top of page
  • Foto del escritorRedacción

José-Miguel Vila: "Mi percepción de la vida coincide con la del esperpento de Valle"



José-Miguel Vila

Tengo para mí que lo único que ha querido José-Miguel Vila en su vida es ser testigo y, a fe mía, lo ha conseguido. Lúcido y analítico presta testimonio de una época, de un país, del espejo que es su teatro y de una vida plena. Sin querer ser ejemplo de nada es, se ponga como se ponga, maestro de alevines, cuaderno de bitácora, escuela de mandarines y modelo de teatreros de toda laya y pelaje. No ve, nunca verá, el teatro a ciegas. Es un honor escucharle y tenerle cerca. Con todos ustedes…

Me quedo con dos de las muchas reflexiones que entreveran Teatro a ciegas: "Hacer de la necesidad virtud es la forma más inteligente de enfrentarse a la vida" y "La distancia más corta entre dos puntos no es la línea recta".

Existe un determinado grupo de personas –demasiadas, quizás- que se pasan la vida llorando por las esquinas, lamentándose de su mala suerte, de lo injusta que es la vida no habiéndole otorgado los bienes, los honores o los placeres que consideran merecer. Este tipo de personas me parecen perfectamente insoportables. Creo que a las cosas hay que hacerles frente con algo que ya no parece estar muy de MODA: la dignidad. Esa cualidad humana a la que Eduardo Chillida se refería, más o menos en estos términos: "Un hombre tiene que tener siempre el nivel de la dignidad por encima del nivel del miedo". Cuando hablo de que hay que saber hacer de la necesidad virtud, quiero decir algo parecido, es decir, que hay que saber superar las situaciones adversas, si no por fortaleza, sí al menos por dignidad.

Y en cuanto a la segunda, esa de que no siempre la distancia entre dos puntos es la línea recta, quizás podría haberla enunciado también con esa frase bíblica, la de que “Dios escribe recto con renglones torcidos” o esa otra de que “La fe mueve montañas”. Tiene mucho que ver con la actitud de cada uno de nosotros ante la vida. No hay que renunciar nunca a los sueños, a las utopías, a conseguir grandes o pequeñas metas por el mero hecho de que se van interponiendo obstáculos ante nosotros. Hay que perseguir los ideales, los objetivos, los sueños, con implacable tenacidad, con constancia y sin perder nunca la esperanza porque, de otro modo, antes de comenzar la aventura eres ya un perdedor.

Su pasión por "ponerlo todo en palabras para que exista" fue temprana.

Desde el mismo momento en que, a los doce o trece años, descubrí el placer de la lectura y lo hice, aunque parezca mentira, en la escuela, en una academia privada de un maestro represaliado de la II República que tuvo que abrir un pequeño centro privado de enseñanza en el pueblo manchego de Herencia (Ciudad Real), en donde residía mi familia entonces. A él le debo haber descubierto desde Miguel de Cervantes a Herman Hesse, de Max Aub a Ramón J. Sender, o de Antonio Machado a Federico García Lorca, entre muchos otros escritores. Nos prestaba los libros y, sobre todo, supo crear en todos los alumnos que pasaron por sus manos un espíritu crítico que ninguno hemos olvidado, y eso que desde entonces han pasado ya casi 50 años. Supe entonces, y no he cambiado mi opinión, que las cosas que no se nombran, no existen, que al dolor y al placer, al amor o al desamor, a la libertad y a la opresión, a la justicia, la arbitrariedad, el nepotismo, al valor y al miedo, o al arte y a las obras infames, hay que definirlos, analizarlos, situarlos y enmarcarlos con palabras porque, de otro modo, nadie repararía en ellos, o los confundiría con otras cosas.

Usted es, no lo puede negar, un hijo de la Transición y eso se refleja en todos los aspectos de su vida y obra.

No, hombre, ¡cómo lo voy a negar! No hay más que mirarme a la cara o mirar en mi carnet de identidad para confirmarlo. Tengo 61 años, de modo que viví de lleno la última etapa franquista, la transición, los primeros pasos de la democracia, la consolidación del sistema, y, últimamente, también su revisión, etc. Y, además, viviendo muy de cerca los acontecimientos. Pero eso no significa que sea un nostálgico y que piense que cualquier tiempo pasado fue mejor. El pasado, pasado está, y conviene aprender de él para no volver a repetir los mismos errores cometidos. Esa es la regla general que, siglo tras siglo, año tras año, día tras día, todo el mundo cree que no le hace falta conocer porque eso "solo les pasa a los demás". La experiencia, sin embargo, confirma una y mil veces que volvemos a pisar la misma piedra. El ser humano es así: no escarmienta más que en cabeza propia; la experiencia ajena no la toma en consideración. A veces, incluso, tampoco la propia, que es mucho más grave todavía.


José-Miguel Vila y Yako

José-Miguel y Yako, su ya desaparecido perro-guía

Usted pertenece a una generación que se aficionó "de manera natural" al teatro a través del programa de televisión Estudio 1 que emitía versiones “telefílmicas” de grandes textos teatrales. Dentro de unas pocas semanas voy a publicar un libro titulado Cuarenta años de cultura en la España democrática (1977/2017), en la que recojo otras tantas entrevistas, cuarenta, con personajes e intelectuales españoles de todos los campos de la cultura: las artes escénicas, la música, la literatura, las bibliotecas, el campo editorial, los museos, las grandes instituciones culturales, artes plásticas, etc. Yo creo que sí hay un denominador común en todos ellos, y es que, hasta el momento, hemos desaprovechado la estupenda oportunidad de utilizar adecuadamente un medio tan potente como la televisión en favor de la cultura, y eso nos ha llevado a seguir siendo tan incultos o más que antes de la irrupción de la TV en nuestro país.

