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Jaroslaw Bielski: "Las palabras crean una nueva realidad que a menudo nos supera”

  • Foto del escritor: Redacción
    Redacción
  • 1 jun 2016
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 17 may 2019



Jarslaw Bielski

Más de media vida en España y tres décadas desde la creación de Réplika Teatro, junto a Socorro Anadón, le contemplan. La exigencia, la creatividad y el rigor le avalan. Esta temporada ha montado dos obras: El jardín de los cerezos de Chejov y la deslumbrante y desconcertante El casamiento de Witold Gombrowicz, todo un acontecimiento en la escena madrileña. Nos lo cuenta.

Un día decidió que esta profesión era la suya. Ese día llegó bastante tarde. Terminado el Bachillerato. Fue un poco casual. Tuve que elegir los estudios y me apunté a la Universidad de Periodismo y a la Escuela Superior de Teatro en Varsovia. Después de los exámenes de ingreso supe que iba a estudiar teatro. Aunque tuve que esperar un año más, porque no entré de primeras. No me lo preparé bien.

¿Se imaginó alguna vez que iba a recorrer este camino? Nunca. Sobre todo que lo iba a realizar en España. En otro idioma que no fuese polaco.

Se ha inventado y reinventado unas cuantas veces. No entiendo esos conceptos. Uno hace lo que debe o puede hacer en el momento. Eso supone ser flexible a los cambios y a no repetirse.

Llegó un momento en que decidió quedarse en España. Por un lado fue una decisión compartida con Socorro, mi mujer. Pero me lo facilitaron también los vientos de la Historia, porque el régimen polaco de aquella época me prohibió volver a mi país. Eran tiempos difíciles.

Un día decidió crear junto a Socorro Anadón una compañía de teatro. Sinceramente, no recuerdo ese día. La idea se fue gestando desde el principio de nuestra relación. Lo teníamos claro los dos. Y, simplemente, lo pusimos en práctica montando un primer espectáculo.

Y dio comienzo a su proyecto vital. Si, crear una compañía estable y poder aportar algo nuevo al panorama teatral en España.

Ahí es nada. Ambicioso, lo sé, pero a la vez vital para un artista.

No les salió mal. Ahí está, contra viento y marea, Réplika Teatro. Sí. Ya lleva 27 años. Contra todo y gracias a todo.

Usted es profesor de teatro. ¿Qué da y recibe de sus alumnos? Yo a ellos la experiencia contraída en una cápsula de tiempo. Ellos a mí la energía y la espontaneidad.

No se puede quejar, el nivel de su compañía es enorme. Gracias. Es un trabajo diario, que nos hace ser mejores cada día. Esperemos seguir en esa línea.

Usted conoce a Ionesco y a Beckett, incluso se ha atrevido a montar un Godot. Si. He podido contar con unos actores que lo han hecho maravillosamente. Raúl Chacón y Jesús Cortés. Sin ellos dos sería imposible. Ellos se han formado con nosotros en Réplika y hemos podido trabajar de manera muy intensa y creativa. Tuvimos bastante éxito con esa obra. Incluso en Varsovia.


El casamiento

El casamiento

Esta temporada ha montado El casamiento de Witold Gombrowicz. La elección no es ni mucho menos casual. Seguramente es un momento de la vida lo que te hace elegir a un autor. Tal vez entró en mi vida de manera algo personal, pero me hizo ver muchas más cosas, ya no tan personales.

Lejos de la verborrea agresiva de Ionesco o los silencios y sentencias lapidarios de Beckett, con quienes, a veces erróneamente, se le compara, el teatro de Witold Gombrowicz es otra cosa. Gombrowicz es un autor diferente. Irrepetible. La Forma, la Realidad y el Sueño en acción y palabra. Es un filósofo de la vida y de la forma. Es la esencia del teatro. Por lo menos yo intento comprenderlo así.

No es un autor fácil. Por supuesto que hoy necesita ser adaptado, versionando. Pero de una obra suya pueden surgir diez otras. Es una riqueza de propuestas que hace disfrutar haciéndolo y viéndolo.

Definir, intentar aprehender la realidad o el sueño (si es que son algo distinto) a través de las palabras (o mejor) de los conceptos que ellas encierran es lo que intenta hacer Enrique, el protagonista de la obra, sin darse cuenta que esos conceptos crean nuevas realidades, que son, por así decirlo, ingobernables. Una realidad vivida es una realidad personal hasta que se la define con palabras. Entonces adquiere un carácter público y puede empezar a ser manipulada. Las palabras definen nuestros hechos, pero la utilización de esas palabras transforma esos hechos en realidades a menudo muy diferentes de las vividas inicialmente. Eso también es teatro. En definitiva, Gombrowicz atribuye a las palabras una fuerza motora, capaz de transformar la realidad.

