José Troncoso tiene chispa en los ojos, como todas las personas con principios sólidos. Es martes por la mañana, en una primavera aún incipiente en Madrid. Quedamos en una cafetería de Lavapiés y, antes de comenzar, le cuento que somos paisanos: a los gaditanos nos gusta encontrarnos.
Usted empezó estudiando ingeniería química… ¿De qué manera llegó el teatro a su vida?
Pues como casi todas las cosas buenas: llega inesperadamente. A mí lo que se me daba bien era pintar, así que durante la carrera de ingeniería decidí dejarlo e irme a estudiar Bellas Artes en Sevilla. Ya había hecho algunos cursos de teatro en Cádiz… Y en Sevilla ya fue la perdición, porque el vicerrectorado ofrecía unos cursos por la tarde en el CAT, que era lo mismo que estudiaba la gente por la mañana, pero más condensado y por la tarde. ¡Y eso ya fue la perdición, de veras!
De alguna manera, todo siguió siendo muy accidental… Me apunté a un curso, me hice muy amigo de la que fue entonces mi maestra, Pepa Díaz-Meco, que hacía clown, y a raíz de ello dirigí un espectáculo para ella: nos dieron el premio al mejor espectáculo y a la mejor actriz en Palma del Río. Ahí fue cuando decidí que era el momento de dedicarme de lleno a esto y de formarme; mirando un poco lo que había, me decanté por la École Phillipe Gaulier.
¿Por qué eligió la École Philippe Gaulier para formarse?
Descubrí a Philippe Gaulier también gracias a Pepa Díaz-Meco. Es una escuela que está fundamentada en el placer y, además, su forma de trabajo es muy lúdica. En mi etapa en Bellas Artes ya descubrí cómo una universidad española puede matarte el placer de hacer algo que es artístico, que es bonito, porque una enseñanza artística debe de ser placentera; y con él es así. Philippe fue mi primera opción: pedí una beca de la Junta de Andalucía, que entonces las había, me la concedieron y me fui un año a Londres. Al año de estar allí, Philippe nos dijo que se volvía a París, así que si queríamos hacer el segundo curso debía de ser en París. Volví a pedir la beca y me la volvieron a conceder, así que allí que me fui (ríe). Fueron dos años maravillosos. Además, estando en Londres hice castings para compañías de allí… Inesperadamente, me cogieron y estuve dos años girando por toda Inglaterra.
El teatro me llamó, yo le di todo lo que tenía dentro de mí, eché todo el carbón que tenía dentro del saco, y poco a poco me fue devolviendo cosas.
Ha estudiado en Londres, ha actuado por toda Inglaterra… ¿Qué debemos envidiar los españoles de la cultura teatral inglesa?
El amor por el teatro y, sobre todo, que el teatro forma parte de la cultura per se. Es algo completamente asumido, la gente sale de trabajar, va con su sándwich y espera en el hall del teatro a que empiece la función. Hablo de todas las condiciones sociales, está mucho más incluido en la sociedad… No sé si será por el frío, aquí sale el sol y nos vamos a las terrazas, pero allí se refugian en el teatro. Además, el teatro está mucho más presente en las escuelas, en las universidades…
¿Por qué no decidió quedarse en París o Londres?
No aguantaba más. ¡Soy de Cádiz! Y eso es un grado… Yo no podía estar allí con ese tiempo y esa oscuridad. Y, ciertamente, tuve muchísimas dudas, porque justo cuando me empezaba a ir bien, sentía que, o seguía en la rueda, o saltaba de la rueda para siempre. Y yo quería intentarlo en mi país, pero ya no desde Sevilla o Cádiz, sino desde el centro de las oportunidades que es Madrid, con todo lo malo y lo bueno que eso tiene.
¿Con cuántos años llegó a Madrid?
Pues ya era mayorcito: tenía 29 años. Es curioso porque, quizá por genética –es algo que también le ocurre a mis padres-, siempre me dan papeles de mucho más jovencito de lo que yo soy. Por ejemplo, en Hoy no me puedo levantar, me vi con 30 años de batería de un grupo de rock.
¿Cómo fue la experiencia de trabajar en un musical de éxito, como Hoy no me puedo levantar, a las órdenes de Nacho Cano y recién llegado a Madrid? Y, ¿cómo consiguió mantener la frescura y no automatizar tras tantísimas funciones?