El uso que se hizo en aquellos primeros años para acercar el teatro al pueblo a través de ese mítico Estudio 1, fue ejemplar. Comenzó a emitirse a mediados de los años 60 y se mantuvo en antena durante casi dos décadas. Yo quiero creer que hoy es posible todavía hacer estupendas adaptaciones teatrales utilizando los modernos medios a los que se recurren para grabar todo tipo de series, para seguir haciendo atractivas las adaptaciones de textos clásicos y contemporáneos. No hay más que asomarse a la web de RTVE para ver como por allí pasaron Shakespeare, Cervantes, Calderón, Lope, pero también Pirandello, Chéjov, Ibsen, Miller, Molière, Priestley, Wilde o Shaw, junto a Buero Vallejo, Alfonso Sastre, Miguel Mihura o Jardiel Poncela, por recordar solo algunos de ellos. Y el espectador estaba absolutamente familiarizado con figuras de la talla de José Bódalo, Luisa Sala, Fernando Delgado, Ana María Vidal, Jesús Puente, María Luisa Merlo, Fernando Guillén, Irene Gutiérrez Caba, Manuel Galiana, Concha Cuetos, Pablo Sanz, Gemma Cuervo, Agustín González, Elisa Ramírez, José Sacristán, Marisa Paredes, María José Alfonso, Luis Varela, Aurora Redondo o Emilio Gutiérrez Caba, entre muchísimos otros. El teatro, o eso creo yo al menos, era considerado entonces como la cantera de los artistas de la gran pantalla, y no al revés, como muchas veces sucede ahora, que se recurre a estos últimos y a los protagonistas de series para intentar asegurar un cierto éxito de taquilla. Pero vamos, que cualquier parecido de aquella época con la actual es pura coincidencia.

En cualquier caso usted tuvo una iluminación, o mejor, epifanía con Valle-Inclán. Su entusiasmo y deslumbramiento con Luces de bohemia y Tirano Banderas trascienden las páginas de su libro.

Sí. Ese fue un encuentro casual, pero determinante en mi vida. Se produjo a principios de los años 70 en la primera obra teatral a la que asistí, una representación en vivo y en directo, como tiene que ser el teatro, que representa un antes y un después en mi relación con el arte dramático. Fue en el Bellas Artes de Madrid, en un montaje de José Tamayo de Luces de bohemia, con Carlos Lemos (Max Estrella) y Agustín González (Don Latino de Híspalis). Fue entonces cuando me enamoré del teatro, en primer término, y de Valle, en segundo. Don Ramón María del Valle-Inclán era un sujeto de una personalidad tan extravagante como atractiva que se convirtió muy pronto en el blanco de todas las miradas –literarias o no- del Madrid de principios del siglo pasado, y punto de referencia literaria obligado cuando se quiere hablar de vanguardias. A partir de 1920 empezó a publicar unas obras teatrales muy particulares para la época, que él llamó esperpentos. El escritor gallego concretó este término en Luces de bohemia (1920), Los cuernos de don Friolera (1921) y en diversas charlas y entrevistas. Los estudiosos del arte dramático parecen de acuerdo al afirmar que el esperpento, más que de un género, se trata de un nuevo criterio estético: la distorsión sistemática de la realidad, para mostrar sus aspectos más grotescos y absurdos, y obligar al espectador a una nueva postura ante el mundo que le rodea. El propio Valle explica que el esperpento es como la distorsión de la imagen que produce un espejo cóncavo y, en ese sentido, su teatro se entronca con una serie de corrientes estéticas europeas, tales como el teatro de Alfred Jarry, el movimiento Dadá o el surrealismo, que después de la II Guerra Mundial desembocarían en el teatro del absurdo.

Mi percepción personal de la vida, no ya del teatro, coincide esencialmente con la del esperpento de Valle. Es la realidad misma quien deforma la realidad, y no hace falta recurrir a esperpentos ni a la fértil imaginación de escritores, dramaturgos o poetas para comprobar que, día a día, la vida nos pone delante de nosotros realidades que uno –al menos yo- jamás podría imaginar. Acaso por eso mismo no me he decidido a escribir nunca novela o teatro, porque me parece que la vida misma es un espectáculo tan brillante como grotesco, tan apasionante como sardónico, y quizás el mayor tributo que podemos hacer a la vida es intentar explicarnos los comportamientos, las necesidades, las diferencias, las relaciones, las idas y venidas de estos seres petulantes y engreídos que se ven a sí mismos como el centro mismo del universo y que se autodenominan humanos, aunque les falta tiempo cada día para protagonizar hechos, tener gestos, proyectos, pensamientos o montar sistemas que chocan frontalmente con ese concepto. Aprender a descubrir las paradojas de la vida es, probablemente, el espectáculo más grande al que podemos dedicarnos los humanos. Yo, modestamente, quiero contribuir a ese descubrimiento a través de mis artículos y de mis libros, incluso de mis críticas teatrales. Todo eso puede encontrarlo en mi página web.

En Teatro a ciegas narra sus idas y venidas por las salas teatrales, una manera de contar su amor por Madrid.

