Álvaro Vicente: "No tengo claro que en este país el teatro interese mínimamente...
- Redacción
- 28 jun 2017
- 10 Min. de lectura
Actualizado: 8 jun 2019

"No tengo claro que en este país el teatro interese mínimamente a quien tiene dinero y poder"
Acostumbrado a ser el que sitúa la pregunta frente al entrevistado, hoy es él quien tiene que buscar las palabras. La voz de Álvaro Vicente, periodista y director de la revista Godot, está considerada una de las más autorizadas del teatro madrileño. Además de la dirección de Godot, Vicente es crítico teatral en Time Out Madrid y uno de los organizadores de los Premios Godoff, que este año han celebrado su segunda edición. El periodista alicantino charla de forma elocuente, con autocrítica y descaro para, de vez en cuando, puntuar con seriedad ciertos temas que le parecen preocupantes, como el estado de egocentrismo que cree que vive esta sociedad: “estamos perdiendo la capacidad de escuchar y, más que diálogo, lo que encontramos en una discusión son monólogos enfrentados”.
Anteriormente a Godot y a la prensa escénica…
Empecé en El Mundo, periódico en el que pasé por varias secciones y publicaciones adheridas al medio. Siempre tuve claro que el teatro me atraía y, cuando en El Mundo viví los cierres de diferentes cabeceras, que me afectaron directamente, con el dinero que me dieron me matriculé en un curso de escenografía. Posteriormente también me formé en dramaturgia y en historia del teatro y, desde 2003, me dedico a la prensa teatral. Eso sí, tengo que decir que mi amor por el teatro no viene de un aula o periódico: nació viendo a Charo López en el Teatro Lara. Yo vivía en la calle de la Madera y un día decidí ir a ver Tengamos el sexo en paz. Tenía 22 años y quedé impresionado tras esa función.
Godot no fue el principio de todo… Mi primera incursión en prensa especializada fue en la revista Teatro Madrid, que publicaba El Jueves como editora. En esta revista trabajaba con Esther Montero (actual responsable de comunicación de la Sala Mirador) y, junto a ella, cuando se cerró Teatro Madrid, decidí montar mi propia revista de teatro. Esther terminó apartándose del proyecto y llegaron el resto de socios que procedían de otra revista, El Embrujo, y creamos Godot.
En el teatro se habla mucho de la importancia de titular una obra, ¿ocurrió esto al bautizar vuestra revista con un nombre tan significativo como Godot?
Así es. Barajamos varios nombres y el asunto provocó una discusión interesante sobre el nombre. Todos los que estaban sobre la mesa estaban relacionados con el teatro. Estuvo a punto de llamarse La calva, por la obra de Ionesco (La cantante calva) e incluso estudiamos otros como Medea. Tuvimos dudas por la importancia de la obra de Beckett, y por miedo a que quedase como algo grandilocuente, pero creo que una marca se hace con el trabajo del día a día y la repetición. Así empezamos a recorrer el camino, en un panorama que contaba con otras publicaciones señeras a nivel nacional como Artez o Primer Acto.
¿Siempre estuvo claro que el modelo era de prensa gratuita? Creo que una revista mensual de teatro, que sea de venta, lo tiene muy difícil en el kiosco. El público de teatro, el que no tiene nada que ver con la profesión, cogerá Godot, o Teatros, o A Escena y no creo ni que se plantee si hay una mejor que otra. La ojeará, algo llamará su atención, pero quedará en el olvido. Nuestro trabajo es cuidar las páginas para que, el contenido que decidan leer, tenga la mayor calidad posible y, así, aumente la cantidad de lectores. Intentar que, en este país, la mayor parte del público te hable de teatro, más allá de los actores que protagonizan una obra, es una consigna difícil. Una lucha en la que estamos todos.
¿Los profesionales del sector tienen conciencia de que una revista gratuita vive de la publicidad?
