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Carlos Martínez-Abarca: "‘Equus’ desborda a cualquiera que se atreva con él"



Carlos Martínez-Abarca

Hace apenas un año a Carlos Martínez-Abarca le regalaron un billete para el viaje más excepcional, intenso y remunerador de su vida: si se comprometía a dejarse la piel se le entregarían, cuarenta años después, las riendas de Equus. Carlos aceptó. Esta es la historia.

Equus va más allá del hecho teatral. Basta recordar cómo el Equus de 1975 sintonizó con la sociedad española de la inminente Transición. Equus se convirtió en un éxito inmediato desde su estreno en Londres, y llegó pronto a España, sólo dos años después, viviendo aún Franco... se estrenó de hecho sólo un mes antes de que muriera, en un clima político y social convulso: los desnudos, el tratamiento desacomplejado de la religión como una fuente posible de trastornos sexuales eran gasolina pura en un ambiente proclive a incendiarse a la menor chispa que saltara. Manuel Ángel Egea (uno de los actores que interpretaba a Alan en aquella versión) nos relataba que había policía en el interior del teatro para protegerles de las amenazas diarias que recibía la compañía. No creo que haya habido una versión de este texto con más polémica y repercusión “extra escénica” en todo el mundo, dadas las especiales circunstancias que vivimos en España entonces.

Es muy revelador que Daniel Radcliffe para quitarse la piel de Harry Potter interpretara a Alan Strang... Equus se ha convertido en un fenómeno escénico recurrente en todo occidente. Sin duda el mayor impacto mediático lo ha generado la versión con Radcliffe en el papel de Alan, y por razones obvias. Juanma Gómez vio esa versión en Londres, y aunque el gancho comercial que reventaba la taquilla es fácil saber cuál era, el trabajo de Daniel Radcliffe lo reveló como un gran actor, y supuso su salto a la madurez profesional.

Estamos en la España de 2016 ¿Qué relevancia o extra significado puede tener Equus ahora? España, como cualquier país occidental de nuestro entorno se enfrenta (más allá de las coyunturas del momento) a un interrogante que Equus nos lanza con mayor vigencia que hace cuarenta años. Creo que Shaffer fue profético. Décadas después nuestras sociedades son menos libres, y curiosamente –a pesar de las “buenas intenciones”- no por ello más seguras. Pero aceptamos cada vez más controles, más prevenciones, más “señales de tráfico” para conducir nuestra vida cotidiana. Escuchamos que nuestros políticos declinan con especial afición el término “seguridad” y “normalidad” frente al de “libertad”. La educación, la política, la publicidad no sólo comercial, guiadas seguramente por la conveniencia de protegernos más que de hacernos mal, nos desconectan y alejan gradualmente de nuestro lado salvaje, de nuestro reverso oscuro, tan humano y necesario, tan normal como las facetas más “presentables” de nuestra personalidad. Tanto empeño por la corrección, nos enferma, nos desvía... la hiperasepsia genera alergias, ya sabemos. El exceso de protección nos hace más débiles... Equus, en España y en cualquier parte sacude los cimientos de nuestra conducta social y nos pregunta ¿qué cosas fascinantes, misteriosas, peligrosas de la vida te estás perdiendo mientras intentas protegerla?


Equus

Es fácil asociar Equus a sus contemporáneas literarias y fílmicas como La naranja mecánica... La naranja mecánica contiene reflexiones y advertencias que conectan en lo esencial con Equus. Tengo la suerte de haber hecho como actor la versión escénica que dirigió Eduardo Fuentes en el año 2000, y no se me borra una de las frases de mi personaje, que clamaba ante el horror “conductista” del método Ludovico que rehabilita a Alex: “¿Y qué hay de la libertad de elegir? ¿Acaso no es preferible el mal elegido al bien impuesto?”.

... o Alguien voló sobre el nido del cuco... Alguien voló sobre el nido del cuco nos empuja a la borrosa frontera entre locura y cordura y los peligros de dejar al poder la capacidad de elegir dónde se sitúa cada uno y cómo deben trazarse los límites de la normalidad o de lo conveniente. Equus aúna estas dos líneas temáticas de un solo golpe.