Yo diría, más bien, que mi amor por la vida y mi amor por el teatro. Lo que pasa es que la mayor parte de la primera y la práctica totalidad del segundo los he vivido en Madrid, mi ciudad de adopción en la que vivo hace más de 40 años, en la que me casé hace también cuatro décadas con la que considero la mujer más maravillosa del mundo, y en donde viven también mis dos hijos y mis dos nietos… En Teatro a ciegas he querido fundir el género de las memorias y el del ensayo sacando a relucir mi condición de persona ciega y la de amante casi compulsivo del teatro. Y con este libro, como me pasó con el primero que escribí, Con otra mirada, he querido dar respuesta a varios temas a la vez, vamos lo que se dice "matar varios pájaros de un tiro". Por una parte, descubrir a las gentes del teatro y a los espectadores en general que el hecho de ser ciego no es una limitación para llegar a aprehender la esencia de las cosas. Puede, incluso, que todo lo contrario, que al no dejarse embaucar por los fuegos de artificio (escénicos, de iluminación, de la sobreactuación, etc.) sea más fácil llegar al corazón del mensaje que quiere transmitir el montaje. Alberto Conejero, el ya no tan joven dramaturgo y prologuista de mi libro, lo dice muchísimo mejor que yo porque, además, es un poeta envidiable. Él dice algo así como que "la imagen no es aquello que se ve sino lo que nuestra mirada construye. Y la mirada no se limita solo a los ojos". Pero este es solo el primero de mis objetivos. El segundo es agradecer al teatro y a todos los hombres y mujeres que lo hacen posible cada día, mi más sincero y profundo agradecimiento y respeto por su trabajo. Y el tercero, y último, intentar crear a aquellos que todavía no son espectadores habituales de teatro, que dejen de una vez de estar sentados delante del televisor perdiendo la vida a borbotones y que salgan a su encuentro en cualquier escenario de nuestra ciudad porque, probablemente, a menos de diez minutos de su casa seguro que existe alguna sala a donde merezca la pena acercarse. Con haber cumplido al menos dos de los tres objetivos ya me daría por inmensamente satisfecho…

Su libro es todo un sereno y valiente testimonio. Aborda la discapacidad buscando la naturalidad y la normalidad.

Lo digo porque lo conozco en primera persona. Nadie conoce sus límites tanto como sus fantasmas, sus miedos. Si se es capaz de vencer a estos, probablemente la discapacidad, aun siendo una limitación muy importante, no es la certificación de la inutilidad absoluta, como todavía se sigue pensando en algunos sectores. Lo digo en Teatro a ciegas, pero lo dije mucho antes, en 2003, en mi primer libro, Con otra mirada, que cualquiera puede bajarse gratuitamente de mi propia web (Josemiguelvila.es). Allí hay unas cuantas entrevistas con personas ciegas, como yo, que hablan diez idiomas, que son grandes pianistas de música clásica, blues o jazz, artistas de todo tipo, escultores, actores, escritores o pintores -por cierto con una curiosísima técnica para salvar las obvias dificultades espaciales y cromáticas-, emprendedores, políticos, curas, médicos, diplomáticos y hasta apicultores (por citar ya el colmo de lo inesperado). En el fondo, todas estas presunciones, por no llamarlas prejuicios, no son más que eso. La falta o discapacidad en alguno de los sentidos no significa que necesariamente haya que tener diezmado el que, sin duda, es el más importante, la inteligencia. En España hay miles de personas con discapacidad que están integradas en la enseñanza, como alumnos o como profesores; en los medios de comunicación (radio, TV, prensa…); en grandes, medianas y pequeñas empresas; en el deporte, en el arte o en los partidos políticos, asociaciones de consumidores o de vecinos. Somos gente normal y corriente, con la única diferencia de que tenemos alguna carencia sensorial, física o psíquica. A muchas otras personas les sucede lo contrario: que aparentemente no la tienen, pero uno acaba descubriéndosela a poco que rasque en unos cuantos minutos de conversación.


Vila "baterista"

Hay algún secreto para hacer medio millar de reseñas y no repetirse o, lo que sería aún peor, cansarse.

Muchas gracias por el elogio pero, honestamente, no creo que sea para tanto. Para empezar, yo soy autodidacta en este campo. Mi única base es la lectura permanente y gozosa, y mi condición de asiduo y apasionado espectador de teatro desde la primera vez que acudí en vivo y en directo a presenciar una función. Fue Luces de bohemia, de Valle-Inclán, la versión de José Tamayo, en el Bellas Artes de Madrid. Desde entonces no he dejado de acudir, con mayor o menor asiduidad a los teatros, y tampoco he dejado de leer desde los 12 o 13 años más que durante ese par de años de necesaria adaptación a la ceguera (dos desprendimientos de retina me dejaron casi ciego a los 27 o 28 años), pero pronto descubrí en la ONCE el Libro hablado, primero, y la informática después, que volvieron a abrirme, incluso con ventanas muchísimo más amplias e inmediatas, la lectura, los diccionarios, enciclopedias, y todo tipo de libros de consulta, de estudio y de placer. Voy a darle solo algún dato: la ONCE pone a disposición de todos los ciegos españoles miles de libros en formato de libro hablado y en braille, que sumados a otros cuantos miles más que casi dos mil ciegos de todo el mundo ponemos en común en una plataforma radicada en Argentina (Tiflolibros), le aseguro que ponen a nuestra disposición unos cien mil libros. Con siete vidas, seguro que no podría abrir uno por uno cada uno de tantos miles de ejemplares. Con todo, no quiero que se piense que lo nuestro es una suerte. No, ni mucho menos. A cualquiera de nosotros -y creo que no exagero ni un ápice-, muchas actividades cotidianas nos cuestan dos, cinco o diez veces más que a cualquier persona sin ningún tipo de discapacidad. Y no hablo solo de las cuestiones laborales o de estudio, etc., sino incluso en la vida diaria. A nadie se le ocurre pensar que a una persona ciega le cuesta moverse de un punto a otro muchísimo más que a alguien que, en su paso, detecta un andamio, una zanja, una moto en medio de la acera, un bolardo o un ciclista kamikaze. Pero vamos, digo eso como acudir a comprar a un supermercado, leer un prospecto de cualquier medicamento o encontrar un sitio vacío en el autobús… Todo eso nos hace desarrollar estrategias diversas e imaginativas para tratar de compensar todos esos déficits que, al final, probablemente también redunden en un ejercicio más frecuente del cerebro… También en esto pienso cuando hablo de saber hacer de la necesidad virtud…