Quiero pensar que, poco a poco, sí, pero no sólo las compañías. A mí muchas veces me llaman para que dé cabida a un montaje y es difícil trasladar que no hay sitio para todos. Intentamos cuidarlo y cubrir lo máximo posible. Hay otra parte un poco complicada: en este sector, te encuentras con grandes empresas teatrales que te piden publicidad pero lo que te ofrecen a cambio son entradas, no dinero. Está muy bien, y a nuestros lectores les viene bien que hagamos concursos, sorteos, etcétera. Pero es curioso que sea difícil concienciar a empresas muy grandes de que, publicaciones como Godot, viven del sustento económico de la publicidad.
Una compañía estrena una obra, compra la portada de Godot y, ese montaje, no te convence artísticamente, ¿es difícil escribir mal sobre un cliente?
El tema de la independencia es un asunto que intentamos cuidar mucho. Creo que uno de los mayores problemas que puede tener un periodista es perder su credibilidad. Hemos tenido algún roce con alguna institución, pero intentamos mantenernos independientes. Una inversión en publicidad no debe cambiar nuestro criterio, sea una compañía, un profesional o una institución.
¿Hay público para tanta oferta?
Recuerdo una cosa que me dijo Robert Muro y me hizo pensar mucho. Me dijo que, en Madrid, puede haber unas 25.000 personas que vayan al teatro. Esa cifra es muy alta pero, ¿en qué se convierte al lado de los 3 millones que habitan la ciudad? Incluso en el cine, que es otra disciplina maltratada en España, hay muchas más referencias. ¿Cuántas webs hay de cine? ¿Y de teatro? Hay mucha gente que sabe la vida y milagros de Abbás Kiarostami pero, la vida y milagros de Romeo Castelucci, la saben tres o cuatro. Y no hablo de público experto, hablo de aficionados.

En Godot habéis vivido muy de cerca la llamada "explosión" del teatro off.
Sí, y ha sido difícil pero interesantísimo abarcarla. Hay mucha gente que sigue pensando que llamar off, a las que conocemos por salas off, está mal, pero creo que es importante esta denominación o diferencia. Las salas alternativas proceden de décadas atrás, pero este crecimiento de salas de 100 espectadores empezó a explotar en 2009 o así. Los propios teatros públicos han visto que la fórmula interesa y se ha incrementado el número de espacios públicos con un sistema similar al off, pero no tengo claro que en este país el teatro interese mínimamente a quien tiene dinero y poder. Se han copiado cosas, se ha estudiado el interés del off, pero creo que desde lo público no se le ha dado la importancia que puede tener para ciertos sectores profesionales. Por ejemplo, los alumnos que terminan en una escuela y, al entrar a la industria, necesitan probar y poner en práctica su conocimiento. La explosión del ‘off’ ha tenido mucho que ver con la burbuja de las escuelas de teatro.
Sin embargo, también se ha hablado mucho de la precariedad del off…
En la propia revista la hemos señalado porque existe y es una zona oscura de este entramado. Eso sí, también hay que señalar los palos en las ruedas que se le ponen al teatro en este país. Desde lo público se debería facilitar la actividad de cualquier sector cultural. El problema no es que no se facilite, es que se dificulta. Esto viene de lejos porque las normativas están anticuadas y llenas de trampas. Para abrir un bar se sabe qué tipo de licencia se tiene que pedir; para abrir una sala de teatro, o un multiespacio, no está tan claro. Creo que una sala tiene que cumplir con su parte, legal y de mínimos pero, lo que no se puede hacer es que, se haga una inspección, la sala reforme todo lo que se le pida y, al poco, llegue otra inspección y le pida cosas nuevas. Y el propio sector también debe aprender: hay quien sale de una escuela y monta una sala, sin pensar en los sueldos, la cobertura legal, etc… y, al poco, por no haberse preocupado de lo que supone ser una empresa, esa sala tiene que cerrar. En esa ilegalidad hay una peligrosa zona gris que, quizá, tenga que ver con revolverse con lo establecido. No lo justifico, pero sí creo que procede de esa incomodidad.