Voy a comentar primero cómo surgió, porque también fue verdaderamente accidental. No llevaba ni un mes en Madrid cuando recibo la llamada de mi amigo Javier Godino, que es un grandísimo actor: él acababa de verme en un montaje de Shakespeare, dirigido por Hernán Gené, y me dice que están buscando un personaje cómico en Hoy no me puedo levantar. Yo me presenté sin mayor pretensión porque acababa de llegar a Madrid, pero mi sorpresa aparece cuando paso la primera prueba, paso la segunda prueba, y de repente me veo allí en una cosa que ya había echado a andar, en un teatro todos los días lleno con 800 personas y que era un auténtico fenómeno. Fue una experiencia maravillosa y Nacho Cano es también un "loco" maravilloso.
En cuanto a conservar la frescura con la repetición, no es algo exclusivo de Hoy no me puedo levantar, debe extenderse a todo el teatro. Debe cuidarse cada día, la mirada tiene que ser fresca diariamente; esto es algo que dentro de La Estampida Teatro cuidamos especialmente.
Tiene también experiencia en TV (Cuéntame cómo pasó, Los hombres de Paco, Tierra de lobos, Arrayán) y cine (La voz dormida, dirigida por Benito Zambrano). ¿Se siente cómodo en el medio audiovisual o es el castigo que hay que pagar para vivir de la interpretación?
A mí me encanta el medio audiovisual. Hay muchos compañeros que odian la televisión; a mí me supone un reto crear algo bonito trabajando en condiciones tan complicadas y con tan poco tiempo. Siempre hay que hacer algo bonito, que el espectador reciba algo bueno: la televisión supone un reto porque verdaderamente los tiempos son una locura; en muy poco tiempo tienes que hacer algo interesante, construir un personaje para que el espectador, desde su casa, te quiera y quiera seguir viéndote. A mí me parece que todo, bien hecho, es bueno. Son ritmos diferentes… Y tanto el teatro, como el cine y la televisión, me encantan.
Eso no quita que me sienta más libre con el teatro en todas sus facetas: la docencia, la dirección, la interpretación… Creo que es la base, pero no reniego ni de la televisión ni del cine.
El triunfo de la mediocridad
(Foto: Jacobo Medrano)
Se formó con Phillipe Gaulier en teatro gestual, así como, más tarde, en máscara contemporánea con Juan Carlos Sánchez, máscara neutra con Jeremy James del Teatre du Soleil… Además, en Las Princesas del Pacífico, espectáculo que dirige, lo bufo y lo grotesco forman una parte intrínseca del universo de la función. ¡Incluso usted mismo ha impartido un taller de bufón contemporáneo! ¿De qué viene esta preocupación por lo corporal?
Mi forma de trabajar no se centra necesariamente en lo corporal. El teatro gestual, tal como lo entiende Philippe, es el teatro de la acción; es decir, que lo que importa es lo que pasa. Aquí en España se asocia tan solo a lo físico, con lo cual, la traducción no lo refleja bien. Yo me quedo con lo que dicen los ingleses y los franceses: to play y jouer; ellos siempre hablan de jugar desde ti a ser otro, nunca hablan de abandonar tu naturaleza para ser otra cosa diferente a ti, lo cual me parece un concepto súper interesante y muy divertido.
En el caso de Las Princesas del Pacífico, en el que trabajamos el bufón contemporáneo, encontramos personajes muy claros y físicamente muy definidos, con un bufón muy depurado. Y es que a mí me importa lo físico, pero también me importa muchísimo la acción interna de los personajes, el qué quiere conseguir el uno del otro… Porque la "arquitectura teatral" debe de estar por debajo siempre de todo lo que se haga; si no, nos quedamos solo en el estilo… Y el estilo sin más no me interesa, porque es una consecuencia lo uno de lo otro, la pescadilla que se muerde la cola.
Tanto Philippe como el resto de las personas con las que me he formado han abierto un imaginario para mí: Philippe no tiene un método, es un profesor muy curioso porque a cada uno le da lo que él cree que puede ayudarle a ser mejor; él me ayudó a localizar mi universo, a decirme que soy de Cádiz, que tengo una cultura que tengo que poner en juego y que tengo esta forma de ver las cosas… Y es que, al fin y al cabo, tu forma de ver las cosas es lo que se traslada al escenario.
Por otro lado, el humor, es una pieza clave de su trayectoria profesional: El triunfo de la mediocridad, dirigida por Carlos Atanes, Desmontando a Shakespeare, dirigida por Hernán Gené, y, por supuesto, Las Princesas del Pacífico. ¿Cuánto hay de su propia idiosincrasia gaditana en esto?