Usted desmitifica un poco la figura del crítico y lo define como "espectador que hace pública su experiencia".

Sí, pero al mismo tiempo reivindico también la crítica como género literario. Hace muy poco tiempo el CDN ha editado un libro que compendia lo mejor de lo que se ha escrito en crítica teatral por muchos de nuestros más grandes escritores y críticos, y esa me parece una iniciativa más que loable, que además sitúa a la crítica teatral en un lugar que muchos olvidan con frecuencia, el de género literario… Por lo demás, nadie es más que nadie, y conmigo no van ni la petulancia ni el esnobismo, así es que no conozco el parnaso, ni me paseo cada día entre nenúfares, dalias o rosas, ni estoy levitando por las esquinas porque tal o cual personaje del teatro, de las letras, de la política o del periodismo tenga mi número de móvil, o viceversa. Cada uno debe de saber escoger muy bien cuál es el papel que ha decidido representar en esta vida, o al menos cual es el que hace menos mal de todos… A mí me interesa más lo esencial que la apariencia, lo natural que el postureo, como se dice ahora.

Algunos secretos de oficio... De acuerdo con su experiencia, ¿cómo debe "prepararse" un crítico para hacer una reseña? La base, ya lo he dicho antes, es el estudio, la lectura y la humildad. A partir de ahí hay tantas opciones como inquietudes tenga el crítico. Quizás el camino más fácil es el de consultar -antes o después de acudir a ver el montaje, sobre ese particular hay visiones contrapuestas-, el dossier de la obra, que ayuda mucho a situar el autor, la visión que tiene el director de escena sobre el texto del que ha partido para llevarlo a cabo, los actores y los equipos artístico y técnico con los que ha contado. El dossier, por lo general, contiene también una sinopsis de la historia que se representa. Todo eso ayuda mucho a centrarse y a estar atento a aspectos muy difíciles de describir en un documento necesariamente conciso como ese. Me refiero a la interpretación, el diseño de luces, la escenografía, el ambiente sonoro y la música, los figurines, etc. Y todo eso, además, teniendo en cuenta que forma parte de un todo y que una sola disonancia de cualquiera de esos factores provoca un bajón importante en la consideración final del espectador. La clave está en ver si uno se olvida o no absolutamente de sus problemas cotidianos con su familia, en el trabajo, en su país, etc. Si uno se ve pensando en todos o en alguno de esos asuntos, malo. El montaje no ha producido el efecto que siempre pretende: el de envolver al público, embeberlo en esa otra realidad que es el teatro, y que tiene tanta fuerza, tanto poder sugestivo y enérgico, como la vida misma. Yo soy bastante intuitivo y prefiero leer lo menos posible acerca del montaje antes de acudir a verlo. Hay, obviamente, aspectos que no alcanzo a percibir directamente, pero suelo acudir con Carmen, mi mujer y compañera habitual de teatro (ella es una amante pasional del teatro) que me comenta con precisión casi milimétrica todos esos aspectos. De todas formas, apunto esto como curiosidad, nunca comentamos nada durante la función, y en el noventa y tantos por ciento largo de ocasiones, solemos coincidir en el diagnóstico final sobre él... Para mí son todas esas sensaciones que ha logrado transmitirme el montaje las que determinan la orientación final de mi crítica.


Carmen y José-Miguel Vila

Carmen y José-Miguel

¿Qué siente durante una obra? ¿Puede disfrutar de una obra sin que entre en juego el crítico? Trato siempre de ponerme ante una nueva obra con los ojos y los oídos bien abiertos, como suele decirse, ya sea como espectador o como crítico, pero, inevitablemente, si voy a escribir sobre ella, el crítico no deja de hacer anotaciones sobre aquellos aspectos del montaje que le llaman más la atención. En esa dualidad me muevo día a día y, al final –quiérase o no- no se disfruta del mismo modo que si solo tuviera que comentarle la obra a un amigo, es obvio. Lo que si hago, pero en contadísimas ocasiones, es volver a ver el montaje una segunda vez (a veces, incluso una tercera…), pero ya únicamente como espectador, de forma absolutamente abierta y relajada, sin tener que tomar nota de nada, y entonces el disfrute es aún mayor. De cualquier forma yo no acudo al teatro a sufrir. Si fuera así, lógicamente me buscaría otra pasión. Ya tenemos razones suficientes a diario y fuera de las tablas para ello, así es que no conviene multiplicar las adversidades. Al teatro se acude para vivir otras historias que te permiten acercarte a la emoción, al anhelo, a la reflexión, al dolor, a la felicidad, al estremecimiento o al fracaso de otros semejantes, para aprender a ponerte su lugar y a considerar otros puntos de vista muy diversos sobre un mismo asunto. Y, además, ese ejercicio se hace siempre en comunidad, junto a otros hombres y mujeres que están a un lado o a otro del escenario (artistas y público) envueltos en una belleza fugaz e irrepetible que, al final y sin duda, va haciéndote mejor persona.

