producto. Así que en 2006 decidimos trabajar sobre algo muy pequeño, muy experiencial y muy vital, dando lugar a, como decía antes, Como piedras. A partir de ahí, nuestras dramaturgias han ido en paralelo a nuestra experiencia vital, a nuestra biografía y a nuestra necesidad de hablar sobre ciertas cosas.
Cada obra como cuaderno de viaje.
Algo así, algo así, porque el viaje es la vida pero tampoco es exactamente así porque nuestro motivación no parte de la afirmación "Voy a hacer un show sobre mi vida" sino de la pregunta "¿De qué necesito hablar ahora?".
Que es vuestro impulso.
Sí, esa necesidad de tratar un tema nos hace llevarlo a la escena y, además, cumplir con la responsabilidad de utilizar ese tiempo, ese privilegio que supone para los actores tener una hora y pico para captar el interés de las personas que vienen a verte y a prestarte su atención.
Y surgen las dudas.
¡Claro! Hay una responsabilidad que pesa mucho: ¿Qué les cuentas? ¿Sobre qué les vas a hablar? ¿De qué sabes más que ellos? ¡Pues de nada! Solo trasladarles tu visión y tus dudas acerca de algo y, si les pasa, conectarán y lo harán suyo.
Y ahora queréis hablar de padres e hijos.
Sí, fíjate que antes de empezar los ensayos con los talleres de espectadores de El hijo que quiero tener estamos una hora de reloj, y no te exagero, hablando de niños: "Pues el mío ya anda"; "Pues el mío no me come"; "¡Ah! ¡Sí! ¿No me digas?"; "El mío ya ha dicho mamá"; "Pues el mío tiene tres meses más que el tuyo y no ha dicho nada"; "¡A ver si le pasa algo!"… Y así. Y venga a pasarnos libros de crianza y de buenos consejos.
Es que vuestros talleres con espectadores son un lujo.
Sí, es verdad, aunque en esencia sea lo mismo trabajamos con gente mayor, con niños y en diferentes espacios, compartimos una semana con gente dispar y luego subimos a escena con ellos. Buf.
Quienes recaudáis vivencias sois vosotros. Es un lujo.
Sí, es verdad, estos procesos de interpretación son siempre muy intensos y siempre queda un trocito de ellos en ti y viceversa. Y esto es muy, muy gratificante. Es mucho trabajo porque, además, emocionalmente estás muy implicado.
…
Se crea una relación especial con ciertos espectadores y esto, bueno, es muy bonito y es la esencia del teatro es lo que te "pica" para ir a verlo.
¿Y al acabar la función?
Mucha gente sale hablando de lo que trata la obra. ¡No de la obra! La diferencia es muy importante y es un placer cuando te comentan: "A mí me pasa eso"; "Yo quiero ver esta obra con mi padre"; "Yo voy a traer a mi madre a ver si se ilumina".
Y de lo que trata El hijo que quiero tener es, en el más amplio sentido de la palabra, de la educación.
Sí, y no somos dogmáticos en el discurso, en los mensajes sobre la educación. No decimos "la educación es así o as"”; "tienes que hacer esto u esto otro". Hay muchas preguntas con mucho humor, que es fundamental, y el espectador se relaja y, en ese momento, es cuando piensa: "¡Qué fácil es esto que me están contando!". Es cuando "entra" la reflexión.

El hijo que quiero tener
Que no es nada "fácil".
No lo es. Es un discurso duro porque al fin y al cabo nuestras reflexiones cuestionan si tú eres el hijo que quería tener tu padre, si has cumplido sus expectativas no profesionales sino como persona.
Y surgen las preguntas.
Claro. ¿Qué se merecía tu padre? ¿Qué se merece? ¿Alguien como tú? O tus hijos, si pudieras elegir, ¿deberías o no moldearlos para que cumplan tus expectativas?
¿Y eso cómo se expresa?
Con toda la potencia que tienen veinticuatro personas que van de niños de ocho años a mayores de setenta y tantos, más los actores de la compañía. Somos un mogollón que representa a toda la sociedad.
Mogollón, mogollón.
