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Petra Martínez: "¡Lo que siempre me ha gustado a mí la libertad!"



Petra Martínez

No compra mesas ni trata de usted. Es de pueblo y de barrio, de tablas y bambalinas, de Juan y de Margallo. Aunque no lo sepa, aunque no se dé cuenta, es una de las grandes damas de la escena pero se le va el tiempo ejerciendo su sentido de la maravilla, la infancia de su encanto y dando inadvertidas lecciones de humor y sensatez. Hace las cosas como - valga la redundancia – si tal cosa, mientras deslumbra a su paso. Se ponga como se ponga es deslumbrantemente encantadora. Ahí queda Petra.

Eres militante de Linares (Jaén).

Es que yo nací en Jaén por cuestiones políticas.

¿Cómo?

Verás, al acabar la Guerra Civil mi padre se exilió a Francia y cruzó los Pirineos con familia y maletas. Un exilio con cinco hijos, mi abuela y la criada de toda la vida, Agustina, que dijo a mi madre: “Doña Luisa, para pasar hambre prefiero pasarla con usted”.

¡Gran frase!

¿Verdad que sí? Pues verás, en un momento dado Franco aseguró que podía volver todo el mundo que no tuviera las manos manchadas de sangre, que no había nada que temer.

¿Y?

Mintió, claro. Mi familia volvió y metieron a mi padre en la cárcel aunque consiguiera algo excepcional en aquellos tiempos: tener un juicio. Una vez celebrado le desterraron, que no destinaron (ya que no pudo ni quedarse en Madrid ni subir de categoría) a Linares. Allí nació mi hermana y allí nací yo.

Por razones políticas.

¡Claro! Viví en Linares los tres primeros años de mi vida aunque no dejé de ir ya que allí vivían mis padrinos. Siempre me ha gustado mucho sentir que allí estaba mi lugar, con el orgullo y cariño de esa gente que dice “me voy para mi pueblo”.

Es el sitio donde volver, es el hogar.

Sí, por lo menos lo es así en mi cabeza. Es mi origen, Linares es la certeza de saber que ahí está mi casa. Es una sensación rara que se acrecienta con el tiempo.

¿Es un estado psicológico, emocional?

Sí, sí, es algo así. En mi casa siempre se ha hablado mucho de Linares. Mi madre decía que al ir allí pensaba que iba a vivir lo peor y ya muy mayor me decía que había sido la época más feliz de su vida. Entonces para mi Linares tiene algo.

Es Ítaca.

Sí, eso es. No voy mucho pero siempre está en mi cabeza y en mis sentimientos. Y cada vez que me hacen alguna mención en Linares o en Jaén me hace una enorme ilusión.

Y eso que aquí, en Madrid, pasaste buena parte de tu infancia y primera juventud en un sitio privilegiado: La Colonia del Retiro.

La Colonia era como un pueblecito pero en mitad de Madrid. Recuerdo ir en traje de baño como jugar a la manga riega entre los chalets que nos regaban, claro.

Sí, tuve mucha suerte. Nosotros somos siete hermanos y yo soy la pequeña, es decir, la niña mimada de, encima, una familia muy liberal. La verdad es que mi infancia y mi juventud - sin tener mucho dinero porque no lo teníamos- fueron etapas maravillosas y muy, muy divertidas en las que, además, he hecho siempre lo que me ha dado la gana.

Como ir a estudiar a Inglaterra con 16 años.

Pues mira, en Londres vivía mi hermana que marchó con su marido a encontrar una vida mejor. Tenían niños y allá me fui a cuidarles recién cumplidos los 16 años. La decisión fue de mi madre que ya entonces, y te hablo de hace mil años…

¿?

Pues fíjate, yo tengo 72 para 73, así que calcula. Bueno, pues el caso es que mi madre ya intuyó que saber inglés iba a ser importantísimo y, sucesivamente, envió a sus hijas a vivir en Inglaterra.

El viaje tuvo que ser una aventura.