Y sin embargo, no es lo mismo... Las motivaciones de quienes curan a Alan y a Alex son bien distintas, pero el efecto castrador es el mismo... ¿no es más peligroso lo que plantea Shaffer? Martin quiere curar a Alan con la mejor de las intenciones. Estas “buenas intenciones” son nuestro peor enemigo: la seguridad, la previsibilidad se implementan en nuestra sociedad por nuestro bien, y eso nos hace aún más vulnerables ante el poder, cualquiera que sea su origen (económico o político). Burgess y Kesey en cualquier caso dibujan dos antihéroes que libremente escogen el camino de desafiar el poder, subvertirlo, o en el caso de Alex descomponerlo con violencia deliberada y extrema. Alan es una víctima, un menor, mucho más vulnerable e inerme socialmente hablando. Todo su entorno además desea rehabilitarle a una vida integrada y saludable. Por eso, la voz de alarma de Shaffer en mi opinión se eleva con más fuerza, y el escalofrío que nos recorre es mayor: Alan es sólo una víctima sacrificada por su bien y por el nuestro en el altar de la “normalidad”.


Equus

Hay significados, valores, actitudes que esta obra sabe trasladar al espectador y dejarle, literalmente, conmovido. No, mejor dicho, anonadado. Efectivamente Equus tiene una capacidad para atravesar el alma del espectador de forma universal; en el fondo y en definitiva Shaffer arroja a todos los personajes a una soledad no escogida por ellos, y por tanto demasiado dolorosa... No es éste el tema central de la obra, pero es la consecuencia para todos sus personajes. El público cada noche queda traspasado, como a mí me pasó al estudiar la obra hace un año, al ver cómo las elecciones, las obsesiones o los incidentes en los que se ven envueltos los personajes los arrojan a una injusta soledad.

¿Qué tiene Equus para producir este efecto? En el marco de ideas centrales de la obra, el escalofrío que nos recorre es aún mayor; Shaffer está pintando un cuadro alarmante: el modelo de vida que la sociedad occidental lleva décadas construyendo genera individuos inermes, poco capaces para la toma personal de decisiones si no lo hacen “tirados de la rienda” para no quedar al margen de un cierto canon de “normalidad”, que en realidad es el término sustitutivo e indoloro de la “previsibilidad”, patrón de conducta social muy conveniente para cualquier maquinaria de poder.

Hay más en Equus... Por supuesto, Equus, como todas las grandes historias, ofrece muchos niveles de atracción para el público, y uno de ellos es una trama apasionante con un entrecruzamiento de líneas de tiempo y espacios de forma simultánea vertiginosa, la aparición de los caballos en escena interpretados por actores, violencia y sexualidad latentes y al final explícitas… Shaffer sirve inteligentemente un drama social y filosófico de gran hondura a través de un vehículo escénico atrayente y lleno de misterio.

Cada espectador, como se dice ahora, customiza la obra. Creo que todos los que leemos o vemos Equus tenemos un Equus personal, es decir un objeto de veneración, una fuente de pasión más o menos secreta u oculta que nos empuja a traspasar los límites de lo conveniente; como el doctor Martin Dysart, creo que todos envidiamos el arrojo de Alan, aunque éste nazca de un desequilibrio psíquico y/o educacional.


Equus

¿Cuándo nació su Equus? Había trabajado con la Sala Arte&Desmayo (fundada y gestionada por Juanma y Álvaro Gómez) en El Coleccionista (que por cierto, dos años y medio y 150 funciones después tenemos aún en cartel). La experiencia con ellos fue maravillosa: pude hacer con libertad la versión, y el trabajo resultó tan apasionante como reconfortante la recompensa que obtuvimos. Hace un año Juanma se descolgó con la alocada propuesta de montar ¡¡¿Equus?!! Sinceramente no daba crédito... pero después de cuarenta y ocho horas de estudio y ser golpeado y agitado, me decidí. Estaba claro que era imposible, no podía haber más factores en contra, pero el poder de seducción de este texto, la sacudida que genera, no sólo por el tema sino por el desafío profesional, era irresistible. En el fondo creo que cuando Juanma dijo Equus el caballo ya galopaba sin remedio... sólo había que saltar a sus lomos.