Leyendo sus textos llama la atención que siempre utiliza las expresiones “montaje” o “espectáculo”. Es muy revelador de la importancia que usted da a todos los aspectos que rodean a la obra de los que el texto es uno más. Para mí, como para la inmensa mayoría de las gentes de teatro de nuestros días, eso está muy claro. El texto, es cierto, es la base, son los cimientos del espectáculo, pero no es el espectáculo. El resultado final es la suma del concepto, apreciaciones, diseño y esfuerzos en la puesta en escena de cualquier montaje teatral. En otra palabras, es el resultado de la colaboración de un director de escena –para mí, el eje por el que pasan todas los mimbres de la cesta-, unos actores, escenógrafos, diseñadores de vestuario, luces, sonido, etc. Creo que los autores de nuestros días comparten en su mayoría la visión que acabo de decirle. Creo más bien que son los herederos de los derechos de propiedad intelectual de los autores ya fallecidos quienes más se empeñan en que no se quite ni una coma a los textos de su pariente, pero creo también que en una falsa creencia de que así guardan mejor las esencias literarias y dramáticas del autor o autora fallecidos. Ese es un grave error cuyas consecuencias más inmediatas, probablemente, son que sus obras dejan de ser representadas y así, poco a poco, el autor de marras va perdiendo presencia escénica y, si no lo remedian, puede pasar al olvido durante unas generaciones, justo hasta que prescriban esos derechos de autor. Esos personajes parecen olvidar que el espectador y el crítico lúcidos deben tener la capacidad necesaria para discernir en qué medida el montaje realza, respeta o destroza el texto del que parte. Y eso nunca es achacable al autor, sino al director del montaje que es quien, en última instancia toma la mayor parte de las decisiones sobre él, como hace muy poco me dijo muy acertadamente Pablo Messiez en una entrevista que le hice...

¿Un buen montaje salva o hunde a un texto? Partiendo de un texto sin interés es prácticamente imposible acabar haciendo un buen montaje, al menos eso me parece a mí. “Donde no hay, no se puede pedir”, como dice un viejo refrán español. El caso contrario, sin embargo, es mucho más factible. Unas veces por una concepción equivocada del director, otras por ser muy ambicioso y querer fundir espacios, tiempos o lenguajes diversos, o en aras de cierta pretendida modernidad… Por esas y otras tantas razones más fácilmente puede destrozarse en mil pedazos un texto. Y, más aún, en otras ocasiones, las modificaciones que se hacen partiendo –supuestamente- de un clásico, son de tal envergadura que allí no hay manera de reconocer al autor ni a la obra originales. Estoy generalizando y, aunque tengo en mi memoria algunos títulos ilustrativos de cada uno de los casos que comento, prefiero no hacer leña del árbol caído. Ya lo dije en su día y no hay más que repasar las críticas que he escrito para encuadrar algunos títulos en cada uno de los modelos descritos. En la versión epub de Teatro a ciegas, por cierto, están todos los enlaces a todas mis críticas hasta marzo de 2017 y desde que comencé a publicarlas hace ahora tres años.

Ser crítico conlleva el uso de la responsabilidad. ¿Hay veces que es mejor dejar la página en blanco? La verdad es que, sin ánimo de ser presuntuoso, ahora tenemos conocimiento mucho más que aproximado del número de seguidores que uno tiene, tanto en sus cuentas personales a través de las redes, como de los lectores directos en el periódico -en mi caso, Diariocritico.com-, y sí que uno no puede dejar de sentir esa responsabilidad. Pero cualquier ejercicio público de la opinión conlleva esa responsabilidad. Ahora bien, de ahí a pensar que tu criterio es tan poderoso que va a arrastrar o a hacer huir despavorido al espectador del patio de butacas, eso sí que entra ya dentro del campo de lo fatuo, de la vanidad sin fundamento. La nuestra es una orientación más que posiblemente ayude a decidirse al espectador a acudir a uno o a otro espectáculo, y que en unos casos funciona como elemento de ayuda positivo y en otros como negativo, es decir, que si un crítico me cae mal, basta que diga que algo es maravilloso para que ese espectador decida tachar esa opción. Las cosas son así: afortunadamente, nadie puede considerarse por encima del bien y del mal en nada.

Parte de la profesión periodística considera al crítico "digital" de segunda fila. Usted no, al contrario, acepta y alaba el cambio de paradigma que ha supuesto la red en el periodismo. Sería verdaderamente lamentable que alguien piense que es el soporte donde uno escribe, habla u opina, quien determina que un crítico de artes escénicas es mejor o es peor. Si así fuera, un mismo crítico podría pasar de ser bueno a malo de la noche a la mañana, simplemente por cambiar de trabajo, por dejar de ejercer la crítica en un medio determinado y pasar a ejercerla en otro. Eso no tiene ningún sentido. Uno es bueno, malo o todo lo contrario, en función de sus palabras, de sus argumentos, de sus apreciaciones, de su capacidad crítica, de síntesis y de análisis, y no porque ponga todo eso en soporte papel, informático, ante un micrófono de radio, o delante de una cámara de TV. Eso es, sencillamente, ridículo.