¡No te puedes hacer idea! Ten en cuenta que yo no había salido de la Colonia del Retiro. ¡Ni para comprar zapatos! Mi madre me los compraba haciendo un dibujo del pie en una hoja de papel que servía de plantilla. Salí como una niña, cargada con patines y una raqueta, sin ser consciente de que el viaje tenía una etapa en tren, otra en barco y otra, ya en Inglaterra, de nuevo en tren. Es muy fuerte y más en aquellos días pero tuve suerte. Salí de la Estación del Norte, lo que ahora es Príncipe Pío y, una vez más, tuve suerte. En mi vagón viajaban dos chicos muy jóvenes a quienes mi madre hizo prometer que me cuidarían. Y así lo hicieron, fueron maravillosos.

Ellos tendrían la misma sensación de viaje a lo desconocido.

Si, íbamos todos con una sensación absoluta de Cristóbal Colón metida en el cuerpo que aumentó al llegar a Londres. Allí fue donde por primera vez me tome un pan Bimbo, tan suavecito, con su mantequilla y su mermelada. ¡Eso fue todo un descubrimiento! Como lo fue la televisión, o salir a la calle y oír ese idioma tan extraño y, sobre todo, el año que pasé en Londres me hizo adquirir el ansia de libertad para siempre. De no haber hecho ese viaje mi vida hubiera sido distinta.

Josefina Aldecoa hizo el mismo viaje y lo noveló en La casa gris, donde cuenta las mismas experiencias.

Claro, es sentir la sensación indefinible de libertad, de abrirte a otra realidad. De ir por la calle, Trafalgar Square, Picadilly, y ver colores distintos. Que aquí en España todo era gris, marrón, y negro. Londres me abrió la mente hasta en las cosas más sencillas como vestirme con cosas extravagantes, sin vergüenza. Yo creo que el año que pasé allí cambió el rumbo de mi vida.

Te llevó hasta el teatro.

Es verdad. Verás, yo, desde niña, era una gran lectora de las cosas típicas de mi edad: Mujercitas, Cumbres borrascosas y Rebeca, y cuando llegué allí mi hermana me dijo que se había acabado leer en español.Y me recomendaron leer teatro en inglés ya que, al ser dialogado y nombrarse los personajes, me sería más fácil no perder el hilo. Así que con 16 años me puse con Ibsen y Chéjov. Y tanto me gustaron que volví a España diciendo que quería ser actriz. Y así fue cómo la lectura me llevó a elegir esta carrera tan bonita.

¿Qué obra era tu obra?

Todo Chéjov, desde luego. Pero las Tres hermanas me encantó, tenía una connotación muy especial para mí. La sigue teniendo. ¡Y fíjate que no he hecho un Chéjov en mi vida!

¡Qué raro! Porque hay mucho Chéjov en vuestro teatro; el juego entre pasado y presente, esa “tierra de nadie” en la que viven los personajes…

Hay mucho, mucho Chéjov. Nos ha influido enormemente pero mi carrera teatral ha sido muy de obras escritas por nosotros dos, por Juan y por mí.

Esa carrera que empezó un día en que te presentas ante las puertas del Teatro Estudio siguiendo el consejo de un desconocido.

Eso fue muy curioso. Verás, yo al cine ni siquiera lo asociaba con la interpretación “de verdad”. Pero un día paseando, por la Gran Vía, veo que están rodando una película, Megatón Ye-Ye. Ten en cuenta que yo no tenía contactos en el mundo del teatro y no sabía cómo entrar. Así que, en un arrebato, me acerqué a un chico que debía ser un becario o meritorio y le dije: “Oye, yo quiero ser actriz de teatro. ¿Qué hago?”. Y me contestó: “”Pues mira, para eso te tienes que ir al Teatro Estudio donde hay un profesor de teatro muy bueno que se llama William Layton”.

Un consejo providencial.

Lo fue, tanto que siempre, y más últimamente, he querido localizarle y volver a encontrarme con ese chico para agradecerle cómo me cambió la vida. Así que me fui a Barquillo 32, un lugar que me dio mi profesión y a Juan Margallo, el abuelo de mis nietos.

A quien conociste de romano y te deslumbraron sus piernas.

Eso fue muy gracioso. Yo fui a ver Calígula al teatro acompañada de un novio que tenía y Juan no solo me impresionó como actor sino que me gustaron mucho sus piernas.