¿No tuvo, en algún momento, la sensación de “he mordido más de lo que puedo tragar”? La sigo teniendo. Equus desborda a cualquiera que se atreva con él, y por suerte no cabe aspirar a “hacerla del todo”. No puedes hacer Equus, sólo puedes abrirle paso en escena para que él hable y se signifique con todo su potencial; hay demasiado misterio, demasiadas historias inacabadas en su interior. Este texto no te deja en paz cuando lo lees: Alan, desafiante y apasionado, te obliga a mirarte hasta el fondo, y no te suelta cuando te vas a dormir. Creo que el teatro debe conmocionar... nos hemos acostumbrado a un teatro “conservador” hecho sólo para entretener y no molestar al espectador, para servirle a Shakespeare, Calderón y tantos otros... sin cafeína, sin alcohol y sin calorías... para que no molesten, rebajados, facilitados... a la altura de tu comprensión lectora, pobre espectador... ¡Pues yo no creo en eso! ¡Abajo la condescendencia! Y Equus no te deja afrontar el trabajo desde ahí, o sacudes al espectador o mejor quédate en casa. Me decido por lo primero... aunque socarronamente ese dios burlón y oscuro que Shaffer desveló me siga preguntando hoy, como a Martin: “¿Por qué yo?, ¿de verdad crees que puedes comprenderme?”.

La (impecable) traducción de un texto tan delicado y complejo es de Natalia Fisac... Natalia Fisac fue la perfecta aliada para mi primera tarea. Pedí a Juanma y Álvaro libertad para hacer una versión a la medida de nuestras posibilidades y que hablara de forma directa al espectador de hoy. Para ello hacía falta una traducción hecha con mucha finura que rescatara la dureza del lenguaje original que la versión española del 75 había maquillado considerablemente. Natalia me facilitó también enormemente la tarea que tuve que hacer de reescritura de algunas escenas, actualización y descontextualización que necesitaba para el montaje; no bastaba adaptar sino que era necesario armonizarlo con el texto original para evitar hacer visibles las “costuras”.


Equus

A los personajes de la obra se les ofrecen sustitutivos de la felicidad (televisión, consumo, publicidad...) que ignoran o rechazan... Sí, y eso hace que los queramos aún más y nos duela más su fracaso. Esa actitud vital unida paradójicamente a la incapacidad de todos ellos para romper el círculo invisible de conductismo fanático que nuestra sociedad ha levantado, hace más visible toda la maquinaria de poder que hay tras ellos, incluso detrás de dos de sus peones más diligentes, Martin y Esther (Hesther en el original). Shaffer despliega un abanico de factores sociales de desarrollo o evolución personal y a todos los somete a una crítica feroz: educación, religión, comunicación, sistema de salud...

Todos los personajes son dignos de aceptación, es decir, de compasión… Al hilo de lo anterior, todos nos despiertan una honda compasión. Además Shaffer es especialmente cruel con sus personajes. Todos “acaban” solos, y entrecomillo la palabra, porque en realidad la obra termina dejándonos el interrogante de qué ocurre con ellos al día siguiente, al cabo de un año... El nivel de desencuentro de los personajes con los demás y con sus propias vidas hace que nos conmueva especialmente su peripecia, cuyo desarrollo trunca violentamente Shaffer con el telón final dejándonos con ganas de saber más, y por qué no... de abrazarlos, de acogerlos... Todos son víctimas. Esa compasión no es otra cosa que nuestro propio miedo a la soledad y a perder el norte de nuestra vida.

Los caballos... ¿mito, fantasmagoría, dislate? ¿Todo lo anterior? Todo lo anterior. Alan es presa de una confusión notable; cuando galopa convierte al caballo en su siervo y su dios de forma simultánea... mezcla la religión cristiana con el culto pagano a un animal... sí, en realidad, mito, fantasmagoría y dislate, todo en uno.