"Cada gesto, cada palabra crean algo más potente o poderoso que yo". Es una frase de la función. Es una frase increíble. Cuando pronunciamos algunas frases, por ejemplo "Yo soy rey", y las repetimos una y otra vez, nos damos cuenta de que realmente podríamos ser el rey. Y si podríamos, entonces por qué no serlo. Y si encima hay alguien que te reconoce como su rey, tu deseo pronunciado adquiere una dimensión real. Te conviertes en el rey de ese alguien. Y por tanto tienes que adoptar el papel de rey. Empiezas a actuar de manera distinta, como debe actuar un rey. Así las palabras crean una nueva realidad que a menudo nos supera, pues nos hace comportarnos en consecuencia de las palabras pronunciadas.

Enrique, suyo el poder y la gloria, se siente un creador, siente que su palabra es la vida, oficia una misa a sí mismo. Su versión está inevitablemente empapada de imaginería católica. Seguramente sí. Pero también es algo ritual. Extraordinario. Los hechos son simples hasta que no les damos ese aspecto extraordinario, a veces místico, misterioso.

Para la puesta en escena maneja elementos muy básicos: una raya en el suelo, el arriba y el abajo de una mesa y una enorme cruz. No hace falta más. En el teatro busco la desnudez, la sencillez de los elementos, que a través del juego de los actores pueden adquirir una dimensión extraordinaria. No es fácil llegar a esa sencillez y precisión. Es un camino de largos ensayos y muchas renuncias.

"Nada, nada, nada" se repite cada cierto tiempo, como un ritornello, a lo largo de la función. La dimensión existencial de la Nada es terrorífica. El mundo de Enrique surge de la Nada y se sumerge en otra Nada. Es el verdadero drama del hombre.

En El casamiento la farsa es, al final, lo que importa.

La farsa de la vida. La vida como una farsa. El disfraz constante del hombre para defenderse de otro hombre, para dominarlo, utilizarlo, amarlo... La vida vista así es una especie de farsa.

El mundo de Gombrowitcz me recuerda al de Carroll, en el que las palabras y la realidad son cambiantes, los significados, los "son ingobernables".

La fuerza del juego entre lo imaginario y lo vivido. La imaginación como el indicador para comprender la realidad. Tal vez hay algo parecido entre Lewis Carroll y Gombrowicz, no lo sé... Todo es teatro.

Usted ha montado una Alicia. ¿Qué le atrae de esa niña? Simplemente me divierte la sabiduría del mundo fantástico que propone Lewis Carroll, la aventura hacia lo desconocido, el absurdo y la ambigüedad de la realidad. Es un autor que invita al juego formal fantástico. Pero gran parte de nuestra Alicia se lo debo a Daniel Pérez, el autor de la versión que hemos representado.


El jardín de los cerezos

Chejov es toda una tendencia en Madrid, no hay temporada en que la que no puedan verse varios montajes, a los que el público acude encantado. Hay tantos Chejovs como salas. Hay tantos Chejovs como espectadores. Hay, por así decirlo, una heterogénea parte de la sociedad, del público, que año tras año acude a buscar algo en Chejov. ¿Qué? Al ser humano que emana de los personajes de Chejov. Nadie lo ha hecho mejor que él. Tal vez Shakespeare, pero de otra manera y en otro tipo de teatro. Chejov es de hoy, a pesar de tener más de un siglo a sus espaldas.

¿Cuál y cómo es su Chejov? A mí me parece que hacer a Chejov tal y como se hacía antes es un despropósito. Los clásicos hay que adaptarlos a los tiempos de hoy. Y esto, simplemente, por el hecho de que los personajes siguen siendo actuales, los conflictos también, lo que ha cambiado radicalmente es la forma de hacer teatro y la percepción del espectador.

Su El jardín de los cerezos está acribillado de melancolía y de actualidad. Debe ser por eso por lo que toca a tanta gente. El público se siente identificado. El paraíso perdido. En busca del tiempo perdido. La infancia y la madurez. El mundo de los recuerdos y la crudeza de la realidad que nos rodea. Los cambios sociales difíciles de asumir. Hay muchos temas en esa obra. Y ese misterio del Jardín. Cada uno ve en él otra cosa. Y eso es maravilloso.

“Esto no es todo”. Así acaba El casamiento. Nunca es todo. Siempre hay algo más. Pero pertenece ya al misterio de la vida...

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