En vista de lo cual mandaste al novio al paro.

(Risas) ¡Hombre! ¡No me acuerdo bien! (risas). Pero yo supongo que la cosa ya iría mal y yo estaría un poco aburrida. Esto que te he contado ocurrió un sábado y el domingo teníamos previsto ir a ver la película Cleopatra.

Otra de romanos.

Otra. El caso es que me llamó por teléfono y en cuanto me dijo “Oye Petra que no hay entradas”, corté con él.

Lógico, entre las piernas de Juan Margallo y las de Richard Burton.

No había color, claro (risas).

A la vista está que no te equivocaste con la elección, ni con la del TEM. “El Sr. Layton me dijo muy bien”, te he oído decir con enorme respeto y admiración tantos años después.

Es que me ha ayudado tanto… y lo sigue haciendo. SÍ, sÍ, es que para mí el Sr. Layton ha sido, ¿cómo decirte?, por supuesto que ha sido mi profesor. No, no así, con letras mayúsculas y deletreando: MI - PRO - FE – SOR, con todo lo que eso significa. ¡Recuerdo cosas de él tan maravillosas! Me hacía sentir tan creativa, como si fuera una actriz consagrada, nada de lo que me decía era una recriminación, siempre tenía en la boca: “¡A ver si consigues llegar más lejos!”. Para mi representa todo lo que es la interpretación y todo lo que tiene que ser un profesor.

Era un estímulo.

Continuo y constante. Y, además, decía unas frases…

¿Por ejemplo?

Pues mira, siendo él bastante mayor Juan y yo nos lo encontramos por la calle y nos dice: “¡Qué bien estáis! La naturaleza cubre hasta los treinta y a partir de ahí te deja solo y ya eres tú quien te creas”.

Enorme frase.

Lo es. Siempre recordaré las charlas que teníamos y lo que le gustaba hablar conmigo. ¡Qué sensibilidad y que tranquilidad desprendía! Hablar con él era toda una delicia. Me llamaba “Pegtra” una y otra vez, yo creo que lo que le gustaba era pronunciar mal mi nombre (risas).

¿No hablaba bien castellano?

¡Nada! ¡Y mira que llevaba años en España! Entendía todo pero entre la sordera y lo que le costaba el idioma lo hablaba fatal. Aunque yo siempre creí que interpretaba, un poquito, pero interpretaba.


Petra Martínez

Petra Martínez y Miriam de Maeztu

¿Alguna vivencia que nunca olvidarás?

Son tantas…

¿Una?

Pues verás, cuando yo empezaba en el Teatro Estudio estaban ensayando Noche de Reyes y una de las actrices falló. Y Mr. Layton me escogió a mí, ¡que acababa de llegar!, para sustituirla. El personaje que me tocó era una doncella que venía de familia de nobles. Mr. Layton me decía “Hazte cuenta de que eres una sirvienta, sí; pero vienes de una familia de alcurnia y eso se tiene que notar”. Como lo peor que tenía era el movimiento de las manos, él me lo corrigió de una manera muy inteligente y que, además, sirvió para definir al personaje. Hizo que me pusiera una sortija en cada mano y ensayarlo una y otra vez. Parece una tontería pero me hizo interiorizar el personaje. El método del Sr. Layton era enteramente interior, era muy emocional pero él supo, como con el detalle de las sortijas, algo físico; conseguiría que me hiciese con el personaje.

Como de hecho ocurrió. Tenía una gran capacidad de penetración psicológica.

Es verdad, era un psicólogo con una gran inteligencia emocional.

Os leía la mente.

Si, como persona era muy completo: era amoroso, muy rico y sensible. Sabía sacar todos nuestros recursos emocionales sin confundirlo con el método Stanislavski. Siempre nos decía que no nos llevásemos el ejercicio a escena, que hay que dejarlo en la sala de ensayos.

Y tenía razón. Hay veces que los actores del método parece que están haciendo un número circense. Y de ahí, casi sin darse cuenta, pasó a ser parte de Tábano.