En su versión la presencia de los caballos es constante y, si me permite, agobiante... En realidad la presencia de los caballos no es mayor que en el texto original; pero es cierto que los cortes dejan una versión más breve y por tanto con un mayor peso proporcional para su presencia. Creo que la magnitud del trabajo que ha hecho el equipo creativo y de actores que les dan vida contribuye a esa sensación que abruma... o tal vez agobia.

La mimetización por los actores de los comportamientos equinos es admirable, y supongo que una dificilísima tarea. Este era el paso seguramente más audaz del montaje. Y no ha podido resolverse de forma más afortunada. Realmente era necesario un alineamiento planetario para que saliera bien... así que debo ser el director más afortunado de España. Patricia Roldán es la responsable del diseño y dirección de movimiento, es la maga que brinda este truco diario ante nuestros ojos... Pero no sólo ella, mi adjunto a la dirección, David Lázaro; Guillermo Campa, que ha diseñado y realizado las máscaras; Reyes Carrasco con el vestuario y Álvaro Gómez responsable de diseñar con el sonido la voz de Equus... ha sido un trabajo necesariamente colectivo en el que nada podía fallar.

Ha estado bien asesorado... Hemos contado también con la asesoría y apoyo de un especialista como Arturo Bernal. Y dejo para el final a los principales artífices: Roberto González, María Heredia, Íñigo Elorriaga y Pablo Méndez se convierten literalmente en caballos ante nuestros ojos... gracias a un proceso de más de cuatro meses de investigación, entrenamiento, basado en elementos de la técnica Lecoq, trabajo de campo, ensayos agotadores para insertar el trabajo en el montaje de las escenas...

Llama la atención – y es muy significativo – que en los agradecimientos del programa de mano incluyan a Madrid Help Horses. Nuestra jefa de producción Sara Amo, se dejó la piel buscando una institución que colaborara con nosotros para hacer el trabajo de campo, y descubrió a esta ONG que se dedica al rescate de este animal para darle la oportunidad de una segunda vida en libertad. Hemos quedado enamorados de su tarea, de su amor por el caballo; sin duda ha sido la mejor forma de conocer la auténtica naturaleza del animal. Poder colaborar con ellos difundiendo su labor nos da una doble gratificación.


Equus

¿Cómo escogió a Sergio Ramos? Desde luego es una gran elección, Sergio ofrece la fragilidad, desamparo y, al tiempo, determinación. Sergio Ramos es la mejor elección posible para Alan, no hay duda. Este montaje me ha permitido entre otras cosas darme cuenta de que he sido bendecido en mi vida profesional con muchos felices encuentros y Sergio es uno de los más importantes. Fui su profesor en la ESAD de Castilla y León durante dos años (también lo fui de María y Roberto), y desde que le hice la prueba de acceso a la Escuela supe que había algo muy especial en él. Cinco años después no tenía dudas de que era nuestro Alan.

Alan, lejano, ausente, distante, ¿tiene su clave? ¿Cuál es? Y... sí, tiene su clave: ¿está Alan más enfermo que los demás? A partir de ahí encontramos su traducción interpretativamente hablando. Creo que la píldora mágica por simple que parezca fue prohibirnos hablar de neurosis o enfermedad, y mirar el mundo a través de Alan en lugar de mirar a Alan a través de nuestro mundo. Pero su “cocina particular” es parte de su secreto profesional y su magia personal; Sergio nos desconcertaba cada día de ensayo... ni sé ni quiero saber de dónde saca íntimamente lo que hace. Yo sólo le abrí puertas. Pero hacía falta el enorme talento y la capacidad de riesgo de uno de nuestros mejores actores jóvenes para entrar y recorrer el camino.

De alguna manera, el meditabundo, voluntarioso, desconcertado Dysart es un héroe actual, el que intenta comprender a pesar de todo el ruido y los convencionalismos... a la vez, es, por así decirlo, un hombre de orden. Es un hombre de orden, con mucha fe en ese orden... hasta el momento en que empieza Equus. Martin de alguna forma encarna el ideal apolíneo frente al mundo dionisíaco que Alan y Equus le ponen de frente. Juanma y yo pensamos que ya hay grietas en las convicciones de Martin cuando Alan irrumpe... lleva demasiados años “abriendo cabezas” y extirpando pasiones. Alan le ofrece la posibilidad de confrontarse con ello sin anestésicos, sin eufemismos. La crisis incipiente se convierte en una tormenta desatada. Pero, ¿es tarde para él? ¿Realmente no pierde durante la obra el último tren? ¿No tenemos todos la posibilidad de parar máquinas y virar? Sí, Martin es nuestro héroe actual, sin duda el personaje que nos lleva de la mano durante la representación, y gracias a él podemos asomarnos a nuestro interior con más facilidad.