(risas) ¡No lo sabes tú bien! ¡Si en tiempos nos llegan a decir que llegaríamos a hacer una función con veinticuatro personas en escena! ¡Te digo yo que no firmamos ninguno! En nuestro taller de Valencia hay un señor de ochenta y séis años, otra señora de setenta y tantos, otra que va en silla de ruedas eléctrica, y hay que convivir con ello e integrarlo todo en la función. Y, claro, te lo planteas fríamente a nivel de producción y dices: "No, no, no elijo otra cosa". Pero luego sigues el proceso, los recursos, las escenas, aceptas lo que te van exigiendo, lo que necesitas la pieza y…
¿Y entre los niños y los mayores?
Estamos la "generación de en medio". Los que somos hijos y padres, a la vez que no dejamos vivir ni a los unos ni a los otros. A los niños les mandamos que se callen, que no se muevan, que sean educados. Y a los padres también les regañamos: "No des esto a tus hijos, no compres esto a tus nietos, no los malcríes, ¿has ido al médico?". Y, mientras, nosotros tenemos la sensación de estar molestando, con este excesivo sentimiento de responsabilidad, el tener que responder por todo.
Los niños y los mayores son muy parecidos. Son dos etapas de la infancia. ¡Sí! ¡Sus reivindicaciones son iguales! Los niños dicen "¡Quiero comer pasteles todos los días y no me dejan!". Y los mayores dicen "¡Quiero dejar mi dieta!"; los niños dicen "¡Estoy harto de que mi padre me repita veinte veces lo mismo!" y el mayor dice "¡Estoy harto de mis hijos!". Los dos saben de sobra lo que necesitan.
El espacio teatral favorece que se muestren tal como son.
Claro, se reúnen en un espacio lúdico en el que todos estamos para pasarlo bien y donde no tienen el rol de niño o de mayor sino ser ellos mismos. Tanto es así que en este despojamiento de roles la persona mayor, que siempre ha tenido que dar ejemplo y órdenes, pasa de normas que, sin embargo, siguen los más pequeños porque es un contexto lúdico y el juego tiene sus reglas.
Es que el rol, la etiqueta, el personaje social que nos adjudica la educación es, a veces, una camisa de fuerza.
Fíjate cómo será que Carmen, una participante del taller, me comentaba los mucho que tardó en reconocer a su madre como mujer. No lo hizo hasta que le llegó el momento de transitar por el mismo espacio por el que su madre transitó cuando era más joven. Esta reflexión es muy potente.
Y siempre se llega tarde a ella.
Sí, es verdad, llega tarde. Y, aún sabiéndolo, no podemos hacer nada o, si podemos, no lo intentamos con más fuerza. No lo sé. Educamos, a veces, como buenamente podemos y, aun sabiendo que no queremos repetir patrones o pautas que no nos han gustado de la educación de nuestros padres. Acabamos, bien sea por miedo, por desconocimiento, desidia o intranquilidad volviéndolas a hacer.
No sé si conoces una tira de Mafalda en la que su hermanito Guille y ella se acercan muy serios y de la mano a sus pobres padres y les preguntan acusadores: "¿Ustedes, nuestra educación, la planifican o la improvisan?". Y los padres contestan lo mismo, solapándose y a la vez: "¡Planificada sí, improvisando no más!". Y a continuación se vuelven el uno al otro y, también a la vez, se dicen: "¿Qué dijiste?
(risas) Es muy significativo que lo diga Mafalda, una niña que hace unos razonamientos de adultos que no son tan raros. En los talleres vemos que, a poco que te pares a pensar en las reflexiones de los niños, ¡madre mía! Por otro lado lo que dice la tira es un poco de lo que estamos hablando sobre el excesivo control y dirección en la educación de los hijos en el que no hay lugar para la intuición y, curiosamente, para la autoridad.
¿?
Sí, fíjate que hay mucha gente mayor que lo dice en los talleres. Cuando preguntamos qué cosas han cambiado más siempre comentan como cuando antes le decían a su hijo "¡De ahí no te muevas!". De ahí no se movía y, hoy en día, se le explica: "Mira, verás, te tienes que sentar porque va a venir no sé quién y va a hacer no sé qué y..." después de mucha explicación pues, bueno…

Ejercicios de amor
Se sienta.
Se sienta, si es que lo hace. Y es que ha cambiado tanto la cosa, los parámetros son tan diferentes que vivimos una continua paradoja y contradicción perpetua. En la obra vemos cómo esto se da en todos los espacios como, por ejemplo, en el parque. Y los problemas de convivencia que surgen entre padres e hijos ajenos, cómo unos hacen una cosa, otros otra y los unos quieren hacer lo que los demás.