Eso sí, tiene buen cuidado de distinguir que la crítica "digital" no es la de los tuiteros. ¡Hombre, a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César! Una cosa es un artículo explicativo, argumentado y con fundamento, y otra cosa es una opinión a vuelapluma y en menos de 140 caracteres sobre una obra de teatro o sobre lo que sea. ¿Ha pensado alguna vez por qué Trump recurre con tanta frecuencia a Twitter? Yo creo que es porque, probablemente, su capacidad argumental es escasa e inversamente proporcional a su poder. El poder, primero actúa, y luego justifica –si procede- lo que hace, y muchas veces recurriendo a razones peregrinas. Con esto no estoy negando el poder de influencia de quienes recurren a Twitter para divulgar sus impresiones primeras sobre un espectáculo, pero hay que dar a cada cosa su valor. Del mismo modo, una crítica teatral no es un ensayo, como a veces pretende alguien. La crítica, el ensayo, el estudio monográfico, etc. son perspectivas distintas sobre un mismo hecho teatral y a cada cual debe de exigírsele un grado distinto de profundidad y de desarrollo. Yo, al menos, así lo veo…


José-Miguel Vila

José-Miguel Vila en RNE

En el siglo XXI un tuit vale más que mil palabras; la crítica tuitera es un fenómeno que, para bien o para mal, condiciona la recepción de una obra. Depende para quién, ¡claro! Los jóvenes, por ejemplo, cada vez leen menos, de forma más rápida y, por tanto, más irreflexiva. De ahí que recurran a fórmulas como estas para tratar de ver qué se opina sobre algo… Es verdad que al grado de inmediatez que ahora se exige a todo, no puede dársele otra respuesta, pero conviene no olvidar tampoco que esa es una fórmula mucho más fácil para manipular o ser manipulado. Desde luego, la capacidad de análisis, el juicio crítico sobre un hecho o un acontecimiento (sea teatral o no), yo no la buscaría en un argumento tan limitado… Claro que, a muchos practicantes del “sillonbol” no les basta con esos poco más de cien caracteres acerca del desarrollo del Madrid-Barcelona, pongamos por caso, y contrasta la opinión en las diez páginas diarias que dedican todos los diarios deportivos. Como ve, todo es cuestión de elección…

En todo el maremágnum de información que proporciona la era digital usted reivindica la figura de los jefes y responsables de prensa. Yo que, en distintas etapas de mi vida profesional, he estado a un lado y al otro de la mesa, reivindico la figura del jefe de prensa, director de comunicación, o responsable de relaciones con los medios, que de las tres formas, al menos, se les llama. Si se crea una buena relación con ellos, todo resulta mucho más fácil para todos, medios y artistas. Aquí, además, esas relaciones en general difícilmente llegan a ser verdaderamente “peligrosas” porque aquí no hay tanto lugar a las intoxicaciones como puede haber, por ejemplo, en la información política, económica o, incluso, deportiva. Si las reglas del juego están claras para ambas partes, como es el caso, todos sabemos qué se les puede pedir y, por mi experiencia personal, me han allanado siempre el camino para conseguirlo.

A menudo me encuentro en textos sobre -y alrededor del teatro- citas, referencias y alusiones de directores, profesionales e incluso espectadores en torno a La vida es sueño. Es una obra que le resulta especial a mucha gente. ¿ Y a usted? Es cierto. Calderón es, probablemente, junto a Shakespeare, el autor dramático más grande de todos los tiempos. Como es español, nosotros mismos no hemos reparado en ello. Es una cualidad de nuestro pueblo, la de minimizar lo propio, estigmatizarlo, incluso destrozarlo. Tenemos constantes ejemplos a lo largo de la historia, y en todas las épocas. No hay forma de que soltemos amarras con defectos tan enraizados como este. En este país hace falta morirse para que alguien que se ha pasado la vida atacándote, probablemente sin más motivo que la propia envidia, vilipendiándote, calumniándote, en cuanto estiras la pata recoge la bandera y se pone al frente de quienes acaban de descubrir que el personaje en cuestión ha sido un verdadero ejemplo a seguir, el norte de toda una generación y bla, bla, bla… Pero bueno, quería acabar diciendo que quizás también de Calderón La vida es sueño es el más logrado de sus textos, que en general son perfectos. Los españoles debiéramos conocernos al dedillo la pieza, de cabo a rabo. Seguramente así hasta nos volveríamos mucho más cultos y tolerantes. Claro que, en ese caso, habríamos dejado de ser españoles en ese mismo momento…

Textos como ese, y tantos otros de la literatura dramática de todos los tiempos (Edipo, Medea, Hamlet, El alcalde de Zalamea, Misántropo, Historia de una escalera, Bodas de sangre, Esperando a Godot, etc.) nos ponen un espejo delante en el que mirarnos hasta el fondo, en lo más íntimo, independientemente de que seamos de aquí o de allá y de que hayamos nacido en uno u otro siglo. Eso es lo que hace grandes a estos hombres y mujeres excepcionales que han sido capaces de plasmar en unas cuantas palabras lo más hondo de lo que nos configura como humanos, como seres racionales, libres y sociales a la vez.