Y a raíz de este sistema, creáis los Premios Godoff…
La idea de crear los premios surge para dar visibilidad al talento que se mueve en el circuito off, un sistema en el que hay mucho esfuerzo y talento. Hay actores, autoras o directores que están en primera línea del teatro y que proceden del off. Hicimos una prueba el pasado año en la pequeña sala Bosco y pareció una performance poética porque, en la propia gala, el local anunció que cerraba por problemas de licencia… este año hemos contado con más medios y colaboradores como Lemon Press o Ticketea, y hemos dado el salto a la sala grande de los Teatros Luchana. Poco a poco.
Si alguien, dentro de veinte años, decide echar una mirada al teatro independiente que se hacía en este país, y se fija en los finalistas de los Premios Godoff, ¿tendría una idea del teatro off que se hacía aquí?
Sí y, además, de una forma muy variada… por citar algunos de los finalistas y por qué representan lo que ocurre en el teatro español en este momento: Historias de Usera tiene que ver con el teatro que se acerca al ciudadano, que nos cuenta una época y sus formas de vivir; Nada que perder refleja una dramaturgia moderna, muy europea, preocupada por problemas tan de este tiempo como la corrupción; Yogur/Piano, nuevas formas de hacer, vertebradas sobre un aspecto muy colectivo en todos los ámbitos o La tempestad, que es el resultado de una creación de mucho tiempo, vinculada a una sala (La Puerta Estrecha) y en la que el director, César Barló, y su excelente elenco, se permiten hacer un Shakespeare que demuestra que el pequeño formato puede ir acompañado de una espectacular forma en la plástica; un montaje que se relaciona con el nivel internacional del teatro off.
¿Es difícil elegir un jurado para estos premios?
Teníamos claro que queríamos contar con gente que hubiera visto casi todo y dar sitio a todos los ámbitos: medios, gente que está en las redes, autores de blogs, espectadores activos… las discusiones que se forman al decidir los ganadores son la señal de que el jurado está bien elegido y de que prima la independencia y la libertad de criterio.
Hablando de libertad… eres periodista, ¿crees que la libertad de prensa está mermada en este país?
La libertad en España sí existe, otra cosa son las consecuencias de esa libertad. El límite de qué se dice y cómo, está cambiando por el asunto de las redes. Antiguamente, y yendo al ámbito teatral, una crítica de Haro Tecglen podía generar un importante debate, incluso una discusión acalorada… pero nunca se convertía en un asunto que escapase de lo normal. Hoy con las redes todo es diferentes por una cuestión muy sencilla: se genera un debate continuo. Creo que todo está mucho más polarizado y las posiciones son mucho más férreas y menos permeables.

II Premios Godoff
¿Percibes poco diálogo?
Más que poco diálogo, creo que hay poca escucha. Hay mucha gente que argumenta pero no razona, que no tiene interés en saber qué ha dicho o ha querido decir el de enfrente, que le importa más soltar el argumento propio que dialogar con el ajeno. Recientemente, con toda la polémica que se ha generado en torno al Matadero, he echado de menos un espacio en el que poder llevar a la gente a debatir. Con la idea de ir a discutir, en el sentido pleno de la palabra. Hay un tema que nos preocupa y vamos a dialogar, a contrastar opiniones diferentes para, entre todos, pensar si llegamos a alguna respuesta. Nos vendría muy bien un espacio, físico o radiofónico, en el que, al hablar de teatro, no sólo se hablase de actores, directoras o montajes sino, también, de temas que generan debate.
Uno de los temas que más debate provocan es el de la ausencia de igualdad de género en el teatro, ¿notas avance en este asunto?