Esa es otra, la presión social, la del entorno. Y siempre se tiene la de perder, porque no se puede aislar a los niños del grupo social.
Claro, ese es otro problema. Y entre una cosa u otra, ¿cómo haces para ser tú? ¿Cómo hace el niño para ser él mismo?
Esas preguntas quedan en el aire. Pero, ¿cómo hace El Pont Flotant, después de tanto tiempo, para ser ellos mismos?
(risas) Pues entre bromas y veras ya llevamos casi veinte años. Y de una manera natural y desde un principio cada uno tenía sus intereses dentro de la compañía. Y también con el paso del tiempo nos hemos ido especializando un poco. Jesús y yo llevamos la parte de dirección, Alex se ocupa de la parte técnica y Joan hace más la parte estética y la escenografía.
Sin perder de vista a los demás.
Claro, siempre hay un momento en el proceso de creación en que estamos todos al mismo nivel, es el momento de contribuir materiales, crear elementos y elaborar una dramaturgia y, de hecho, tanto se mezclan las aportaciones que acabamos por no saber quién ha hecho qué. Esa es, creo, la esencia de la creación colectiva: valorar la opinión del otro tanto o más que la tuya. Y se consigue que confluyan cuatro visiones en lugar del ojo único de una dirección al uso, lo que no quita para que en la última etapa de la creación haya una única visión externa, que suelo trabajarla más yo, para dar un cierto sentido unívoco a la dramaturgia.
¿Ese proceso no será todo peace and love? ¡Nooooo! (risas) Hay de todo: momentos de adorarnos y momentos de odiarnos. Pero tampoco te diría que lo llevamos mal. Por delante y por encima de todo somos amigos y eso ayuda en la creación y prevalece sobre cualquier otra consideración. Si hay algo que se ve muy claramente en nuestras producciones es que se valora la individualidad de cada miembro de la compañía ya que adaptamos lo que contamos a nuestra personalidad y particularidades. Y ahí entran nuestros vicios, nuestras carencias, nuestras virtudes. ¿Y por qué no? Al fin y al cabo los enfados, las salidas de tono, los desplantes son cosas con las que la creación tiene que convivir y, además, si no afloran es que hay un problema. No todo puede ser bonito y fácil porque no lo es. Pero el tiempo y la madurez también ayuda,n como lo hace el que nos realizamos mucho con la compañía ya que hacemos lo que queremos y eso es algo muy especial.
Tanto y tan único que fuera de El Pont Flotant, en cierto sentido, no tenéis a dónde ir, ya que no hay nada mínimamente comparable a lo que tenéis con la compañía.(risas) Cierto, cierto. La verdad es que una de las características de El Pont Flotant es que sin cualquiera de nosotros no es lo mismo, aunque no estemos alguno en escena, estamos ahí. De alguna manera, con nuestras producciones, hemos creado una existencia de ficción paralela a la vida de estas cuatro personas que integran la compañía como, por poner un ejemplo, los ecos y resonancias de las biografías de los novelistas en sus obras.
Cada obra vuestra es un salto mortal respecto a la anterior.
Sí, o al menos intentamos que así sea. Por eso es tan difícil empezar un nuevo proyecto.
Y no caer en El Pont Flotant haciendo obras de El Pont Flotant, no sé si me explico. Claro que sí. Pero es que la delicada línea entre el estilo y la formula es muy difícil de controlar porque desde dentro es muy difícil discernir. Por esa razón es muy bueno ser cuatro. Jesús, por ejemplo, ha sido muy crítico siempre con lo que he hecho. Pero si se corta o se reprime, ahí entra la formula, como entra en evitar las incomodidades de la creación para huir del vacío o del quedarse en blanco. Esa es la sensación que estamos teniendo ahora mismo porque empezamos un proyecto nuevo, un infantil para La Escalante. Es algo que nunca hemos hecho y hay un susto enorme en la compañía. Solo tenemos la idea base y un borrador y tenemos que asumir que hay que pasar por un parto otra vez. ¡Madre mía!
Que es el peaje a pagar por empezar siempre de cero.
Es verdad. Pero es horroroso tirarse a la piscina una vez más.
Entonces, ¡no os tiréis! ¿Cómo que no? (risas) ¡Que no te quepa la menor duda! (risas)
Retrato de Pau Pons: José Ignacio de Juan