¡Y qué decir de la música...! Que probablemente sea la más universal y sublime de las artes, que es capaz de hacer que personas de diversas latitudes, edades, condición social y económica, sean capaces de vibrar a la vez con las notas, las melodías, el ritmo, las armonías de un arte celestial, que es capaz de transportar al hombre hasta las estrellas, de curar sus males, de hacerle olvidar sus problemas y, como el teatro, hacerle mejor persona en última instancia. El de la música es un idioma en el que se entienden mucho más fácilmente hombres y mujeres de todos los lugares y de todos los tiempos.

¿Cuáles diría que han sido los rasgos generales de la escena madrileña en los años cuyas reseñas recoge en Teatro a ciegas? En la versión epub del libro que, además, la editorial ha puesto a la mitad de precio que la versión en tinta (7 y 14 €, respectivamente) están todo y cada uno de los enlaces a las aproximadamente 500 montajes que he criticado en estas últimas tres temporadas de teatro madrileño, aunque también hay alguna incursión al que se lleva a algunos festivales nacionales e internacionales. En la versión tinta, aunque se hacen alusiones a muchos más, me he visto obligado a escoger los 25 montajes que, para mí, son los imprescindibles de cuanto he visto en los últimos años. Y, una vez aclarado esto, creo que hay que decir que el teatro madrileño está más vivo de lo que yo he visto en las últimas cuatro décadas. Cada vez hay más estudiantes en los centros oficiales y privados de enseñanza del teatro, hay más salas –al menos “off” o de teatro alternativo-, creo que el número de espectadores anda, más o menos, en las mismas cifras que en años anteriores, y que la calidad media de cuanto se ve ha crecido ostensiblemente. Hay, sin embargo, un pero: la precarización de las condiciones de trabajo de las gentes del teatro que no sé si puede alcanzar aún cotas mayores. Hace solo unos meses, a mediados de 2016, la Fundación AISGE -la encargada de gestionar los derechos de propiedad intelectual de los actores, bailarines y directores de escena españoles-, hizo público un estudio que había elaborado a partir de más de tres mil encuestas a artistas del sector, una amplísima muestra que representa prácticamente el cuarenta por ciento del total en nuestro país. Según ese estudio, más de la mitad de los actores y actrices españoles (el cincuenta por ciento), no han conseguido trabajar ni un solo día en su profesión a lo largo de los tres últimos años, entre 2014 y 2016. En 2011, sin embargo, los actores que no habían trabajado durante los tres últimos años eran el doce por ciento, una cifra muy similar a la de 2004 (catorce por ciento). En este tercer estudio, sin embargo, este índice de desocupación se ha cuadruplicado. Con estos datos, creo que sobran los comentarios. Hay que hacer algo para darle la vuelta al calcetín y subvertir cuanto antes esta situación. Y no solo por cambiar la pésima situación general de los actores y actrices, sino sobre todo por mejorar también la de la sociedad española. ¡Hay que hacer llegar cuanto antes el teatro a todas las aulas de infantil, de primaria, secundaria, bachiller y universidad! Cuanto más tiempo tardemos en conseguirlo más lo lamentaremos como sociedad.

Volvamos al presente, a la temporada 16/17 que empezó por todo lo alto con Incendios. En mi crítica decía que Incendios es "un montaje memorable, extraordinario, antológico" y creo que no exageraba ni un ápice. La feliz unión de este dramaturgo libanés de origen, francófilo por formación, y canadiense de adopción, Wajdi Mouawad, y Mario Gas, extraordinario director de escena, junto a la presencia de Nuria Espert (¡Dios, qué mujer tan maravillosa!) ha producido este hermosísimo milagro del teatro llamado Incendios Una temporada en que se volvió a abrir el Teatro Pavón por los Kamikaze…

La mayor virtud de El Pavón Kamikaze, con todas las dificultades y el riesgo personal y colectivo de quienes se han embarcado en esa aventura tan atractiva como peligrosa, es precisamente el haber conseguido en menos de seis meses convertirse en una marca teatral de inmensa calidad. Uno puede acudir a este teatro prácticamente a ciegas, con la garantía de comprobar día a día que todo lo que puede verse ahí, y en todos los géneros (drama, comedia, tragedia e, incluso, danza), tiene un innegable sello de calidad. Esto que estoy diciendo del Pavón Kamikaze no puede decirse de mucho más de dos o tres teatros más de Madrid.


José-Miguel Vila

Una temporada en que el otro gran espectáculo, La cocina, no ha estado exento de polémicas.

Cuando hablé de La cocina, titulé mi crítica Geopolítica en torno al fogón. Si antes hablábamos del Kamikaze, esta aventura teatral no le va a la zaga en riesgo y osadía. El montaje dirigido y versionado por Sergio Peris-Mencheta, partiendo del texto de Arnold Wesker -por cierto, su primera obra teatral, basada en su propia experiencia como cocinero en el Bell Hotel de Norwich, fallecido hace ahora un año-, es la producción más grande de los últimos tiempos del teatro español (390.000 euros y 26 actores sobre las tablas). Un montaje interesantísimo en donde podía escucharse hablar en distintas lenguas, y con acentos y caracteres bien diversos. Al final, el conflicto se resume muy bien en las palabras de uno de sus personajes. "Hay dos tipos de homínidos, los que tienen más dinero que hambre, y los que tienen más hambre que dinero".