(Tarda unos segundos en responder). Más que humor, lo que considero importante es la ligereza. Creo que hay que tener cuidado con ser panfletario porque podemos asustar al público; pienso que hay que tratar temas vigentes con ligereza. Yo no puedo evitar ser de Cádiz, lo que no quiere decir que no me encante Valle-Inclán o Chéjov. ¡Me gusta todo! Y luego… Pues soy de Cádiz y eso siempre te acompaña. Pero tampoco quiero llevar una bandera de gaditano por el mundo: soy gaditano como tengo los ojos verdes.
En cualquier caso, hay algo que está en la cultura gaditana y es esto de las tres civilizaciones arrasadas. ¡Lo imposible se dio en Cádiz tres veces! Entonces, hay algo en la cultura gaditana de reírse de uno mismo, de para qué voy a hacer algo si puede venir una ola y tragárselo todo. En toda la cultura gaditana, no solo en mí, hay mucha ligereza, mucho de reírse de los problemas y de relativizar.
¿Qué le aporta su faceta de director que no encuentra como actor?
Tanto la dirección, como la docencia y la interpretación las he ido llevando siempre al unísono durante toda mi trayectoria. Ser director me aporta mucha felicidad, así como también me lo aporta el saltar de una cosa a la otra: me encantan los actores, actuar y pensar que puedo ayudar a que una persona se suba al escenario y brille. Además, me gusta mucho pensar que podemos transmitir al público una vivencia a la que no habría accedido si no hubiera venido ese día al teatro; al fin y al cabo, lo que me gusta es creer que el teatro, todavía, puede ser una experiencia transformadora, no algo meramente banal.
Desmontando a Shakespeare
¿Qué puede decirme de su labor como director, concretamente, en Las Princesas del Pacífico?
Tanto como actor como director, me gusta trabajar desde lo necesario, no desde el artificio. Si necesito localizar una escena, intento ver qué es lo que necesitamos para hacer saber que estamos ahí; y si no necesitamos nada, pues no necesitamos nada. Es una "contención decidida" o "elegida", porque prefiero tratar al espectador como parte activa del espectáculo, estimulando su imaginación, si éste quiere. Digamos que, en ese sentido, el trabajo que realizamos en Las Princesas del Pacífico, puede ser más impresionista que realista: en el impresionismo, la persona que ve el cuadro lo completa, observa unos cuantos puntos y los une. ¡Esa es mi deformación de Bellas Artes! (ríe). Me gusta, por tanto, que el espectador participe, no sacando gente, sino con su propia imaginación. Ocurre, por ejemplo, con el capitán del que se habla en la obra: hay algunos espectadores que lo imaginan calvo, otros gordito y bajito… Es maravilloso que esto ocurra. Además, como director, tengo muy cuenta a las actrices, trabajamos colectivamente: si yo, como director, voy con una idea fija, probablemente me pierda todo lo que ellas tienen que contar.
Por otro lado, lo bueno del teatro, a diferencia del cine y la televisión, es que las coordenadas espacio-tiempo son mágicas; y a mí me gusta jugar con ellas: en el tiempo en que está transcurriendo la función, el reloj del espectador va de una manera, pero el reloj de las personas que estás viendo en el escenario va de otra manera. Entonces, creo que es muy interesante cuando las coordenadas mágicas del teatro y las del espectador coinciden; por eso, si necesitamos sacar algo al escenario y la actriz necesita un tiempo, ¡paramos! La actriz va a por ello y cuando vuelve… ¡Seguimos! Se crean situaciones muy convulsivas (ríe). ¡Y a mí me encanta! Pero no como gag, sino siempre desde la necesidad.
El día que vi la función, tenía detrás de mí a tres chicas que nunca habían ido al teatro. Al terminar la función, estaban verdaderamente entusiasmadas con lo que ocurrió en el escenario con dos tumbonas y pocos elementos más.
Hemos tenido la suerte de conectar tanto con gente de teatro como con gente de a pie, incluso gente que no había ido nunca al teatro ha repetido con nosotros; y eso es estupendo. El teatro no es malo para el teatro: si alguien que va a verme a mí, vuelve a ir al teatro porque le ha gustado la experiencia… Eso es buenísimo. El teatro tiene que ser bueno para el teatro y tenemos que intentar, todos los que nos dedicamos a esto, que la gente vuelva al teatro… Pero no de una forma banal y barata: en el 2016 y con el contexto en el que estamos.