En cierto sentido fue muy duro: ya teníamos dos niños, no cobrábamos nada, teníamos una casa alquilada, comíamos todos en casa de mis suegros, que nos ayudaron muchísimo, a donde iba con la cesta de la compra, me metía en la alacena y la llenaba.

A cambio, la sensación de crear, de riesgo, de estar siempre en la cuerda floja tenía que ser, con perdón, acojonante.

Sí, sí, sí, no te lo puedes ni imaginar. Fue maravilloso empezar a crear con este grupo de gente. Al principio entró mucho más Juan, ya que yo tenía problemas de crianza, pero en cuanto nació mi hija yo ya estaba dando vueltas por España.


Castañuela 70

Castañuela 70

Tábano fue todo un fenómeno social.

Fue impresionante y sin conocer lo que era España en los años 70, en la época de la dictablanda, no se puede entender del todo. Por ejemplo, la sensación de llegar a un sitio con el teatro lleno y que a cualquier frase se le pudiera encontrar y buscar otro sentido en un teatro con la gente en pie, aplaudiendo a rabiar, con la policía en la puerta. Recuerdo esas y miles de vivencias. En esos años la vida estaba hecha de tremendo miedo y tremendo placer.

La gira por Europa fue un punto de inflexión en su carrera.

Verás, en mi casa no se hablaba de política nada. A mi padre, después de lo que había pasado, no le gustaba ni oír las noticias. Yo no estuve ni en la universidad ni en círculos obreros, que eran los dos puntos donde más gente politizada había. Y aquella gira fue un despertar. Y me di cuenta de muchas cosas. Aquella gira supuso conocer la realidad de los emigrantes y el Partido Comunista y a sus militantes. Nos acogían en su casa y me recuerdo callada escuchándoles. Aquello fue determinante para mi evolución política.

Tampoco debieron ser mancas las vivencias de la gira por Sudamérica con Castañuela 70.

¡Eso no tiene nombre! (risas).

¿Y si hubiera que nombrarlo?

Me faltarían las palabras. Imagina lo que es meterte no sé cuantas horas de avión. ¡Nosotros que no habíamos salido a ninguna parte! ¡Fue algo tan impresionante! Todo era tan raro, tan especial, tan impresionante como la escala que hicimos en Bermudas…

...

¡Y es que en Sudamérica fue todo tan bonito!

Y, además, estaba esa sensación de decir “¡Hay otro mundo!”. Y lo había, uno que yo no conocía: el mundo de la libertad donde la gente anda por la calle libremente ¡y no pasa nada! Donde las relaciones entre las personas, las deciden ellos, donde a todas horas se hablaba de política. Sudamérica fue, en mi vida, otro Londres, otro deslumbramiento.

Estabas infectada del sentido de la maravilla.

De verdad que sí y con la añadidura de que íbamos con Castañuela 70, una obra que no solo estaba en contra de la dictadura sino que, además, era muy jovial y muy divertida. Fue un exitazo de categoría, lo que amplía más esa sensación de flotar, de estar levitando (risas felices).

Es que desde fuera y en la distancia da la sensación que os lo pasabais, con perdón, como gorrinos en un maizal. ¡Y qué menuda mazorca era Castañuela 70!

¡Y sin perdón! ¡Que era maravillosa! ¡Éramos tan jóvenes, tan divertidos, tan maravillosos! Todo nos asombraba, estábamos como bobos. Fíjate, en Manizales y en Puerto Rico, nos llevaron a un hotel de nosecuantas estrellas y padecimos de deslumbramiento al no poder creer que había tanta cosas para nosotros en el desayuno. Como, aparte, no teníamos dinero, aprovechamos para desayunar a las once y tirar el resto del día… pero no te podría describir lo que vimos y cómo los sentimos los integrantes de Tábano y de las Madres del Cordero. Vimos e hicimos cosas maravillosas y…

¿Y?

Es que ahora que me estoy oyendo me doy cuenta de... ¡Lo que siempre me ha gustado a mí la libertad!

Se nota, se nota.

Aún hoy en día nos seguimos reuniendo y mantenemos nuestra amistad. Nunca ha habido enfados ni rencillas. Y eso, que es muy difícil en cualquier grupo de gente, en nuestro caso, con las situaciones que vivimos, tan tensas y divertidas a la vez, hubiera sido lo normal.