Aunque Martin venere a cientos de dioses griegos... ¿Qué son? ¿Una excusa, un amparo, una protección? La pregunta la debería contestar Juanma Gómez que es el que más sabe de Martin. Personalmente creo que no es más que un punto de fuga, una evasión, un edulcorante... él mismo lo acaba reconociendo: “me refugio en una falsa veneración por la Grecia mítica”.

Dysart debe ofrecer un, por sí decirlo, equilibrio vulnerable, Juanma Gómez camina bien por tan difícil alambre... de hecho su aportación... Juanma Gómez encarna las tres virtudes que debe tener un grande de la escena: sensibilidad, inteligencia y riesgo. Una vez mi maestro José Carlos Plaza me dijo que eran estas tres cualidades las que más admiraba en un actor, y con el tiempo me he convencido de ello. Equus lleva cuarenta años sin hacerse en España porque no había actores que se atrevieran con Martin Dysart. Juanma no se atreve, lo lleva más allá. Su tarea es titánica: durante una hora y cincuenta minutos debe aunar calidades tan finas y contradictorias en un mismo ser que entiendo a los que no se atrevieron.


Equus

Alan, por su parte, busca un dios–alegoría que le permita adorado y reinterpretar la realidad... Alan carece de palancas intelectuales para comprender la realidad y negociar socialmente con ella. Por eso se entrega desde la radicalidad adolescente a un absoluto que a la vez sea su centro y le ponga a él en el centro; es comprensible esta violenta (en el sentido calderoniano) pretensión en un ser que ha sido arrinconado de la vida que legítimamente le pertenece. Las pulsiones de agresividad, sexualidad y trascendencia son connaturales al ser humano. Alan las canaliza dislocadamente y las aúna en un solo sujeto de su propia invención, atrapado en un universo solipsista, ya que prácticamente le han privado del necesario eco que los demás nos devuelven de nosotros mismos.

Llaman la atención las sesiones de análisis entre Dysart y Alan, reclaman una enorme cantidad de emociones, afines y contradictorias, se atraen y repelen... Esa complementariedad de la que antes hablábamos genera esa sensación de atracción y rechazo casi simultáneo. Fue una de las claves que abordamos a nivel puramente físico en los ensayos, y los actores la juegan permanentemente en cada función. Tienen la consigna de poner esas escenas al borde de la ruptura, de retarse a diario incluso cono actores. Es un juego agotador y hacen falta dos valientes como Juanma y Sergio para mantenerlo a diario. Pero no veo otra forma de vivir y transmitir esa pulsión contradictoria en ambos personajes.

La obra, bien pudiera entenderse como un pas a deux entre ambos, cada uno tiene algo de lo que el otro carece y se buscan y se (des)encuentran... Así es. Es una de las reflexiones que más he compartido con los actores. Cada uno tiene lo que al otro le falta; los dos envidian o desean la parte del otro que les completa. Un padre vocacional sin hijos, y un hijo sin verdadero padre se encuentran al calor de esa mutua necesidad; pero ambos presos de las circunstancias y de la relación social médico-paciente son como dos locomotoras a toda velocidad y en sentido inverso destinados a encontrarse en un punto; pero circulan por vías paralelas, se cruzan y no vuelven a encontrarse. Ay, esta obra desgarra por demasiados sitios...

El personaje de Esther, papel que comparten desde la excelencia, la sobriedad y la intensidad Elia Muñoz y Natalia Fisac, representa, en cierto sentido, al espectador. Esther es efectivamente otro de los “puentes” con el público que nos ayudan a adentrarnos y comprender los conflictos de la obra. Su serenidad, su visión aparentemente más externa contribuyen a ello... Pero esa pretensión de permanente equilibro en su vida, de objetividad no es más que una trampa dialéctica para no mirar sus turbulencias interiores.