A este respecto Peris-Mencheta ha hablado de la dificultad de "pasar los filtros" para ser programado.

Digámosle también a Peris-Mencheta que tampoco el hecho de haber sido programado en cualquiera de ellos es tampoco garantía de nada. Hay que pararse a reflexionar profundamente sobre un sistema que permite o propicia que pueda llegarse a esta situación.

Conozco a varios… digamos "jóvenes dramaturgos" que han sido programados en los teatros grandes de la capital (María Guerrero, Español, Valle-Inclán…) que en estos momentos no tienen ninguna obra en cartel. Desde luego, algo está mal (“… algo huele a podrido en Dinamarca”, como escribió Shakespeare en su Hamlet) para que lleguemos a esta situación.

En esta temporada Javier Marías ha perdonado la vida a todo el sector mientras confiesa que no ha pisado un teatro en dos o tres décadas.

Me sorprendió el artículo de Marías porque es un hombre ilustrado y afirmaciones como las que hacía solo pueden achacarse a ignorancia o a mala fe. Quiero pensar que, en su caso, no fue ni una cosa, ni la otra, así es que no nos queda más salida que la de atribuirlo a un error temporal y no intencionado. Lo que pasa es que ya ha pasado mucho tiempo y Marías no ha dado muestras de matizar nada, ni de reafirmarse en lo dicho. Así las cosas, digamos que "cualquier maestro echa alguna vez un borrón en su carrera…".

Una temporada en la que se empieza a ver la cara B del teatro off. Voces autorizadas y lúcidas como las de Pilar G. Almansa empiezan a destacar que no solo no es oro todo lo que reluce sino que ni siquiera es cobre.

Hay bastante de cierto en este análisis del boom del teatro off. Por un lado, es verdad, hay más opciones y posibilidades para directores, autores y actores pero, al mismo tiempo, en peores condiciones. El IVA ha tenido parte de culpa en el proceso, pero también la masificación de una profesión que, hasta hace muy poco, tenía un número sustancialmente menor de componentes. Las clases, los alquileres de los espacios para ensayos o reuniones, etc. ayudan al mantenimiento de los pequeños y medianos teatros no comerciales, pero me parece que el modelo es insostenible no ya a largo, sino incluso a medio plazo.

En este sentido destaca el texto -digamos, algo neoliberal- de El País sobre las virtudes de hacer teatro para no ganar nada o incluso perder dinero.

Hace ya algún tiempo que El País ha dejado de ser la biblia del progresismo. Creo que se ha dejado contagiar del confusionismo reinante. Repito que cada vez se reflexiona menos y, por tanto, es más fácil conformar un criterio en torno a lo que sea sin que nadie, al margen de las élites claro, se lleve las manos a la cabeza cuando escucha una boutade, la diga El País, el ABC o el Sursum Corda. Una memez seguirá siendo una memez, la diga Agamenón o su porquero.

Una temporada, en fin, en que el Ayuntamiento de Madrid ha “tomado al asalto” los templos del Teatro.

Me parece un error colosal. Pérez de la Fuente fue despedido sin contemplaciones, y sin razones, que aún es peor. Encima, el equipo que lo sustituyó posiblemente nos cueste mucho más a los madrileños -es pura cuestión de lógica, que la suma de los sueldos de varios gestores sea muy superior a la de uno solo- y, lo que aún es mucho peor, se han cargado en solo unos meses una programación que, con sus defectos y sus virtudes, atraía a miles y miles de espectadores. Lo de las artes “performativas” está aún por ver, pero no entiendo por qué ambas fórmulas no han podido convivir.

Mucho me temo que el equipo de Carmena va a terminar con las escasas esperanzas de muchos hombres y mujeres del teatro que se habían asido a este cambio como quien espera la llegada de Godot… Pero Godot nunca llega…

Una temporada en la que, como todas, Angélica Lidell no se ha reconciliado con la comunidad teatral. ¿Alguna idea?

No lo sé. Yo me ofrezco desinteresadamente a mediar. Tengo cierta fama de ser un hombre equilibrado y de consenso. Ahora, además, soy mayor y, por tanto, merezco algo de respeto. ¡Ja, ja, ja! Lo mismo, ahora que lo pienso, la solución la tengo aquí, en mi caletre…

Para acabar, desde su privilegiada posición como cronista del teatro madrileño, aventure unas predicciones para la siguientes temporadas.

Cronista, vale, pero de futurólogo, nada de nada. Recuerdo que hace unos años –quizás veinte o así- predije que un jefe que me había tocado en suerte iba a durar dos telediarios porque su capacidad intelectual…, digamos que era manifiestamente mejorable. Pues no: se mantuvo aún ocho o diez años más. Desde entonces, y después de tan estrepitoso fracaso como futurólogo, quedé inmunizado contra esta dudosa ciencia y me prometí no volver a hacer jamás predicción alguna. De todas formas, después de este tercer grado al que me han sometido, he dicho ya demasiadas cosas como para que el lector avezado (si es que queda alguno por ahí…), haya llegado solito a ciertas conclusiones. Pero mi consejo es que mejor no las diga en voz muy alta para no tener que agachar humildemente la cabeza, como me pasó a mí.

Retrato de portada y de despedida: Natalia Armario

Fotografía de Carmen y José-Miguel: Blanca Casla

Otras fotografías: archivo personal de José-Miguel Vila

183 visualizaciones
bottom of page