O no. Y menos aún en vuestro caso, con esas vivencias tan hondas y especiales que vivisteis.

Es curioso eso que dices. Fíjate, últimamente estoy con una sensación de pensar “¡Madre mía que suerte esta generación nuestra!”. Verás, en vez de dictadura hemos tenido dictablanda. Aunque lo pasásemos mal, yo misma estuve detenida varios días en la Dirección General de Seguridad, no es nada con lo que pasó mucha gente en esos años. No vivimos el problema tan angustioso de la falta de absoluta libertad.

Pudisteis plantar cara.

Sí, la gente de teatro nos podíamos colar por los resquicios y huecos de la dictadura para expresarnos y decir algo, aunque poco, y que la gente lo entendiera. ¡Incluso a veces por más de lo que era! Luego tuvimos la suerte de vivir la Transición, que con todos sus defectos nos hizo vivir más tranquilos. Y hoy en día mi generación quizá sea la última que, tal y como están las cosas, esté cobrando pensión.


La que se avecina

La que se avecina

¡Y encima en tu caso!

Yo tengo una suerte añadida. ¡Yo estoy trabajando en La que se avecina! Y, créeme, con 72 años para 73 estar haciendo un personaje que hace cosas disparatadas, que yo jamás hubiera imaginado, como subir en avión, vestirse de Rambo… es un regalo y un lujo.

El papel tiene su miga con esas malas pulgas gratuitas.

Cuando leí el guión por primera vez me sorprendí diciendo palabrotas según pasaba las páginas, me daba vergüenza a mí misma. Y es que yo he sido buena, muy buena siempre, por eso me encanta este personaje que vive por y para la maldad.

Hoy en día eres popular entre los estudiantes de la ESO y una generación antes lo fuiste entre los de EGB por tu papel de Petri en Barrio Sésamo.

Entonces nos veían ocho millones de personas.

Y en la infancia.

Sí, que es la época en la que se queda todo grabado a fuego.

¿Cómo se consigue saltar generaciones?

No lo sé. Todo ha venido sin proponerlo. Se ha cumplido una ley de Murphy a la inversa: he tenido la suerte de pasar por un sitio a a la hora precisa. Ni Juan ni yo hemos sido peleones para buscar, ni hemos trabajado fuera de nuestro grupo. Yo creo que he ido a muy pocos castings, solo hace 15 años que tengo representante y solo porque al de una amiga le hacía falta alguien como yo en su agencia.

Vamos, que has hecho lo que has querido.

Sí, yo no sé cómo ha sido la cosa pero Juan y yo hemos hecho lo que hemos querido y ahora, con la edad, seguimos. Juan está encantado con una película que ha hecho en Chile y yo voy a hacer una película con Jaime Rosales.

Con quien hiciste La soledad. Un papel tan interior que si “se te va la mano” se te va el personaje.

Sí, ese es el riesgo. Pero verás, Jaime es un director muy bueno y muy tranquilo. Aunque tiene la película dibujada en su cabeza, no por eso deja de organizar sesiones de ensayo. Así lo hicimos en La soledad y llegamos a acuerdos, negociamos escena a escena, así que iba muy tranquila al rodaje.

¿Eres muy de negociar?

Bueno, es que yo considero que el personaje lo creo en los ensayos, no en casa. Me acuerdo de las improvisaciones, tan creativas, del Sr. Layton. Voy al ensayo con el texto bien trabajado y con cuatro cositas más o menos claras que, con cada ensayo, voy colocando en su sitio. Me ayuda mucho saber lo que el director espera y hablar, hablar, hablarlo con él.

¿Y la nueva película con Rosales?

Pues se llamará Petra.

¡Gran nombre!

¿Verdad que sí? Estoy muy contenta de que me llamase, ya que Jaime no suele repetir actores. No es un papel grande pero es muy bonito. ¡Y la protagonista lleva mi nombre!

Fuiste “chica Almodóvar”.

Bueno, no mucho. Yo siempre digo que con Almodóvar he hecho un corto porque rodamos cuatro días. Él venía de un rodaje duro pero para mi parte de la película solo estábamos Fele Martínez, Pedro y yo. Y todo fue muy, muy apacible.