¿Esther es juez y parte? Esther es juez y parte, y necesita no sólo profesionalmente que Alan sea curado como Martin sabe hacerlo; necesita defenderse del grito interior de sus propias renuncias vitales. Si no está bien extirpar la pasión de Alan para “normalizarlo” ¿cómo justificar toda una vida de renuncia al desequilibrio, al riesgo y a la pasión? Natalia y Elia hacen algo extremadamente difícil: son dos actrices pasionales y muy expresivas y debían renunciar a ello, confiando en que la tormenta interior va a verse a través de la negación exterior y un control exquisito. Como tantos en este equipo han sabido arriesgarse a ir más allá.

Ahora bien, la generosidad de Esther, su equilibrio, su sensatez no la lleva ninguna parte... Efectivamente. Otra voz de alarma de Shaffer. Cuídate de la permanente sensatez, de un sentido común insobornable... en definitiva abandónate, y en última instancia, atrévete a romperte. Además, ella siempre está ahí para ayudar a Martin a confrontarse... se vuelca tanto hacia fuera, que al final acaba siendo invisible a los demás como ser vulnerable y necesitado. Su generosidad es pagada con mezquindad por Martin. ¡Otra cruel paradoja!


Equus

Deslumbran los padres de Alan, el desconcierto de Pablo Méndez... Pablo compone el papel de ese padre casi ausente, torpe emocionalmente y desbordado por las circunstancias desde un lugar no tópico. No queríamos hacer el típico perdedor. El ángulo de partida es el amor sin medida por su familia; en realidad todas sus renuncias, y sus errores provienen del amor y de la voluntad de preservar y proteger su familia. Por eso desborda esa emotividad contenida en él.

... y la ira contenida de Magdalena Broto... Magdalena tenía un reto no menor. Lo fácil era hacer una fanática religiosa, pacata y miope a la realidad. Defender sus convicciones con la normalidad del creyente fiel a sus principios y, de nuevo, angular el trabajo desde el amor infinito a su hijo han sido los motores para componer un ser humano complejo, con el que es fácil empatizar, aunque discrepemos o veamos claramente sus errores.

Dysart, desarmado, desamparado, baja (por decirlo en términos pugilísticos) la guardia... La conclusión no pude ser más amarga, o, tal vez, consecuente... Consecuente y amarga. Pero el grito silencioso de Equus creo que es ¡tú eliges! La capacidad de elección, la libertad interior nunca será totalmente extirpada ni controlada. En medio del desasosiego que nos deja Equus, late la esperanza de que siempre habrá otro Alan que se atreva y nos agite por los hombros... Y otro... y otro...

El Estado es otro personaje más... El Estado, cualquier estructura de poder que construimos es ese círculo invisible en Equus que antes mencionaba, esa pantalla protectora con la que chocan y que devuelve otra vez a la pista a los personajes... Es muy doloroso ver cómo algunos de ellos (Martin, Esther) son perfectas herramientas de ese engranaje conscientes de haber sido atrapados, pero capaces de romperlo. Que nunca lo hagan es el mayor escalofrío de Equus.

Es un personaje silencioso y muy presente, casi diría que protagonista... El Estado y en realidad cualquier maquinaria de poder. Hace un año cuando me enfrentaba a la tarea de adaptar el original y darle una idea-fuerza clara, ocurrió la tragedia del avión estrellado en los Alpes por Andreas Lubitz. Al horror obvio de tantas muertes se añadía otro posterior... el escándalo de los gobiernos, los médicos, la compañía aérea por no haber sido capaces de controlar y predecir el comportamiento del piloto... se sucedieron ideas a cada cual más disparatada para implementar nuevos mecanismos técnicos y psiquiátricos de control que lo evitaran, olvidando que los mecanismos ideados para evitar otro 11-S pusieron en bandeja a Lubitz su plan. No es sólo el Estado. La locura conductista que hemos aceptado está más interiorizada y extendida. Como dijo Büchner: “el ser humano es un abismo, da vértigo asomarse a él”. No aceptarlo nos hace menos humanos.