¿Cómo nacieron Las Princesas del Pacífico? Según he leído, comenzó en Sevilla hace varios años, después se detuvo…
Fue un proceso de creación colectivo, participó todo el equipo. Así es como trabajamos en La Estampida Teatro, es el sello de nuestra compañía y la forma de trabajar que nos acompaña por ahora: me gustan los actores que toman decisiones y que arriesgan, con las manos manchadas de colores y que pintan en el escenario. De esta forma, el trabajo se nutre de todos nosotros y nuestras realidades: partimos de nuestras vivencias, porque en La Estampida la realidad y la ficción funcionan como vasos comunicantes, se mezclan.
En cuanto al proceso en sí… Fue horrible y maravilloso a la vez. Tuve una ruptura amorosa dolorosísima en mitad de todo el proceso y me vine a Madrid. Pero nos empeñamos en que saliera y seguimos; yo creo que no se puede hacer teatro con los ojos cerrados a la vida, fue lo que fue porque estábamos como estábamos y éramos mucho más jóvenes… De hecho, al rescatar el trabajo ahora, nos dimos cuenta de que el espectáculo se había oscurecido, que entendíamos a estas mujeres de otra forma, porque no podíamos mirarlas de la misma manera con la situación que hay en España con respecto a este tipo de mujeres: gente que se está quedando en la calle, que no tienen defensas culturales, no saben ir a un banco, no saben por qué las echan de sus casas, que firmó sin saber… No podíamos mirarlas igual, dejarlas ahí. De hecho, hay escenas nuevas en la revisión de la obra que estamos haciendo en La Guindalera, que han cambiado para adecuarse al tiempo que estamos viviendo.
¿Las Princesas del Pacífico son extrapolables a otro contexto cultural o son hijas exclusivamente de su tierra? A priori, el croché parece muy andaluz… Pero sé que una espectadora colombiana les comentó al final de la función que la habían transportado a su pueblo.
Yo creo que lo que despierta esta función es que, como trabajamos con la imaginación del espectador, pues éste usa lo que conoce, pone sus vivencias en juego para seguir la historia. Al ser una cosa tan relacionada con la imaginación, el espectador pone el decorado que él quiere, hace una extrapolación.
Hay que leer a los grandes: Shakespeare o Chéjov hablan de cosas muy universales, pero siempre lo localizan en lo concreto. Y eso como referencia no está nada mal, ¿no? Pensar que para hablar de grandes temas puedes partir de lo que tú tienes… "Trabajar en concreto para alcanzar lo universal" es la fórmula que seguimos en La Estampida. Nos encanta pensar que lo que hacemos se queda con el espectador.
Las princesas del Pacífico
(Foto: Ignacio Ysasi)
Encuentro que Las Princesas del Pacífico, a pesar de todo, es un drama. Ya sabe, debajo de la mueca…
A nosotros no nos gustan las etiquetas. Hacemos esta función y para unos es una cosa y para otros es otra. No me gusta cerrar el significado porque te predispone. Si coges un trozo de vida y no lo filtras, no le quitas nada, tienes todo tiempo de vivencias. En La Estampida intentamos que todo lo que hacemos sea vivo y vital, no censuramos los acontecimientos, ni los cómicos ni los trágicos.
¿Cuál cree que es la clave de su éxito? ¿Por qué, entre toda la amalgama de montajes que inundan las salas de Madrid, éste ha sobresalido?
Yo solo sé decirte cómo me siento: muy agradecido y… Bueno, era nuestro sueño, imagino que lo hemos soñado con tanto sueño que ha pasado. Que hemos querido contar esta historia con muchas ganas y la gente acude a escucharla, la historia ha sido contada. Creo que es una empatía casi mágica entre los espectadores y las actrices, que nos sorprende… Y que también agradecemos. No sabría decirte por qué.
Creo que son personajes que la gente comprende, y que dentro del estilo, aunque estemos en lo grotesco, pues la gente se compromete con ellas y quiere saber cómo les va. De hecho, hay mucha gente que nos pregunta por la segunda parte. ¡Quieren seguir sabiendo de ellos! A mí me encanta porque las han querido y han dicho: "hay dos mujeres a las que les está pasando algo, ve a conocerlas". Y eso ha ido prendiendo.
El boca a boca con ustedes ha funcionado…
Sí, bendito boca a boca y bendita empatía. Igual nos la pegamos con la siguiente, no lo sé. A nosotros nos encanta contar nuestras historias y siempre que haya gente para escucharlas, y cuanta más gente mejor… Pues felices. Y si algún día la gente para de escucharnos, dejaremos de contarlas y probaremos con otra y con más fuerza.
Entonces, ¿La Estampida está en otro proceso de montaje?