¡No me digas que no tienes una anécdota tremebunda de Almodóvar!

¡Pues no! (risas). Me pareció un hombre maravilloso y tranquilo. Para que te hagas una idea, incluso hizo mi personaje para darme una pauta y yo pensé: “Seguro que no quiere eso pero lo hace para hacerme reír”. Fueron cuatro días muy agradables.

Has sido hitchcockiana en Mientras duermes.

Esa película fue terrible, terrible (risas).


Petra Martínez y Juan Margallo

También hitchcockiana en Hablar, al rodarse en una sola secuencia como La soga, en la que Juan y tu ejercisteis de pater y mater familias de toda una generación de actores.

¡Qué rodaje! ¡Qué tensión! Hicimos cuatro tomas para escoger una. Y cada una era o todo o nada. Como éramos los últimos yo le decía a Juan que no se preocupase, que si lo hacíamos mal bastaba con cortarnos.

¿Tu película?

Nacidas para sufrir de Miguel Albaladejo. Me divertí mucho creando con Miguel y Adriana Ozores, quien, por cierto, es digna hija de su padre. Independientemente de las actrices protagonistas que, las cosas como son, estábamos bastante aceptables, la película que tiene un guión que es precioso. no obtuvo el éxito que merecía.


Nacidas para sufrir

Nacidas para sufrir

Además del cine, Juan y tu siempre habéis hecho vuestro teatro y a vuestra manera. Erais off antes del Off.

Sí, eso empezamos a hacerlo en el Gayo Vallecano. Otro golpe bonito de nuestra vida. Una sala en la que participó tanta gente, donde todos dimos el alma. La verdad es que estoy muy contenta de nuestra carrera profesional.

Es que vuestras obras son únicas. Son, si me permites, made in Martínez and Margallo (M&M). Los materiales de vuestros textos salen de vuestra vida y los interpretáis como en una partida de ping pong de guiños y complicidad.

Nosotros nos hemos separado muy poco, siempre hemos estado. Nuestra forma de ser es muy parecida y a mí me cuesta mucho hacer otro tipo de teatro. Y no porque lo desprecie. Pero nosotros es que estamos tan acostumbrados a trabajar o solos o juntos. ¡Y es tan fácil y tan divertido! Estamos todo día… podemos estar desayunando y, a la vez, hablando de situaciones para incorporar a la obra y pensando en qué escribir y preguntándonos: “”¿Qué te parece si, si y si…?”.

¡Eso es único! Es un lujo profesional y como pareja.

Lo es. Mira, nosotros hemos tenido momentos duros como pareja, decir lo contrario sería una bobada. Pero lo que sí es verdad es que nuestra unión, por llamarlo de alguna manera, porque no estamos casados…

Créeme. No se nota.

No se nota nada. ¿Verdad que no? (risas). Te decía que nuestra relación ha ido a mejor.

Desde fuera, desde luego, da esa sensación.

Y es verdad. Ha ido a mejor porque no somos competitivos ni entre nosotros ni frente a los demás. Y vienen las cosas y van. Y estamos contentos con todo. No somos muy avariciosos y no nos gusta el glamour, ni lo buscamos. Eso es una enorme suerte. Imagina que a mí me gustara y a Juan no o viceversa ¡Sería una desastre!

No les va el photocall.

Alguno hemos hecho porque a veces das más el cante no estando… y eso tampoco.


Una mujer en la ventana

Una mujer en la ventana

Al acabar Una mujer en la ventana, Juan Margallo sale y se sienta a charlar un rato contigo. La sensación inicial de los espectadores es, como poco, de sorpresa y de extrañeza al asistir a la intimidad ajena. Y, sin embargo, al poco rato ya están, como si tal cosa, involucrados en vuestra complicidad e intimidad.

Cuando hicimos Adosados le dije a Juan: “Yo no quiero estar nerviosa, yo quiero estar contenta y feliz. Y el público está ahí para vernos, sin otra obligación que seguirnos y disfrutar”. Así que a partir de entonces fuimos creando una interpretación algo fácil para nosotros, un poco casual. A mí antes no me gustaba pero le voy cogiendo el tranquillo y me encuentro muy a gusto.