Equus

Llega el gran desafío: la puesta en escena… Si el teatro es un arte colectivo, Equus revela esta faceta con toda su exigencia.

¿El primer paso? Para empezar con un equipo de gente muy creativa y muy valiente. En la dirección somos tres: aparte de Patricia Roldán (de la que ya he hablado) está el adjunto a la dirección: David Lázaro, que no es ayudante, es mi otro yo cuando no estoy y el colaborador inteligente y sensible, necesario para poner en pie un tinglado demasiado complejo. En el equipo creativo hemos sido más de diez personas, algo inédito en una producción para una sala del off madrileño: David Blanco (vídeo), Álvaro Gómez (además del sonido, diseñó la luz), Roque Domínguez (diseño gráfico), Beatriz Fisac (fotografía) y los que ya he ido mencionando anteriormente. Seis meses antes del estreno los reuní para mostrarles mi idea del montaje y tres horas después sé que unos estuvieron a punto de renunciar, o bien salían con las piernas temblando, si es que no perdieron el sueño unos días... en fin, Equus.

¿El reparto? Era necesaria una pareja joven como la que forman Sergio Ramos y María Heredia, dos seres valientes, luminosos, misteriosos y bellos; y un actor con el porte y la técnica exquisita necesaria para el caballo principal, Diamante, de la talla de Roberto González que antes mencioné junto a Íñigo y Pablo.

¿El espacio? A la hora de levantar este texto, como cualquier otro, la primera pregunta que me hago es sobre el espacio, y desde ahí nace todo lo demás: en unas dimensiones reducidas era necesario potenciar toda la sensorialidad y bestialidad del texto para atropellar al público y dejarle sin capacidad de control. Además era necesario configurar espacialmente el polo ordenado y apolíneo que da respuesta al provocativo y salvaje mundo del dios Equus. Había que crear un “artefacto” poderoso, controlador, frío... a la altura de la oscuridad y el misterio del dios-caballo. Y de esa tensión de dos polos opuestos había que crear una “armonía disonante” en todas las claves estéticas: espacial, lumínica, sonora... así como en la selección de materiales y de la paleta cromática. Me froto los ojos a diario viendo cómo todo el equipo ha sabido entender y llevar más allá mi propuesta inicial.


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Lo que ve es el Equus de Carlos Martínez-Abarca. Mi Equus (montaje) es mi Equus personal, es decir mi némesis, mi dios, mi lado oscuro, mi grito interior. Es mi trabajo más personal. Sólo supe cómo hacerlo (si es que esto cabe) cuando renuncié a entenderlo del todo y aceptar su oscuridad; cuando acepté que lo iba a hacer desde el “no sé” (y que eso mismo les iba a pedir a los demás). Me he desnudado como ser humano a través del trabajo de veinte compañeros. En él he querido volcar mi capacidad de veneración, mi sentido de la trascendencia, mis miedos , mi soledad, el adolescente arrinconado buscando el objeto y objetivo de su vida, el padre que no soy, las palabras nunca dichas, la falsa fe, la generosidad del amante no correspondido que escucha a riesgo de desaparecer, los errores vergonzantes por amor... Nunca un texto había demandando de mí tanto ni le había dado tanto. ¡Y he sido muy feliz haciéndolo!

¿Ha merecido la pena? Equus me ha recompensado como pocos o tal vez ningún trabajo. Es un imposible hecho realidad. Casi todo el mundo pensaba que Equus no era posible en Arte&Desmayo. Y sin falsa humildad me enorgullece haber obrado el imposible. Cada día que lo veo disfruto de nuestro trabajo... y me veo en el espejo. Es mi conquista y mi cicatriz.

Por cierto, la obra acaba con una, tal vez, inevitable oscuridad... La oscuridad en todo caso es la que Martin escoge o acepta. La oscuridad es también una forma poética de dejar un interrogante o unos puntos suspensivos. Y por tanto, ¿qué nos dice Shaffer al atreverse a no acabarla, al dejar a los personajes inconclusos, como decía antes? Para mí es claro: atrévete tú a acabarla. Atrévete con tu Equus.


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