Sí, La Estampida está como "empezando a levantar una nube de polvo con su salida". Y es que para nosotros La Estampida no tiene una connotación negativa, es una vuelta: "las niñas" y yo siempre decimos que huimos hacia atrás, hacia el centro, hacia lo que somos de verdad… Porque Madrid es muy grande, te puede perder y te puede comer. Nosotros necesitamos nuestra casa y La Estampida lo es; un sitio en el que actores-artistas, que así me gusta llamarlos, pueden dar forma a sus inquietudes. El único requisito es que importe hoy día, el qué queremos contar… Y desde ese punto de vista estamos ahora mismo con dos montajes.
Uno se llama Lo nunca visto, en el que repiten las dos actrices: Alicia Rodríguez y Belén Ponce de León… Y se suma, además, Ana Turpin, una actriz estupenda con la que he trabajado anteriormente y que suma todo su universo gallego a nuestro trabajo. Y bueno, Lo nunca visto trata sobre cómo… (reflexiona), Cuando vemos a un yonqui por la calle, por ejemplo, lo vemos solamente como un yonqui, pero a nosotros, en La Estampida, nos interesa el cómo ha llegado a estar tan mal… Porque en algún momento esa persona ha estado en los brazos de su madre o ha ido al colegio y ha tenido amigos. Por tanto, nosotros queremos asistir a "lo nunca visto", eso que nunca se ve o nunca vemos. Y, por otro lado, la doble acepción es que una profesora de danza, antes de que le cierren el estudio por impagos, decide llamar a sus antiguas alumnas para montar “lo nunca visto”, para montar aquello que nunca se ha visto en el teatro… Y se apuntan dos, pero igualmente, entre ellas tres, quieren montar “lo nunca visto”. Queremos reflexionar sobre cómo es posible que todos estos personajes hayan llegado a estar tan mal… Y cómo, estando tan mal, el arte los salva.
Por otro lado, estamos con José Bustos, actor vinculado a La Guindalera y que se incorpora también a La Estampida, trabajando en un montaje que se llama Igual que si en la luna, y que trata sobre las inquietudes del hombre contemporáneo, cómo nos dijeron que todo iba a ser perfecto… Pero lo que nos hemos encontrado no es nada perfecto. Entonces, hablamos sobre un personaje que intenta colocar las cosas para que se vuelva a dar la situación de felicidad. Es un montaje apasionante y estamos ahora mismo en pleno proceso de creación.
Se le ve bastante ocupado…
Pero feliz. De hecho, estoy también en otra cosa, que es para ya, como ayudante de dirección. Es un montaje maravilloso dirigido por Antonio Gil, una persona encantadora que ha trabajado con los más grandes y que, además, ha sido mi maestro. Se llama El lunar de Lady Chatterlay y estrenaremos a finales del mes de abril con Ana Fernández como actriz. Está muy bien trabajar de vez en cuando con otra gente para recibir cosas nuevas.
Por cierto, ¿qué piensa sobre el llamado teatro off?
Pienso que está bien que haya un espacio para que la gente arriesgue y pruebe de verdad a enseñar su universo, su "corazoncito". No me gusta el teatro off que hace réplicas de lo estrictamente comercial… Porque yo quiero ser comercial en el sentido de venta, pero no me gusta el teatro off que se parece al comercial en el mal sentido, el que se hace con una visión estrictamente económica sin tener en cuenta otros factores. Defiendo el off como un sitio donde darle rienda suelta a tus inquietudes… No tiene por qué no ser comercial el teatro off, pero se tiene que permitir trabajar desde la autenticidad.
¿Cree que es sostenible?
Pienso que hacen falta algunas normas, que hay que tener cuidado con el "todo vale" a nivel de precariedad y de todo el resto de aspectos. Creo que sería interesante sentarse a darle una vuelta e intentar mejorarlo.
¿Piensa que es posible vivir del teatro en España y, a la vez, comer todos los días?
Es lo mejor que sé hacer… Es la única respuesta que sé dar. Lo demás ya veremos cómo lo hacemos.
Por último, me gustaría saber si tiene algún referente, algún espejo dónde le guste mirarse.
Los espejos deformados: me encanta mirarme en ellos porque te ríes, dices que ese no eres tú, y a partir de ahí trabajas de otra manera.
Luego, como referentes… Me interesan directores como Juan Pastor, Alfredo Sanzol… Y compañías como La Zaranda. Lo que hacen ellos tiene un grado de autenticidad altísimo, ¡los tres! Por razones diferentes y con estéticas distintas, pero los tres son verdaderamente increíbles.