Sois maestros en romper la cuarta pared.

(Risas). Sí, lo hicimos por primera vez hace treinta y un años y ayuda a no creerse del todo el personaje. Y, a la vez, hacer que el público se lo crea y se meta en la obra. Y es el público el que, a su vez, te hace creértelo a ti con sus reacciones.

Es que ese es vuestro estilo.

Tú lo has dicho, ese es nuestro estilo. Creo que hemos encontrado algo que a nosotros nos funciona. Todo parte de la tranquilidad que sacamos en el escenario. Y eso que yo siempre había oído que hay que tener un nervio, pero yo siempre he pensado que ese nervio tenía que ser…

¿Seguridad?

Sí, para divertirte. Las veces que he salido nerviosa he salido agarrotada, pensando en el ensayo para hacerlo igual. Y entonces no creas. Sin embargo, cuando sales libre de ese problema estás tranquila. Si te equivocas no pasa nada y sales con muchas ganas de comunicar y de divertirnos y yo…

¡No quiero pasarlo mal! Me encuentro muy a gusto con este método nuestro. Hasta en Una mujer en la ventana, que hago sola, le decía a Juan: “Vente conmigo de gira, sales al final y nos reímos, que la obra es muy dura”.

Con Una mujer en la ventana te has hecho militante de la edad.

Bueno, me he hecho militante de que ya que nos alargan tanto la edad que se preocupen de nuestro bienestar. Si en un barrio nuevo enseguida piensan en poner un colegio y un instituto, porque es fundamental para los jovencitos que están empezando, tan importante es que pongan una residencia para los maduritos que están acabando y continuando.

Es que la obra habla del desarraigo “interior”. Tu personaje deshace su casa para ir a un asilo y, mientras, pelea mental y emocionalmente con cada objeto de la casa.

Sí, la obra trata de una señora que tiene que escoger lo mínimo entre sus recuerdos porque no le van a dejar llevarse más cosas a un asilo y no quiere dejar nada. Alarga el momento de irse y saber que no vas a volver. Y su enemigo, queriéndole tanto, es su propio hijo, a quien mi personaje justifica continuamente.

La obra no funcionaría, creo, si te pones a pegar gritos, rasgarte las vestiduras y darte cabezazos contra la pared.

Sí, yo también creo que la lágrima está sobrevalorada. Aunque hay momentos en que mi personaje suelta todo durante casi toda la obra, se contiene, queriendo estar alegre. Y es que la vida es así, no queremos llorar, procuramos que no se note que estamos mal, y esa contención es la que consigue que la función emocione.

La obra transcurre en una época, los primeros setenta, cuando una señal de prosperidad era poseer objetos: la vajilla que no se usa, la mantelería de las ocasiones, las sábanas de encaje, las figuras de plata. Todo eso da valor a su vida, la justifica.

Es verdad. Y, fíjate, desde que hice la obra decidí desprenderme de esos objetos. Solo conservo la vajilla que me trajo Juan de México pero solo la saco en Navidades. Me acuerdo de la obra y me doy cuenta de que las cosas solo tienen el valor que tú quieres darle. Y hay que darles el menor valor emocional posible. Hasta los premios que nos han dado los tenemos en un rincón, que si los tenemos en alto lo mismo se caen y se descalabra un nieto (risas).

Eso es más sano que quienes dicen, con falsa modestia, que los tienen en el baño.

¡Es verdad! Si vienes a mi casa verás que parece la de dos recién casados; casi no hay muebles. Un día le dije a Juan: “No quiero tener muchos recuerdos, no quiero que cuando me muera haya cosas mías en El Rastro”.

¿?

Verás, vamos los días de diario al Rastro, desde hace un año, a buscar una mesita que no acabamos de comprar nunca para seguir teniendo la excusa de pasear por las tiendas de antigüedades, donde vemos montones de muebles y objetos preciosos que fueron valiosos y han acabado tirados. Yo no quiero nada mío ahí.

No cambies nunca de opinión, ni encuentres esa mesita que tanta falta os hace… no tenerla.

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