Últimamente se habla mucho de que se está avanzando pero creo que lo único que se está produciendo es una toma de conciencia. Falta mucho camino por recorrer para que empiecen a verse los resultados porque las dinámicas machistas siguen reinando en esta sociedad. El teatro es machista porque la sociedad es machista. Es de cajón. No se libra por ser un arte, hay dinámicas todavía muy verticales y paternalistas en las relaciones de directores con mujeres de los equipos artísticos o técnicos en las producciones, a veces muy sutiles, porque lo bueno de que éste sea un ámbito artístico -y lo digo con cierto asomo irónico- es que el machismo no es ese monstruo visible y horroroso de otras parcelas sociales, pero está. De todas formas, es verdad que las cosas están cambiando, desde luego, y se perciben avances. La programación del Teatro Español para la temporada que viene es un buen ejemplo. También la del CDN, aunque esté lejos todavía de algo paritario. El otro día, inspirado por un movimiento que se está desarrollando en Barcelona llamado Dones i cultura, que están escrutando las programaciones de los teatros y unidades públicas de producción para responder a la pregunta “On són les dones a la cultura?” (“¿Dónde están las mujeres en la cultura?”), me repasé la programación de la próxima temporada en el CDN y me salió que, dejando a un lado ciclos y actividades paralelas, en los 23 montajes programados hay un 34,4% de mujeres en autoría y un 26% en dirección. No sale mal parado si lo comparamos con las cifras que ellas extrajeron de la programación del Teatre Lliure, por ejemplo, donde, en su próxima temporada, sólo hay un 18% de autoras y un 6% de directoras.
¿Qué destacarías de la temporada que se va?
Más allá de los montajes que hayan destacado por su calidad o por merecer el destierro de sus responsables, creo que ha habido dos hechos cruciales en esta temporada que acaba. Por un lado, la apertura -o reapertura para ser exactos- del Teatro Pavón, ahora Pavón Teatro Kamikaze. Ha sido un revulsivo, un ejemplo de que desde la iniciativa privada se pueden hacer las cosas bien, aunque sabemos que están con el agua al cuello y que no es fácil sacar un proyecto de esa calidad y coherencia adelante. En una sola temporada han demostrado de lo que son capaces, aun con el peaje de la multiprogramación, y todos los amantes del teatro y la danza tendríamos que arrimar el hombro para que un proyecto así tenga mucho futuro.
El otro hecho destacado, para mí, ha sido la llegada de Mateo Feijóo a las Naves del Matadero y todo lo que se ha generado en torno a este nombramiento. Temas políticos a parte, me parece importante porque esta ciudad necesitaba ese espacio consagrado a las artes vivas, y no entraré en tonterías, el que quiera saber a qué se refiere el término artes vivas que estudie, lea y se informe. Y me parece perfecto que ese espacio esté en Matadero, porque es su lugar natural. La polvareda que ha levantado lo de "teatro de texto, sí", "teatro de texto, no" (otra asignatura que les queda a muchos para septiembre) lo único que pone de relieve son mezquindades, egoísmos, intereses creados, clientelismos y poco nivel de escucha activa y constructiva.
¿Es algo exclusivo del nombramiento del Matadero?
Para nada, porque cada unidad de producción pública tiene sus miserias, cada espacio institucional; en cada teatro sostenido con dinero de todos y todas en esta ciudad, a nada que rasques, encuentras bazofia. Indigna y cansa. Por eso yo me concentro, al menos desde Godot, en glosar y aplaudir el arte teatral, intentando alejarnos en lo posible de lo que lo posibilita o lo torpedea (lo que no quiere decir que no lo considere importante, pero mi medio no es de política cultural). Sólo el teatro y los que lo hacen posible, los técnicos y artistas, no los políticos y los empresarios, merecen estar en el centro de atención. No siempre se consigue. ¡Qué le vamos a hacer!
Fotografías de Álvaro Vicente: Mary Warren
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